LOS ENUNCIADOS DEL ANALISTA Y DEL SUJETO
 
©José Luis Catalán Bitrián
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En tanto los discursos en análisis versan sobre enunciados, son susceptibles de ser criticados en su valor de verdad o de error(1). La crítica se conforma como una acción intencional, integrada por su articulación al saber de que se trata, y emocionalmente expuesta.

Al calificar de verdadero o de erróneo un aserto, menejamos un saber que se hace saber. El efecto de hacer-saber funciona como un acto perfomativo que orienta el sentido de lo que se dice.

De ahí que surjan múltiples sospechas cuando se pretende decir-verdad mientras se está sintiendo. Pensando lo peor, podría verse a quien analiza como una especie rara de Gules, demonios-hembras que toman formas seductoras para engañar a los caminantes extraviados y luego beber su sangre; o también podríamos ridiculizar la ingenuidad pueril con la que el analista haría una confesión de buenas intenciones.

Odiar el error y amar la verdad es algo que conforma el ideario ético científico. En cambio puede resultar chocante subrayar que estamos hablando de amor o de odio, puesto que aparte de los eureka! que acompañan los éxitos de investigación o los enconos contra teorías rivales, la emoción es mal vista, al menos cuando es sentida ostentosamente en el cuerpo, aunque pueda tolerarse benignamente cuando es lo más parecida a un signo, donde la cosa está sólo referida.

Pero la emoción, esté visiblemente mostrada o señalada de paso en un breve gesto puritano, acompaña a los conceptos lógicos de verdad y error, que no sabrían por sí solos quedarse o irse si no se los busca o elimina, acciones que responden al prototipo de amar y odiar. En muchas ocasiones el científico se da cuenta de que se apasiona, pero se asombra después de su amor. Es una especie de amante incomprendido que interioriza una presión social que lo juzga extralimitado. Incluso puede llegar a sentirse culpable, y a menudo se muestra frio con una vehemencia que le delata.

El hecho es que no se anima la verdad sin amarla, como no se pueden coleccionar mariposas sin la mejor obsesión amatoria, ni se puede rechazar el error sin sentir una repulsión ética equivalente a la sentida por un peligroso enemigo.

Si se puede hablar de lo pusilánime del científico, ello nos lo permitiría su vergüenza en confesar sus amores y sus fanatismos, lo cual no es tan raro, pues nadie parece querer reconocerlo: es algo parecido al pudor de ser visto en el excusado. Digamos que el científico no transige con la pasión, y que puede llegar a morir por la causa de la razón, situación que genera no pocas revulsiones espasmódicas. La manera que tiene un científico de no sufrir a menudo consiste en dividir la verdad, especializándose en un tipo de verdad y desentendiéndose de otras verdades, como quien se desentiende de la complejidad de la vida.

La ciencia, como institución, sujeto colectivo, sociedad anónima, club, tradición, partido, de cualquier manera que se quiera nombrar al conjunto de veri-dictorios (concepto establecido por Greimas(2)) que conforman su cuerpo social, se configura a través del decir-verdad, y además, en tanto se trata de un actuar, a través de su querer-hacer y su poder-hacer, modalidades que acaban de perfilar las instituciones con sus peculiares normativas.

La ciencia quiere abarcar el mundo, pero el mundo le desborda, se tiene que conformar con no ser el mundo. No le cabe más remedio que coexistir con otras instituciones.

Las relaciones entre las diversas organizaciones y la ciencia podrán ser de complementareidad, inclusión, exclusión, etc. Es lo que se quiere dar a entender, con tono de acusación por estafa, cuando se dice que el científico "tiene su ideología", como quien estuviese diagnosticando un cáncer.

Una manera menos aparatosa de decirlo sería afirmar que no sólo es científico. Lo justo sería considerar que la ciencia tiene una configuración social por sí misma y que, como toda organización, entra en contacto con otros sistemas éticos, con otras normativas, como podrían ser las referentes al mundo de la estética, del buen uso, de la paz y bienestar sociales.

A su vez, la ciencia también puede ocuparse de otros sistemas de valores, tomándolos como objeto de su discurso sancionador de verdad/error, sin que ello los agote y dejen de tener su existencia independiente. Puede dedicarse a clasificar modelos sociológicos de relación entre los sexos: su trabajo puede resultar clarificador, y ni su actividad se confunde con la de la sexualidad, ni el estar incluido él mismo en lo que estudia le impide estudiar.

Al participar en organizaciones ajenas a las de la ciencia, en tanto parte interesada, el científico llega a influir favoreciendo coexistencias y provocando exclusiones, y ello en la medida de que las verdades cosechadas y los errores combatidos son retomados en dichas organizaciones que instrumentalizan la ciencia como medio.

Por poner ejemplos. Eliminar el error de que un homosexual es un enfermo, o el de que el verdadero órgano sexual de la mujer es sólo la vagina o sólo el clítoris, va a incidir profundamente en el porvenir de las relaciones con aquellas organizaciones que toman partido por la homosexualidad, así como en reconocer las consecuencias tiránicas a que conduce negar la importancia del clítoris en la mujer o bien el exterminio del coito heterosexual con penetración si la vagina no formase parte del órgano sexual de la mujer. Si la aportación científica está al alcance de todos, acaba por constituir un saber de la población que incidirá en la política de la vida cotidiana.

