VERSIONES SOBRE EL SÍNTOMA
©José Luis Catalán Bitrián
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Hemos descrito someramente cual era la visión psicoanalítica del síntoma: desconectar la significación que posee para el sujeto, sustituyéndola por otra que se presume reprimida en el inconsciente. Esta significación rechazada es la causa determinante del síntoma. El proceso que conduce desde el trauma eficaz al síntoma, se realiza mediante mecanismos de conversión o de defensa. Esto es, el síntoma es contemplado al mismo tiempo como expresión de una intención inconsciente y como defensa frente a ella. Se lee en el síntoma una expresión simbólica de los conflictos, pero se trata de un simbolismo que no es social, como las convenciones del lenguaje, sino interpretable, descifrable por un revelador.

Nosotros hemos ido presentando una alternativa crítica a esta posición, cuyos puntos principales podríamos resumir:

-> El síntoma no puede separarse de la significación consciente que posee para el sujeto en su contexto presente.

-> La pretensión de verdadera causalidad que asigna Freud a la intención inconsciente reprimida, es rechazable, puesto que el concepto de intención inconsciente se basa en el desprecio o deformación de lo que el sujeto retoma-ahora del recuerdo o cuando sus sistemas conceptuales dan cuenta de cómo diseña sus acciones, en las que el síntoma formaría parte de una constelación de la situación actual, aunque se creyera lo contrario.

-> Los mecanismos de defensa, represión, etc. tienen sentido cuando se entienden en su acepción operativa corriente: defenderse ante un peligro señalado por el sujeto, oponerse a lo que se desea evitar.

-> El síntoma sólo se expresa a sí mismo, y su lógica está en coherencia con el conjunto de posiciones existenciales del sujeto, incluidos sus fracasos y sus déficits, y por lo tanto no hay discontinuidad de la conciencia.

-> El psicoanalista pretende desvelar el saber que el sujeto no quiere saber, pero para nosotros de lo que se trata en todo caso es de una transmisión de saber, desde la óptica teórico-ideológica del que sabe. Un sujeto se beneficia del trabajo de ayuda por el hacer-saber de un profesional. El saber que se instrumentaliza pretende ser el de una ciencia psico- sociológica que otorga poder a la conciencia del sujeto humano, y no una magia que por la liturgia del mago intermediario asigne el poder-hacer a una instancia en la que se extrañe al sujeto, renegando de su imputabilidad de hombre libre.

Trataremos ahora, a la luz de nuestra alternativa, y bajo su perspectiva, de caracterizar las actitudes psicoanalíticas, que como ya hemos insinuado no dejan de darse, sin tanto tecnicismo, en los mismos sujetos a los que se ayuda.

El síntoma, para Freud, es una especie de delegación diplomática en una conciencia hostil a la verdad: hay que disimular con tiento las diferencias de intereses, incluso pretender que se desea lo contrario que se desea. La conciencia, al recibir toda clase de insinuaciones, viene a ceder con disimulo bien estudiado a algunos de los deseos de su enemigo. De modo que el hecho de ser la conciencia bien pensante se convierte en el chantaje de cobertura para lograr satisfacciones cómplices, que de ser desenmascaradas tendría que rechazar en nombre de sus reglas morales.

De aquí no falta mucho para considerar al hombre como un mitómano que necesita creer en sus propias mentiras para ser creído por los demás congéneres, igualmente confabulados en una descomunal mascarada.

La autenticidad queda excluida de la razón pensante, y relegada a las oscuridades desde las que el inconsciente mueve impunemente los hilos estratégicos, y cuyas celadas logran someterla. La conciencia se limitaría a obedecer de una manera ciega y psicópata las órdenes del inconsciente, que obtendría de esta guisa un éxito asegurado.

El psicoanalista se nos presenta como una especie de héroe de la verdad. Trata de sorprender la representación teatrera no atendiendo a la trama, sino siguiendo la música del acordeón de las asociaciones libres, estudiando los elementos de deshecho, como olvidos, lapsus, palabras sandwich que entrarían en las descripciones de la retórica de no faltarles la intención perlocutora, la búsqueda de un efecto deliberado en el oyente.

