PRINCIPIO Y FIN DEL ACTO
©José Luis Catalán Bitrián
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Un alfarero hace un jarrón. Es un producto de su hacer, para lo cual necesita programar ordenadamente todas aquellas operaciones conducentes al éxito de su empresa. A tal programa de acción lo llamamos deseo. El alfarero quiere hacer un jarrón, sus razones tendrá. Una vez acabado ya no quiere, puesto que es un hecho concluido, y los hechos sirven de base para otros deseos diferentes, como por ejemplo querer venderlo. Si no quisiera trabajar, por un motivo contrario a las razones de hacerlo, no se le saltarían los dedos determinado a ello por algo ajeno a su control de decisiones. La experiencia con millones de acciones prueba de manera suficiente que la voluntad de hacer merece aparecer en la terminología del ser humano, y que primero se quiere y después, en todo caso, se puede filosofar sobre ello.

Si Skinner quiere hacer un experimento sobre cómo controlar los movimientos de una rata, quién duda de que desea hacerlo?. Dudar de la voluntad, porque de manera expresa se quiere averiguar qué causa el movimiento de la rata y se sospecha que ésta causa no puede ser estrictamente la de las ganas del experimentador de que suceda, es algo que tiene gato encerrado. Y es que voluntario no quiere decir "fuerza coercitiva" en absoluto, como da Skinner por supuesto que significa(1).

Si tratando de evitar experiencias internas que den cuenta de las acciones fuese a buscar la fuerza coercitiva por la cual quiere experimentar con una rata, tendría que explicar algo así como que quiere sin aceptar que quiere: evidentemente estaría hablando de otra cosa, por ejemplo motivos que le han podido inducir a desear. Pero desear, proyectar, no deja de ser una experiencia que merece nombre, y todos sabemos bien a qué nos referimos con expresiones como /deseo/, /quiero/, /proyecto/, entre otras buenas razones porque es absurdo no desear algo que estamos deseando: es algo que no se pone en duda. Tanto es así que si bien pedimos pruebas para las cosas que no tenemos claras, en cambio la certidumbre de que eso que experimentamos bajo el nombre de tener-ganas-de existe, es aplastante.

Al preguntarse a alguien, "Porqué has hecho ésto?" y contestarnos "Porque tenía ganas de.. " se está utilizando una razón de la que se derivan una serie limitada de supuestos. Así, por ejemplo, podemos deducir que el sujeto se siente responsable de su acción (podría ser juzgado por ello), se le puede considerar autor (para hacer listas de méritos y deméritos). Lo que ha hecho, convengamos, es pedir a un amigo que enviara un ramo de flores a su amada, ramo que a su vez el dueño de la floristería encarga al recadero que entregue en mano. Al preguntar, "quién ha enviado flores?", precisamente porque lo que cuenta es la explicación de causalidad responsable, se considera al sujeto como autor, causa del acontecimiento, y no tomaremos como verdadero autor ni al recadero, ni al código genético, ni a las influencias ambientales.

Ello no quiere decir que no nos podríamos extender, si viniese al caso, estudiando porqué ocurre plausiblemente que una chica reciba un ramo de flores, pero cuando lo que pretendemos es comunicar un acontecimiento en su pura sencillez tratamos de dar la razón más pertinente a la situación, la que informa más, suponiendo que lo que deseamos es ser comprendidos.

En la eficacia comunicativa se cuenta con un considerable ahorro de informaciones que se dan por supuestas dadas unas circunstancias contextuales en el momento de la emisión de un mensaje, y se apela a un interpretador que sabrá, a partir de lo que decimos, deducir el sentido, o de no ser así preguntará algún dato relevante que le falta en la parte implícita del mensaje, y no toda la información comprometida, como la exhaustiva que habría que dar a alguien que no estuviera al tanto de nada.

Podríamos haber la jerga de los estadísticos: se gastan al año tantos millones en flores destinadas a muchachas solteras, dado que la chica en cuestión lo es, no hace mas que cumplir con una ley social, estadística, folclórica. Para quien mira a vuelo de pájaro la actividad humana es una razón que le sirve, pero tendríamos que preguntarle a ella si se conforma con ser una folclórica o al enamorado uno de tantos que envían flores.

Poniéndonos quisquillosos podríamos seguir preguntando al enamorado. Y porqué tenías ganas de mandarle flores?, y porqué le demuestras tu amor?, y quién te dijo que daría resultado?, y porqué estabas precisamente en el lugar donde te sugirieron que eso que te aconsejaban daría resultado?..

Un interlocutor que no se da por satisfecho puede incordiar hasta reformular las reglas del juego comunicativo, con las que tendría que haberse conformado. Si ese interlocutor fuese Skinner dando una conferencia de divulgación, seguramente protestaría de términos como /voluntad/, /libertad/, /conciencia/, etc. Como científico reniega de ellos, puesto que duda que refieran a algo observable que pueda demostrarse que exista: se comportaría como un transgresor semántico que no se conforma con las reglas normales de la comunicación. No se enfadaría demasiado el público con él ya que le supondría buenas intenciones -aunque aparecería el interrogante de cómo diablos Skinner no puede observar algo que tan evidente.

Si bien una intención que nace no basta para que se realice algo que tenemos ganas que suceda, ya que hay que hacerlo de hecho, tampoco se puede negar que hay intenciones de algo realmente hecho por nosotros, ni deseos anticipados de algo, ni algo que se está haciendo sin haberse hecho del todo. La intención de acción o la acción en curso que no se acaba con éxito son ya un tipo de hechos, no por inacabados menos existentes o como inciertos menos significativos. Como un boceto de Leonardo Da Vinci que nunca acabó de pintar, así un deseo incumplido puede ser recordado, esgrimido, expuesto, manipulado como existente.

La acción humana cuenta como parte imprescindible con eso que llamamos voluntad, lo cual no es una aseveración mística debido a que no sepamos todavía el funcionamiento exacto de la psicofisiología de la voluntad: nos consolaremos atendiendo a que el cerebro produce ese tipo de experiencias que como tales son existentes. Nuestra conciencia de las cosas es una especie de trabajo de síntesis de informaciones que si bien no es absolutamente preciso es suficiente para manejarnos en el mundo.

Este nivel de conocimiento, con sus limitaciones, no es eliminable, puesto que es a partir de ese conocido que buscamos lo que todavía nos es desconocido.

El punto de partida para cualquier científico no es otro que el horizonte de sus capacidades y saberes aprendidos. Cuando se procede de una manera experimental o se tienen precauciones de rigor en el estudio de un tema, no se puede invalidar la conciencia ni es posible colocarla al margen, sino que se le está proporcionando una proyección mayor de eficacia.

El método es una estrategia que ha probado su utilidad como camino fructífero de búsqueda o bien como sabio proceder que nos salva de errores. Así, la lógica se ocupa de descubrir falacias argumentales que engatusaban a quienes se dejaban guiar por sus aparentes razonamientos exactos, o bien se planifica exhaustivamente un experimento a fin de que pueda darnos los resultados convenientes.

Los primeros sabios griegos comprendieron bien la necesidad de despejar de la argumentación racional la persuasión sentimental como hace Aristóteles al hablar del entimema en "La Retórica" o en "Las Refutaciones Sofisticas".

Vamos conociendo mejor las condiciones apropiadas para los diversos estudios, y estamos en condiciones de rechazar procederes que ya han demostrado en el pasado deficiencias. Es natural que el científico, en cuanto busca la verdad, tenga cuidado en elegir la metodología más oportuna para encontrarla. El método es un saber de tipo estratégico que es convencional en una comunidad de sabios, que desarrollan de una manera más aguda los medios de aumentar el conocimiento.

Los métodos científicos no tienen porqué estar reñidos de una manera radical con el proceder común (si es que el hombre común ha recibido cierta educación básica, situación que no es el oscurantismo autoritario que combatía Bacon para arrancar el pensamiento científico del pensamiento mítico-religioso). Si se quiere, hay diferentes grados de cautela, de rigor, de prueba. El científico se coloca en la parte superior de la escala, y el hombre sensato en la parte inferior: se clasifican así por el número de exigencias y condiciones que utilizan en sus discursos asertivos. La persona comedida que mide sus palabras, no habla de lo que no sabe, ni afirma taxativamente lo que no puede probar.

En ocasiones un proceder metodológico resulta una regla muy sencilla, permitiendo que cualquiera pueda participar en el experimento. Así, resulta más fácil participar del experimento de un fonólogo que en el de un biólogo molecular.

El fonólogo que estudia el sistema de los fonemas establece la llamada "prueba de la conmutación"(2) para averiguar si un sonido es un fonema diferente de otro: en la palabra "casa" conmutamos |s| por |z| y obtenemos "caza" (/kaza/), luego |s| y |z| son dos fonemas diferentes. En cambio, si conmutamos |v| por |b| en "coge un vaso", encontramos que /vaso/ no es una palabra diferente de /baso/, y por tanto /b/ y /v/ son variantes alofónicas de un mismo fonema básico |b|. Esta prueba se puede realizar porque damos por supuesto que todos sabemos si una palabra que utilizamos tiene sentido o no, el mismo o diferente. Es un dato conocido por el hablante. También podríamos haber empleado un procedimiento completamente distinto, por ejemplo analizando las frecuencias con un osciloscopio.

En las ciencias sociales hay muchísimas pruebas de rigor que apelan a conocimientos de los que no se duda, como no se cuestiona que el hablante sabe que una palabra es diferente de otra, o cuales son sus intenciones de voto. Aceptar saberes conocidos nos permite, disciplinadamente, ir construyendo nuevas adquisiciones. Igual que el hombre común sabe más a medida que acumula experiencia, el científico acumula más de lo común ordenando y relacionando saberes conocidos, estableciendo así novedades.

Cuando se estudian fenómenos humanos se dan por supuestas muchas cosas, desde datos de conciencia a los que se apela (recuerdos, pensamientos, etc. del sujeto que se estudia) hasta la misma manera de definirlo, que se realiza contando con el sistema semántico de referencias analógicas (decir que el sujeto de estudio se mueve con o sin dirección precisa, siente dolor o disimula, etc.) No se puede prescindir del código de interpretación perceptiva, semántica, pragmática, cuando se estudia a un hombre, pues es el único sistema lector que poseemos.