Un punto polémico es el descrédito, la sombra que sobre la ciencia cae cuando se abusa de ella utilizándola para exterminar o degradar las condiciones de vida. Mientras el saber científico aumente el poder de quien lo instrumente, nada garantiza que acabe prestándose a los fines más censurables, pudiendo suceder que la perfidia pueda agrandarse más que nunca. Si bien sería injusto cargar al científico con la responsabilidad del bien y del mal, al menos en tanto científico -ya que posee una responsabilidad pública- no está menos excusado que ningún otro humano, y como individuo configurando la organización social puede tomar una postura ética que le parezca justa.

Pero aún posee otro medio de intervenir mediante su saber sobre el terreno de las finalidades colectivas: puede calcular los efectos de la posición que subsume su saber, colaborando con ello a neutralizar los posibles objetivos erróneos al iluminar consecuencias consideradas mayoritariamente funestas.

Esta última posibilidad es la que pueden desarrollar mejor las ciencias antropológicas, así como el estudio del bienestar social en sus múltiples facetas.

Interesa, por lo tanto, tener en cuenta el ideal científico a la hora de pensar en un buen aliado para resolver problemas cruciales para todos. De cualquier forma, la labor potencialmente positiva que pueda desempeñar la ciencia en el qué-hacer social es algo que ya está inicialmente contemplado desde el momento en el que existe un considerable apoyo en la vida social a las organizaciones científicas.

El querer-hacer científico cuenta con una organización institucional de considerable amplitud y complejidad. Cuanto mayor sea su crecimiento, más se multiplicaran los intereses institucionales.

No es extraño que el acrecentamiento de tales intereses comience a parecerse a lo que se entiende por partido, con las mismas constelaciones típicas de los partidos, como las luchas por la hegemonía de las corrientes internas, la flexibilidad o rigidez de sus normativas, etc.

Este rodeo por la institución científica, que viene a aclarar que el analista critica el error y subraya la verdad, nos devuelve ahora a los enunciados como situados en el conjunto de partidos, instituciones, normas, modas, ideologías en suma, y el analista interviniendo sobre todo ello mediante la sanción de su saber, definido por la búsqueda de soluciones ciertas.

El sujeto que analiza su saber-hacer con el analista como aliado que le ayuda viene, detrás de sus demandas, organizando el saber en sus distintas variedades; el analista al que contrata para una intervención de transmisión de saber, también organiza el saber que coloca en juego en la situación presentada según pautas previas.

Si se propone como científico, el analista actua como un sujeto que media entre las instituciones del saber de las que se ve alimentado, garantes de las posibilidades de su actuación, y el saber organizado por el sujeto a raíz de sus peculiares asimilaciones, que entre otras cosas le conducen al planteo del problema que se trata de analizar.

Es decir, si bien las relaciones son interpersonales, los sujetos en juego eligen sus deseos sobre el fondo de los posibles sociales, entre los que se encuentran como miembros instituyentes.

En un sentido todos los sujetos son analistas en potencia, que comparten por lo menos el mundo del que hablan, aunque lo hagan desde su posición. Es lo que hace posible el acto de transmisión, gracias al apoyo de la referencia, a lo conocido por los sujetos y hasta cierto límite compartido. La comunicación se soporta en las informaciones anafóricas a lo supuesto-sabido por el otro.

Este es el modelo, y no es coincidencia azarosa, del hacer científico veri-dictorio: cuando se escribe un texto se incide en una especie de enciclopedia móvil, en el producto constantemente re-tomado del conocimiento, cuerpo repartido reticuladamente en forma de libros, revistas, registros, y cuya cohesión viene dictada por una semiótica puesta en circulación a cada momento por un sistema de señalamientos, convalidaciones, correcciones, anulaciones y aportaciones, señales legalizadas, a su vez, por las normas aceptadas internamente por la sociedad científica y que están en renovación continua.

Las instituciones científicas, por otro lado, ya tienen sus propios mecanismos de trasmisión, ademas de los de constitución. Es decir, que lo instituido es puesto a disposición de los sujetos a través de instituciones especializadas de transmisión y enseñanza.

Uno de los criterios por los cuales se imparte enseñanza es el que pivota alrededor del eje sancionador de la vigencia y la renovación. En la medida en la que la institución científica crece, las organizaciones defensoras de sus intereses son más poderosas socialmente, y ello conduce a la oficialidad de la vigencia teórica. Las donaciones públicas avalan económicamente el reconocimiento de la función teórica justificando, -justicializando también- la aparición del profesional del saber, sobre todo en aquellas parcelas de probada utilidad colectiva.

Los proyectos científicos se hacen de tal envergadura que necesitan ser sostenidos integrándose en la complejidad social, lo cual hace cobrar todo su peso a las instituciones que configuran, al mismo tiempo que entran en la dinámica de las aspiraciones al poder en pugna.

Si entonces añadimos lo que entraña la problemática profesional a las mismas disputas por la vigencia teórica, tendremos un cuadro más aproximado de lo que se juega en la figura del analista-profesional-científico frente al no-profesional.

En tanto profesional, el científico realiza un servicio social y un resguardo de su función viene dado por los motivos por los que sus ofertas contactan con demandas, en una complementareidad adivinada de antemano. Los usuarios de sus servicios están dispuestos a consumir, ni más ni menos, que un saber garantizado oficialmente.

