INSACIABILIDAD
©José Luis Catalán Bitrián
Depósito Legal B-36894-1987
jcatalan@correo.cop.es
La insaciabilidad, en un sentido negativo, es un fracaso de término: nunca hay suficiente porque en el momento de dar por bueno el deseo realizado, cerrado su paréntesis, se propone como todavía no alcanzado. El ansia de continuar con la realización se centra en el mismo deseo o es que se ha cambiado, retocándolo, a última hora? Hay acaso una confusión acerca del objetivo que se persigue o bien se trata de una manera errónea de interpretar la realización?

Si somos alpinistas que hace meses se preparan para la ascensión de un pico, parece que tal meta cobre una relevancia excepcional, oscureciendo todas las empresas anteriores. Contra más carácter de hazaña única tenga más apagará el resto de intereses.

Pero el olvido de lo que en ese momento no tiene importancia se tiene que entender. En primer lugar da un sentido a la empresa, es la de un alpinista y no la de un amateur, y sobre todo condensa todos los placeres experimentados en una proyección futura que los supera.

El goce que se trata de alcanzar es un imaginario construido con el saber precedente. No es que se trate de un resultado contable que resuma las experiencias pasadas, da algo más de sí que las limitaciones del material en las que se basa, puesto que hay un proyecto que es trabajado de una forma especial.

El alpinista comprometido en una apasionada aventura no pretende repetir su pasado, las escaladas ya realizadas, por ejemplo, sino otras nuevas, o si se trata de la misma cima, abordarla por otra cara. Es más, necesita de un vasto territorio que se constituya en reto, todas las aristas de la anatomía encrespada de la tierra, para que el proyecto limitado que se trae entre manos tenga un mérito, apuntado en su lista personal o en las oficiales. El límite, en este caso, viene indisolublemente ligado a la existencia previa de una lista abierta hacia un inalcanzable.

No es que el alpinista se empecine en realizar, ilusamente, lo imposible, sino que el infinito garantiza una eterna movilidad de las listas de mérito. Este es el caso también de muchas reglas de juegos, como sucede en el ajedrez, en el cual se pueden realizar un número inasequible de partidas.

Si alguien agotara los trazos, lineas, recorridos de las posibles empresas, arruinaría la razón de ser de los alpinistas: los convertiría en turistas que nada exploran que no haya sido antes manoseado.

Se objetará que hay muchos alpinistas que escalan montañas que ya han sido recorridas. Si lo hacen, qué duda cabe que será menor su placer y su mérito. Puede incluso ocurrir que determinado pico sea frecuentemente escalado, que sea un clásico. Entonces acaba transformándose en un asunto de aprendices. Sucede algo similar en el deporte con las marcas que dictaminan las etapas de aprendizaje.

Habrá a quienes no les importen las competencias grandilocuentes. Pero se comprenderá que se requiere un grado de pasión para que introduzcamos el problema de la insaciabilidad. Un primera clasificación nos entregará, por consiguiente, una reducida porción de candidatos que trepan hacia alturas que se pierden.

En este sentido nos permitiremos hablar de un espacio topológico con dos polos /más-menos/, con un principio definido (por reglas constitutivas: alpinismo, carreras de cien metros, ajedrez, etc.) pero con un tope inagotable. El espacio reparte sus clases según un criterio móvil: en la medida en que se avanza se extiende el terreno de los /menos/.

Los afortunados /más/, una vez superados, solidifican criterios de aprendizaje tecnico-culturales aplicados al espacio de que se trata. Tales criterios son el punto de referencia en el camino de los /menos/, su modelo de lo alcanzable por haber sido alcanzado. Para ser más, el aspirante tiene que institucionalizarse (incluso en ocasiones en un grado profesional), aprender las fórmulas cristalizadas en las que se cosificaron los /más/.

