INGENIERÍA DE LA CONDUCTA
©José Luis Catalán
Depósito Legal B-36894-1987
jcatalan@correo.cop.es

En una perspectiva psicosociológica que estudie sintéticamente la acción humana, los llamados trastornos psicológicos, y de modo aún más evidente problemáticas y situaciones críticas de personas, grupos y organizaciones indudablemente sanas, forman parte de una red de relaciones complejas, con múltiples dimensiones, de las que resultan especialmente relevantes los procesos cognitivos conscientes en ellos involucrados, las implicaciones de los diversos sujetos y sus roles en los objetivos siguiendo determinadas ideologías.

Analizar los síntomas o las problemáticas en general, conlleva tener en cuenta tanto al sujeto que demanda saber sobre ellos como a las prácticas institucionales organizadas o ideas difundidas que contribuyen, asimiladas por el sujeto, a su sentido. Las propuestas que realicemos tratando de aclarar problemas irán acompañadas de consideraciones críticas a las teorías que conceptualicen el hacer que se descarrila, así como, si la hubiere, una conexión con procesos sociales de cambio, pugnas ideológicas, e incluso versiones acerca de los síntomas por parte de círculos profesionales con influencia difusora.

Esto es, sobre un problema se disputa, se interroga, es motivo de varios tipos de conflicto: un sujeto se siente atormentado, su sufrimiento es definido de una manera por él y de otra por quien le ayuda a superarlo, así como en forma igualmente diferente por su círculo social.

Las consecuencias, implicaciones, estrategias de salida, son valoradas diferencialmente por las partes involucradas. Las teorías que describen, sitúan, explican, interpretan; presentan perfiles distintos en el sujeto, su familia, el psicoanalista, el conductista, el psiquiatra biólogo, el antipsiquatra, el sociólogo, etc., contando que forman una parte del bagaje cultural del sujeto y de su medio.

Todos éstos aspectos presentan una serie de isomorfismos, puntos de contacto, discrepancias y contradicciones, de forma que no existe un algo fijo, un resultado o un fenómeno independiente que luego se interpreta de modo variable, sin que tales interpretaciones alteren significativamente su estructura: por el contrario, forman parte indisoluble de su proceso histórico, de su naturaleza temporal y fenoménica.

Un comienzo, un punto inicial como una taquicardia, pensada como posible enfermedad mortal, tiene un desarrollo posterior diferente a una lectura trivializante o benigna.

Si en un momento dado nos encontramos con un sujeto aquejado de 'trastornos hipocondriacos', ello no es ajeno al tipo de historia que ha conducido hasta allí, como si todo hubiera ocurrido de golpe, instantáneamente. Y a su vez, tal historia, tiene mucho que ver con cómo ha ido la persona interpretándolo todo, en base a qué supuestos, a qué informaciones recibidas u opiniones esgrimidas a su alrededor.

En este panorama enrevesado, conseguir un progreso en el conocimiento pasa por detectar errores fundamentales que se juegan tanto en el sujeto que padece, así como en las teorías que influyen en él o las contradicciones que se derivan de la pertenencia a diversas instituciones que se cruzan.

Estos son los hechos que nos llevan aquí a cierto rodeo por el cual no sólo nos limitamos a hacer nuestras propias elaboraciones de los fenómenos, sino que también criticamos algunos elaboraciones utilizadas por teóricos de éstos fenómenos (que a su vez orientan las prácticas reales de los profesionales), mostrando algunas semejanzas de estructura entre los errores en los que cae un sujeto y los de una determinada teoría interpretativa. La crítica no es exhaustiva, al contrario, simplemente sugiere un camino a seguir.

El libro "Ciencia y conducta humana"(1) de Skinner, nos servirá ahora para situarnos frente al ambientalismo, no sólo del autor, sino de aquellas personas que rechazan la imputabilidad de sus conductas asignando la causalidad al medio ambiente, a los condicionantes que les rodean.

El libro que acabamos de citar comienza con una serie de consideraciones que intentan trazar las líneas de una ciencia de la conducta humana, una definición del conocimiento humano verdadero y útil despejado de la maleza oscurantista.

Antes de entrar a discutir algunas ideas de Skinner, permítasenos preparar el terreno haciendo algunas reflexiones a propósito del científico como personaje en el mundo social.

Una de las consecuencias de pertenecer a la comunidad científica es la de que los miembros pueden sancionar sus discursos con los sistemas de valores que simbolizan las insignias del club: /verdad/, /eficacia/, /saber-superior/, /prestigio/, etc. Se da la circunstancia de que éstos valores éticos, incluso podríamos añadir que también estéticos, puesto que la elegancia austera de la verdad no deja de ser tan ostentosamente arrogante como la más sensual de las bellezas, se han venido a instaurar entre los científicos antes de que el resto de normas reciban el beneplácito general. Una lista de valores, por consiguiente, conforma algo así como el acta de constitución de la sociedad científica.

