AGRESIÓN
©José Luis Catalán Bitrián
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La agresión es un proyecto, un trabajo, cuya finalidad es eliminar o neutralizar a un enemigo (u obstáculo material). Si pensásemos en la agresión como una emoción automática, causada por estímulos externos y sin participación conceptual en su regulación, ello nos llevaría a renunciar a los objetivos, estrategias y balance de resultados de los que un sujeto tiene conciencia cuando agrede para-algo, como al luchar competitivamente para ganar o cuando se lucha para obtener determinadas consecuencias del éxito de la agresión.

La calificación de enemigo, de adversario, se define en una cultura dada mediante un conjunto de reglas, así como la magnitud y formalización del odio adecuado para eliminar o neutralizar al adversario.

Las reglas para agredir tienen una serie de variantes, aplicables flexiblemente a las situaciones merecedoras de agresión. Las variantes típicas de la agresión son reconocibles tanto a nivel semántico como conductual. Si quisiéramos podríamos llevar a cabo una taxonomía de los términos conteniendo agresión, como el /debate/, la /critica/, la /mordacidad/, el /menosprecio/, la /pelea/, el /asesinato/, etc. En cada término encontraremos igualmente un conjunto de normas que regulan la agresión contenida.

En el /debate/ hay un tema central del que discutir, se establecen turnos y pausas, etc. Si nos saliésemos de las reglas de juego de un debate ya no estaríamos haciendo un debate, sino una pelea campal, pongamos por caso.

Lo mismo cabe decir de la crítica: mantiene sus distancias por arriba y por abajo con el insulto y la ironía.

El aspecto expresivo de las diversas agresiones también nos las harán reconocibles: el furor, la guasonería, el desprecio tienen sus gestos y un alcance calculable.

Las emociones agresivas que tienen nombre propio son bastantes, pero hay un aparato semántico insuficiente para cubrir la gama fenoménica, de aquí que en los intersticios de las taxonomías convencionales nazcan los vericuetos introspectivos en los que tratamos de expresar o entender lo que sentimos o sienten otros.

El /debate/ es una forma convencional y reconocible que las sociedad nos brinda, una forma aprendida de agresión. Ahora bien, todos los debates difieren unos de otros, y queda en la inconcreción cuándo viene a cuento hacer un /debate/. O podríamos preguntarnos algo todavía más general: cómo se llega a la calificación de adversario y cuándo se califica así a alguien o algo?. Podemos adivinar que como los temas, los motivos varían considerablemente: no se pueden dar reglas tan afinadamente exactas como las que especifican las formas prototípicas de agredir.

Tampoco podemos recurrir a cierto tipo de estadística que nos diera soluciones tipificadas, del estilo "la miseria suscita violencia": nos sirven a medias, o aclaran tanto como por otro lado oscurecen.

No tendremos más remedio que recurrir al deseo del sujeto para llegar a entender (y entonces sí que podríamos a continuación utilizar lo que sabemos de las ideologías sociales) lo que representa un obstáculo para su realización.

Esto es, el deseo no puede ser otra cosa que subjetivo, aunque posteriormente se objetive en la medida en la que deje de ser mero deseo para pasar al acto realizativo, y aun estando realizándose y todavía no cumplido sigue siendo subjetivo el sentido de la acción y por lo tanto a tiempo de ser arruinado por el enemigo.

Solamente al salir del haciendo hacia el hecho el deseo se convierte en objeto que es imposible arruinar como hecho (la actuación del enemigo ya no lo puede impedir hacerse). Lo mismo cabe decir respecto a los temores, que son deseos al revés.

Tanto el deseo como el temor constituyen proyectos entre proyectos, es decir, en el conjunto de proyectos del actuar humano se destaca aquél respecto al cual se presenta un obstáculo que se quiere eliminar.

La diferencia entre un deseo positivo y un temor consiste en que en el primer caso el sujeto quiere ganar inmediatamente o en un plazo, mientras que en el segundo caso puede perder algo que tiene o está en camino de tener. En la práctica el sujeto distingue netamente deseos y temores por la cuenta que le trae: juega a ganar y evita perder.

El deseo y el temor son impensables sin la orientación peculiar que les define, discriminando en el mundo la parcela de mundo con la que interaccionar. Tales distinciones tampoco podrían realizarse completamente sin la agudeza del trabajo y aprendizaje cultural, que no sólo abren el horizonte del diseño finalístico, la construcción de lo deseado o lo temido, sino que la mayor parte del tiempo aportan el camino, la forma de alcanzar el horizonte del deseo o evitar el del peligro a tiempo de caer en él.