Aparece como un contrasentido o un disimulo tonto pensar que vemos hechos puros, dando a entender que tal objetividad no cuenta con aquellos códigos que configuran las capacidades interpretativas de la conciencia.

Por poner un caso cualquiera, cómo podríamos estudiar objetivamente el liderazgo social si antes no fuésemos conscientes de lo que es ser líder y ser seguidor del líder?. Sí que podríamos poner en entredicho las relaciones que se establecen entre ambos porque las vamos a estudiar con cierto rigor. Ponemos en suspenso una zona del saber, pero no toda absolutamente, puesto que partiremos de una definición mínima segura de líder, de alguna propiedad básica que damos por cierta. Evidentemente, seremos conscientes de algo que queremos estudiar para saber con más precisión a qué atenernos.

El proceso de investigar consiste en averiguar cómo son las cosas, pero para investigarlas partimos de una versión sobre ellas consistente en algo seguro que conocemos y que es verdadero, como por ejemplo su realidad, su constelación final como fenómeno, algunas de sus características. En ésta línea, ser objetivos querrá decir establecer un conocimiento tan seguro y verdadero en los resultados del investigar como el de aquel del que partimos para hacerlo. Pero tomarse filosóficamente en serio lo de ser objetivos es algo tan aberrante, desde el momento que parece tratarse de prescindir de los datos de la conciencia del sujeto, como pensar que las cosas vienen a nosotros sin que nosotros las traigamos conscientemente a colación.

Si se pusiera en duda absoluta todos los conocimientos, al estilo de Descartes, diferente en ésto a la reducción fenomenológica hursseliana(3), tampoco nada se podría probar, porque demostrar es legalizar en una institución científica un añadido de saber al conjunto del saber conocido como verdadero.

No se puede describir, estudiar y sintetizar un objeto sin sujeto que lo haga. La ciencia no es otra cosa que una haeccitas humana, es un resultado del trabajo productivo del hombre. Como todo hacer tiene un desenvolvimiento espacio-temporal, es decir, una posición en la que situarse y un tiempo.

El tiempo de la ciencia, además, es histórico, y sus agentes sujetos de varias generaciones, inscritos en un proyecto (querer-hacer) colectivo. La ciencia que estaban haciendo los científicos del S.XIX ahora es un conocimiento adquirido y retomable en nuevos planes.

Todo plan, tiene un inicio, que se encadena al final del proyecto precedente, un desarrollo, si se da, y un fin, de cumplirse lo que se iba dando.

Esta terminología responde a nuestra clasificación semántica de acciones, y aplicándola a la investigación:

1) Quería hacer tal investigación
2) La desarrollé
3) La di por finalizada

Estos tres puntos corresponden a un plan acabado, investigación sobre tal asunto, que implica una serie de vicisitudes describibles sintéticamente en éstos tres momentos lógicos. El momento conclusivo de una acción hay un engarce lógico con otra. El hacer humano es continuo, como un discurso es un continuo de sonidos, pero el hacer tiene interrupciones lógicas, discontinuidades estructurales.

A nivel de la lógica, y no al del tiempo real, clasificamos las diversas acciones con sus sentidos diferenciales. El tiempo de la acción es el subjetivo, y el tiempo cronológico una simultaneidad convencional, con la cual verdaderamente nos entendemos en cuestiones de tiempo

Puede ocurrir que esté caminando por la calle y llegando a un punto, una oficina de impuestos, me siente en una silla y fume impaciente un cigarrillo. Continuamente actúo, pero distingo entre dirigirme a la oficina y esperar mi turno a que me atienda un funcionario. Entre /dirigirme a/ y /esperar en/ hay una diferencia lógica, y al mismo tiempo una articulación. El engarce de varias acciones las puedo resumir en un tema abarcativo: /pago mis impuestos/. Este nombrar genéricamente la acción comprende una serie de acciones subsidiarias cuyo número es limitado y cuya realización es razonablemente previsible: si pago mis impuestos, o bien acudo a la oficina estatal, o pago por cuenta bancaria, o empleo los oficios de un gestor. A su vez, podemos descomponer cualquiera de esas redes posibles en sus subsidiarias de nivel inmediatamente inferior, como hacíamos con la posibilidad de /acudir a la oficina estatal/ que la descomponíamos en /acudir a/, /esperar en/, etc., y de ésta manera, deshilvanando sucesivamente, podríamos descender lógicamente hasta la realización minúscula de una acción, como por ejemplo avanzar un paso.

Toda ésta ejemplificación conduce a recordar que existe una coordinación evidente de las acciones. La ordenación puede ser tan precisa y exacta que realmente tengamos éxito en lo que nos proponíamos, pagar los impuestos, como la organización del hacer de una investigación pueda llegar a conducir a la obtención de un descubrimiento.

Hay algunos ejes de coordinación que son imprescindibles para entender la acción, uno de los cuales nos interesa especialmente ahora: la conciencia de la acción, nivel que podríamos llamar para escándalo de Skinner y de muchos otros, el del deseo consciente. Cabe insistir que tal nivel es necesario, como el aire para respirar, para ejecutar una acción cualquiera. Caminar, por ejemplo, se realiza con cierto automatismo, pero no se sabe que sería caminar a una oficina de impuestos sin consciencia lógica del sentido de la acción, o si estamos retorciendo los dedos mientras esperamos nerviosamente ser atendidos, nuestra manera de pensar la espera desligada del tic (por eso, si no hay una represión expresa, lo que surge espontáneamente en la ocasión es la forma aprendida de esperar impacientemente).

Por una típica ceguera que separa pensamiento y cuerpo, se ha olvidado que pensamos con el cuerpo, y que estar atentos sin una determinada postura corporal característica, o charlar fogosamente sin un hinchamiento de las venas, es imposible. Un tic en el ojo o una agitación motora de pies forman parte de lo que estamos pensando, sintiendo conscientemente.

En ocasiones el sujeto quiere abandonar la forma corporal que acompaña al pensar porque no le convence estéticamente: no tiene otro remedio que aprender a remodelar sus hábitos de otra manera. Si quisiéramos abordar el cambio desde una gimnasia mecánica, el énfasis estaría colocado en el cuerpo, pero el pensamiento sobre el cuerpo que miramos atentamente es diferente al que lo mira sin verlo o al que lo mira sólo cuando se lo ridiculiza, y por lo tanto sigue tratándose de transformaciones unitarias de pensamiento y motricidad, que dan lugar al asentamiento de nuevas modalidades tras la ruptura con las formas del hábito, al igual que transforma rasgos de sus esquemas dedicándose a reformar su escritura, o su voz, o sus gestos.

Una discriminación en una acción conlleva a una nueva operatividad, que será más bien de afinamiento (/esperar/, pero ahora esperar más estéticamente, por ejemplo) cuando el esquema a reformar sea parcial y por otro lado fundamentalmente exitoso.

Pero discriminar entre personas que abusan de nuestra confianza y las que no, a fin de acercarnos distintivamente a unas y otras, en el caso que quedara patente la necesidad de hacerlo porque nuestro hábito conceptual utilizado fracasa y plantea graves problemas de relación, conlleva alterar la visión de que todos los hombres van de buena fe, y al mismo tiempo rellenar el capítulo de peligros con el subapartado de aparentes aliados que disimulan una actitud afable para abusar de la reciprocidad en el momento oportuno. En éste último caso no se retoca, para ajustarlo, un hábito por lo demás aceptable, sino que se crea uno nuevo que sustituye totalmente al anterior.

El hecho de que las acciones se hagan y se interpreten con un sentido, nos señala la conciencia como sistema director, y el sistema directivo consiste en buena parte, justamente en esa experiencia que hemos venido a llamar nuestra subjetividad.

Describiríamos parcialmente un ordenador diciendo que es un conjunto de circuitos, porque la información es un efecto único del funcionamiento específico, del aprovechamiento electrónico mediante pautas. La información es material como puede serlo la masa de un átomo, resultado de interrelaciones de partículas. Las diferentes partes del cerebro son algo más que elementos pegados al azar unos con otros, hay una relación tal que se produce una sociedad, como le gusta decir a Minsky(4), organizada según reglas cuya mayor jerarquía es justamente la aprendida y asumida por el sujeto en el medio cultural en el que vive. Tal jerarquía mayor es lo que el sujeto humano llama lo suyo, de lo que se siente autor y responsable y sobre la que interviene para reorganizarse continuamente.

La coordinación de la acción es lo bastante compleja en su último eslabón de toma de decisiones como para llamarla inteligente, libre, voluntaria: son marcas semánticas que señalan estructuras informacionales.

La conciencia es la evolución más perfeccionada de los seres vivos (recordemos esta famosa frase de Luria). A su lado un autómata es un pálido reflejo, aunque no se excluye que en un futuro nos encontremos con androides lo suficientemente sofisticados como para llamarlos con justicia conscientes, voluntarios, libres, dada una competencia de acciones que se equipare al del hombre.

Cuando alguien asegura ser libre de sentarse en una silla, si quiere, dadas unas condiciones favorables, tal como que la silla esté a su alcance y no existan obstáculos que sean insalvables, no está diciendo que es libre absolutamente, ni que existe el alma, ni que no posee condicionamientos y límites para su acción, simplemente describe su situación: no está obligado, por ejemplo, ya que entonces daría que "debe sentarse", resuelve el asunto de sentarse y no el de viajar en avión a Paris, en suma, muestra su panorama de manera sintética, apelando a reglas semánticas que suponen implicaciones contextuales de la acción a realizar, como la lógica binaria de sentarse o no, una decantación que no es inflexible como en la obligación, ni orientada como en un valor estético, con un grado de incertidumbre distinto a otro tipo de planteos. La libertad de la que todos hablamos es una síntesis de reglas pragmáticas y comunicativas.

Para ilustrar el problema, contemplemos un extremo: un esclavo es libre de un número de cosas diferentes a las del amo. Esto es, la libertad es discriminable, medible incluso: se puede tener mucha, poca, perderla del todo.

Normalmente nos encontramos con grados de libertad (variables de conducta que no se superponen unas con las otras). En cambio, tener libertad absoluta, empleada como un sustantivo, es un contrasentido, a no ser que se esté hablando bajo licencia metafórica, como se dice a propósito del Rey que tiene el poder absoluto, queriendo expresar con ello que tiene más poder que nadie de los que le rodean.