Cuando alguien, como por ejemplo Skinner, quiere hacer efectivas una serie de normas adicionales apropiadas para el caso del estudio de la conducta humana, nos encontramos en una situación en la que un científico, que ya se siente como tal debido al sistema previo de valores de insignia, trata de definir por su cuenta qué es -por lo demás- la ciencia, esto es, qué debería ser.

Podemos distinguir entonces dos clases de operaciones:

-Instituir (conservar) lo instituido, que equivale al ya ser un científico que está hablándonos de lo que debe-ser la ciencia.

-Instituir normativas para el colectivo, promulgar leyes de tipo epistemológico, metodológico, etc., un debería-ser que crean los diversos actores y cuya propuesta puede llegar a consolidarse como vigente o caer en olvido.

Un forofo de un equipo puede exclamar: "nuestro club es el mejor!". Aparte de que tenga razón o no, para el resto de la sociedad es un hincha más entre otros miles, adicto a un club entre otros: pertenece a la clase de los aficionados al espectáculo del deporte, lo demás es asunto de jerarquías entre subgrupos organizados en la misma clase de actividad.

A la hora de averiguar cuales son los que hemos llamado principios de constitución, hay varias maneras de enfocar la búsqueda. La más impopular de todas es precisamente la más popular, la de la semiótica del lenguaje ordinario. Dada nuestra visión psicosociológica, es para nosotros ésta última la más rica, porque de hecho es la más enraizada en las instituciones sociales.

A fin de cuentas, estar dentro o fuera de la comunidad científica es una dinámica de pertenencia a grupos predefinidos a pesar de las disputas que pudieran plantearse.

Afortunadamente los casos de pendencia, ya se trate de un expulsado por el grupo científico, o bien de una inclusión popular de un sujeto o corriente teórica que la comunidad hegemónica de sabios rechaza, no invalidan las reglas del lenguaje que enmarcan a un científico para todo el mundo, por encima de los contenidos del saber en oposición y evolución.

En un caso de expulsión un científico podría denunciar ante un público lego que determinado sujeto es un charlatán que en realidad no es científico. Puede haber cierta sorpresa por la noticia, pero lo que señalábamos en nuestra hipótesis es que se comprende lo que se está diciendo, lo cual sólo puede ocurrir si se acepta que científico y lego comparten una definición básica de /científico/. Es más, en el mensaje lo que se viene a entender es que tal persona caída en desgracia no cumple con alguna regla del cuadro semántico de cientificidad, como por ejemplo no decir la verdad tanto porque la persona en cuestión se haya equivocado cuanto simulando decirla con el propósito deliberado de engañar.

El sabio siempre ha sido un ente controvertido, que a menudo a chocado con las estructuras ideológicas de su momento histórico. Pensemos en Sócrates acusado de impío y perversor de la juventud, en tantos otros amantes del conocimiento quemados vivos, despreciados, ridiculizados, marginados o vistos como poco rentables o inútiles a la sociedad.

Ni siquiera éste maltrato ha impedido un avance de la ciencia, más al contrario, los especialistas del saber han aumentado en número y sofisticado gradualmente el conocimiento. Las sociedades actuales no serían posibles sin ellos. Se han convertido en profesionales asumidos como necesarios, y con ello el concepto de /científico/ es más usado que nunca. Cómo no pensar en estas circunstancias que es una palabra con sentido comprensible para el común de los mortales, al margen de las discusiones de los eruditos epistemólogos?

Las palabras, por otro lado, son mucho más que palabras. Nos ayudan a realizar actos. Entre otros, éstos a los que venimos dando vueltas excluir, incluir. Y de todo: no tan sólo naranjas buenas y podridas, sino también conocimientos ciertos y erróneos, teorías validadas o invalidadas. Y ésta sería la naturaleza de los actos que vienen a realizarse en ocasión de decidir si incluir o excluir la religión, la astrología, etc. del territorio científico, lo cual se lleva a cabo según criterios, tan criterios como los de decidir si algo está arriba o abajo, dentro o fuera, a la derecha o la izquierda.

Los territorios son las espacios acotados por los sujetos que los usan para unos fines determinados. Sin finalidad no hay territorio, y sin presente no hay finalidad.

Ello quiere decir que es según ahora yo pretenda algo, por ejemplo tirar una cosa afuera, que me plantearé la necesidad de repartir el espacio en base al criterio del contexto actual, y así lograr un afuera en función de mi acto: la calle, supongamos. Si la necesidad hubiera sido preservar la intimidad de una conversación frente a un tercero a quien ruego que "me espere afuera", el afuera puede ser entonces la habitación de al lado.