La garantía oficial puede consistir desde el prestigio de determinado grupo que defiende una teoría, hasta la que emana de las más altas jerarquías de organización estatal. Esta valoración oficial consiste en un mínimo académico, y no en un acabado para siempre de un saber científico.

La ciencia de academia es la que se instrumenta en el rito iniciático a la profesionalidad.

Desde el momento en que no es un producto acabado corre el peligro, constantemente, de ser renovado, aunque por ser la ciencia vigente, por predilección, va a resistirse a desaparecer. En el intervalo de eliminación y restitución de la vigencia proliferan los partidos de confrontación, que son aquellos que aspiran a organizar el saber académico. Los guardianes de las teorías vigentes pueden tornarse celosos e inflexibles, por miedo de perder los privilegios que ganaron, prestigio y dinero fundamentalmente.

La dinámica de inclusión/exclusión académica genera la red de instituciones sustitutivas que aspiran como proyectos sociales a la expansión de su poder de convicción.

El profesional, que se inició academicamente, se perfila en su alternativa teórica siguiendo las pautas por las que fue destinado o en alguna otra corriente aspirante a la hegemonía en la que encontrar la máxima dosis de poder.

Con las consideraciones que anteceden queda patente esa relación que hemos propuesto en el apartado de los enunciadores entre querer-hacer y poder-hacer del científico. Nos interesa ahora añadir que estos procesos se juegan en los micro elementos individuales configurando como sujetos humanos las organizaciones colectivas.

El analista-profesional-científico, visto en esta perspectiva, es un teórico a la búsqueda de un sosten hegemónico que le otorgue el máximo poder. El uso de ese poder (sobreentendidos los de status social y económico) consiste en poder-hacer-saber sobre lo que un sujeto necesita saber.

La relación entre el sujeto y el analista, por consiguiente, supone una diferencia de poder por la cual el sujeto cree que el analista posee un poder mayor que el suyo. Es más, se sabe que ese poder ha de ser ejercido desde que se acepta la relación, y precisamente por eso: de aquí surgirá un constante vigilar discreto a propósito de cómo se va concretando, lo cual tiene formas de explicitarse.

Localizado el saber del analista en su conexión real con las instituciones del saber, teorías vigentes o que lo aspiran, lo cual entra directamente en la semiótica científica cuando realiza actos de aceptación, anulación o transformación de su Corpus, nos falta aclarar el problema que suscita dar el status de analista al sujeto que es analizado, cuando al mismo tiempo decimos que hay una diferencia de saber y poder a favor del analista profesional.

Llamar analizador al sujeto que es analizado por un analista, es considerarlo como sujeto que participa en el universo de la semiosis científica, si no totalmente al menos como parte interesada.

Para nosotros, la razón principal de que todo sujeto sea considerado como analizador consiste en que piensa, selecciona teorías de todo tipo y que, además de regularse por tales elecciones, pretende para gran número de ellas el carácter de verdaderas. Sea con intención sincera o mentirosa, lo que diga un sujeto puede ser falseado o confirmado en tanto se soporte sobre saberes controvertibles.

Los saberes aprendidos o concluidos por el sujeto tienen sus fuentes de emisión y sus mecanismos de deducción, que el analista puede detectar, explicitar y confrontar con sus propias teorías adquiridas, funcionando como delegado-pedagogo de su teoría.

Los antiguos hindues tenían dos conceptos diferenciados para el poder mágico del brujo, el origen de ese poder, Patañyali, que para nosotros es el saber-hacer, y la obtención por el sujeto del poder junto con el permiso de ejercerlo, los siddhi, que equivalen al poder-hacer-saber en tanto vuelve al hacer del analista una práctica avalada socialmente.

El saber del analista se distingue del patañyali en que no es poder absoluto, ni una especie de energía o virtud que se posa por gracia divina en ciertos elegidos, es un saber-más-que-ninguno, un máximo saber: es un juicio sobre quién en un territorio delimitado es el más sabio. Para obtener el rango de sabio no caben tampoco siddhi especiales: la iniciación a la sabiduría del saber-hacer es el aprendizaje, la formación profundizada y tenaz que se consigue con la realización de la ambición de saber.

Trataremos ahora de ejemplificar mínimamente grandes géneros de enunciados sobre los que versa lo dicho en la relación analítica:
 

Enunciados históricos

El sujeto, para ser comprendido, necesita presentar su historia, para lo que tiene a su vez que organizarla(3)

-La puede organizar como un fichero de datos importantes, y la única ligazón entre ellos es la mera sucesión de lo considerado significativo. Esta actitud es equiparable a un modo de entender la historia como un conjunto sucesivo de fechas y acontecimientos, tal como se da en los historiadores eventualistas. Este tipo de historiador tiene una versión empobrecida de la historia, al desconocer articulaciones condicionantes y estructuradas.

-Habrá quienes presenten una historia montada, articulada, pero con lagunas, huecos lógicos que hagan sospechar la exactitud de algunas relaciones, o bien conclusiones que el sujeto no hace con los datos de los que dispone. Por otro lado, la historia que relata el sujeto la dicta teniendo en cuenta su ideología y talante actual, lo que da pie al analista a manejar su saber sobre ciertos sesgos ideológicos o estados posiblemente deformadores, como ocurre con el enfado, la depresión, etc. Una persona deprimida lo ve todo negro, o quien todo lo que vivió lo descalifica no valora algunos méritos (abuso de la crítica). El analista, en este tipo de situaciones, funciona como un historiador que construye críticamente la historia, basándose en colegas que le precedieron y de los que toma, corrige, relaciona datos.