El empleo del término de libertad podríamos verlo en cierto modo como análogo al de temperatura: una escala, un recurso descriptivo que nos ayuda a entendernos al hablar del tiempo que hace. A nadie se le suele ocurrir el preguntarse si existe la temperatura de la que tanto se habla.

El ser humano utiliza un sistema de signos que cuenta las cosas a su medida. Hablamos de la arena del desierto, y no de los millones exactos de granitos con determinadas características minerales (a no ser que seamos geólogos). Con la arena del desierto conectamos toda una enciclopedia de datos que no es necesario enumerar exhaustivamente, pero que no sorprende tampoco que surjan, al modo como podemos esperar que aparezca un dromedario tras una duna y no en cambio un pingüino.

El rendimiento del lenguaje humano no es despreciable, al menos no se lo puede descalificar tan limpiamente acusándolo de místico. Hay un abismo entre ser libre de hacer algo, que expresa algo que siempre hacemos, y los fantasmas del misticismo, en los que se reniega de algún límite (el de ser nacido, morir, ocupar un espacio, etc.). Reconociéndonos libres no nos extralimitamos, sino que aceptamos movernos entre límites.

Cuando comparamos la actuación de una máquina lava-coches con la de una persona que limpia a mano, podemos caracterizar el funcionamiento de la primera como maquinal, respondiendo al objetivo por el que fue diseñada perfectamente, pero de manera inflexible, previsible y limitada a su función preestablecida.

Por el contrario, la persona hace las cosas con desenvoltura, canturreando, bailando, con uno u otro ritmo; si quiere se detiene, tomándose un descanso, o se niega a continuar por puro capricho, o se divierte limpiando minúsculos detalles con amor obsesivo. También podría limpiar maquinalmente, al modo de la máquina rígida.

En resumen, el hombre es libre de limpiar y la máquina lava-coches no, depende de la proyección del hombre. Estamos apelando a explicaciones metafísicas?.

Al igual que /arena/ es un término que sintetiza todo lo que podríamos decir de la arena o en relación con ella, puesto que funciona semánticamente como título de una enciclopedia dedicada al tema, así /libertad/ resume diferencias con máquinas construidas por el hombre, con animales, piedras, plantas, etc. en lo que respecta al tema de comportarse: riqueza de recursos, capacidad de diseño, de superación de obstáculos, de flexibilidad, predicción, etc.

Tenemos derecho a calificar a nuestras habilidades con el título enciclopédico de libertad, y a la hora de estar comparándonos con una máquina lava-coches aseverar que ella no es libre, mientras que nosotros sí lo somos: la máquina no tiene por ejemplo, poder de encenderse o apagarse sin una intervención externa, mientras que el hombre puede autogestionarse a conveniencia. A continuación podríamos enumerar toda clase de acciones que el hombre puede-hacer y la máquina no. Hasta tal punto es decisiva la lógica de poder o no poder que nosotros mismos, encarcelados, podríamos desear ser libres "como un pájaro", indicando con ello que el pájaro circula a su aire y nosotros no podemos hacerlo porque somos prisioneros, sin especificar qué deseos tiene un pájaro o qué cosas exactamente no podemos hacer que quisiéramos hacer: la expresión es suficientemente mostrativa de una situación.

La lista de cosas que el hombre podría hacer valdrían para entender qué queremos decir con el concepto de /libre/ como la explicación de lo que significa una palabra vale por el concepto de esa palabra.

Si el hombre común fuese un buen descriptor de su lenguaje nunca daría la impresión de ser especialmente irracional cuando emplea el concepto de libertad. En muchas ocasiones sabemos usar una palabra de forma ajustada, pero no describir porqué, o cómo, ni qué exactamente significa. El no-saber explicarse es aprovechado por muchos científicos para encontrar en los balbuceantes "algo especial", "un don" del pobre orador infiltraciones oscurantistas en el pueblo. No se puede confundir el habla en ejercicio con una gramática de andar por casa: la gente sabe hablar sin necesidad de saber demasiada gramática, ni menos aún epistemología.

Una situación parecida ocurre con los 'síntomas' que padece un sujeto y que le parecen incomprensibles al gramático de la psique. La persona en cuestión puede que no sepa mucha psicología académica, sea, pero ello no significa que sea inconsciente del sentido del síntoma, o que ese sentido esté reprimido en el inconsciente, u otro tipo de interpretaciones al uso profesional. Simplemente el sentido de tipo gramatical falta, no existe, y el sujeto en todo caso lo tiene que aprender. Tal aprendizaje consiste en reflexionar a propósito de lo que hace y de lo que interpreta: en la modalidad característica de su acción consciente, en su implicación en el asunto, encontraremos el sentido del síntoma, estudiándolo como se trabaja en la resolución de un problema.

Imaginemos a un sujeto muy preocupado por una serie de conflictos que de pronto, un buen día, nota que aparece un puntito negro en su visión. Este pequeño trastorno perceptivo él lo puede tomar tal cual es, procurando minimizarlo, conviviendo con humor con él como con un televisor que tiene una pequeña mancha de suciedad. Pero También puede maximizarlo, dándole una interpretación siniestra: fulanito de tal ha construido una mosca teledirigida para volverme loco, tanto me odia. Al profano el temor a volverse loco del sujeto del ejemplo le puede resultar inexplicable, o bien insuficientemente inteligible por lo que expresa; irá a buscar la razón del tal síntoma fuera de los datos que lo constituyen como fenómeno: se tratará del efecto de uno de los problemas que soporta, o alguno reprimido (dirá un psicoanalista), o de un condicionamiento ambiental, etc. El sujeto mismo no se aleja de tales elaboraciones que se apartan del síntoma, aislándolo como un cuerpo extraño: otro lo produce. El interpretador no se cree que otra persona se lo produce, pero cree en cambio que otras cosas diferentes al síntoma -objeto objetivado- se lo producen.

Al apartarse del sentido del síntoma se buscan explicaciones simbólicas, reductoras, o hermenéuticas, al modo de los interpretadores de la biblia que donde leen sal traducen gracia divina, y donde tierra, la pérdida de la gracia, acabando por deducir que Cristo, con la fábula de los sembradores ha querido decir que la iglesia ha de organizarse en torno a un Papa. Cuando el sentido literal de la biblia no conviene a la doctrina oficial de la iglesia se interpreta simbólicamente: primero el Génesis tuvo una lectura literal, siendo causa de condena por herejía toda desviación, hasta que las realidades científicas que terminaron por imponerse la llevaron a considerar al Génesis como una alegoría de la creación (5).

El síntoma puede tener una lectura literal de su sentido, o una de tipo alegórico: la mosca es un trastorno perceptivo o representa otra cosa, un problema reprimido, o el instrumento del maquiavelismo de un enemigo, como dice el delirio del sujeto.

Si tomamos las cosas tal cual son presentadas, qué concluiremos? Que el sujeto tiene miedo a volverse loco porque piensa equivocadamente que la mosca es una prueba de las intenciones de un enemigo que quiere enloquecerle. Teme sucumbir a las celadas del enemigo: verse acosado es suficiente explicación de porqué sentir miedo. Lo único que falta es convencerle de que ese miedo, aun con ser lógicamente diseñado es irreal porque falla la argumentación de prueba, y el malestar magnificado que padece, él se lo provoca a consecuencia de que razona equivocadamente.

El no aceptar la responsabilidad, libertad o conciencia, lleva al delirante a justificar su delirio, a no decidirse a salir de él, inerme como se contempla.

El científico que por un exceso de celo en el rigor, critica el empleo de conceptos como libertad, voluntad, conciencia, etc. acaba por desplazar el sentido de las acciones a sus momentos antecedentes o subsiguientes, saltándose a la torera todas las operaciones realizadas bajo los títulos enciclopédicos de libertad y voluntad, de los que denigra. Comete el error de sustituir el nivel de concepción, balance, decisión y diseño de la acción por un conjunto de influencias, circunstancias y precedentes cuyos datos procesa aquél nivel, y ésta censura ilegítima de unas operaciones que sin embargo existen, conduce a eliminar la complejidad operativa de la acción, dando la impresión de que a la influencia y a la situación le sigue una respuesta poco menos que estereotipada, con ese tufo de reflejo que jamás permite saborear la auténtica dimensión de los fenómenos.

Como que calcular el alcance del efecto que tiene la censura injustificada de las operaciones de conciencia es una de las tareas que nos hemos propuesto, señalaremos algunas brevemente:

-Si bien muchas acciones, aun quedando insuficientemente descritas por el modelo de estímulo-respuesta, presentan efectivamente una relación de continuidad, otras muchas conductas, leidas por ese modelo deficitario son deformadas.

-Al quitarle al sujeto su conciencia, se va con el ella el poder personal, en tanto que conjunto de habilidades, de forma que si se dice que responde según leyes ajenas a ese poder, aparece el resultado de la acción como algo ajeno al individuo, ni siendo responsable ni libre de variarlo como no sea manipulandolo como influencia externa negativa.

El falseamiento del poder que acabamos de ver, se da también frecuentemente en las depresiones, fobias, obsesiones, etc. El duelo frente a determinado fracaso, o algunas dificultades en la realización de los proyectos, se eternizan por falta de alternativas a las que el sujeto se dice que no puede acceder. O un miedo que debería desaparecer ante la eficacia de una estrategia defensiva adecuada, permanece y se agranda en la medida en la que el sujeto "no puede" soportar el apuro de dar los pasos necesarios.

Si el científico quiere ir más allá de la subjetividad de quien utiliza para la coordinación de sus acciones nociones como libertad, se pierde, como el deprimido o el fóbico, en un proyecto imposible de estudio total de influencias, incontables como la arena del desierto, de no ser que se cuente a bulto a la manera que sintetiza información el título enciclopédico de /arena/. Pero lo más imposible no sería reducirse a la masa de información que maneja el sujeto, sino dar cuenta por ésta vía del hecho de que la acción pasa en su realización por una concepción, explicitación y cálculo en esa consciencia que se pretende eludir.

Volviendo al problema del engarce de acciones. Cómo describir el hacer del científico, un tipo de acción como otro cualquiera? Es obvio que habremos de tener cuidado en clasificar las acciones subsidiarias debajo de las más generales, siempre que podamos encontrar una articulación que las asuma. Toda la serie de operaciones que entren en el apartado de "investigación sobre tal" estarán pronto localizadas. Queda por aclarar entonces en qué consiste realizar un proyecto.