Cual sería el afuera del territorio científico? Esto lo tiene que decir alguien, ahora, según unos intereses actuales. Obviamente no se plantea Newton el estar dentro de la ciencia, ya que al estar muerto no opina de éstos asuntos, son los vivos quienes le meten o le sacan a capricho, según le vean como teólogo y personaje ególatra, con algunas aportaciones a la física ya superadas o como mito fundante de la ciencia moderna, con mucho más decisivo que Descartes, Leibniz y otros filósofos-teólogos chiflados de su siglo. Tampoco se cuestiona si la alquimia es científica o no, puesto que no hay alquimistas actuales que tuvieran problemas de grupo marginable, a lo sumo se estudia la alquimia por los historiadores y personas cultas que buscan conocer lo humano en sus manifestaciones, pero no practicarla.

Más bien la pugna se establece con teorías actuales, y que no pueden convivir juntas en el mismo sitio porque se contraponen entre sí de una manera irreconciliable. Tal sería el caso de un geólogo y alguien que sostuviese las teorías del Génesis al pie de la letra. O entre un interpretador del Tarot y un psicólogo, entre un astrólogo y un astrónomo. Como que unos y otros comparten una idea de lo que quiere decir cientificidad, seguramente todos, pretendiendo probar la verdad, quieren estar en el mismo lado: el afuera es la tiniebla del error y la ignorancia.

Como que se espera de la verdad algo coherente, las teorías tratan de acusarse, vilipendiarse y descalificarse mutuamente con la finalidad de liquidar al contrincante y reinar en solitario. A menudo la forma es realizando exclusiones inauguradas con frases como "no es científico" o "la ciencia oficial que no acepta nuevas visiones" y finalizadas con toda clase de maniobras. Tampoco hay que olvidar que el saber en manos de profesionales especialistas conlleva los consiguientes intereses económicos: ganar la partida contra el Tarot representaría algo similar a lo ocurrido con los alquimistas, el paro de miles de echadores de cartas en favor de más trabajo para otros profesionales.

Por lo general resulta difícil hacer entrar en crisis las propias ideas por aceptar un grado de permeabilidad a los argumentos. En realidad hay pocos creadores inteligentes y muchos que viven de burocratizar la vigencia (tal vez la tarea más interesante de un sabio es replantear el conocimiento que hereda a fin de aportar algo nuevo).

Los criterios de inclusión que reparten los territorios refieren a normas consensuadas.

Si somos un grupo de personas charlando en un bar, en ese contexto el suelo que pisamos es el eje divisorio a partir del cual, cuando se diga "vamos a arriba" habrá un consenso en que eso quiere decir subir, por ejemplo, a la oficina. Si todo el mundo sabe que la oficina está en el tercer piso, una vez allí, que se diga "arriba hace ruido", refiere a lo que ocurre en el cuarto piso: desplazándose el eje divisorio a la oficina han cambiado las cosas que están arriba y abajo.

El estado normal de un alimento consiste en conservar las propiedades que lo hacen digestible y apetecible para el consumo. Sobre éste supuesto podemos entendernos a propósito del estado de la comida. Un alimento en mal estado será aquel que huele a podrido, presenta un aspecto deslucido o sospechoso. O si el olor, sabor, apariencia de un plato que se nos presenta por primera vez no se ajusta a nuestro sistema de valores apreciados, concluiremos que no nos parece bueno, aunque a otros les deleite.

Las normas aceptadas para los estados de las diferentes cosas y acontecimientos son fuentes referenciales para toda clase de repartos topológicos: lo caro y lo barato, lo bonito y lo feo, lo bueno y lo malo, lo real y lo irreal, etc. Lo mismo ocurrirá con lo verdadero y lo falso.

En un primer nivel hay un consenso normal implícito acerca de lo que en nuestra cultura se entiende por determinado objeto u acontecimiento. Así, se supone que el concepto usual de reloj es el de una máquina que señala horas, minutos y eventualmente segundos. La pregunta de "Esto es un reloj?", refiere a que si las cosas son como usualmente se entiende, y no por ejemplo, podemos engañarnos confundiendo un reloj de juguete, un objeto de decoración u otra maquinaria, como una radio miniatura. En otro nivel de verdad fallan algunos aspectos normales, pero se conservan otros que se consideran de utilidad suficiente como para asimilar el objeto inusual a la norma sustancial: una aparente escultura abstracta en la pared es en verdad un reloj, si nos fijamos en que la esquina del cuadrado gris que lleva un punto rojo señala las horas en unos ejes implícitos de coordenadas con origen en el centro del cuadrado y paralelos al rectángulo de la pared; el triángulo amarillo alargado marca los minutos por el ángulo más reducido, en el mismo eje anterior. Tal objeto es verdaderamente un reloj, aunque también pueda ser una escultura móvil. Los primeros relojes digitales solían provocar éste tipo de dudas porque el público estaba acostumbrado a los relojes analógicos, pero hoy en da son harto conocidos, son normales en sentido pleno, al punto que un aparatito similar por su tamaño y forma al reloj digital pero que presentara en la pequeña pantalla doce cifras, suscitaría la consabida pregunta de si es un reloj verdadero, ya que la norma conocida es representar cuatro cifras para la hora y minutos y dos opcionales para los segundos, o bien la presentación de cuatro dígitos para día y mes. Se tratará de un galvanómetro, un recordador de números de teléfono, un mando a distancia?