La cultura del sujeto, el conjunto de información fruto de su experiencia, constituye la fuente instrumental de su actuar en el mundo. Como el vivir-ahora-actuando es la primera referencia para actuar en perspectiva (siempre en un instante hacemos sólo una parte de un acto, puesto que los actos tienen duración, sin que acabe de ser lo mismo el tiempo cronológico y el subjetivo, que puede contraerse o estirarse respecto del primero), tenemos un tiempo imaginario-futuro en el que se desenvuelve el acto completo, incluido su final exitoso, sintetizado en forma de información (ver el capitulo dedicado al final del acto).

En un minuto cronológico podemos desarrollar imaginariamente siete jugadas de ajedrez con las correspondientes respuestas del contrario, siete jugadas que en tiempo cronológico ocuparán media hora. Ello es posible porque la imaginación utiliza, valga la expresión, una realidad despojada de su densidad: no hay tacto físico de las piezas, ni distancia física que recorrer con la mano, ni espera de la reacción del otro, ni el contexto espacial que envuelve al cuerpo situándolo en el ambiente, en suma, toda la densidad de la realidad inmediata, con sus exigencias y limitaciones. La partida de ajedrez en imaginación maneja los mínimos rasgos del jugar real, de tal manera que el tiempo imaginario que corre dentro del real sea tan rápido que permita en la realidad actuar con los datos de las exploraciones anticipadas.

Es imaginariamente que antes de acabar un acto ese acto se desarrolla más o menos completamente. Nuestra cultura nos provee de la posibilidad de un acto, junto con la manera de resolverlo. Un acto, por otra parte, es uno entre muchos, y por lo tanto siempre que se actúa también se elige.

Nuestras informaciones imaginarias sobre actos son radicalmente insuficientes respecto de la realización espacio temporal de ese mismo acto: no bastan para que los actos se hagan de hecho, los tenemos que hacer con un trabajo cabal de realización en el mundo denso de nuestro cuerpo y del medio que nos circunda.

De todo lo dicho nacen tres modalidades fundamentales de obstáculos para los deseos y los temores, plataforma lógica de la agresión:
 

Obstáculos realizativos

Los obstáculos realizativos surgen de los desajustes entre los cálculos imaginarios de los actos y su concreta realización en el mundo.

Al ir a abrir una puerta nos la podemos encontrar atascada: esa trabazón nos detiene en tanto tenemos que resolver el problema para poder seguir haciendo lo que teníamos previsto hacer. El esquema informativo con el que abrimos puertas siempre lo tendremos que ajustar a la puerta concreta de que se trata. Unas veces el ajuste no presenta mayor dificultad, pero otras algo va mal y no podemos hacer lo que teníamos previsto en nuestros cálculos.

El mundo nunca nos es completamente dócil y esclavo a las más exactas predicciones, y por otro lado, al predecir casi nunca pretendemos otra cosa que partir de una guía segura, que siempre vamos rellenando sobre la marcha. Nos volveríamos locos tratando de planificar el más mínimo detalle. Aun con todo podemos descartar de este apartado las técnicas simples, pues aunque pudiéramos enfadarnos con una puerta, una silla o un bolígrafo que no funcionan como debieran, no es precisamente el tipo de obstáculos realizativos más relevante para nosotros.

Es en la medida en la que las manipulaciones simples de objetos se articulan en tanto medios al servicio de proyectos más ambiciosos, aquellos que más nos importan, o en la medida en la que entramos en el complejo mundo social, que nos encontramos con los obstáculos realizativos a los que daremos enérgica respuesta.

Habrá por lo tanto un punto mínimo bajo cuyo nivel los actos realizativos encuentren una normal resistencia, y encima del cual comenzará la alarma ante un nudo problemático capaz de arruinar nuestros planes. La gravedad del enredo es el criterio para calificar de peligroso el curso de los acontecimientos que nos contraría, y valga decir, el descarrilamiento, el desvio, nos hace adivinar la muerte de nuestros planes.

El dilema es el siguiente: de continuar el descarrilamiento muere el plan, si liquidamos el desvio sobrevive el proyecto. Esto es, se nos plantea una resistencia mortal para nuestro deseo.

Evidentemente, va antes darnos cuenta de que corremos peligro (reconocer anticipadamente el desvio que conduciría según el estado de cosas a la liquidación del plan) que reaccionar ante ése peligro optando por una solución.

El reconocimiento del peligro es un momento, (de duración subjetiva ) que es el miedo en acto. El miedo dura lo que se tarda en encontrar una respuesta adecuada a la amenaza del plan, y hay tres claves:

En lo que respecta a la agresión el punto mínimo de alerta mortal se mide en cada caso según un rasero ideológico. Para unos el ser pisados en el autobús implica una amenaza mortal para sus planes (su autoestima) y para otros no pasa de un normal incidente. Para unos una dictadura en un lejano país es una anécdota curiosa y a otros les impide continuar tranquilamente su normal existencia.