-La historia se puede construir falsamente sobre modelos reductores de la realidad, por ejemplo al entender todo lo que sucedió sobre el eje de la economía, la educación familiar, el sexo, la herencia, la influencia de los astros, la presión social. O a partir de hechos claramente delirantes, como creer que a los diez años me asesinaron y resucité en otra persona que hizo esto y lo otro.

-Otro tipo de historia que podríamos considerar es la de los enunciados ya emitidos en la relación analítica, y que sirven de soporte referencial al discurso cuando se continua en el tiempo. Esto es lo que ocurre cuando se hacen balances, pronósticos, reconsideraciones, o se emplean frases como "cuando decíamos tal día tal cosa".
 

Enunciados en futuro

Este es el terreno de los deseos, los proyectos, las obligaciones y las expectativas temerosas.

Siguiendo la semiosis común, por proyectos se entienden objetivos prácticos a medio o largo plazo, o consignas a las que se obliga el sujeto; y por deseos, objetivos placenteros a corto plazo. Se dice que se tienen deseos eróticos y proyectos de matrimonio, como si expresarse diciendo que se tienen deseos matrimoniales sonara a impaciencia y prisa.

Nosotros propondríamos el término de objetivo como el concepto general que incluye todo tipo de anticipaciones futuras. Estos objetivos se tratan de alcanzar, eliminar, evitar, explorar, etc de manera que según la situación lógica se utilizará preferentemente los términos de deseo, odio, defensa, curiosidad, etc.

Cuando deseamos entretenernos acudiendo al cine, donde proyectan una película que describe la fuga de una cárcel, las secuencias que veamos de la fuga poseen su entramado lógico característico:

[estar encerrado y vigilado -> burlar la vigilancia -> escapar]

Esta misma secuencia podría ser un proyecto que tendría una persona que estuviese realmente presa, lo que quiere decir que no solamente basta un trazado de acciones imaginadas para definir un proyecto, tal como las de la película, sino que en el caso real debería querer-hacerlo, querer realizarlo como cuando quiero divertirme viendo el film y realmente eso es lo que hago.

No importa que el proyecto se quede en el aire, será entonces un proyecto que no fructifica, o que estando en curso se atasca, o que en resumidas cuentas fracase. El éxito o no del desarrollo concreto del proyecto no altera la condición de proyecto del querer-hacer.

De tratarse de las obligaciones, podríamos preguntarnos si el deber-hacer es también un querer-hacer.

Efectivamente, la obligación es un querer-hacer desprovisto del capricho efímero del hedonismo: permitiéndose o faltando el placer, está garantizado el hacer.

Hay en la obligación una cláusula de compromiso que se añade (y no que niega) al querer-hacer por encima de los inconvenientes no pertinentes al fin o prescindiendo incluso de las conveniencias.

El respeto a la letra pactada de lo que interesa hacer dirime cualquier pleito de jerarquía con otros proyectos, de manera que va antes que cualquier otro que pretenda usurpar su lugar de privilegio.

Hay obligaciones placenteras, dolorosas, odiosas, temerosas: no importa tanto el eje de la euforia/disforia como el de la prescripción/prohibición, que más que aclarar asuntos de placer dirime temas de orden, resolviendo la duda de qué hacer antes de qué.

Si en una ciudad hay toque de queda y alguien tiene ganas de ir a visitar a un amigo al otro extremo de la ciudad, va primero no salir de casa, respetando la prohibición -en el supuesto que se tomase esta decisión, claro está- que salir a visitarlo, por lo que al recorrer la secuencia anticipada de salir fuera tendrá el sujeto que re-plegarse al punto de partida, llegando a la conclusión de que eso no lo tiene que hacer ahora.

En la opción de que hubiese salido a visitarlo por la mañana y estuvieran dando una vuelta hacia el atardecer, tendrían que volver a casa a la hora del toque de queda: en la prescripción se impone una acción que se ha de realizar perentoriamente antes que otras que podrían sustituirla en base a criterios diferentes y con cierta validez relevante.

Las obligaciones pueden ser acciones que no se cumplen, o que estando en curso no son todo lo correctas que debieran, o que habiéndose realizado resultan contrariadas en lo que se proponían.

Cuando las obligaciones son sabidas, pero no pasan a concretizarse, puede ello ser debido a olvido, incongruencia, protesta o rebelión. También la razón por la que se asume una obligación puede variar, desde el convencimiento hasta la utilidad, así como puede provenir de un pacto con otros o consigo mismo.

Las expectativas temerosas son objetivos con igual derecho que los deseos placenteros o los deseos odiosos. Podemos proyectar cómo conseguir un placer, cómo eliminar a un enemigo, pero también podemos proyectar cómo evitar algo horroroso, anticipar una desgracia, por ejemplo, que nos aterroriza, y prefigurar bien que tal vez acabemos siendo víctimas de ella, o bien que logramos salir bien parados.
 

Los otros en los enunciados y como enunciadores

Los otros que están presentes frente a mí tienen características diferentes de los que están ausentes, muertos, son inexistentes, y a los que me puedo referir mediante el lenguaje e imágenes.