A medida que el ser humano ha ampliado el conocimiento ha ido alterando las normas de funcionamiento de las cosas, de forma que para un estadio de la cultura nada ocurría sin la intervención expresa de Dios, con Descartes las cosas son máquinas y el Dios Relojero pone todo en marcha; para Spinoza Dios coincide con el mundo, y en otras versiones más actuales se asimila a Dios con la energía creadora del universo, o se tiene la idea de que el mundo se autodetermina a sí mismo. El estado de nuestra civilización es un poso, una criba de los desarrollos del conocimiento de nuestros antepasados. Las normas para la acción en el mundo se han reformulado en el recorrido irregular de la historia de la humanidad.

Las sociedades no evolucionan homogéneamente, ni todos sus componentes lo hacen a la vez. De ahí una permanente pugna acerca de la verdad de los viejos y los nuevos conocimientos. El continuo deshilar y re-tejer la red del saber. El conjunto de aserciones alteran la práctica de lo posible social, transforman ideologías, hacen nacer nuevas relaciones sociales.

La vanguardia de éste movimiento se debe en gran parte a las personas capaces de hacer poner en crisis el saber establecido descubriendo fallos, enigmas, respuestas, incoherencias y consecuencias contradictorias, abriendo nuevos caminos para el conocimiento. El último en enterarse es el pueblo llano, que depende estrechamente de los transmisores de saber.

No existe un saber desconectado de la acción, como entidad aislada y puramente contemplativa. En primer lugar todo saber es de un posible hacer o evitar hacer, en segundo, más que de saber en ocasiones de lo que estamos hablando es de un hacer-saber a alguien, como acto cuya finalidad es mejorar el conocimiento sobre algo.

La falsa y usual división entre ciencia pura y ciencia práctica muestra más bien énfasis distintos en niveles de organización de actos. Los unos referentes a algo mediatizado, abrir una lata de conservas, acceder a una base de datos a través del ordenador; y los otros son de mayor amplitud, averiguar si el universo está en procesos de expansión o reducción, estudiar la posibilidad de que la dinámica social evolucione por conflictos entre clases.

Puede ser que las visiones de futuro catastrofistas influyan en el descenso de la tasa de natalidad, porque algunas personas no quieran poner hijos en un mundo que amenaza ser hecatómbico, o se vuelvan partidarios de hacer únicamente proyectos a corto plazo porque sea excesivamente arriesgado otra cosa. O que la teoría marxista de oposición irreconciliable de clases conlleve un proyecto social de dictadura del proletariado.

No se trata por consiguiente de que las teorías de alto grado de complejidad no sean prácticas, sino más bien que la practicidad de ciertas personas se caracteriza por poseer un considerable grado de ceguera o de falta de expresividad teórica.

Otro prejuicio similar es considerar que las aseveraciones y opiniones son de naturaleza puramente "cognitiva". Pero de nuevo se ignora toda la serie de conexiones temporales.

Si opino que la familia es una buena institución, no sólo me limito a decir por decir, aunque alguna vez nos damos el placer de chismear insubstancialmente, sino que normalmente querré formar una, si no la tengo, o la mantendré frente a otras propuestas de cambio en los modelos de relación amorosa, en resumidas cuentas, algún tipo de implicación práctica conllevará. Si afirmo que la subjetividad no es analizable, no me limitaré a aseverarlo con indiferencia, la implicación de la verdad se extiende sobre multitud de actos de rechazo posteriores y de líneas de elección que van a desarrollarse.

Un científico es un tipo de profesional.

Un zapatero es alguien que sabe reparar, construir o que vende zapatos, sea su actividad liberal, pública o al servicio de un empresario. Si alguien se arregla a sí mismo su zapato no es un zapatero sino un bricoleur. El cuadro semántico de /zapatero/ contiene el proporcionar un determinado servicio de todos conocido, aunque no sea por todos disfrutado, en relación al calzado(2).