Sorprendiendo los agujeros, fallos, fisuras del lenguaje, el psicoanalista se sonríe creyendo haber descubierto un fingimiento bien estudiado. La disyunción entre un relato normal, con el cual el sujeto decide integrarse en el mundo social, y un relato parásito que desvela algo que infecciona el buen decir, configura el mecanismo formal del chiste, efectivamente, como muy bien ha mostrado Violette Morin, siempre que el chiste lo sea como acción: pero el psicoanalista escucha chistes a costa de los déficits de un sujeto como quien se ríe no de un showman sino de un ciego que tropieza.

Persigue al sujeto en sus olvidos, debilidades o abusos, y éste acecho recuerda al de Sócrates, sobre todo porque a costa de lo que los otros no saben explicar suficientemente va construyendo una coherencia iluminadora. Dirá que mientras indaga no sabe lo que busca, simplemente tiene la certeza de que su método garantiza un encuentro con una verdad.

Ya que un código condiciona una escucha, y así por la noche todos los gatos se vuelven pardos, se encontrará una prueba acusatoria donde se inventa una por excesivo celo metodológico. En un momento u otro se impondría juzgar la verdad de una teoría que hipotetiza un proceder mental: pero para ello no constituye una prueba acudir al sistema de escuchar que se ha empleado.

A. Moles ha calculado que la tasa de redundancia(1) para el francés es de cerca del 55%, lo que significa que si se suprime al azar un 55% de unidades significativas, un mensaje puede ser mínimamente comprendido. Esta propiedad del lenguaje formaría parte de las habilidades de las que dispondría el hablante para autocorrección de errores, ajustes a la realidad concreta comunicativa, y super-explotación de sus recursos. Para asegurar que la disminución de la expectativa respecto a un mensajes tienda al mínimo la cantidad de información que se transmite en un contexto dado suele anular la ambigüedad del mensaje. De ésta forma se garantiza un "grado cero" en el que el mensaje es comprendido. Claro está que lo que un sujeto dice en el grado cero de su habla, al psicoanalista no le interesa mucho: concentra su atención precisamente en los lujos redundantes.

Si nosotros definimos como función retórica (un término más adecuado que el de Jacobson de función poética)(2) como el campo de fenómenos que ocurren fuera del grado cero, podemos formalizar éstos en un cuadro de las posibles figuras retóricas, tal como lo ha intentado el grupo (3)Çmás formalizadas del estilo de la escuela, sino también a las más informales, como la moda, las costumbres, los medios de comunicación.

Si el sistema global de saber se redujese a una subjetividad solitaria, tal patente limitación sólo nos permitiría, y mal, elucidar parcialmente el funcionamiento del saber, aquel cuyo circuito es el mismo sujeto re-flexionado, lo que sabe o no sabe de sí mismo. Este nivel de análisis no es el más general, desde luego, ni siquiera el más productivo.

Tanto el concepto de lo no-sabido a nivel particular, que acabamos de anotar, como el más general que se da en las relaciones de intercambio, se contradicen con el que ha difundido el psicoanálisis.

Uno de los puntos en el cual podemos encontrar una incompatibilidad consiste en que la transmisión de saber del psicoanalista pretende ser una 'develación', es decir, que mientras que para psicoanalista se trata de un saber del sujeto que él simplemente se dedica a reflejar en el espejo para que sea visto, nosotros pretendemos una definición más exacta de la situación de análisis haciendo mediar el trabajo elaborativo de quien dona-saber, esto es, su óptica ideológica en acción.

Trataremos de mostrarlo a través de una discusión sobre una de las costumbres típicas del 'develador', la interpretación hermenéutica de símbolos.

Es cierto que tenemos símbolos, como la palabra /bandera/, que refiere a la patria mediante un código establecido. Pero para ser comprendida ésta correspondencia de [bandera == patria] se necesita un acto de habla concreto, que nos haga distinguir que estamos diciendo algo de la patria y no de un regimiento militar, al que también en otra ocasión podríamos llamar por sinécdoque /bandera/, o podríamos estar refiriendonos en argot a una mujer de vida alegre, a "una mujer de bandera".

El lenguaje concretado en el habla nos suministra una información precisa de a qué nos referimos y qué decimos de ello, lo cual elimina en buena dosis los equívocos de la polisemia de las palabras tal como las presentaría por ejemplo un diccionario, que sólo contempla posibilidades de habla, recogiendo distintos usos de una palabra sin dar uno por único.

La univocidad de la significación viene posibilitada no sólo porque el código de la lengua muestra las posibles maneras de hablar correctamente, sino porque podemos utilizarlo para que las intenciones del sujeto que habla se hagan comprensibles a un interlocutor mediante un mensaje específico, y precisamente ese mensaje.