Partiendo del principio de que los planes de vida se realizan para volver la vida de cada cual lo más satisfactoria posible, el listón ideológico para la agresión no puede ser lo bastante bajo que nos hiciera estar continuamente agrediendo: una agresividad tan masiva implicaría una irresolución igualmente extendida de los planes. Tampoco puede ser lo bastante alto como para que la falta de agresión nos deje inermes, teniendo que renunciar a nuestros placeres más apreciados. Cada sujeto tratará de conseguir un adecuado equilibrio entre la necesaria lucha por la conservación y la necesidad de tener éxito en sus proyectos.

Los obstáculos realizativos vienen dados por la sorprendente reacción del agente cuya conducta estaba razonablemente calculada, y ello debido a su vez, a la insuficiencia del cálculo sobre el agente respecto a las variantes que produce la autonomía real del agente. Si el cálculo anticipatorio del otro fuera totalmente exacto, la agresión dejaría de tener sentido, puesto que nuestros planes, que buscan la máxima eficacia, contarían con las reacciones del otro de tal manera que nunca corrieran peligro mortal de arruinarse. Desgraciadamente, el mundo desborda el saber que tenemos de él, y en cualquier momento puede presentarnos una trampa mortal.
 

Obstáculos informacionales

Los obstáculos informacionales son aquellos que ya sabemos que son obstáculos de antemano, sea cierto o no ese saber, y contamos con ellos para diseñar la estrategia adecuada que los supere. De ellos vamos a enumerar tres cualidades importantes:

a) Puesto que manejan un tiempo imaginario (futuro, pasado, presente-ausente) puede ocurrir que:

-la agresión calculada anticipatoriamente esté basada en razones correctas o inexactas, en el momento oportuno o no.
-la corrección que los primeros pasos de la agresión nos permita resulte, de nuevo, correcta o incorrecta.
-el modelo previo normativo sea o no el precisado para la situación presente, y puede resultar ser o no ser incorrecto para los fines que se utiliza generalmente.

b) En la medida que emplean una estrategia direccional, las relaciones de distancia y reparto del objeto agredible pueden andar mal por:

-equivocación del lugar donde agredir
-reconstruir mal el móvil atacable
-no ver claro quién es el responsable de la acción calificada de adversa.
-ver como hostiles las conductas de las que se implican equivocadamente consecuencias adversas.
-inventar un enemigo inexistente o exagerar los rasgos del adversario haciéndolos más deleznables de lo que son.
-negar que se agrede o decir que agrede otro, cuando uno mismo lo está haciendo y se borra o transparenta.

c) El sujeto concretiza elecciones de cómo agredir (formalización del acto agresivo en correspondencia con lo que se quiere eliminar) sobre el fondo de su saber de posibilidades. De esta manera se decanta por el sentido acabado de la acción agresiva, ocupándose de rechazar lo que estorba porque no interesa, o es inconveniente, y aceptando conveniencias que colaboran al éxito de lo que pretende.

La diferencia y analogía entre obstáculo realizativos y obstáculos informacionales es que mientras los primeros son problemas imprevistos que surgen al pasar de lo imaginario a la realidad, los segundos, partiendo de las experiencias reales, imaginan problemas conocidos.
 

Obstáculos desestabilizadores

No existe un interés puro y estricto por una sola acción, sino que una acción necesita garantizar, cuando se destaca, el futuro de otras acciones. No nos hipotecamos totalmente en una sóla acción, porque continuamente tenemos que actuar.

Los obstáculos de desestabilización nacen de la complejidad del mundo deseante humano, de la sobreexposición de proyectos, o del conflicto agudo entre deseos contrarios.

Como llevamos adelante una empresa general de ser adultos según un ideal de adulto en una sociedad, podemos perder el punto de equilibrio entre los distintos deseos, haciendo que unos contradigan, e incluso ataquen a los otros. Esta situación favorece la ira de las partes entre sí, de forma que la falta de sintonía se transforma en una guerra de zancadillas mutuas, con lo que el nivel de auto-agresión aumenta, acompañado con la consiguiente desanimación.

El exceso de algunos actos regulativos del estilo de la crítica, la sospecha, el sacrificio, etc. que en un nivel adecuado son necesarios para la buena marcha del estado de asuntos, constituye otra forma de ferocidad injustificada y amenazante para la unicidad de la identidad del yo, y a su vez hay una oportunidad de contra-refutar el abuso criticando al crítico, sospechando del sospechador, sacrificándose de hacer sacrificio, etc., lides que acaban por acortar el desequilibrio. Este tema el lector lo podría ampliar en el capítulo de los límites, en el que se estudiarán las extralimitaciones.