Un mal zapatero sería aquel cuya actividad no corresponde a lo que se espera de él: algo va mal en el cuadro semántico que corresponde a su rol.

En el caso del científico se espera de él que sepa, que funcione como un experto, ya se esté desarrollando, y su utilidad se demuestre más adelante o de forma indirecta, ya sea consultado o contratado. De cualquier forma que se mire presta un servicio.

Es lo que han comprendido los estados modernos al proteger la enseñanza y al invertir en futuros científicos. El científico es un guardián del conocimiento verdadero y al mismo tiempo parte de un clan encargado de su desarrollo. Es la reserva cognoscitiva de la humanidad, un puntal imprescindible para el crecimiento de una sociedad moderna.

Cuando la ciencia de élite se convierte en saber de todos, por la transmisión, la difusión de saber, se populariza la ciencia formando el acopio de saber de una cultura social. Una ciencia al alcance de todos es una ciencia ya saldada a sus artífices en tiempos pasados. Pero la ciencia actual, en tanto ejercicio de sujetos concretos en las organizaciones sociales, necesita ser sostenida al modo del trabajo, teniendo a la vez en cuenta las reglas de intercambio y el sistema de valores base de los intercambios.

Lo que de entrada puede ser un valor intercambiable en el científico es la especificidad de su saber, lo que tiene de hermético para los demás.

Por lo tanto, al proponer normas prescriptivas y prohibitivas en la innovación de su trabajo, trata de regular el saber que le será específico, y al final no tendrá ello otro resultado que el de su oferta en las instituciones de la ciencia.

La diferencia de saber que se explota profesionalmente plantea los problemas típicos de las diferencia de clase ya conocidos, como entre votantes y políticos delegados, gobernantes y gobernados, ricos y pobres.

La credibilidad que suscita el experto puede prestarse a que los intereses corporativos pesen más de la cuenta. Un excesivo respeto mistifica el rol, y el profesional, sintiéndose halagado y protegido en esa posición cae fácilmente en la tentación de prepotencia.

Así mismo, el público puede ser mal crítico, e incluso pensar que los profesionales tienen todos los mismos conocimientos actualizados, de forma que admiren al inepto que les maltrata y rechacen al excepcionalmente competente. Esta situación propicia los comportamientos trepadores, autoritarios y aprovechados de muchos círculos profesionales, más interesados en su status y en medrar que en hacer evolucionar los conocimientos de su campo.

Si el público no posee cierta información acerca de los servicios que consume, fácilmente es estafado. Al no distinguir entre teorías caducas y más progresistas, premia el convencionalismo sin saberlo, cuando no teorías retrógradas. Es de suponer que en la mayoría de los casos el cliente preferiría el servicio de mayor calidad, o aquel que sirve mejor a su interés.

También tiene especial interés, para la mejora de los servicios, el que se acorten en lo posible las distancias de saber mediante el arte de transmitir los conocimientos a la población, a fin de que las personas tengan la máxima autonomía posible.

La cultura es liberadora o explotadora dependiendo de los fines en los que los profesionales se insertan como aliados. Lo que en una primera instancia es saber-verdadero en otra segunda se mediatiza en un esquema práctico de saber-para-algo. De aquí se deriva una lucha social de intereses. El sistema productivo, interesado en las ganancias sin más regla que la ley del máximo beneficio (sin obedecer a una ética distributiva, ecológica, estética, etc.) presiona sobre la naturaleza del saber experto potenciando ideologías utilitaristas en los centros académicos de forma tan efectiva como defienden sus intereses de grupo en el terreno político; y finalmente somete el saber universal mediante contratos de trabajo en los que ese saber se concreta en una dirección predeterminada, se integra en un aparato productivo.

Algunos programas sociales del Estado-de-bienestar, la presión de los grupos sociales menos favorecidos, personas cuyo sistema de valores son humanistas, y en definitiva todos los que confluyen desde sus distintos puntos de partida en el deseo de limitar el impulso de ganancia con una ética "digna" de el conjunto de valores humanos, explotan su saber en direcciones "nobles", desde el amor al saber por la finalidad de aumentar los medios de comprensión de la realidad, a aquellos que quieren democratizar el saber para tornar a la vida de la humanidad más justa y feliz.

Teniendo en cuenta estos elementos que acabamos de describir comprenderemos que siendo el saber siempre un saber-para-algo, nos interesa preguntarnos para-qué-se-sabe, y las respuestas iluminarán entonces las elecciones-de-saber, los intereses a los que obedecen ciertas proposiciones epistemológicas aparentemente neutras y angélicas. Descubriremos en su verdadera dimensión la practicidad del saber del mismo modo que por la inclusión en la lógica de la acción sabíamos que determinado enunciado era un medio de operar una inclusión o una exclusión institucionales.