Como proyecto tendrá un carácter distintivo en un marco forzosamente intertextual: para tener sentido necesita un contexto donde desenvolverse, que no puede ser otro que entre textos. En el tejido de los textos que recogen saberes adquiridos se elige un desarrollo de los posibles. Por ejemplo, dado el estado de cosas en los estudios sobre la conducta humana, iniciar un nuevo conocimiento que arroje luz sobre determinados aspectos. Este sería un paso entre proyectos: acabado el proyecto de averiguar un estado de cosas comenzar otro de cambiar la concepción sobre tales conocimientos.

El cambio tendrá una dirección especial que nos servirá para clasificar ese proyecto entre los demás que se realizan. "Dar por acabado" e "iniciar" son operaciones de clausura y de inauguración: nos interesa subrayar la característica de operaciones lógicas que tienen ambos conceptos. Trataremos de analizarlos más despacio.
 

La finalización del acto

El fin es un concepto de síntesis. Implica una activa asimilación del recorrido que queda marcado desde el inicio hasta el final de un acto. Si tenemos que resumir una serie de tiras de comics necesitamos sintetizar diversas escenas entrecortadas que anuncian mediante un /continuará/ un desarrollo posterior, y que por lo tanto, como paréntesis interiores de un curso más amplio que las incluye como pausas, consisten cada una de ellas en sinopsis provisionales: sólamente al llegar a la marca dada por /fin/ podemos emitir un juicio que íbamos suspendiendo, aunque edificando.

Con frecuencia la escena final cambia radicalmente la conclusión que se imponía, girándola de signo. Creíamos que determinado personaje estaba haciendo triunfar los más altos valores de la honestidad, y nos venimos a enterar de que se trataba de una hipocresía, un sagaz ocultamiento de perversos intereses; tenemos ahora que cambiar lo que estábamos deduciendo, viendo como peligrosas maniobras de simulación lo que antes nos semejaban loables propósitos.

El que un fin nos sorprenda, desilusione o confirme lo que provisionalmente concluíamos nos señala la importancia sancionadora de su ejercicio de tribunal supremo de apelación.

El fin vuelve a la producción acabada, perfila la acción como producto ofrecido, así tenga las características que tenga, aunque fuese un producto incompleto.

Cuando en una película se narran las peripecias de dos enamorados y se cierra con un happy end, sellado por un beso y una palabra, FIN, se acaba el intríngulis que nos mantenía en vilo, cuyos altibajos nos hacían adivinar el desenlace sin estar seguros del resultado. La narración versa sobre los anhelos y dificultades de los amantes que no se realizan como tales, y por consiguiente, no esperamos una narración sobre las vicisitudes posteriores. No es éste último el tema, lo que tenía una confirmación provisional a medida que transcurrían las secuencias. Sobre todo queda aclarado al llegar el /fin/ en el momento del beso: queda eliminada la inseguridad, confirmadas o rechazadas las expectativas de cual sería el resultado. O lo que es igual, cómo un desenvolvimiento de acciones etiqueta sus paréntesis interiores hasta llegar al paréntesis mayor, clímax sintético, tema.

Tal tema no lo podemos concluir como totalidad, dar por enteramente hecho, hasta que no se le pone el paréntesis que lo delimita, como en las narraciones de vanguardia, de las que no nos enteramos de qué tratan hasta después de haberlas comentado con un amigo experto, ejemplo mostrativo de cómo trabajamos en las conclusiones.

Si bien utilizamos como referencia macro-conductas imaginarias de personajes de ficción, como los de un film o un comic, de los que somos exclusivamente lectores y no actores, ello es más que un caso aparte. Se puede extrapolar con facilidad a las conductas corrientes.

Podemos considerar la conducta de ser delincuente como una macro-narración conteniendo paréntesis interiores de sub-conductas que sin su fin correspondiente, -reiterado o no, lo que nos serviría para distinguir entre reincidencia y primer delito- presente en la escena del delito cometido, no llegaría a ser todavía un relato consumado. Sin delito no hay verdadero delincuente, como sin fin no hay conclusión sobre la historieta de ficción.

Finalizar es una operación activa de concluir, sintetizar, resumir, construir un hecho. Ser delincuente es concluir, dar por hecho que un sujeto ha cometido un delito, una transgresión a leyes asumidas socialmente.

Esta finalización activa puede ser más o menos rápida, sencilla o laboriosa. Puede llevar años dar por sentado un delito y por lo tanto identificar a un delincuente, o bien la duda en la conclusión nos puede confundir, hacer que nos encontremos con retazos de posibles hechos como ante un croquis emborronado por trazos de cambiantes fronteras.

De hecho a hecho hay entonces un puente decisivo: hay que aclarar cuales son, concluirlos, decidir a partir de sus consecuencias que propósito subsiguiente conviene.

Hay conclusiones que vienen rodadas porque se dan sin contradicciones con conocimientos arraigados. Finalizar una síntesis se aplica a datos concretos pertenecientes al continuum de la acción: la rapidez de un final se aumentará contando con patrones de respuesta, con saberes conocidos.

Un patrón es como un ladrillo, un material informacional que podríamos fabricar cada vez, pero que conservado en bloque o con ligeros retoques facilita la construcción de macro-edificios. Es más económico disponer de ladrillos que emplear un tiempo precioso y limitado en su construcción sobre la marcha.

Ello no significa que el patrón nos ahorre el tener que tomar decisiones, puesto que siempre tenemos que decidir qué hacer. El mérito del patrón consiste en que podemos acelerar las decisiones, hacer que actuar no sea algo excesivamente sesudo e indigerible como un problema de matemáticas.

En toda acción se necesita invertir una dosis del trabajo de hacer en concluir, sintetizar, decidir. Esta actividad es constante, en el sentido de que siempre que estamos actuando también hay un ir concluyendo, y al mismo tiempo es variable, dependiendo de si poseemos facilitadores o nos enfrentamos con adversidades.

Las acciones tienen un objetivo anticipado, que se va realizando paso a paso. Los medios para alcanzar el fin se pueden entender cada uno como fines provisionales. Es decir, que si bien hay un fin considerando mayor, el cierre del paréntesis más abarcativo, ello no quiere decir que no existan otros fines subsidiarios (medios), y que sea necesario ir cerrando paréntesis menores.

Por lo general actuamos a escala de nuestro tiempo cotidiano, por lo que en el ciclo soportado por nuestras facultades limitadas por los ritmos circadianos incluimos las cuotas de finalidad realizables, que no son la totalidad del proyecto, y que necesitan de una estructura que permita alargar la actuación de varias jornadas por el recurso de sucesivas finalidades que son pasos del mismo proyecto, reducido cada vez a un fragmento que funcionase como si fuese la finalidad en la que nos empeñamos y que pueda encajar en las disponibilidades de tiempo de que disponemos.

Como parte de los medios se realizan semiautomáticamente, según patrones, normas aprendidas, el cierre de éstos paréntesis automatizados consistirá más bien en una vigilancia de su adecuada ubicación y ajuste, a diferencia de aquellos medios no automatizados cuya finalización comporta una mayor inversión en esfuerzo y estudio.

Resultará ahora más fácil entender que las operaciones lógicas de síntesis no responden sino a la coherencia del sentido de la acción, que necesita ser algo limitado por un principio y un fin para soportar algún tipo de ordenamiento.

Si la lectura de un comic, de un una novela o de un film, requieren de un espectador y lector activos capaz de comprender las conductas de los personajes para ir construyendo una trama de lo acontecido, el agente de carne y hueso no necesita menos actividad arquitectónica para colocar su persona en la historia de todos.

Es actor y testigo de su propia conducta. Podríamos añadir que para actuar necesita al mismo tiempo ser consciente de que actúa, poder dar cuenta de sí. Cual director de orquesta ha de armonizar distintos proyectos en pugna por el éxito dirimiendo cuales pueden coincidir, cuales deben esperar, con qué compás se toca y con cual tesitura. Su obra, a diferencia de las de ficción, es su vida, aquella que define su hacer ocurriendo entre su nacimiento y su muerte.

Los hechos decididos no son exclusivamente los que pueden verse desde fuera. No es lo mismo que un delincuente tenga éxito en sus proyectos, lo que presupone evadir el castigo de la ley, que los proyectos de quien persigue al delincuente. La perspectiva del delincuente sobreentiende un sistema con un dúo de personajes /perseguidor-perseguido/ que se confrontan. El logro de un punto de vista implica el fracaso del otro: al huir, el delincuente logra hacer fracasar una persecución, deja al cazador sin presa que capturar, su empresa inacabada. A la inversa, al finalizar una persecución exitosamente el perseguidor coarta el proyecto del delincuente definiendo un hecho, la captura, que para del delincuente consiste en el fracaso de la huida que estaba emprendiendo. Una doble perspectiva, la de capturar y evitar ser capturado, gira alrededor de una acción sintética, colectiva (ya que requiere como mínimo dos personajes que se relacionan con signo contrario) y cada actor busca un resultado haciendo constantes balances según contempla el panorama.

Concluida en un sentido o en otro, la captura arrastra consecuencias subsiguientes. El perseguidor obtendrá méritos o deméritos de alcanzar o no la captura. El delincuente conseguirá una ventaja de la evitación o una degradación por la captura. Por lo tanto entendemos que existen una serie de implicaciones esenciales para futuras acciones que vienen entrelazadas con un desenlace precisado, condicionadas por conclusiones que se toman.

Cuando varias acciones se engarzan como medio de conseguir otra establecida por la articulación de las asociadas, hablaremos de un fin ramificado en cada una de las acciones subsidiarias, definiendo la decantación de sus posibilidades según los intereses del sostenimiento de la acción empresaria o acción-resultado.

Metafóricamente, podríamos decir que los intereses del Estado toman prestadas libertades a sus ciudadanos. Si bien cada individuo tiene autonomía en su terreno, el territorio común plantea restricciones a los subterritorios en forma de normas obligantes.

Las finalidades diversas son asumibles por el sujeto en autoría y responsabilidad, le son imputables. De manera que se le supone la libertad de elegir entre las posibles finalidades. Este margen de libertad se da en toda su complejidad: el número de finales de acción disponibles para que un sujeto los pueda realizar depende de conocimiento sobre sus ventajas o las expectativas de sus derivaciones.