La agresión puede ser técnicamente clasificada según el punto de vista de la velocidad en que se da y su adecuación al objetivo. Haremos un breve comentario de esta tipificación:

a) Agresión impulsiva

Es aquella en la que suponemos un mecanismo disparador de la agresión cuando era inoportuna, al menos en la intensidad precisada.

Se puede entender como un deficiente aprendizaje en el manejo afinado de la agresión, o bien por una decisión ideológica consistente en no ejercer ningún control sobre las intensidades, o por ambas cosas a la vez.

Si el sujeto no quiere (o no puede evitar) agredir y sin embargo agrede, arrepintiéndose después o asombrándose de las consecuencias, estamos en presencia de una deficiencia estratégica.

Si al sujeto no le importa agredir, sabiendo que no es necesario a un determinado objetivo el hacerlo, o incluso goza con el abuso agresivo, se hablará de psicopatía o sadismo.

Lo que nos parece específicamente problema de la velocidad lo mostraremos mediante un ejemplo: supongamos que por una fruslería a alguien se le escapa la mano y pega una bofetada. El mismo movimiento realizado a cámara lenta daría tiempo a una elaboración sobre la pertinencia de la acción y bajar la mano antes de asestar el golpe. Podemos pensar entonces que la elaboración pertinente de una acción impulsiva inhibe dicha acción si se diera antes o justo al iniciarla, y culpabiliza al sujeto si va después de realizar la acción. Una acción agresiva, según el criterio de la velocidad, es pertinente si los antes y después implicados e implicantes están en su lugar correcto.

b) Agresión espontánea

Su elaboración es rápida, antecedente y pertinente a los objetivos. Pudiera parecerse, por lo limpiamente desencadenada, a la agresión impulsiva, pero se diferencia de la impulsión en los efectos que produce en el sujeto ejecutor, complicando la última las finalidades a cumplir y la primera dejando paso a reacciones eficaces para los objetivos trazados.

c) Retardo ineficaz

Podríamos equipararlo a una acción a cámara lenta, típica del estar aprendiendo. Una acción cuyo aprendizaje no está asimilado, que está en curso y que por ello le falta la elegancia de lo dominado correctamente.

Las formas más elaboradas de utilizar odio en una agresión se complican con la multiplicación social de la ética y de la ciencia. El obstáculo en la ética es el mal y en la ciencia el error, como es sabido. Por lo tanto los sujetos, al heredar una cultura ética y científica determinada, se ven obligados a tomar posiciones entre las posibilidades en juego en cada momento histórico (cada marco histórico concede una gama de posiciones que el sujeto es libre de tomar, que varía de uno a otro momento del transcurso histórico).

Quienes no quieren elegir porque tratan de evitar la molestia de enemistarse con alguien, no garantizan su inmunidad diplomática, puesto que eligen los huecos entre posiciones. Tampoco puede decirse que dejar de pretender elegir sea una solución: la elección proviene de actuar el mundo social, y por su propio pie no viene aquello que requiere ser conquistado por el trabajo que realiza los proyectos en el mundo.

Por otro lado el mundo, para el sujeto que actúa, siempre es nuevo, y si bien puede partir de la pretensión de conocerlo, ello no impedirá que su orden lo tenga constantemente que renovar, lo cual conducirá a formar de otra manera el puzzle. Mientras no ocurre ese reajuste frente a la novedad puede intentar convencerse de que están bien las cosas como están y vegetar en esa cómoda ceguera de creer que el mundo no se mueve, pero se mueve!, e incluso él mismo, desde la pretensión de inmovilidad, lo hace mover.

En los procesos de cambio que un sujeto emprenda cuando quiera mejorar con la ayuda de un agente analista, indudablemente se van a ver atacadas, agredidas unas posiciones en favor de otras supuestamente mejores.

La fórmula de agresión adecuada al análisis es la crítica, cuyo obstáculo a eliminar es el error. Pero también la crítica hace jaque a posiciones éticas y estéticas, en las valoraciones de apertura o cierre de la sensibilidad o del bien y el mal hacer.

Claro está, el ataque de una posición se hace, en el caso de una crítica cuya función última es propiciar una mejora, desde otra posición aceptada como superior, a diferencia de otra clase de crítica que intentase crear una superioridad no concedida de antemano. La superioridad de la posición del analista proviene de los saberes sobre habilidades estratégicas, fundamento del don posible de mejora. El sujeto desea el don de saber mejorar que el analista le proporciona con su trabajo retribuido mediante negociación, con lo que concede al mismo tiempo permiso para ser agredido, esto es, criticado para que 'mueran' unas posiciones en él y se de curso a otras mejores (por eso hablamos de mejora y no de pérdida de tiempo o de estafa).

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