INTRODUCCIÓN
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De los griegos arranca un ideal de ser humano que todavía palpita en nuestra civilización, cada cierto tiempo estremecida por la herencia de aquellas lejanas vislumbraciones. Si lo resumiéramos en pocas palabras, fundamentalmente consiste en una búsqueda de la excelencia del cuerpo y de la psique, fundidos en armonía.

El modo como las diferentes generaciones de griegos hasta la época clásica construyeron el ideal de ciudadano partió de una difusión de las ideas aristocráticas: la formación gimnástica, la música, la danza y las comidas en común. A ésta fórmula se le añadieron después los conocimientos de las ciencias que fueron floreciendo.

Si por un lado podemos señalar a Socrates, Platón y Aristóteles como los autores que maduraron una ética del espíritu, el cuerpo alcanzó con el gran médico Diocles de Caristos, una areté, una virtud que llamó hygieina (concepto con el que entronca el término actual de higiene) contemplada como un equilibrio, un apuntar al blanco del modo de enfocar la existencia. Diocles de Caristo plantea la necesidad de una reglamentación de la cotidianeidad a fin de alcanzar los objetivos del prototipo de ciudadano sano y bello, dado lugar a una ética y una estética del cuerpo.

Ni personal ni socialmente la vivencia sobre el cuerpo es hoy la misma de aquellos tiempos. Nuestra sociedad es diferente, claro está. Ello prueba, por lo demás, que siempre la utilización, uso y consumo del cuerpo, han sido pautados socialmente.

El cuerpo, productor, consumidor, signo de status, mecánica del erotismo, instrumento o fin, es imagen propia, imagen social y herramienta.

El científico moderno más influyente que trató de la psicosociología del cuerpo fué Marcel Mauss, quien delimitó el campo de estudio de las técnicas corporales. Caminar, coger un objeto, saludar, etc. son actos básicos, imprescindibles para llevar a cabo con éxito acciones de mayor embergadura.

Las técnicas corporales requieren de un aprendizaje de normas instrumentales que rigen en una sociedad concreta. Nos dan en nuestro ambiente colectivo autonomía, poder-hacer lo que hemos aprendido a desear hacer.

Cada sociedad tiene deseos y por lo tanto técnicas corporales distintas para realizarlos. Hasta en las cosas más sencillas y aparentemente iguales encontraríamos diferencias típicas: no bebe agua de igual modo el beduino que el esquimal. Con mayor razón no lee igual un ciego, con las manos, que un vidente, con los ojos.

Trastornos psicomotrices, deficiencias de órganos, fracasos educativos, procesos sociales de cambio, etc. plantean a menudo la necesidad de crear técnicas alternativas. Se busca un camino diferente que proporcione al sujeto status de competencia social.

En realidad la población con dificultades y limitaciones corporales, es relativamente grande. Ello representa con frecuencia una fuente de marginación por parte de los solventes, que con su prepotencia cultural tienen cierta tendencia a rechazar las vías de desenvolvimiento atípicas.

Según las necesidades cambian se desarrollan nuevas variaciones técnicas, incorporándose a las competencias de los individuos aptos para integrarse en el nuevo sistema social. A todo niño le toca aprender los resortes básicos que le permitirán integrarse en un modelo de sociedad adulta.

El cuerpo propio posee una espacialidad, ocupa un lugar físico en relación con las demás cosas, y estando en acción parte de esta premisa. Somos cuerpo, aunque pretendiéramos renegar de este hecho, viéndolo como antipático.

También somos para los demás una persona con un cuerpo concreto en relación al cual hay una proximidad, un encuentro, inaccesibilidad o indiferencia posibles. Los actos sociales suelen implicar una manera de estar: sentados en un sillón, alejados de todos, encima de una tarima, de pie tras un mostrador.

Las situaciones sociales son en parte sucesiones de posturas corporales en las cuales, el otro que nos ve, ficha nuestro estar ahí con su mirada, definiéndonos y respondiendo según nos interprete.

Nuestro cuerpo es portador de signos. No sólo nos referimos al vestir, sino también a la edad que se nos calcula por el aspecto, el sexo a que pertenecemos, el color y textura de nuestra piel, la fina expresividad del rostro, los gestos públicos, en suma, que acompañan eternamente a nuestra intimidad aunque pretendiéramos el anonimato.

El pensamiento y el sentimiento también son parcialmente corporales. Son muy nuestros, efectivamente, pero eso no quita que hayan sido aprendidos en nuestra cultura, y por otro lado manipulan siempre el cuerpo como parte de la realización de acciones de las que forman parte consustancial.

Si estoy enamorado en secreto estoy mostrándome insinuante, receptivo o tímido, por ejemplo, pero no puedo estar ahora mismo sintiendo un amor secreto leyendo atentamente una noticia del periódico. Y al revés: si leyendo el periódico me pongo amoroso pensando en el ser amado es seguro que estoy distraído y no me entero de las noticias.

La emoción no va ni delante ni después de su marca corporal. La sangre que sube a la cabeza, la tensión en los músculos, el bolo en la garganta o el ardor en el estómago, todo ello forma unidad con la razón por la que nos emocionamos. Por eso el cuerpo, incluyendo el tono de la voz, es buena guía para saber qué están sintiendo los demás, o un actor puede fingir eso mismo en su mímesis.