Skinner, enunciando reglas, normas de lo que debería-ser la ciencia, realiza una oferta institucional en el campo social de la psicología. Veamos ahora las líneas maestras de tales tesis.

El mal uso que se ha hecho de la ciencia, le lleva a pensar en la finalidad de obtener un control social que, conservando las virtudes generales de aquella, fuese capaz de anular los abusos. El control se haría a través de una ciencia del hombre, que en definitiva es quien usa y abusa. Quiere edificar una ciencia de la conducta para que podamos controlar sus desvaríos y requiebros, suponiendo que la coronación exitosa de la empresa conllevará un aumento del bienestar público.

La ciencia que propone debe observar la conducta partiendo de un "punto de vista objetivo", para llegar a "entenderla tal como es". No sólo debe "captar los hechos", defendiéndose de las deformaciones y prejuicios, para entregar el conocimiento conquistado en manos de alguien que toma decisiones de "forma no científica", esto es, políticamente, sino que descubrirá en la conducta humana el camino idóneo a seguir: un modelo práctico de vida.

El modelo práctico y científico de vida se conseguirá por algo más que descripciones. Es por el establecimiento de relaciones que se llega a poder realizar predicciones de futuro, y "en la medida en que las condiciones pertinentes pueden ser alteradas e incluso controladas, el futuro puede ser controlado". Nos encontramos frente a una ingeniería de la conducta.

La pretensión de control tiene, a su vez, un fundamento en la creencia de que el hombre está determinado por leyes. Dice Skinner, "Hemos de esperar descubrir que lo que el hombre hace es el resultado de unas condiciones específicas, y que una vez descubiertas éstas podemos anticipar y, hasta cierto punto, determinar sus acciones". Seguidamente señala algunos de los obstáculos que encuentra en su camino:

-"la tradición que ve al hombre como un agente libre cuya conducta es el resultado, no de unas condiciones antecedentes específicas, sino por supuesto, de unos cambios internos espontáneos"

-la filosofía, que plantea la existencia de una "voluntad interna" que volvería a las predicciones y control de la conducta imposibles

-la creencia de que la ciencia no puede llegar a dilucidar los "juicios de valor", es decir, que "lo que debe hacerse ha de decidirse de una forma esencialmente no científica"

-la postulación de que las ciencias sociales requieren otros métodos que las naturales, porque no siguen las mismas leyes (debido a la libertad que se le supone al hombre). Además, las ciencias sociales pueden aspirar a "interpretar" o "comprender", en lugar de "predecir" y "controlar"

-capítulo aparte le asigna al obstáculo que representa la contradicción entre un discurso común de la responsabilidad, y otro discurso de signo opuesto de las salvedades, atenuantes y eximentes circunstanciales, disputa que entronca con la de la oposición entre cultura tradicional y ciencia moderna, de tal manera que éstas concepciones en lucha tienen su sentido en que "una concepción científica de la naturaleza humana trae consigo un método y una filosofía de la libertad personal, otro".

Ante la magnitud de resistencias al avance de la ciencia que persigue Skinner no deja de caer en la tentación de resaltar las ventajas de optar por la ciencia y abandonar el oscurantismo. Su afán de prestigiar la ciencia le hace cortar cabezas: van a parar al cubo de la basura junto a la teología, la filosofía , la música, la pintura y otros procesos intelectuales. La ciencia para él "es el único proceso intelectual que proporciona resultados notables".

A la hora de esclarecer el algo que vuelve a la ciencia la reina de la corte intelectual, desprecia los productos y medios de la ciencia. Se trata más bien de un "conjunto de actitudes". Nos interesa enumerarlas por lo que tienen de ejemplar para lo que señalábamos antes como apelación ética a los principios constitutivos de la ciencia: la necesidad de acudir a los hechos más que a lo que se ha dicho de ellos; rechazo al argumento de autoridad; aceptar los hechos aunque se opongan a los deseos (lo opuesto al deseo es para Skinner la "honradez intelectual"); la práctica de la ciencia premiará la honradez y castigará la trampa; lo que cuenta son los hechos, no el científico; las afirmaciones están constantemente sujetas a prueba.

Además de estas actitudes en la ciencia habría un otro "algo más": una búsqueda. Se trata de ir al encuentro de "un orden, de uniformidades, de relaciones válidas entre los hechos". El objetivo final es la regla general, la ley.

La ley, siguiendo en esto a Erns Mach, la hace surgir históricamente de las reglas y fórmulas que un maestro artesano enseñaba a un aprendiz. Consiste en una proposición de proposiciones, en un modelo de máxima eficacia, puesto que permitirá hacer algo que queramos que ocurra.