Se objetará que hay ciertas conductas que a primera vista el sujeto no controla y que por ello no le serían imputables. Estornudar, un plato que se nos cae, quemar la ropa del sofá con un cigarrillo, son 'acciones' propias no realizadas exprofesamente como deseos, aunque pueden imputarse bajo la forma de algún cuidado que habría que tenerse y que por descuido, dejadez, falta de consideración, etc., no se tiene. No estornudar en un concierto implica un grado de vigilancia que el sujeto, de proponérselo, podría llegar a conseguir. No se rompe un plato cuando se tiene muy en cuenta que se puede ser censurado por ello. El fumador podría considerar los peligros de incendio que puede ocasionar y ser especialmente comedido si tiene hábitos relajados.

Hay una serie de reglas sociales que pautan técnicas corporales como el buen gusto en el conversar y en el hacer, que sin llegar a ser leyes oficiales, extraoficialmente tienen un peso considerable, y se castigan sus transgresiones, aunque sea con el desprecio.

La necesidad de que el ser humano sea solvente, esté a la altura de las circunstancias sociales tiene un peso considerable. Se invierte muchísimo esfuerzo en lograr que los niños domestiquen sus costumbres para lograr ser adultos, y los ancianos son a menudo fuente de desconsideración, burla o humillante conmiseración si no dan la talla de lo que se espera del comportamiento adulto.

Habida cuenta de la presencia de tal clase de exigencias, es un impacto desagradable para cualquier humano constatar que falla en alguna de reglas prescritas por el ideal de adulto de su sociedad.

Ello conduce en ocasiones a extralimitar la culpa: se confunde una limitación de la memoria, de los automatismos, la reducción que por lo general sufre nuestra maquinaria biológica en su rendimiento óptimo en situaciones de angustia excesiva, cansancio, desánimo, etc. con una supuesta negligencia o debilidad moral.

La persona que trasgrede normas semi-obligatorias suele ser censurado, a parte de por él mismo en la medida que las asume como propias, por quienes sostienen la vigencia de la obligación.

El conflicto con las normas tiene sentido cuando al sujeto que las transgrede se le impone obediencia a las mismas. No tiene sentido hablar de responsabilidad en un niño que mancha la ropa con la comida si todavía no ha aprendido a comer correctamente (aunque hay padres que tienen la mala costumbre de censurar a los niños por hacer lo que no les han enseñado primero a corregir), o con un bantú al que se invita a Europa por primera vez y al ofrecerle un cigarrillo tira luego la colilla al sofá. Estos casos muestran que la responsabilidad se limita a una acción enmarcada en un conjunto de presupuestos, como los deberes, los condicionales (si tal quiere integrarse en determinado ambiente, entonces..), etc. Bajo otro supuesto general son imputables: es el niño quien todavía no sabe comer, respondiendo justificadamente de su ignorancia, es un bantú que descubre la cultura europea, y responde únicamente de su asombro.

Otro tipo de actos, clasificados como errores por los que el sujeto paga un precio, son igualmente polémicos. La pregunta que suele hacerse en tales casos es: sabe o no sabe o se desdice de lo que hace?. Hay un intento, ante la oscuridad del panorama, de buscar atenuantes y eximentes en estas ocasiones, por una especie de prejuicio de que el hombre no puede hacer lo peor, y menos si se arrepiente de ello. Se va a ir a buscar en la educación familiar, las presiones económicas y sociales, las ideologías aprendidas, con ganas de encontrar al sujeto víctima y no victimario de su error.

Evidentemente no se trata de negar los límites de todo ser humano: ser nacido -en un momento histórico, en una familia-, su cuerpo propio, su poder, etc. Es más, precisamente desde tales límites tiene sentido hablar de toma de decisiones, ya que de lo contrario nos convertimos en enemigos de nuestro cuerpo o de nuestra propia historia.

Entonces es que el sujeto hace lo que quiere, puede y sabe hacer, independientemente de que se desdiga de ello, o se arrepienta instantes después de realizada una acción, o que elija realizar lo peor.

El punto justo sobre el hombre no consiste ni en considerarlo dios todopoderoso ni sub-hombre sin conciencia de sus actos. Los límites de la realidad humana (corporales y sociales) dan sentido a la libertad de decisión, que es como es gracias a ellos. No le falta, por consiguiente, nada al hombre, ni al que corre peor suerte, que le borre su imputabilidad. Es responsable de sus actos, los elige libremente: de lo contrario es que no se trata de actos, sino de causas, azar, movimientos sin sentido.

Simplemente, hay situaciones de presión o debilidad en las que normalmente (aunque excepcionalmente seamos heroicos) elegimos hacer, para más inri, lo que menos nos conviene. Es como ceder ante un chantajista olvidando que con ello le damos pie a que siga extorsionandonos, envalentonado por nuestra debilidad.

Quien se quiera escandalizar de hasta qué punto puede cultivar el hombre la estupidez, el vicio y la corrupción que tenga el consuelo de que ello no obsta para anular ciertas virtudes, y que si algo tiene de maravilloso el hombre que no quepa duda de que se lo ha ganado a pulso.

Volviendo al tema que nos ocupa. Si la acción de huir del delincuente fracasara, una acción más amplia aparece, la que coloca paréntesis a dos acciones como "delito cometido" y "delito castigado". Todo un aparato de castigo a infractores de la ley sintetiza en un final que conforma la garantía de los dispositivos anti-delito. Claro está que estamos articulando acciones individuales con las de un conjunto de sujetos organizados, pero ésta complicación vuelve la discusión más realista.

Las acciones pueden colectivizarse, y casi todas lo son parcialmente, en tanto cuentan con otros, directa o indirectamente, para realizarse y definirse. No se podría saludar con éxito a un amigo si no predijésemos que extenderá su mano, la encontraremos a medio camino y la estrecharemos. De no ser así dudosamente hablaríamos de saludo, como al dejarnos un amigo plantados con la mano extendida , retirándola vergonzosamente, rascándonos la cabeza para disimular el bochorno.

Pero, qué quiere decir aquí predecir, ése término que tanto esgrimen los importadores de los métodos físicos a las ciencias humanas? Y de paso, qué significa describir?.

Cuando adelantamos un hecho, éste hecho puede que todavía no haya ocurrido, o lo describimos porque lo conocemos sin necesidad de que esté ahora a la vista. Esto es, el fin provisional vale por el definitivo.

Si acertamos en lo anticipado o nos ajustamos a lo sucedido nos alegraremos de la eficacia de nuestras habilidades de organizar información, porque ello redundará en beneficio de la articulación de las acciones. Si sabemos anticipar la respuesta posible del otro nos aseguramos nuestra posición. Científicamente puede entenderse como una modalidad exacta, verdadera, de imaginación, en el sentido de que la expectativa se cumple con un final feliz en la dirección que se anunciaba provisionalmente.

Si el perseguidor ha sabido predecir con agudeza y pertinencia, logrando capturar al delincuente, ya no tiene sentido volver a predecir donde se encuentra escondido, puesto que está a buen recaudo en la cárcel, a no ser que se escape de ella: la predicción se da para una situación única cada vez, y su valor se mide por el resultado concreto de cada caso. Un predictor perfecto sería aquel que es capaz, para cada situación diferente, de acertar el envite, pero no aquel que sólo sabe predecir un tipo único de situaciones: de nada nos serviría un detective que sólo sabe capturar a Jack el Destripador.

Como quiera que no existe un determinismo de la conducta tal que la predicción resulte siempre verdadera, porque el margen de acierto y error se da por una cuestión de tiempo y no de causa (cuando hay una relación de causa-efecto no hay otra de posibilidades combinatorias donde predecir comporte una anticipación, un tiempo en el que algo sucede imaginariamente antes de que ocurra realmente) existe un tipo de hechos que son las conclusiones de acciones imaginariamente predichas, que tienen un componente de prueba, averiguar si se acertó o no.

Es decir, a la acción sintetizadora del hecho predicho le es consubstancial comprobar, y el fin de la comprobación es un éxito o fracaso. Como se ve sería más útil dedicarnos a conocer al ser humano en su globalidad, y sacar de ello toda clase de lecciones, que perseguir leyes de inexistentes comportamientos determinados por causas.

Hemos señalado que el sentido de una acción, como el relato de un hecho, implica un trabajo activo de síntesis, ya sea provisional o definitiva. Al mostrar la naturaleza cognitiva del finalizar, del darse el hecho, corremos el peligro de anclar en lo imaginario el sentido de la acción, olvidándonos del cuerpo. Pero el cuerpo participa de forma relevante en esa trans-ascendencia intelectual, y precisamente es la emoción la que nos sitúa de nuevo en el estar-en-el-mundo sensorialmente.

En la emoción encontramos la sensorialidad del finalizar y del inaugurar, la manera de estar nuestro cuerpo con el sentido que tienen los hechos para nosotros. Indicaremos las formas más obvias en las que se ligan fin y emoción, dejando las más problemáticas para un estudio sobre las emociones.

Antes de finalizar -parentetizar, según una expresión que hemos empleado- el cuerpo participa evidentemente en la phisis del hacer mecánico, tanto si pensamos en la técnica corporal, como la de beber un vaso de agua, o en la técnica postural, como al estar divagando cosas que nos gustaría hacer. Si bien el cuerpo sigue estando de alguna forma cuando estamos finalizando, además siente algún tipo de emoción, dependiendo del sentido del hecho parentetizado. Algo similar, aunque por supuesto que lejanamente, plantea Skinner con las conductas asociadas a premios o castigos.

Un proyecto que estamos realizando, si nos reporta un bien apetecido, la finalización provisional hace coincidir el concepto de éxito provisional con ánimo (el dar por bueno algo y el cosquilleo placentero del cuerpo se dan a la vez en un acto único, no podríamos estar realmente dando por bueno algo si no nos estamos animando). Al mismo tiempo hay un goce de en un futuro sentir goce por el éxito definitivo; si se quiere, un goce por la promesa de un goce casi asegurado: de ahí que la alegría dure más que el instante de la conciencia de éxito.