Las reglas para que un mensaje esté bien construido desbordan el marco de lo gramaticalmente correcto, sin lo cual no podría entenderse porqué la frase "una gallina surcaba el cielo orgullosamente" no tiene sentido, aunque sintácticamente sea similar a "una gaviota surcaba el cielo orgullosamente, que sí lo tiene debido a que a diferencia de las gallinas, las gaviotas surcan los cielos en realidad.

Frente al mensaje de un sujeto su interlocutor tiene una idea precisa de lo que se le quiere decir; a saber, que vio volar a una gaviota, que su vuelo le pareció orgulloso como si se tratara del aspecto de un hombre digno, que el volar era como el surcar cuando se aran las tierras; para no extendernos resumiremos diciendo que el interlocutor logra captar un hecho que se refiere y cómo ése hecho es considerado por el sujeto. Logra concebir de forma suficiente una intención, gracias a la posesión de un una serie de reglas interpretativas.

Las reglas interpretativas, para tener éxito, deben respetarse de una manera convencional, puesto que de lo contrario no podríamos saber lo que un locutor quiere hacernos llegar si sus expresiones no contasen con el hecho de que comparte un código compatible con el interlocutor (lo que sucede por ejemplo en las metáforas demasiado personales que utilizan a veces los psicóticos).

Así, la terminación verbal nos informa de que la acción se desenvuelve en el pasado, o la palabra /gaviota/ en el contexto donde aparece nos informa de una determinada ave, una de cuyas propiedades es que vuela. Sabemos que una gallina no puede volar como una gaviota por los cielos sino a lo sumo a ras de tierra.

Hay reglas convencionales de fácil asunción, del estilo de las que acabamos de comentar, pero también las hay que exigen condiciones adicionales especiales, tales como poseer un dominio lexical. Quien sabe de gaviotas deben entender algo de surcos, y viceversa. Este tipo de condiciones ayudan a entender que en un contexto de aves volando por el cielo una palabra primariamente incongruente con él como /surcar/ sea interpretada como congruente con el volar, y que incluso ese uso sea lo suficientemente establecido como para permitir decir, además de que la gaviota volaba, que se está poetizando, e incluso de una manera un tanto tópica. El interlocutor es informado de que se está hablando poéticamente (sentimentalmente si la poesía se degrada a lo tópico) debido a la marca que representa la palabra /surcar/ empleada como /volar/ y por /orgullosamente/ como término traído desde un orden etico-estético antropomórfico.

Si aceptamos que se dan éstas y otras operaciones que nos dejamos en el tintero como conjunto de condiciones interpretativas, podemos avanzar en la problemática de la traducción simbólica considerando ahora el caso en el que el interlocutor, a pesar de poseer el código que el sujeto supone que tiene cuando construye una expresión, emplea deliberadamente un código lector distinto.

Para precisar mejor tal situación vamos a aceptar que el interlocutor sabe cual es la intención del sujeto al comunicar su frase, pero niega que esa sea 'la verdadera', no porque el sujeto quiera deliberadamente engañarle, sino porque está convencido de que el sujeto 'no-sabe' que la verdadera intención no es la que intenta comunicarle.

El interlocutor sabe lo que el sujeto quiere decir con que una gaviota surcaba el cielo orgullosamente, es más, sabe que el sujeto de buena fe trata de comunicar exactamente lo que parece, pero aunque su expresión le resulte correcta bajo el punto de vista de la intención que el sujeto quiere imprimir, el interlocutor está convencido de que por alguna razón el sujeto ni expresa lo que verdaderamente intenta, ni su intención es la que corresponde en verdad a lo que expresa. Es por ésta doble negación que el interlocutor propondrá otra expresión dando cuenta de la verdadera intención del sujeto.

La duda que tenemos a continuación consiste en la pregunta siguiente: cómo sabe el psicoanalista a-partir-de la expresión original que era necesaria una re-interpretación no literal?. Si bien /surcar/ y /orgullosamente/ poseían como vimos un carácter de marcas que debían interpretarse de una forma congruente con el volar de aves en el cielo, lo que nos proporcionaba un extra informativo acerca de las emociones que sentía el sujeto viendo volar gaviotas, o más exactamente, relatándolo a alguien, cual es la marca para que sea re-interpretada toda la frase como una especie de alegoría?