La gente común se diferencia del científico, según Skinner, en que frente a la búsqueda de leyes válidas del segundo, el pueblo llano hace gran cantidad de "conjeturas plausibles acerca de lo que nuestros amigos y conocidos harán en determinadas circunstancias o lo que haríamos nosotros mismos" De éstas hipótesis populares muy pocas ".. resistirán un análisis riguroso".

Por otra parte, la conducta humana es algo demasiado complejo, es "cambiante, fluida, se disipa": mal podrá la persona común establecer leyes, ni menos aún probarlas según "unas normas de verificación características de una ciencia exacta".

En la medida en la que el científico construya las leyes de la conducta, el hombre común tendrá menos argumentos para sentirse libre. La libertad no es otra cosa, para Skinner, que el nombre que daríamos a la ignorancia de la ley.

Otro de los efectos de ignorar la ley lo representaría la "autodeterminación", que no podrá edificarse sobre la complejidad de la conducta, analizable únicamente en términos de sistema de reglas.

A la conciencia no le cabrá otro destino que el de las demás "creencias arraigadas", juicio final dictará la ciencia de Skinner. El argumento que esgrime en este caso es el siguiente: se objetará que la conducta no es predictible científicamente puesto "que la predicción hecha acerca de ella puede alterarla", como en algunas reacciones a la publicación de un sondeo electoral; la respuesta a tal crítica es que "no es en modo alguno necesario permitir que una predicción de la conducta afecte al individuo que actúa. Pueden haber existido razones prácticas por las cuales los resultados del sondeo en cuestión no se mantuvieran en secreto hasta después de la elección, pero éste no es el caso de una prueba puramente científica"

Hagamos un alto para reflexionar sobre el sentido de éste bloque de proposiciones "honestas" que situarían la ciencia del hombre en el conjunto de las ciencias.

Al comienzo, nos llama la atención una operación de entrada, un discurso de pasaje al colectivo científico, una lección inaugural: se nos persuade de su utilidad; tanto servirá para aumentar nuestro saber sobre el hombre como a través de ése saber poder eliminar los defectos de la utilización de las otras ciencias. Se trata de una ambición de importancia transcendental para el género humano. Piénsese tan sólo en la eliminación de las guerras e injusticias.

En éste sentido se nos presenta como una ciencia sotiriológica: pretende nada menos que la salvación del género humano. Posee por consiguiente una ética redentora. Resumamos los males de los que nos libra Skinner para conseguir tamaña ambición.

Nos quita de encima nuestra participación en la dirección de la Polis, la política, para poner en su lugar un modelo práctico de vida descubierto en el estudio científico de la conducta eliminando oscurantismos tales como la libertad, la voluntad interna, la conciencia, etc. La política se transmuta en ingeniería de la conducta. Tenemos por consiguiente una prohibición en escena, la de entregar nuestros asuntos a los representantes del pueblo, y una prescripción, entregar el poder de decisión al conductista, a la condu-cracia, sería mejor decir, una élite a la que tendrían que someterse físicos, economistas, ingenieros industriales. El experto en relaciones humanas se convierte en el único que sabe de lo fundamental de las relaciones humanas de todo tipo. Metafóricamente hablando, el confesor del rey es quien reina: su ética es la "más rentable". Es el guardián de la ciudad de una nueva república similar en esto a la de Platón.

A cambio de su labor de erradicación del error, nos asegura un futuro feliz, a condición que le entreguemos las riendas de las "condiciones pertinentes". Se trata del Poder, como se ve: teniendo en sus manos el control social (la policía, el parlamento, la prisión, etc.) y el consentimiento de la población sin "voluntad interna", se ve capaz de determinar el futuro como quien obliga a una rata a presionar una palanca si quiere comida o evitar el castigo.

Como se las arreglaría Skinner para determinarnos a cumplir su modelo practico de vida? Mediante leyes, por supuesto. Estas leyes son científicas, son las leyes de la conducta: las normas de regulación de una comunidad de científicos psicólogos servirían también para regir los destinos de la población entera.

Qué versión de lo humano está en juego? La de que el hombre es naturaleza. Polvo eres y en polvo te convertirás. Sea, pero Skinner añade: no cabe esperar una ley diferente que la que se maneja para los objetos. Se trata de ser objetivos, esto es, legislar para el hombre según leyes que no difieran en esencia a las aplicadas al resto de la naturaleza. Nada de libertades ni autodeterminaciones. Al igual que se da una patada a un guijarro y éste se mueve determinado, obligado a ello por la fuerza exterior a la piedra, así el hombre rodará a puntapiés por el desfiladero de la buena conducta.