El éxito definitivo forma parte del concluir un hecho, partiendo de que se trata de un hecho querido, porque un proyecto se caracteriza por soportar riesgos, un trabajo que busca justamente la consumación no asegurada de un bien, y necesitamos detener en el punto adecuado el trabajo que realizamos (no nos enteraríamos de lo contrario de que tenemos que desactivar el empeño, o fracasaríamos en el cierre del acto como un obsesivo que nunca cree haber terminado de limpiarse las manos)

Un éxito comporta saber que el deseo que teníamos se ha realizado. Hay una buena razón para abandonar ya el deseo de hacer algo: ya está hecho. Nuestro cuerpo se puede abandonar a un relax delicioso, no tiene que estar en las tensiones de la lucha, y hay un compás de espera antes de que otras empresas aparezcan como oportunas, necesarias, urgentes.

Si el reconocimiento final del deseo es que es imposible continuar no porque ya tenemos lo que queríamos, lo cual efectivamente nos haría estar realmente expandidos con un plus ganado, sino porque nuestro trabajo no nos lo ha entregado (fracaso), en ésto consiste la tristeza con sus correspondientes sensaciones corporales, con su tecnología neurovegetativa de borrado de deseos, el dolor de la reducción y la parálisis.

Supongamos que tengo mucha ilusión por sorprender a mi compañera con un regalo. Cuando finalizo mi deseo es que la estoy sorprendiendo: dado el éxito, se acaba mi deseo, y esa liquidación del deseo es la alegría que siento. Si mi mujer no se sorprende, e indiferentemente deja el regalo en la mesa sin abrirlo, concluyo mi deseo fracasando, y esa liquidación de mi deseo es la tristeza que siento.

El fin de algo temido, de no tratarse de la muerte, de la que una vez muertos ya no nos enteramos, es la tristeza. La liquidación de un temor en este sentido (de que se realice algo desagradable que veíamos venir) consiste en soportar la pérdida de que se trataba. Si estamos queriendo eliminar algo desagradable activamente, el éxito es placentero. Tanto el odio como el miedo son siempre provisionales, de paso, puesto que su finalización entraña, respecto de los deseos que son obstaculizados, bien la desaparición del obstáculo, o bien la ruina del deseo por el obstáculo realizado.

Así, si soy un empresario que tiene miedo de arruinarse, mientras no llega la ruina o trato de evitarla puedo sentir miedo, pero una vez que cierro el paréntesis es que estoy en la ruina, lo cual será odioso, o más bien doloroso y triste. Puedo volver a tener otros miedos, por ejemplo a las consecuencias subsiguientes a la ruina, pero la liquidación de mis posesiones ya está hecha, y darla por hecha sólo puede ser doloroso.

Si tengo un competidor al que odio, el éxito de ese odio implica ganar lo que él me impedía, y ese es un triunfo alegre. Si fracaso quiere decir que me competidor gana y yo me arruino: deja de tener sentido el odio para dar lugar al duelo del odio. Posteriormente puedo estar resentido con ese competidor que me arruinó, pero el sentido de ese odio (que a pesar de todo viene a posteriori de una triste derrota) ya no es ganar la partida, sino en todo caso la venganza.

En resumen. Hay toda una serie de finales conclusivos de acción que consisten en dar por sentada una imposibilidad, aceptar una renuncia, adquirir bienes que se valoran, dar por bueno un funcionamiento, etc. y que son momentos finalizados También corporalmente en forma de goce y depresión, alegría y tristeza. El éxito o fracaso de las acciones, elemento de la operación de ponerles fin (provisional o definitivo) es implementado corporalmente con la expansión o reducción del ánimo. El resto de emociones se dan en un inicio, primero, o en la promesa de los pasos siguientes, a continuación.
 

La inicialización del acto

El inicio de una acción viene tras la conclusión de otra. Es evidente ésta relación cuando las acciones se implican necesariamente, esto es, cuando son operaciones articuladas al servicio de una finalidad troncal. Dentro del conjunto se secuencias de acción obligadas, los inicios se dan por los resultados precedentes, que posibilitan la acción que, habiendo comenzado, trata de realizar su cometido en el set(6), en el organigrama.

De tratarse de acciones operacionales fuertemente arraigadas, automatizadas, hay un mínimo de gasto de conciencia en su desarrollo: con una pequeña vigilancia sobre la buena marcha de la actividad aprendida, y ajustándola a la realidad actual a la que se aplica, basta para que los engarces se den suavemente, como si el final de una acción se enlazara sin interrupción con el comienzo de otra. En este caso confiamos en lo aprendido, podríamos constatar que casi ciegamente.

Los actos automatizados han requerido un tiempo de aprendizaje en el que los finales e inicios de acción, así como su desarrollo práctico, necesitaban activas síntesis y trabajosos cálculos de elección. Esto último es lo que viene a suceder con las acciones que no son hábitos.

Sea que contemplemos las acciones-medio, sea que hagamos énfasis en las acciones-fin, de todas formas necesitaremos de una demora para dar por acabado o iniciado algo.

Ello no excluye la presencia de un organigrama que nos diga cual es el fin y el medio correspondiente para realizarlos: el grado de elaboración, gracias a la automatización, nos ahorra una buena dosis de trabajo elaborativo a propósito del balance de lo hecho y de la exploración prospectiva de lo que queda por hacer.

Las decisiones en un caso son tomadas con calco de un patrón, ajustándolo para acomodarlo, y en el otro hay que construirlas a partir de un esquema sucinto, cuando no inventarlas.

Ambos tipos de acciones nos reclaman confianza en las normas de que disponemos en nuestro bagaje cultural. En la medida de que podemos fiarnos de que un determinado propósito encaja con una norma que nos lo resuelve, seguiremos con fidelidad la cadena de procedimientos involucrada, si no existe un calzamiento, entonces apelaramos a las normas que nos parecen más próximas, y a partir de allí intentaremos deducir caminos viables.

La confianza, en éstas condiciones, se hace imprescindible: tenemos que aceptar, sin cuestionarlo si no hay motivo de sospecha, todo lo adquirido como base segura para nuestros actos.

Si sospechamos de que no podemos fiarnos de nosotros mismos se provoca un descalabro en la jerarquía de ordenes, desviando el curso de la acción hacia actividades de remodelado ideológico, que capturan de pronto un status de prioridad. La finalidad que se intercala entonces consiste en revisar y repasar nuestra propia maquinación, con lo que nos detenemos en las consideraciones previas, sin cuya solución no hay avance seguro.

Las dudas exageradas tienen mucho que ver con estos fenómenos. Leo bien los números?, muevo mi mano realmente?, se me escapan los gestos del cuerpo?, digo lo que no quiero decir?. La duda se plantea aquí desde alguna justificación por parte del sujeto. No cuestionamos a la ligera lo aprendido si no es por alguna razón de peso.

El filósofo H. Marcuse, predica una especie de revolución biológica de la sensibilidad(7). Siguiéndole nos replantearíamos todo, porque sus cuestionamientos alcanzan preferiblemente a las cosas más sencillas, como la forma de hablar o escuchar música.

Supone que los aprendizajes automatizados esconden las peores extorsiones por parte del sistema social, explicación última de la infelicidad humana, incluidos los aparentemente felices. Algo así como si lo peor fuera que no sabemos siquiera que hemos caído en un pozo y no se nos ocurre salir de él, protestando sobre cosas que sabemos, las cuales serían consecuencia indirecta de lo que no sabemos. Cualquier duda se hace posible: vivir bajo techo no será una falsa necesidad?, el placer que siento con la música no representará una trampa unidimensional?, el uso convencional de la lengua una forma de estar enmudecido?, este gesto de rascarme la cabeza copia de un actor famoso?. La persecución de la espontaneidad operativa imposibilita de esta guisa cualquier realización que la utilice como medio.

Afortunadamente no es posible el vaciado completo sin una renuncia al orden de la cultura, y por lo tanto la alternativa contra-cultural se convierte en la práctica en el siguiente dilema: de un lado la aculturalización, traducida en una especie de hedonismo primario, y de otro vivir con la mala conciencia de vivir de prestado.

Tratamos de una propuesta ideológica, que no sólo justifica, sino que invita a la destrucción de todo lo establecido (podríamos apostillar que por el mero hecho de ser establecido, esto es, heredado de la cultura social).

La teoría contiene una serie de presupuestos que incitan a mirar hacia atrás, o hacia abajo, como se prefiera, con el objetivo de volver insolvente a lo automatizado, de disolver la operatividad en nombre de una radical autenticidad que nunca nadie pudo observar.

Esta insidia corrosiva se da con variantes en la locura, cuando el sujeto extraña su cuerpo, su lenguaje, sus sensaciones, como queriendo descubrir al otro que las dirige (no es el sistema, como con Marcuse, es un anónimo personaje, bondadoso o malévolo según se tercie).

Supongamos que estoy conversando, y de pronto se me ocurre sospechar de mí mismo.

Tomo distancias y me observo hablando: quien observa, evidentemente, es el crítico disolutorio. Noto que pronuncio algunas frases que reconozco como influidas por un amigo, lo que me conduce a pensar que no tengo personalidad propia, que soy nada, mientras que las personas a mi alrededor se vuelven infinitamente más poderosas que yo, lo son todo, son.

Hay en juego un doble borramiento, el ausentarse del cuerpo, deshabitarlo, y un vaciado de ser, al cuestionar el aprendizaje asumido.

En menor medida, la desconfianza provoca efectos en la inferiorización, cuando el sujeto calcula su poder por debajo del que tiene. Cosas que sabe-hacer con éxito si confía, desconfía que en realidad sepa hacerlas.

La misma desconfianza hace que el rendimiento sea menor, con lo que encima le proporciona pruebas de su supuesta insolvencia.

Ser o no ser dignos como personas, interesantes, capaces de contestar o preguntar, leer o recordar una cita, son ejemplos de cuestionamientos angustiados, pendientes de comprobar si los cimientos del edificio de toda clase de ilusiones no se derrumba, sepultándonos entre escombros.

Las acciones automatizadas tienen un sentido que no es maquinal, si atendemos a que estamos hablando del hombre, y no del pez, por ejemplo, que no posee la sofisticación de conciencia de aquel.

En el hombre son resultado de las experiencias de aprendizaje, de los conocimientos que se instrumentalizan para la realización de deseos en trasiente huida hacia adelante.