Es verdad que en muchas emociones se mezcla el arte deliberado del disimulo, la ocultación, la cautela, la hipocresía o la mentira. También es igualmente cierto que todo ello es tenido en cuenta y se acompaña con el arte de la desvelación, averiguar qué es lo que hay detrás o se insinúa en algún indicio que nos sugiere pistas con las que avanzar la indagación.

Los sentimientos son formas de actuar, lo que es evidente cuando se golpea, se huye, se acaricia, se habla melosamente. Pero también sigue siendo verdadero en el caso de que estas mismas acciones estuviesen no en curso sino en el momento naciente, en expectativa o anticipación.

Leer un libro es una acción que se desarrolla en pasos técnicos sucesivos que culminan exitosamente cuando se logra llegar a la última página. Desde luego no leemos por casualidad, sino cuando queremos, así que debe haber un momento en el que simplemente estamos queriendo leer, estudiamos la oportunidad de hacerlo o no hemos todavía movido ni un dedo en ese sentido. De la misma forma los distintos proyectos sociales de vida pueden encontrarse en ese instante de deseo (querer-hacer o deber-hacer), pero su realización implicará un notorio trabajo de concreción y lucha contra una realidad no hecha a nuestra medida.

Una vida satisfactoria comporta tener primero deseos que satisfacer. El ser humano está mediatizado por su cultura, que le aporta finalidades, ideales que buscan un tipo de vida digna de hombre.

La dignidad, el goce humano no son frases pomposas para quedar bien en los discursos de pretensión humanista. Conforman el núcleo interior que desencadenará la movilidad para la acción. Así, bien mirado, la inmovilidad es sinónimo de fracaso vital, y por eso se constata en la depresión y en la apatía, en las que el sujeto siente una falta de ganas de hacer nada.

Los movimientos de los que hablamos son por supuesto acciones. Incluso cuando parece haber gratuidad, falta de finalidad, como en el juego, no dejan de hallarse profundas interrelaciones sociales llenas de ulteriores consecuencias (por ejemplo el juego une, anima, estimula, facilita).

Una acción es movimiento corporal que encuentra sentido en una cultura social dada, bien sea para darle la espalda (acción de rechazo o abandono), bien participando activamente en su construcción.

La misma sociedad es un colectivo de hombres en relación, comprometidos en acciones de producción, consumo e información.

Nuestro alto sentido de la individualidad no debe borrar el fondo de los otros, sin los cuales nosotros nada seríamos. Es por medio del grupo organizado como la persona puede brillar con la luz de sus ideales, es decir, el conjunto de objetivos o deseos más relevantes, jerárquicamente hablando, que realiza.

No sólo tenemos representaciones de cuerpo propio o particularistas, la mayor parte del mundo representacional del sujeto humano consiste en esquemas culturales del colectivo en el que vive inmerso: todas las situaciones de intercambio los poseen. Los conceptos acerca del funcionamiento social influyen en la emotividad, desde el temor al qué dirán, hasta el conseguir comida, prestigio, diversión.

Tanto es así que gran parte de lo que una persona anhela de la vida tiene que ver con ser un miembro aceptado por los demás: ser considerado miembro útil, valorado y funcionando como los ideales sociales de su ambiente predican. Todo ello forma parte de lo más hondo de las ansias de una persona, profunda razón de sus alegrías y tristezas, de sus amores, odios y miedos.

Cada época tiene sus propias propuestas. Nosotros somos herederos de los inventores del arte de amar, de la ciencia, de la ética del cuerpo y del espíritu. Esta herencia nos invita a desear ser excelsos en un sentido completo, al menos a aquellos en los que existe tal influencia , y en los demás de forma más atenuada o indirecta.

Ya es tarde para aceptar ser como los animales o los vegetales. Una vez mordidos por el saber de la cultura que nos llega a través de milenarias tradiciones, ya no podemos tachar la herida, y la única cura es la acción, no la resignación a una vida reducida.

Es desde esta visión del hombre que abordaremos la problemática de la ayuda, trabajando para aumentar la autonomía y el poder del sujeto para comprenderse a sí mismo y mejorar su acción en un mundo complejo en el cual la principal trampa son los errores, desconocimientos y contradicciones de su propia cultura.

Abordaremos el problema de la intencionalidad de los llamados síntomas o trastornos psicológicos, tratando de deslindar lo que en ello hay de responsabilidad subjetiva y poder de variación.

Introduciremos una teoría de la acción que sirva de base para entender diversos fenómenos problemáticos así como aspectos esenciales de la vida cotidiana en general, acortando con ello la distancia entre lo normal y el modelo médico de enfermedad psicológica.

Nos ocuparemos en desarrollar el marco de las relaciones de ayuda en el que los actores que la piden y los que la ofrecen se desenvuelven, tratando al mismo tiempo de esclarecer en que consisten los roles sociales involucrados y nuestra propia posición en tal asunto.

Analizaremos la influencia social que ejercen las teorías que estudian y pretenden ayudar a la población en su salud mental en la configuración de problemáticas, tanto por la presión exterior que ejercen sobre el individuo como por su actuación desde el interior en tanto cultura que ha asumido el actor; es decir, su falta de neutralidad o existencia inmaterial y su real implicación en la estructura de los fenómenos (cultura hecha viva por el sujeto).

Finalmente intentaremos una descripción de problemáticas psicológicas desde un modelo cognitivo del principio, fin y límite del acto que poco tiene que ver con las tipologías psiquiátricas convencionales, con la secreta esperanza de que lleguen a transformarse algún día a fin de incorporar una visión interdisciplinaria más abarcadora, y por otra parte defender los derechos de una psicología de la normalidad.

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