Nos encontramos con el tabú de que el científico tenga en el estudio de lo humano tratos especiales. No hay salto cualitativo, o mejor, complejidad diferencial, entre seres inanimados, animales y humanos: si en la física hay determinación con el cerebro no va a haber ahora ninguna libertad peculiar, puesto que es igualmente físico. Si encontramos reglas útiles para forzar un aprendizaje en un animal al que se adiestra, no ocurrirá menos con los hombres.

De ahí que se venga a sostener que, averiguando el impacto que el organismo recibe sabremos cómo responderá conociendo la ley de efecto probable. Si la bolita de mercurio de un termómetro está en contacto con una llama sabemos que ascenderá, porque hay una ley que conocemos previamente. Para Skinner sucedería algo similar al acercar un billete de mil a un sujeto, se comportará según una ley establecida que no controla el sujeto en absoluto, que es un asunto de billetes y regularidades que le determinan a hacer lo normal o científico de estos casos.

El condicionante externo obliga a actuar al sujeto según la ley, como el oasis determinaría la conducta de beber de un sujeto extraviado en el desierto, siguiendo unas reglas tan sólo un poco más enrevesadas que las de la evaporación, condensación en nubes, descarga en forma de lluvia y nuevo proceso de evaporación.

El mismo concepto de /refuerzo/ pretende eludir lo que para el ser humano significa premio o castigo, la asimilación de culturemas, el procesamiento ideológico de una realidad interpretada mediante normas de acción, el inmenso poder de manipular información inigualable en la naturaleza conocida. Una de dos, o el término es tan general que resulta demasiado pobre como para construir una psicología humana con él, o bien, tomado en serio, está dejando de lado las capacidades del hombre de trabajar representaciones, organizarlas y regirse por ellas, el evidente, observable y contundente poder de lo imaginario para representar el mundo y al sujeto actuando en él.

Deme usted el control de los estímulos, nos viene a decir, y le deduciré con exactitud lo que hará el hombre en el futuro: es el sueño realizado de Pascal, Descartes, Leibniz, Melablanche. Ellos también querían construir autómatas naturales similares a los hombres, suponiéndolos a su vez máquinas de Dios. Pero en éstos ilustres precursores al autómata le faltaba siempre alguna cosa para ser idéntico al hombre. En un caso era la razón, en otros la voluntad, la libertad, la autodeterminación, alguna cosa inalcanzable.. para los postulados mecanicistas y religiosos. Conociendo la ley del funcionamiento humano, las leyes de la conducta, Skinner se ve capaz no sólo de describir y predecir su conducta futura, también está convencido de que la determinará. El autómata y el hombre coinciden, al mismo tiempo que es posible crear el comportamiento del hombre como se puede fabricar un autómata.

Que tendría que ver el automatismo con el trastorno psicológico, con la conducta problemática? La respuesta ahora es fácil: a menudo el sujeto se comporta como Skinner, piensa que él no elige sentir miedo, angustia, delirios, nada tiene que ver ello con su voluntad, ni es libre de cambiarlo por sí mismo, ya que hay leyes ajenas y extrañas que le imponen la conducta. No hay responsabilidad en juego, todo sucede automáticamente, le asalta, le obliga.

También las leyes de la pareja, de los microgrupos o del sistema social se ve a menudo como algo que uno contempla objetivamente, viendo lo que se pasea bajo su mirada como algo ajeno a su participación. Desdoblandose entre actor y espectador, logra contemplar lo adverso del las relaciones como perteneciente a las leyes del sistema, y a él mismo como perteneciente al limbo de las víctimas.

El sujeto siempre está comprometido en su grupo. Tal vez esté quejándose de lo que los demás con quienes se relaciona no le dan, sin que el amor que él tampoco aporta forme parte de la medida de asco que pretende colocar exclusivamente en un exterior "objetivo".

Aclarar el intríngulis del enajenamiento de la conducta se hace casi sinónimo de dilucidar lo que viene a negar teóricamente Skinner. Al menos ese será nuestro recorrido, ya que nos interesa eliminar la máxima resistencia a la imputabilidad de la acción, y ésta máxima oposición no se encuentra en el sujeto de a pie, sino en el conductista y otros profesionales que pretenden legitimizar tales posturas científicamente.
 


1. Las citas referirán exclusivamente a los primeros capítulos de su libro, en la traducción de Editorial Fontanella, Madrid 1977.
2. No todos los servicios responden al modelo de /reparación/ como sostiene Goffman, ni para ser servicios necesitan ser liberales. Un agrónomo no repara nada roto -a no ser que se fuerzen las imágenes-, un funcionario hace un servicio y una empresa puede contratar a un profesional liberal, cumpliendo un rol intermediario o de manager. Ver las tesis sostenidas por Goffman en "Internados", ed. Amorrortu, Buenos Aires 1972.

Volver al Indice Volver a Asistencia Psicologica Ramon Llull