Siguiendo el ejemplo del escalador. Para él es placentero superar dificultades. No es que sea un masoquista al que le guste sufrir, ni tampoco es que en la cima vaya a encontrar materializada alguna recompensa, más bien se trata de que el llegar arriba le hace ver a los demás por debajo. Aun si va a disfrutar de un paisaje, su goce provendrá también de que los otros no pueden gozar de él. La satisfacción es más de triunfo que de pasividad contemplativa. La cima da un sentido a la escalada como llegar a la meta correr a toda la velocidad. Al igual que el corredor no se esfuerza por el gusto de mover el cuerpo, las dificultades se mediatizan por un fin que las transciende, y ese fin es una empresa topológica, distintiva: ser mejor.

No es que el escalador sea un soberbio disimulado, más bien sucede que nos puede parecer noble ascender sobre los otros. Si se prefiere, hay soberbias que son aceptadas socialmente al punto de ser estimuladas y admiradas, otras no tanto.

Quien se apunta a la complicada aventura de triunfar se aparta del destino común, se presta a las más arduas penurias o a las más astutas tretas para conquistar su apreciada superioridad. Se retira, se enclaustra, se ejercita, y finalmente, cuando se siente listo, se dispone a emprender la hazaña. Cuando se trata de un logro colectivo, el equipo en cuestión cierra filas, o lo que es lo mismo, se separa de los otros para tomar adecuadamente el camino del ascenso.

En ocasiones se mistifica la gesta hablando de talento natural, ocultando con ello lo que se ensayo previo, lo que de enardecida y afiebrada dedicación ha tenido. Dominar el cuerpo, disciplinar el espíritu: en resumen, se requiere una voluntad decidida. En verdad, creemos que no se admiraría una gesta realizada por casualidad. Va de suyo que la persona ha de brillar como virtuoso, malvado o heroico por una especie de ardiente deseo de darse al otro como /más/. Rara vez se guarda en secreto celoso el triunfo, la mayoría de las veces se muestra de la manera más oportuna, bien certificado apoteósicamente a la vista de todos o como humilde confesión que los demás se encargan de amplificar.

El deseo de ascender comienza del /menos/ y va hacia el /más/. Pero, cuando se satisface? Cuando se es más o el-que-más?

Si contemplamos la cuestión bajo el punto de vista del primero, él ha llegado a la meta y sólo tiene que mantener su puesto. Sin la sensación acuciante de no alcanzar el lugar privilegiado, si aun triunfando no disfruta de su gloria, no se plantea una deficiencia en sus aspiraciones, se trata de otra cosa: del agotamiento del deseo, del vacio hacia adelante que señala lo ya realizado, un resentimiento por no sabemos qué recompensas colaterales defraudadas. Bajo el ángulo del /más/ que no llega a primero está la decepción del fracaso por lo que le falta comparándose con los adelantados: trata de reconfortarse con su lugar relativo, o se resiente por ser menos que el-que-más.

Qué será entonces lo que diferencia el fracaso del goce del triunfo del mordisco de la insaciabilidad? La insaciabilidad es la sed de más triunfo una vez que se ha triunfado. Efectivamente, hay un añadido de meta, fuera de alcance, hasta imposibilitar la realización. Nada puede conformar al insaciable porque su deseo siempre se corre más allá de lo accesible.

Claro está, hay un imperceptible pero grave deslizamiento de objetivos: de ser primus inter pares a poder hacer más de la cuenta. Ahí tenemos al escalador pretendiendo una empresa mortal.

También el afán de riquezas y poderío, la tentación totalitaria e indomable de acumulación resulta imposible. Los explotados se rebelan, hay que pagar un precio a la clase que encumbra al tirano, o bien, en el límite, la totalidad aplasta al individuo, que no la puede contener.

Las empresas que conservan la topología que hemos descrito no pueden acercarse demasiado al límite infinito (o imposible) sin alterar las reglas del juego. El límite infinito está en función de permitir una escala de aproximaciones, clasificado los intentos de recorrido y asegurando la continuación del juego. Ningún corredor pretende ir más veloz que la luz, simplemente quiere ser más rápido que los que pretenden serlo. Se habla de velocidad, es cierto, pero no de una imposible, sino de otra alcanzable como gesta. Importa más, como se ve, la gesta que el don absoluto.