No hay ninguna señal presente en la expresión que lo permita, puesto que hasta las alegorías la tienen: se nos informa en ellas de unas relaciones que tomadas aislada y literalmente no tienen sentido (los animales hablan, desempeñan acciones impropias de su naturaleza, etc.), pero tomadas en una totalidad homogénea denotan vinculaciones a modo de ejemplo que se aplica en otro orden de cosas (la rebelión de las ranas frente al pájaro tirano es lo que puede hacer el pueblo frente al líder sometedor, por ejemplo). En la alegoría hay, por lo demás, la intención de provocar un efecto, e incluso se dan las pistas para una interpretación deseada, resaltada por el rodeo retórico.

Así, en una escena del film "Le chien andalou" de Buñuel aparece una persona arrastrando penosamente con unas cuerdas las Tablas de la Ley de Moises, un piano,.. Podemos comprender el mensaje: el hombre se ve dificultado a avanzar en la vida por la moral y el arte conservadores.

En nuestra frase nada indica que se trata de una alegoría, y la significación literal alcanza para expresar una intención del sujeto que desea comunicar. Por lo tanto, cuando un interlocutor falsea la intención de un sujeto sin justificarse para ello ni el la expresión textual ni en la intención de emplear esa expresión, entonces la creencia de que lo que el sujeto intenciona no es verdaderamente lo que intenciona es una afirmación gratuita. En todo caso la intención del sujeto le sugiere al interlocutor otra intención diferente, pero no se la puede atribuir al sujeto.

En la actitud reveladora que denunciamos se escamotea deliberadamente que la intención que el mediador aporta es suya. Al hacerla pasar como perteneciente al sujeto se lava las manos de esa responsabilidad, y puede llegar a convencer al sujeto de que la asuma sin haberle concedido la oportunidad de pensarla como un querer-decir de un otro frente a él.

Esta es la forma de provocar una obediencia a la teoría del interpretador, puesto que se las arregla para disimular la situación de transmisión de saber, que como ya hemos señalado en el capítulo dedicado al análisis de la transmisión de saber, implica a conservación del rol analizador en el sujeto en cuanto paciente que recibe las plusvalías del trabajo elaborativo de un agente transmisor.

Al sujeto que se le revelan sus propias intenciones se le hace inventar y probar unas teorías, incluidas aunque fuera implícitamente, que en verdad pertenecen al código teórico del interpretador.

Todo esto guarda una semejanza de estructura con lo que, no especialmente el psicoanalista, sino cualquier otro puede hacer en un momento dado al hacer tergiversaciones acerca de sus propias intenciones. La lectura tremendista de un deprimido puede llevarle a confundir, por ejemplo, el temor a tener impulsos criminales, homosexuales, suicidas, nacidos de la pura especulación, con pruebas de la existencia de tales impulsos.

Supongamos que tengo un miedo atroz a que de pronto me posea un impulso, un loco descontrol, de clavar el cuchillo a mi hijo: para evitar en lo posible tamaño desatino agarro el cuchillo para que no se escape. De donde me saco el impulso, el deseo asesino? Efectivamente, como deseo no existe, sólo como temor de que aparezca repentinamente, sin más ni más, en un momento imprevisto como al pelar una manzana. Pero si bien no puedo reconocer la marca, la traza, el recuerdo de tal impulso, en cambio interpretaré que la forma vehemente con la cual retengo el cuchillo para que no se me escape se soporta no en una intención defensiva sino en un deseo horroroso que asoma. Esta creencia me llevará a tener por más cierto la existencia del impulso asesino contra más cosas haga para escaparme de él. Y conforme más irracionalmente me empeñe en confundir deseo y temor más enfermo me creeré, puesto que sólo una enfermedad, algo ajeno a mis intenciones, pienso que puede explicar lo que está sucediendo, sobre todo si un médico me confirmase mi hipótesis.

Frente al decir-verdad estafador se erige el territorio de las normas científicas. La ciencia 'actúa' como si se tratara de un sujeto, aunque se trata de uno hipotáxico, esto es, constituido por sujetos de carne y hueso que lo animan organizándose en un querer-hacer colectivo, en un proyecto de decir-verdad sin mentiras ni errores ni sofismas retóricos, y que planifican su poder-hacer mediante instituciones sociales. Podemos permitirnos la licencia de hipostasiar un sujeto cuando está claro que no lo es como una persona, empleando una forma rápida de entendernos. Es la manera como Polichinela actúa como marioneta: creamos un títere y lo animamos manejando los hilos para crear la ilusión de autonomía del personaje, lo cual, sobreentendiendo que no es exactamente lo que parece, nos permite acceder a un juego con enseñanzas positivas y fruiciones. Podemos permitirnos hablar de que una sociedad anónima ha tenido tal actuación económica, o que un gobierno hace, promulga, o un Estado aglutina, regula, o una economía produce, causa..