La presencia del otro puede ser más o menos intensa. Así estando a muy poca distancia de él todos mis sentidos, toda mi conciencia se vuelca sobre él, pero también el otro puede equivaler para mí a la presencia insignificante de los muebles que me rodean, una cuasi cosa.

En ocasiones resulta difícil establecer si estamos ante presencias. Vista la ciudad desde un helicóptero, aquél volumen es una persona o una moto aparcada? Podemos considerar presente al otro cuando tenemos de él tan sólo la voz transmitida por el teléfono? Y si aceptáramos que el prójimo está presente al otro lado de la línea, porqué no considerarlo presente en una pantalla de televisión en un programa en directo?

A estas presencias dudosas les exigimos algún signo característico de la situación de estar-frente-a-otro, como por ejemplo contestarnos a nuestras preguntas a medida que se las hacemos, o moverse cuando lo estamos mirando realmente.

Hay un límite en el que el otro ya no está presente, sino re-presentado por la mediación de las imágenes o de la palabra. Es lo que sucede con "La familia de Jordaens en un jardín" en la pintura de Jordaens, con el agravante de que es una familia fallecida y su presencia no es hallable en un encuentro frente-a-frente. Al enseñar una foto de mis hijos a un amigo que no los conoce, le propongo una imagen que apunta a una familia ausente, aunque en otro momento se los podría presentar.

Pero, qué diríamos del ángel que aparece en "La sagrada familia" del Greco portando una cesta? Existe o ha existido la presencia a la que ostentosamente apunta la imagen? En las quimeras sólo puede existir la pura representación, puesto que en ser representación sin presencia a la que aludir consisten. El cuadro podría estar señalando a una familia en el acto amoroso de mostrar a su hijo recién nacido, pero el signo del ángel la vuelve familia sagrada como a un hombre se le puede santificar colocándole sobre la cabeza una aureola.

Si además concebimos la presencia del otro en acción, la representación de las acciones complejizan la discusión. En un cuadro vemos una lanza en manos de un guerrero en una determinada pose, pero la acción de matar al enemigo al que se dirige la lanza en el fragor de la batalla, lo inducimos, de manera que lo que tenemos de la batalla es en realidad un constructo edificado a partir de unos trazos en la tela, y lo que sabemos de la batalla no está enteramente en el cuadro, como el bombardeo de Guernica que nos imaginamos con Picaso no está en el cuadro. El constructo compuesto de imágenes e implicaciones lógicas es lo único de lo que disponemos para acceder a una batalla de la que estamos excluidos, como nos sucedería si nos cuentan lo que pasó en una reunión a puerta cerrada, donde la única manera de abrir la puerta es con la imaginación.

Si bien, en honor a la verdad, tampoco estamos pretendiendo en tales ocasiones estar ilusoriamente dentro de la batalla o de la reunión. Lo que queremos es saber acerca de un hecho sucedido, y para saber basta la leve sombra de lo que fue o de lo que es.

La historia de los otros es una condensación de sus presencias, un esquema degradado de una realidad vivida, empaquetado en forma de información. Las informaciones, sin embargo, son decisivas para saber lo que nos interesa de las presencias inaccesibles ahora mismo.

Lo que llegamos a imaginar utilizando imágenes, palabras, como medio de lograr saber lo que queremos en función de lo que deseamos, nos sirve en presente para hacer lo que hacemos.

Al leer las Coplas a su padre de Jorge Manrique podemos llegar a imaginar los sentimientos de duelo que sintió, y ello lo logramos, opcionalmente, sin necesidad alguna de imaginería pictográfica de la época. Podemos sentir ahora aquella pena por intermedio de la poesía, y tal saber de la pena de Jorge Manrique está en función de lo que ahora deseamos, por ejemplo, si estando deprimidos por la muerte de un familiar utilizamos la lectura de las coplas como medio de exaltar la hondura de nuestro dolor actual, o bien, si somos amantes de la literatura, como medio de profundizar el saber sobre la vida.

Lo que nos interesa de los otros no tiene porqué ser un hacer escueto, puede importarnos convocar lo que sentían, sintieron o sentirán, toda la gama de sensaciones y especulaciones, todo lo que los novelistas llaman el universo del personaje.

Jorge Manrique no está aquí y ahora, los sentimientos de pena no están, tampoco, en el libro. En cambio afirmamos que "Jorge Manrique siente pena por la muerte de su padre". No lo vemos reflejado en un rostro frente a nosotros, sino que lo sabemos gracias a la información que nos proporcionan las Coplas. La pena la asignamos a Jorge Manrique, es suya, aunque se trata de un propietario representado. Distinguimos lo suyo y lo nuestro tomando una posición, un partido respecto a lo que nos re-presentamos, y eso al mismo tiempo que nos lo representamos, en un único acto de conciencia. Por un lado reconstruimos su pena, por otro lo hacemos desde nuestra posición: nuestro deseo actual de profundizar en la vida o de cultivar la tristeza que se grava en nuestro rostro.

La posición frente a un otro-imaginario es frente a esa presencia hecha de saber, pero como el saber es mío, de esa su sombra, yo me lo guiso y yo me lo como: no hay nada inevitable en la aparición del otro-imaginario como lo sería si realmente llamase a la puerta.

Al llamar alguien que ni siquiera espero la iniciativa es suya, pero si me lo imaginara, porque anticipo su llegada, pongamos el caso, la iniciativa de que ese otro llame a la puerta es mía, pero llama él, puesto que mi iniciativa consiste precisamente en que un otro-imaginario llame.