Entran en el juego de finalidades como bloques realizativos. Es decir, aparecen en el proceso en curso y no calculándose -de no ser que se sospeche de ellos.

Esta propiedad de condiciones realizativas les conceden a las acciones automatizadas características especiales:
 

.se inician por una orden de oportunidad (decido salir de casa, coger el metro, fumo distraídamente)

.una vez ordenadas se desencadenan según un programa ajustado a la situación (habitación en la que me encuentro, recorrido de metro del que se trata, lugar donde están los cigarillos y el encendedor)

.requieren una atención mínima, más bien una discreta supervisión

.permiten prestar el resto de atención consciente a otros asuntos (cuando se está conduciendo, pensar, observar el paisaje, hablar con un compañero de viaje)

.en la medida en la que su éxito está asegurado no dan placer de empresa conseguida, en la que el riesgo crea gran incertidumbre

.de seguir un buen camino ceden la emoción a los contenidos a los que dejan espacio: si estoy quejándome de la rutina del trabajo mientras la ejecuto, esa rabia; si estoy pensando en un problema mientras conduzco, esa angustia. Esto es, el cuerpo realiza unas acciones habituales y experimenta las sensaciones emocionales de otras acciones que se realizan cruzadamente (como especulaciones o acciones imaginarias en las que el sujeto se concentra)


No necesitamos demasiada agudeza de observación para darnos cuenta de que los hábitos aprendidos están mediatizados por el desarrollo de la cultura humana.

A lo largo de la historia antropológica hemos ido recopilando una tecnología, un conocimiento, y todo ese saber, organizado en forma tal que sea susceptible de automatizarse, es la especie de eternidad en la que sobreviven nuestros antepasados, la huella colectiva dibujada por la transmisión de saber, el celo difusor de las instituciones de enseñanza -oficiales o extraoficiales.

La difusión de saber nos posibilita acelerar el poder asimilar conocimientos, aunque en ocasiones lo hagamos un tanto acríticamente, sin tener que descubrirlos totalmente nosotros, sino tan sólo adecuarlos:

 
.por encajamiento en el lugar que nos conviene, aceptándolos tal cual (nos enseñan la rutina de coser un botón y lo hacemos de la manera que nos lo han enseñado cada vez que lo necesitemos)

.por utilización fragmentaria, en la que aprovechamos la enseñanza para componer una rutina nueva, como los constructores de catedrales que utilizaban los basamentos de una mezquita.

.por filtro ideológico, con el que tratamos de volver un conocimiento adquirido coherente con el resto de ideogramas que nos guían en la toma de decisiones.
 

Las instituciones y las tecnologías de transmisión son problemáticas para una buena parte de la población, por lo menos en cuanto a un ideal de accesibilidad e igualdad de oportunidades para estar a la altura requerida por el nivel social alcanzado:

-Muchos de nuestros mecanismos de iniciación se han quedado caducos y obsoletos frente a los retos de nuestra sociedad evolucionada.

-Hay todavía en el sistema escolar un despilfarro enorme de energías y un fracaso endémico de planes rígidos, inflexibles y carentes de un proyecto social de horizontes amplios.

-Ciertas habilidades básicas como la capacidad de comprensión, de síntesis, espíritu crítico y creativo, que podrían ser la clave o el punto de partida de la asimilación de una nueva cultura, se ven obstaculizados por toda clase de ataques a la dignidad del hombre, transformando la cultura en ocasión de tortura intelectual, la libertad en sometimiento a los planes de estudio y la gestión del saber en gestión de títulos académicos.

-Muchos países están padeciendo los inconvenientes de la especialización y la aceptación entre egoísta y resignada de la incultura de amplias bolsas de población. La transformación de los medios de producción produce cambios en la vida económica de las naciones, haciendo desaparecer tareas y misiones que quedan obsoletos. Los trabajadores especializados en tales tareas caen en una situación de paro dramático por la falta de flexibilidad de amoldarse a los nuevos tipos de trabajo, a la par que nuevas actividades económicas no prosperan por falta de consumidores insuficientemente preparados para valorarlas.

-Los economistas auguran el éxito del sector servicios, una vez que refluye la importancia de la industria, de la misma forma que retrocedió en la primera revolución industrial la actividad agraria. De este sector de servicios, del que se espera toda clase de dulces maravillas, y donde la cultura, el afán de conocimiento, el arte y el de saber vivir juegan un papel decisivo, cuenta con muy pocos adeptos después de tantos años de desprecio y marginación de éste tipo de intereses.

-Nos podríamos preguntar, aun en el caso de que existiese un generalizado afán de reciclamiento, de qué forma aprender algo con la suficiente rapidez como para estar vivos para acceder al conocimiento. Las vanguardias culturales y científicas están a una distancia enorme del nivel medio de la población, los distintos saberes especializados han crecido tanto que son inasequibles incluso para una persona muy instruida.

Frente a éste panorama no puede haber otra alternativa que la mejora de los sistemas de transmisión de saber, y con ellos una nueva mentalidad sintético-sincrética, que permita acceder a los diferentes saberes expertos sin necesidad de ser experto en todos ellos.

Por lo general no nos interesa tanto saber todo lo que pudiera saber un experto de un tema, sino algunos elementos que nosotros quisiéramos aprovechar sin necesidad de invertir un tiempo tan abusivo que no guarde proporción alguna con los beneficios que esperábamos adquirir.

La tentación a la renuncia al saber frente a la complejidad del saber puede ser terrible, y crear tal poder de los decididos por el conocimiento lúcido, que descubramos una nueva forma de tecnocracia oligárquica, que sucumbiendo a sus intereses corporativos e invitados a ello por el sagrado respeto e indiferencia de la mayoría frente a sus aun -a pesar de todo- tímidos acercamientos, acabe en división de clases estanca y llena de incomprensiones mutuas.

Otra fórmula a desarrollar en la mejora al acceso a la información es la supresión de ruido en la transmisión informacional, lo que no quiere decir suprimir la estética y el buen gusto por el lenguaje para hablar como telegramas o emplear un lenguaje tan pretendidamente riguroso que se oscurezca todo, sino evitar repeticiones, deformaciones, formalismos inútiles y engorrosos, y por lo general la falta de calidad. Un discurso agradable, exacto y sintetizador requerirá, al mismo tiempo, oyentes capaces de distinguirlo y apreciarlo.

Es natural que los hábitos automatizados, conforme crece la cultura, También aumenten cuantitativa y cualitativamente . No sólo eso, si no que requieren nuevos sistemas pedagógicos capaces de que accedan a ellos quienes se quieran beneficiar de los avances sociales, que en el fondo son la humanidad entera.

Sin embargo, el prototipo de acción que merece la máxima atención es la que tiene plenitud de atención (aunque sea inevitable algún grado de automatismo en ella o se soporte en ideologías aprendidas). En ella la iniciación es creativa. No depende de una orden ya dada, sino que consiste en construir una orden.

La acción no comienza cuando se realiza un primer paso de su secuencia de actos menores, donde es una acción-empresaria que se está realizando, sino en el momento que se construye como acción que quiere realizarse. Como decían algunos padres de la iglesia: se peca ya teniendo intención de pecar. Querer hacer algo es algo que hacemos imaginariamente, y que falta realizarlo realmente.

La inauguración de la acción es consubstancial a la toma de decisiones, que a su vez supone una situación de la que partir junto un campo de posibles donde elegir.

Si partimos de una disección cualquiera de un sujeto actuando, por un lado tendremos lo que ha realizado, por otro lo que pretende realizar, por otro lo que está realizando, y finalmente aquellos propósitos pendientes de realización que dan cuenta de lo que está haciendo o pretende hacer en el futuro.

Aunque estemos concentrados haciendo una cosa particular no hemos dejado de existir como identidad compleja que articula sucesivos instantes corporales. Existimos físicamente instante por instante, instantes tan seguidos que decimos que existimos continuamente. Pero el tiempo subjetivo indudablemente, en tanto que es nuestro tiempo (y no el de una partícula que viajase a la velocidad de la luz) transcurre junto con las dimensiones imaginarias de lo pasado y lo futuro que nos representamos.

En el apartado anterior describíamos el dar por finalizada una acción, exitosamente o no, insistiendo en el procesamiento activo que ello pedía. Cuando el final es definitivo (si es que podemos ser tan drásticos) hay una nueva situación, el sujeto obtiene lo que quería o evita lo que temía. Estos hechos no conducen por sí mismos a nada concretado de antemano (como en una causa) a no ser que el sujeto quiera explotarlos para algo, y por dos clases de motivos genéricos:

  • Porque había antes una razón por la cual ponerse en condiciones de conseguir otra cosa. Por ejemplo conseguir un Título para cambiar de trabajo: finalizada la etapa de estudios, en la que el sujeto se encontraba inmerso, el Título se convierte en un requisito previo que le abre un campo de expectativas profesionales nuevas que hay que concretar en forma de proyecto definido.
  • Porque se sobre-carga una nueva posibilidad de explotación que desde la antigua posición no se había pensado. Por ejemplo, quería escalar una cima de una montaña para disfrutar del paisaje y de la aventura: una vez conseguido, diviso otra cima interesante y más bonita, concibiendo el propósito de escalarla también.
  • Por un desarrollo y derivación ideológico en base al sistema de valores que subyacía en la meta anterior. Decido acabar con mi vida provinciana y emprender una nueva vida en la Gran Ciudad. Efectivamente, llegado a un nuevo territorio que no controlo, comienzo a desarrollar deseos que tenía: volverme cosmopolita, expansionar mi personalidad sin constricciones moralistas ni testigos incómodos, disfrutar de la amplitud de consumo que se me abre, etc.
  • Por una apertura deliberada a una nueva modalidad de ser. Aquí la finalización se parece más a un suicidio simbólico que a otra cosa. Como en los ritos de iniciación, en los que se muere para renacer en una nueva constelación de valores, el sujeto acaba con una etapa que le estorba para continuar viviendo algo que quiere exclusivo y en ruptura con su personalidad anterior.

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    Si se trata de un final provisional, en el caso de haberlo dado por bueno, se concibe el definitivo.

    De no tratarse de un engarce automático de acción a acción, la historia prometida es rememorada cada vez de un modo más preciso, como la versión definitiva de una novela que se perfila al irla escribiendo y retocando. Junto al placer de dar por bien realizada una acción se toma la decisión de continuar la empresa para la que se convocó esa acción (lo contrario ocurriría con el fracaso, que implicaría considerar el abandono o introducir sustanciosas variaciones).