Como cada sujeto humano pertenece en mayor o menor medida al conjunto de los saberes, se ve involucrado en los diversos territorios que ordenan, cohesionan, seleccionan el saber. Aunque reniege de las tomas de partido, se aleje de las polémicas y sueñe con estar más allá de lo que desprecia como ruin interés por la hegemonía, no puede evitar pertenecer a un sistema político del saber que le incluirá como posición.

En cuanto a la calificación de la teoría simbólica psicoanalítica estamos de acuerdo con las tesis de Tzvetan Todorov(4), que clasifica al psicoanálisis al lado de hermenéuticas como las de la exégesis patrística o rabínica medievales, en las que la doctrina oficial dogmática de la iglesia re-interpretaba el texto literal de los pasajes sagrados con recursos simbólicos, alegóricos, analógicos, etc. allí donde para sostener la verosimilitud y coherencia del cuerpo doctrinal necesitaba eliminar una fisura que no abonara las tesis vigentes.

Esta sería la actitud del psicoanalista. Si criticamos algunas tesis que sean necesarias para la teoría o el método, se nos puede objetar que "nos resistimos simbólicamente al reconocimiento del padre". En la psiquiatría biológica existen también dogmas anticonciencia, que llevan a desconocer la implicación del sujeto, los profesionales y la cultura en general en los síntomas. Y los sujetos que padecen los síntomas practican una hermenéutica respecto de sus propias intenciones y decisiones, en numerosas ocasiones influidos por la educación que han recibido de su propio ambiente cultural (esto último suele aceptarse fácilmente aplicado a los hombres llamados "primitivos", pero hay una resistencia considerable a la hora de pensarlo para las antropologías occidentales)

Para el teórico es un ideal encontrar un sistema inexpugnable a la crítica, pero en ocasiones se construyen artilugios sofisticados para no entrar en crisis cuando se refutan sus hipótesis.

Cuando el ser humano tiene que estudiar un problema, situación que muy bien puede nacer de lo complicado de su aventura, se ve obligado a actuar considerando-previamente lo que puede obtener de su acción. Los resultados pueden ser contrarios a lo anticipado, lo que llevará a corregir las estrategias, cambiar las finalidades, renovar los esfuerzos. No se puede deducir del hecho de que el hombre tenga problemas y fracasos una ineficacia sustancial de la conciencia que, por supuesta vanidad, no quisiera reconocerlos. El hombre no ha conseguido todo lo que quisiera, pero sus logros son indudables desde los tiempos remotos de su evolución. Es algo que debería inclinarnos a la moderación. Ni tenemos porqué ridiculizar sus aspiraciones ni porqué creernos perfectos.

En cambio Freud es declaradamente pesimista en cuanto a los méritos del hombre, es un contumaz enemigo del "narcisismo" de la conciencia. Algo iría mal en el hombre, y la sospecha de que sus conquistas son gloriosas a costa de no querer ver lo abyecto de su derrota, encontraría una confirmación en el azote del síntoma, y con igual insidia en un simple olvido o en el descuidado relajamiento del sueño.

Esta voluntad de castigo a la bondad del hombre encuentra acérrimos colaboradores en Nietzche y en G. Bataille, un precedente y un continuador de la tesitura freudiana. Nunca desde los tiempos babilónicos de Osmuz y Ariman ha habido difusores tan pertinaces de la necesidad de aproximarse al mal para reconciliarnos con nosotros mismos.

Bataille encuentra la miseria humana, para citar un ejemplo, en la falta de honestidad al evitar la mirada al dedo gordo del pie, al esputo, a la deformación grotesca, como si la contemplación de lo que juzgamos horrible fuese a hacernos reencontrar nuestra auténtica realidad olvidada y el resto fuesen juegos de artificio(5).