Las acciones que un otro imaginario hace, yo las convoco, yo las busco, yo las represento, independientemente de que en otro momento el otro haga realmente lo que yo cuando imagino le hago hacer sin que esté haciendo nada verdaderamente, o bien lo haya hecho en el pasado y lo esté recordando. Yo soy responsable de lo que imagino del otro en pasado, presente y futuro, pero no de lo que correlativamente hizo realmente, hace o hará mientras imagino.

Supongamos que el año pasado insulté a un amigo que, desde entonces, me retiró su amistad. Ahora me imagino que mi amigo está ofendido conmigo. Me re-presento su indignación para arrepentirme. En éste momento puedo imaginar que él realmente está, no está o dudo si está indignado, lo cual es mi hipótesis, pero tendré que comprobar si tenía razón en que estaba todavía ofendido o no, o si vacila.

En el caso de que exista un decalage entre lo imaginado y lo real, lo imaginario muestra claramente su fraude. Pero cuando acierto, bien porque me ajusto a lo acontecido, o porque acierto en lo conjeturado, pudiera confundir el saber-en-ausencia con la presencia a la que apunta el saber.

La representación cierta y la que acierta hacen las veces de las presencias tan bien o mejor, para lo que interesa, que la mismísima presencia, lo cual no es tan descabellado si recordamos que, en contrarréplica, de las presencias frecuentemente sólo queremos saber algún rasgo que nos interesa.
 

Imaginaremos ahora un supuesto dialogo entre un sujeto y su analista para comentar al filo de las frases todas estas relaciones que hemos ido exponiendo.

a) Qué haces?

-Soñar despierto.

c) Qué sueñas?

-Hacer cosas

e) Qué haces?

f) -Nadar en la playa con mi mujer, ella me hace bromas.

g) Eso sucedió?

h) -El verano pasado

i) Lo quieres hacer ahora?

j) -Ahora no, en vacaciones. Tengo ganas de que lleguen.

Qué haces?

Es una pregunta por el hacer-ahora, que tiene su punto de inicio en el presente, aunque el contenido refiriese al pasado, futuro u otro presente-ausente.

Si el sujeto al que se interpela está recordando algo pasado, primero recuerda-ahora, con su cuerpo esculpiendo los rasgos de su posición para recordar: está triste, sonriente, concentrado a mirando a un punto indefinido.

La postura de la conciencia es una especie de elección de qué decir, pensar, fantasear, sentir, el acto que se asume ahora.

Frente a otro podemos prescindir de ocuparnos de él, y fantasear que nadie nos comprende, poniéndonos melancólicos y ensimismados al pensarlo: nada nos obliga a pensarnos incomprendidos. Ni es que primero lo pensemos y como respuesta nos ponemos tristes, ya que el acto de aislarnos del otro fue una decisión propia que desechó la posibilidad de hacernos comprender y deliberadamente fuimos al encuentro de una tristeza justificada con una conclusión de la que declinamos la responsabilidad.

Estar tristes pensándonos incomprendidos es un mismo acto simultáneo, sincrético, que no se puede escindir entre pensamiento y emoción. Sin tristeza no nos pensaríamos injustamente incomprendidos, como un reproche no puede hacerse sin algo de odio. Ni sin incomprensión podríamos sentir tristeza, a la manera que sin Drácula no nos asustamos.

Drácula y la posibilidad de muerte son conceptos unidos, al igual que sucede con cualquier tipo de amenaza física y la angustia. La única forma de no sentir miedo pensando en Drácula es sabiendo que es una fantasía, una leyenda sin verdadero peligro.

Cuando se trata de la fantasía el sujeto maneja su saber cómo padecer o disfrutar, para contarse una historia que pasando por real parezca que produce efectos desde-afuera. Pero tal afuera es ficticio, al no existir el referente de la fantasía.

Desarticular una fantasía contraproducente es devolverla a su verdadero adentro: el sujeto padece o disfruta tan sólo porque decide verse como se ve, y si quiere, puede apelar a lo que realmente sucede para dejar de fantasear.

Hay fantasía cuando no es cierto el presente ausente frente a mí o edificamos un presente falseando el que tenemos frente a mí, como en el caso de creer ser incomprendidos siendo así que el otro está dispuesto a atenderme si no me retiro, si no precipito mis conclusiones sin dar lugar a una prueba que confirme o no la expectativa temerosa y pesimista.

Soñar despierto

Es un di-vagar, un vagar sin hacerlo de hecho. Hay una complacencia en el apostar por un mundo imaginario donde la imagen no está al servicio de apuntar al mundo real sino que es explotada la capacidad de acceder a un mundo inasequible ahora o siempre.

Ya no es un medio de saber sobre las existencias, sino un fin por sí mismo, un abuso de saber que no se somete a su función de transformación del mundo. Es la coartada de la utopía para justificar el olvido de la opacidad del mundo. El abuso de saber puede llegar a devorar el hacer al que teóricamente debería someterse (darse un gusto, hacer exploraciones y preparativos mentales), pero en un uso comedido proporciona una dimensión estética o constructiva al hacer.

Qué sueñas?

Es una pregunta del interlocutor que trata de cerrar el paso a la salida del mundo en su tramposo huir del hacer-ahora, que es la principal manera, la más contundente, de estar en el mundo.