La ruptura de límites típica de la insaciabilidad comienza con un asalto al absoluto, tímido al principio, devorador de insistir.

Quizás un ejemplo clave nos lo proporciona el apetito de comer. Es un placer ampliable. En un inicio se puede alcanzar un nivel como los ejemplos precedentes aleccionan. A continuación viene el dilema de si cultivar o no más que el resto de familiares, amigos y conocidos el gusto de comer. El placer de la comida tiene una aceptación social variable: tan pronto el voraz es victoreado como el deportista, o es permitido benignamente, como resulta francamente despreciado. De todas formas existen otra clase de limitaciones para el apetito: físicas y económicas. Desde luego, no se puede estar comiendo todo el día, como tampoco se puede estar escalando cimas siempre y todas. Morir de gula o en una ascensión temeraria, no debatiremos esta cuestión de preferencias estéticas. Nos importa ahora comprender la lógica vampiresca de la insaciabilidad: el no prestarse al límite, su hybris, su desmesura, su arrogancia inconformista.

El avance hacia un extravío tramposo, el vértigo ante la apuesta que rompe con una red equilibrada de propósitos, arrojan al deseo a una búsqueda cada vez más acuciante y exasperada, que acaba por convertirlo en omnímodo. El nivel de azúcar en sangre tiene unos límites que traspasados pueden resultar mortales, tanto por defecto como por exceso. Análogamente, la apetencia tiene un margen de tolerancia respecto al conjunto de necesidades. Dada la necesidad de comer, pero también la de mantener la salud o la estética, se llega a un compromiso; si se traspasan los límites de equilibrio se resienten ambas.

Lo fatal de la transgresión de los equilibrios complejos entre distintas necesidades es que se convierte en una huida hacia adelante con mucha facilidad. El individuo, en lugar de corregirse a tiempo, se empecina en la ruptura de las ligaduras que tiene un sistema global, con sus exigencias de sistema. La apetencia no tiene nada que la contenga y en cambio es reiteradamente solicitada: es insaciable.

En la adición suele darse tal desencadenamiento. Una cierta dosis rompe los límites de constricción global del organismo. La reafirmación (a menudo propiciada mediante una ideología justificatoria) de la transgresión tiene el efecto de intensificar la apetencia. Para satisfacer el aumento de apetencia son necesarias nuevas dosis, y así sucesivamente. Pronto se coloca la adición en un primer plano de las necesidades del individuo, debilitando el resto, y ésta superioridad que alcanza la apetencia acaba tomando características de gesta en una topología sub-cultural.

El prestigio de un ambiente cultural arropa a quienes pertenecen al círculo entre quienes se encuentran los testigos de sus hazañas. El sujeto puede estar en su mundo reducido perfectamente inmunizado como en una especie de secta en la que cumple religiosamente sus ritos. Evidentemente, el sujeto, dentro de su grupo no se ve a sí mismo como sectario o enfermo, sino aun sabiendo del repudio general se reafirma con orgullo indomable. También puede suceder que tenga un conflicto de doble pertenencia, que en un momento dado tenga una voluntad de ser "normal" y hable de sí mismo como extraviado, como al minuto siguiente vuelva a su grupo marginal, cambiando totalmente su ideología, viéndose como "sano en un mundo de moribundos aburridos". Es como un cruzado luchando por dios o por la ética caballeresca según se tercie, con la diferencia que los valores en pugna son socialmente incompatibles..

En los excesos en los que nos encontramos, el espíritu de superioridad del que se aparta del destino común no sólo se trata de justificaciones: también hay en juego una glorificación. En otras palabras, la extralimitación se vuelve aquí razón de exaltación del poder personal.

El adicto se ve a sí mismo más poderoso que los demás, por sus hazañas, sus sensaciones, sus delirios. Goza de un extravío que a sus ojos es una ascensión.

Volver al Indice Volver a Asistencia Psicologica Ramon Llull