    Para decidirse hay que prometerse algún beneficio (placer, deber o utilidad). Es lo que académicamente los psicólogos llaman motivación y que nosotros traduciremos por: goce anticipado de en un futuro sentir goce.

    Esto no es exacto en otras ocasiones, donde tratándose de defenderse, hay en juego una degradación anticipada de en un futuro verse degradado. Lo que queremos precisar sobre la motivación es que tiene que ver con el futuro de la acción, pero no un futuro abstracto, un futuro neutral e indiferente, sino precisamente aquél en el que nos implicamos como ganadores o perdedores.

    Esto, dicho así, puede parecer poco claro en la práctica, pero la experiencia de ganancia y de pérdida es luminosa gracias a la emoción, cuya sensorialidad acompaña en el cuerpo lo que estamos anticipando ganar o perder antes de darlo por acabado.

    El motivo-por-el-que-hacer es un cálculo en el que, si se quiere, está dibujada una historia por venir, pero si la historia que diseñamos nos acrecienta o nos degrada, la experimentamos emocionándonos.

    Cuando se trata de propósitos utilitaristas o éticos (para hacer esto tendría que hacer aquello, debo hacer esto me guste o no me guste) la emoción acompaña la verdadera motivación, mientras se mantiene. Es emoción de hacer algo para ganar lo que quiero o evitar algo que no quiero que suceda. Como son propósitos en cierto modo de rodeo, es fácil que pueda quebrarse la emoción a medio camino, no porque nos olvidemos de la última instancia de lo que pretendemos, sino más bien porque lo repudiamos o vacilamos en sostener su vigencia.

    En un experimento de hipnosis el sujeto realiza una acción, la llamada orden poshipnótica, que comienza en el momento en el que el sujeto acepta cumplir la orden. Supongamos que se le ha ordenado que cuando salga de la casa llame al timbre. Efectivamente, sólo cuando sale lo hace. Ha transcurrido un tiempo mientras tanto, pero al estar en la situación adecuada acude a la cita con la orden de llamar al timbre. Ejecuta algo cuya determinación de hacerlo no recuerda en estado vigil, ya que es de suponer que la realiza todavía en un estado hipnótico que dura. Si el sujeto, en estado vigil, hubiera pensado "tengo que comprobar al salir de casa si el timbre funciona", también podría olvidarse de la orden que se da, y distraerse toda una mañana haciendo otros menesteres. Pero al marcharse, en la situación de ir a traspasar el umbral de la puerta, la orden dada le convoca a realizar lo que antes quería hacer.

    Durante el desarrollo de la cotidianeidad el sujeto fabrica órdenes y cumple con propósitos cuyo inicio se dio anteriormente. Si se prefiere, una cierta irrealización, un inicio suspendido de acción, le permite realizar en cadena, linealmente, un conjunto de ordenes interrumpidas, discontinuas.

    La concepción de un propósito inaugura ese propósito. Es lo que explica que aunque nunca demos un primer paso más allá en la realización de un deseo en el que nos hemos implicado, sintamos la posibilidad de fracaso, no porque la acción pueda fracasar antes de comenzar, sino porque justamente comienza al ordenarla imaginariamente. No puede fracasar un propósito que no existe, sino el que habiéndose iniciado se arriesga a realizarse para transformarse de imaginario en real.

    Con frecuencia el hombre envuelto en las seducciones de un medio social acumula deseos postergados y con ello una magnitud de amenaza de fracaso excesiva, de forma que vive atenazado por una angustia difícil de precisar, una sensación como la de estar a punto de ser degollado sin que tantos deseos, tanta sed de goce como ha ido proponiéndose para su futuro tengan visos de conseguirse.

    La construcción imaginaria del propósito nos permite anticipar los hechos futuros, no como una predicción que conoce los ritmos exteriores del mundo, sino como anticipo de un hacer, de un trabajo que confiamos poder llevar a cabo con éxito.

    Tampoco se trata de un hacer por hacer, sino un hacer para llegar a ser. El trabajo es un hacer-ser, y el trabajo anticipado en el propósito nos entrega un futuro beneficio que saboreamos a crédito. Ese sabor del objetivo irrealizado nos motiva, por ambición, a tener el máximo de esa clase de placer, esto es, disfrutarlo realmente.

    El futuro obtener no se centra exclusivamente en que consigamos algo apetecido: sin dejar de poseer el horizonte de lo apetecido se extiende el trabajo al de que un peligro no liquide lo que deseamos.

    Estamos lejos de ser seres con éxito. Más bien la existencia humana titubea en el eje de lo trágico, y ello es debido a que el mayor grado de implicación, de compromiso con nuestros deseos no se da en las cosas más fácilmente asequibles sino en las inciertamente alcanzables.

    Nuestra cultura nos provee de incentivos seductores que nos permiten imaginar ideales de ser: ser-un-adulto-con-ex, con ex redes de requisitos, listas de méritos y logros. Y aunque también nos arma mediante la educación con recursos, la empresa realmente pone en peligro nuestra propia ambición de yo-ideal.

    La construcción de identidad es una síntesis de posiciones ideográficas de nosotros mismos, deseando, en un mundo social. Un primer nivel básico de identidad es la que nos otorga la identidad indexical: yo y no otro, pronombre, número desnudo de carnet de identidad.

    Pero a continuación, la memoria, mejor podríamos decir, la síntesis estructural, que nos permite vernos en el tiempo, habiendo tenido tales deseos, habiéndonos sucedido tales acontecimientos, la necesidad de coordinación de propósitos a largo plazo mediante cuotas asequibles de trabajo, todo ello nos llega a reconocernos como yo-que: yo-que soy así, yo-que tengo tal rol social, yo-que quiero ser tal..

    Es el tipo de información que nos interesa determinar para identificarnos y manejarnos con el tiempo. De ahí que podamos incluso dar cuenta de ésta identidad a quien nos pregunta: soy romántico, soy un vendedor, soy el que charlatán de ayer que hoy ha enmudecido, soy el que quiere ganar la partida..

    No es sencillo ser a satisfacción, y además, conforme transcurre el tiempo nos involucramos en transformaciones de identidad más o menos transcendentales.

    De ahí que, ante la magnitud de nuestros objetivos, nuestra vida emotiva sea bastante encendida.

    El miedo y el odio son acciones previsoras, que preparan el despegue de los propósitos. El miedo consiste en imaginar un acontecimiento que nos degrada, que nos restará el placer que venidos obteniendo o queremos conseguir. Se inicia concibiendo el peligro y se acaba al dar por hecha la degradación del peligro que preveíamos, o por concluida la defensa que instauramos para neutralizarlo.

    El odio, trata de liquidar un obstáculo jugando a ganar el placer que la desaparición de aquél propicia, y sólo esa liquidación. La estricta liquidación se puede entender como una estrategia de defensa, pero también como un modo directo de ganar que no pasa por un peligro de perder algo que ya se tiene: no se tiene y se quiere tener por la vía expeditiva de anular lo que nos impide tenerlo, o a costa del que pierde.

    La inauguración de una acción reviste un carácter de novedad que bascula entre el trabajo y el tiempo con el que poder-hacer.

    Efectivamente. Lo conseguido, que habrá sido sintetizado activamente en la medida en la que su fin lo requería, plantea una especie de muerte: por lo menos acaba el deseo incierto de realizar, esto es, lo dado por realizado no tiene ya sentido como posible acción, a no ser que se decida repetirlo, renovarlo o resucitarlo -como se prefiera- en otra ocasión.

    El estado de cosas alcanzado por la sucesión de acciones, visto desde la frescura de la última adquisición (o pérdida) plantea una disyuntiva obvia: mantener ese estado, mejorarlo o degradarlo (de estar esa degradación en curso o como inmediatamente posible).

    La disyunción proviene del pensamiento del después, considerado como mero tiempo lineal, del estar sumergido en la corriente o empuje del tiempo.

    Las clases de disyunción nacen de la inestabilidad de la naturaleza frente a la que, mediante el trabajo, se pretende forzar una estabilidad por parte del organismo. Se trata de una estabilidad que permite por otro lado el aumento de complejidad -como muy bien ha visto E. Morin(8)- a través de las interrelaciones con el medio.

    El mantenimiento del statu quo es un propósito con suficiente entidad, con su correspondiente estrategia activa: sin las suficientes atenciones, por su inercia contrafactual, se degradaría, los posibles, contra cuyo fondo destaca como elegido, pueden devorarlo, o si los peligros ya están en curso, devueltos por su neutralización o eliminación a posibles.

    Claro está que las estrategias de conservación de un estado dependen de la concreción del mundo posible que se puede enfrentar, calculado desde el sujeto.

    El proceso de mejora debe entenderse en un sentido amplio, tanto que hasta pudiera hablarse de concepto fundamental subyacente a todo deseo, como una forma abstracta de nombrarlo sin especificar sus objetivos concretos.

    Dado el sistema de valoraciones del sujeto, su motivación para obtener una conciencia sintética de mejora puede pasar, por caminos indirectos, por la mejora o pérdida de un tercero, por ejemplo, así como consistir en la ampliación de su lista de méritos u otros bienes un tanto intangibles, pero suficientemente apetecibles, obligatorios o bellos como para movilizar al sujeto en su consecución. Lo mismo cabe decir del proceso de degradación, si argumentamos en espejo.



    1. Obra citada, pag. 38
    2. Alarcos Llorach, "Fonología Española", ed. Gredos, pág. 43 y ss.
    3. Puede seguirse la similitud y diferencia de la reducción fenomenológica con la duda cartesiana en el clásico ensayo que dedica a éste mismo tema Husserl en "Meditaciones cartesianas", ed. F.C.E.
    4. Obra citada
    5. Tvetan Todorov, "Symbolisme et interprétation", ed. Seuil, Paris 1978
    6. Concepto usual en la neurofisiología rusa y que Balint difundió entre nosotros.
    7. Sobre todo en su texto "El hombre unidimensional" ed. Seix Barral Barcelona, y en "Un en ensayo sobre la liberación", Cuadernos de Jaoquín Mortiz, Mexico 1975.
    8. Edgar Morin, "El método I,II", ed. Cátedra, Madrid.

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