Hacer cosas

Un hacer algo que no estoy haciendo verdaderamente, implica verme a mí mismo en fantasía. Sólo un yo-irreal puede hacer cosas irreales y estar en un mundo-irreal.

Pero el yo-imaginario puede ser verídico, verosímil o acertar cuando recuerda o anticipa acciones.

La imagen del pasado es una reconstrucción hecha con el saber, y la del futuro es inventada también a partir de datos conocidos.

El saber riguroso prolonga, expande el presente con fragmentos ciertos y acertados que nos permiten actuar según nuestra experiencia previa y según nuestros objetivos.

Probablemente, sin expansión del saber el ser humano no podría sobrevivir. T. Sturgeon, en su novela "More than human" plantea una metáfora del "hombre güestalt", una simbiosis entre diversos personajes: el bebé mongólico que piensa, unas gemelas juguetonas, un hombre de acción. Quien actua es ayudado por los traductores del bebé, quien es el sabio, pero que no puede actuar. Siguiendo esta metáfora, podríamos suponer que la acción del hombre consiste en una güestalt donde hay saber, sentimientos, percepción presente, etc. La acción cobra su perfil pertinente gracias al saber, a la representación en sentido general. Por lo tanto se tratará de distinguir saberes de representación, los unos ciertos o acertados, y los otros inexactos o inciertos.

En el punto a) discutíamos la verdad o falsedad de un hacer-ahora, cuyo signo ostentoso está a la vista frente a nosotros. Ahora estamos considerando la verdad o falsedad del saber con el que se re-construye el mundo.

Pero, no es éste el problema de la ciencia?. El científico construye hipótesis que cobran valor de verdad en la medida en que son verificables y falseables.

Gran parte del saber transmitido por la cultura pretende basarse en la cientificidad, es decir, en lo verdaderamente probado, lo cual nos plantea a su vez que si bien no todos los saberes con los que nos manejamos son rigurosos, ello no invalida los éxitos alcanzados desde que éramos primates de la sabana, y que la ciencia actual continua la evolución de la especie aumentando su saber verdadero(4).

La ciencia tendrá diversos niveles, los unos harto complicados, accesibles a unos pocos estudiosos, y otros niveles estarán al alcance de todos y serán utilizados en las acciones cotidianas, formando parte de la cultura asumida por una sociedad.

Qué haces? (imaginariamente)

Es una pregunta por la acción imaginaria, por aquella que desempeñan actores de una historia imaginaria, como los personajes de una película.

Esta historia se puede caracterizar:

e.1.

Porque la historia imaginaria sustituye al ahora. Aun cuando transcurra en presente es en verdad un condicional, un haría-si, una acción sustituta de la que estoy haciendo.

e.2

Cuando la historia va en pasado reconstruye un tiempo que ya no existe, pero que existió. Lo que existió tiene todavía una huella en lo que transformó del mundo que tenemos ahora y que lo que nunca existió nunca pudo provocar.

Esta huella, para nosotros suele consistir en el saber-conocido, esto es, en tales ocasiones rendimos cuentas de nuestro saber en una especie de ejercicio contable.

Si existencias falsas pasaron como existencias ciertas, la influencia que tuvieron tales fraudes, sin dejar de serlo, habrán tenido un peso en tanto fraudes, provocando tal vez lagunas de existencias-ahora a las que no accedemos por basarnos en datos inexactos.

Un otro imaginario del recuerdo colocado en la escena de la historia y que dice, el sujeto le hace hablar en un simulacro del habla, ya que no es real, aunque pueda ser cierta en lo que refiere a los requisitos del saber que expone en ese remedo de diálogo.

e.3.

La historia anticipada apela a una inexistencia que probablemente existirá, y acierta en la medida en la que el saber utilizado para pronosticar es cierto, verificado.

Cuando la anticipación no es tan sólo una adivinación, sino que es un deseo, la situación cambia, puesto que lo anticipado incluye una producción no acabada del sujeto pero que pretende realizarla. Se trata del sentido más fuerte de intención: en la medida en la que los medios estén al alcance del sujeto, las estrategias que diseña y las condiciones de satisfacción se van cumpliendo, las habilidades constructivas son más creíbles y nuestra confianza en ellas nos permite darle mayor crédito a las afirmaciones-anticipadas.

Hacer imaginariamente

Hacer imaginariamente cuando el otro sabe que fabrico ahora ese hacer-entonces o hacer-después, si fuera el caso, es jugar als ob, el como-si de Bertalanfy, explayar los propósitos o los saberes conocidos.

El sujeto, apoyándose en algo que sucedió o en algo que inventa, imagina, hace que su mujer le haga bromas. Si su mujer le hace bromas en las imágenes sonríe correlativamente, elige una versión, como también eligió hacerle-hacer bromas. Muy bien podría haber elegido, por ejemplo, hacer que se peleara, o que las bromas fuesen más bien burla agresiva que reflejo de amor: en esta última versión también se basaría para ello en algo acontecido o que inventa con los materiales cognoscitivos a su alcance.

El sujeto lo que imagina es una escena completa, una secuencia en perspectiva. Dado un inicio elegido, el desarrollo posterior, es libre o está sujetado a las condiciones de partida?. Un novelista comienza una historia con unos personajes y una situación, luego las peripecias pueden variar al gusto, con un grado menos uno de libertad, y si se desea conseguir una coherencia mínima se ha de respetar la congruencia con la constante inicial para que el resto tenga un desarrollo verosímil.