Si describimos éste talante como excesivo es porque creemos que no son necesarios los adalides del mal, y ello lo pensamos basándonos en el convencimiento de que el ser humano no vive un perpetuo y falso american dream, sino que está lo suficientemente anclado en la limitación como para que no sea legítimo su intento de buscar un aumento de bienestar.

Algo de cierto hay de las imposturas humanas, cobardías, contradicciones, hipocresía, todo lo peor del hombre; ça existe, pero todo ello, en la práctica cotidiana, conduce a un fingimiento tal que hablemos de alienación ciega y completa, de una reducción de la conciencia, o es todavía una libertad del ser, por más monstruoso que parezca?

Es frecuente ver en nuestra sociedad al ser humano alienado en un papel social, volcándose en una faceta y arruinando el resto de su riqueza personal; el espectáculo dantesco de terror y la fuerza todavía está presente; los señores de la guerra, el abuso de poder, los privilegios de nacimiento, los juegos serios que se juegan despojados de goce compartido; en suma, falta una estructura generosa de amor que trace los vínculos sociales. Pero cabe insistir en ello: todo es descaradamente intencional. No será más bien que Freud comienza a delatar las teatralidades, incluidas en ellas su arista más cruel -como un contribuyente a la lucha por un ideal sublime- para a continuación aliviarnos de la responsabilidad de ser-así-como-somos y echarle la culpa a mecanismos inconscientes?

Aun viendo de cerca los estragos que en las personas creaba la ética victoriana, no deriva de ello tanto una crítica al sistema social como opta por una semi-liberalización, psiquiatrizando las contradicciones ("Psicopatología" de la vida cotidiana..), cayendo en una especie de laisser-faire, una escéptica aunque resignada conservación de lo establecido.

Hay también en Freud una gesta del espíritu similar a tantos extravíos religiosos, utópicos o místicos que han poseído a hombres con una especial ansia de encontrar una clave universal de comprensión de lo humano. El devenir de la Autoconciencia hegeliano, los círculos de Llull, el amor del primer motor inmóvil a sí mismo de Aristóteles(6), han sigo -entre otras- grandes vislumbraciones que ancladas en un eje iluminador han difundido una luz a todo lo demás, una claridad meridiana y sistemática, un sentido a la multiplicidad desquiciada.

Qué inmenso poder-saber acerca de los grandes enigmas, y qué goce encontrar una forma teleológica de ordenar lo concreto!. La intuición primera resuelve la regla con la que acceder con seguridad aplastante a los problemas, que van triunfalmente hilvanándose, proporcionando una deliciosa fruición de conquistadores.

Freud ya tiene, hacia la época que escribe "La Interpretación de los Sueños" su maquinaria de pensarlo todo bajo el punto de vista del poder-del-inconsciente. El resto tiene por límite tal origen, al igual que el novelista que partiera de su esqueleto de mundo, por más fantasioso que fuera su relleno, tendría unas reglas de coherencia para desarrollar su novela. Ha visto lo que nadie pensaba que podría suceder.

Ha atravesado el otro lado del espejo y nos ve mirándonos opacamente sin verlo a él. Y cómo nos va a remediar la ceguera?: permitiéndonos ver lo oculto que hay a la vista ingenua de la mirada.

Pero la acultación, la trampa, la cinta, el truco, se delatan solos?. No, ciertamente: está de por medio la interpretación hermenéutica, que no es tanto la exposición convincente de una razones como una habilidad de decir haciendo que el otro adivine... la teoría ejemplificada.
 


1. Ver el concepto de redundancia en "Sociodinámica de la cultura", ed. Paidos, Buenos Aires 1978, pág 123 y ss.
2. R. Jacobson, "Nuevos ensayos de lingüística general", ed. S.XXI, pág 83 y ss.
3. Dubois, F. Edeine, J.M. Klinkenberg, Ph. Minguet, F. Pire, H. Trinon, "Rhétorique Géneral", ed. Larousse, Paris 1970. Ver también Investigaciones Retoricas II, "Retóricas particulares", revista Communications n 16, ed. Seuil. Paris.
4. Tvetan Todorov, "Symbolisme et interprétation", ed. Seuil, Paris 1978, pág. 157 y ss.
5. En "La parte maldita", ed. Edhasa, Barcelona 1974, puede encontrarse una exposición de la visión del mundo de G. Bataille.
6. Esta faceta 'mística' de Aristóteles fue puesta de relieve por Brentano. Franz Brentano,"Aristóteles", Ed. Labor, Barcelona 1983.

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