Pero actuar con esta estrategia no es imprescindible. Se puede abandonar una novela cuyos planteamientos no convencen, o alterar el inicio para ajustarse a un desarrollo que lo sobrepasa, o incluso explotar las contradicciones, como hizo Virginia Wolf en "Orlando".

Hay libertad para novelar, aunque el trabajo práctico de novelar se ve favorecido por el respeto a las limitaciones de lo inicialmente planteado, ya que es necesario tal ajuste para acabar una historia.

También podríamos considerar otra serie de elecciones, estas no de coherencia sino del género de intertextualidad. Como el novelista, el sujeto prefiere escribir historias negras o novelas rosas. Se puede establecer un género de historia a partir del conjunto de historias conocidas.

El hacer imaginario, como escena-completa, plantea lo cierto o lo acertado del saber escenográfico, la verosimilitud y pertinencia de las escenas respecto a lo que se propone el sujeto con ellas. La propuesta del sujeto habrá de ir, por otro lado, a buscarla a partir del hacer primario (hacer-ahora) y continuarla agotando todo-lo-enunciado.

Eso sucedió?

-Es la pregunta que indaga por el saber que se utiliza para construir la re-presentación. Es una interrogación sobre la procedencia del material imaginativo.

- Así, la escena de la playa se podría proponer bien como recuerdo, bien como presente-condicional, bien como objetivo futuro o, finalmente, como mero divagar. Siempre éstos cuatro tipos parten de un hacer-ahora.

- En este momento del diálogo, al interlocutor le parece más plausible, sin estar completamente seguro, que se trata de un recuerdo. Más bien tendríamos que decir que es una sospecha, incluso podríamos pensar que planteada con mala fe: el sujeto divagaba, estaba ensoñando, y no exactamente recordando.

- Claro que tal regodeo en una historia con encanto que encandila al sujeto frente a mí, desconectándolo del diálogo de interacción, puede tener que ver con un saber, y ese saber es conocido o reconocible, pero no es reconocido ni claramente postulado como pensado, y ni siquiera se puede decir que esté recordando para complacerse con el recuerdo.

- Es decir, partiendo de que el material imaginativo, el cuadro, los trazos de la tela, pueden tener una procedencia recordable, se le induce al sujeto a cambiar su hacer primario: no divagaba sino que recuerda, basándonos en que el saber escenográfico es aprendido en la historia del sujeto.

= La verdad es que si el sujeto llega a recordar es porque el interlocutor le produce-ahora un cambio de énfasis de su hacer, y se aviene a hacer lo que el interlocutor, con su pregunta, le sugiere hacer. Las preguntas que apuntan una solución, aunque sin aseverarla, toman partido, y en ese sentido se decantan en un grado de afirmación. Este grado afirmativo en la pregunta es menor que si se aseverara, por ejemplo, pero es mayor que si la pregunta se neutralizase: por ejemplo, si demandase cual de los cuatro tipos de hacer, si presente condicional, pasado, futuro o suspendido en el tiempo, cuenta para él.
 

Futuro

El sujeto propone, por último, un proyecto futuro, y nos podríamos preguntar si es que no estuvo en juego desde el inicio.

- A la claridad del querer-hacer típica del proyecto se llega por una serie de propuestas que van siendo descartadas.

- No sabemos bien si el proyecto nace claramente por la intervención del interlocutor o si el sujeto ya lo tenía, olvidándose de explicitarlo convenientemente delante del otro (frente a los demás, para ser asequibles, tenemos que traducirnos adecuadamente), o si la complacencia en el diseño era un balbuceo de proyecto que no acababa de dar el paso del querer-hacer y se quedaba en mero remolonear en una escena placentera.

- Las vacilaciones van acompañadas de interrogatorios policíacos, pero al final un cierto alivio por la definición del asunto compensa el intríngulis en el que tanto el sujeto podría transparentarse en la imagen como el interlocutor manipular las intenciones del sujeto: es un terreno resbaladizo que puede justificarse en la medida en que no se convierta en un abuso, como por ejemplo sucede con el psicoanálisis, que entroniza al policía que aprovecha toda fractura, todo titubeo para inducir directamente otra propuesta igualmente enajenante para el sujeto que las que trata el psicoanalista de combatir, como son las "intenciones inconscientes". Para aclarar las cosas dudosas del otro no hay que imponerle una versión nuestra, con el pretexto de que es la suya disimulada entre la confusión.
 


1. Un análisis semántico de las formas del enunciado conlleva extender el sistema de las pretensiones de valizez a campos específicos donde los criterios hacen referencia a la justicia, conveniencia, inteligibilidad, veracidad, etc. de los enunciados. Esta ampliacion aparece en el libro de Jürgen Habermas sobre la racionalidad, en la traducción francesa, "Thèorie d l'agir communicationnel", ed. Fayard, pág. 55 y ss.
2. A.J. Greimas, "Sèmiotique et sciences sociales", ed. Seuil, Paris.
3. Ver una interesante presentación de la historia como relato en Paul Ricoeur, "Temps et recit ", ed. Seuil, Paris.
4. Siguiendo alguna de las tesis de E. Morin sostenidas en "El paradigma perdido", ed. Kairos, Barcelona 1974.

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