EXPANSIÓN
©José Luis Catalán Bitrián
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Hay tipos de drogas cuya ingesta proporciona al sujeto una serie de experiencias ficticias de poder (comprensivo, perceptivo, creativo, etc.), un cierto éxtasis expansivo. Luego todo parece insuficiente en la realidad, mediocre y aburrido. La experiencia exultante actua como marca topológica: "hasta aquí he llegado, y nada menos intenso me satisface". Ebrio de ambición, al sujeto le resulta difícil sostener su éxito en la realidad, lo que le exaspera y confunde.

Algunas personas buscan una ascensión, pero no saben bien por donde trepar. Desean apetencias que sean intensas. Esperan todo del amor o del futuro, cuando no de una oscura suerte a la que están predestinadas. Se preparan éxtasis por adelantado. Sin moverse de la silla imaginan las más fantásticas situaciones. Ni siquiera tales fantasías pretenden ser un ideal, un proyecto de ser algo que se trabaja para plasmarlo. Para lograr éstas expansiones inmóviles hace falta crispar la necesidad: en la medida en la que algo se empieza a desear ha que superarlo con otro nuevo deseo más refulgente, hasta que los objetivos irreales queden difuminados en un estupor o una "sed de algo" que es pura promesa indefinida de goce. Para que los diversos objetivos no se devaluen al intentar ejecutarse hay que ir superponiendo exigencias a los últimos vestigios de realidad que aun lo irreal posee a fin de borrar los límites que estorban a la expansión irrealizante.

La duración de los altos estados expansivos resulta imposible, y por ello mismo torturante. El cuerpo no flota ni desaparece, acaba por recordarnos nuestra finitud. Resultan vanos los intentos de eliminar el mundo y la carne. Las técnicas disciplinarias, y las poses metafísicas están teñidas de una insuficiencia radical, que como una llaga sangrante nos llama la atención de nuestro estar heridos por los límites. Es más, el mundo y la carne, contra más queremos apartarlos de nosotros más tentadores se vuelven, nos acosan -así fuera como inseparables enemigos.

El sueño de pasión es también un onirismo despojado de una función exploratoria. Se puede indagar mediante la fantasía un ser apetecible en el cual quisiéramos transmutarnos, pero ese cambio de ser sólo es posible tomándose el trabajo de someternos a los límites. Somos lo que hacemos y no sólo lo que deseamos: puedo desear ser rey, pero soy alguien que simplemente está en la silla soñando ser rey. El objetivo da sentido a la acción, pero seguimos siendo lo que hacemos. No hay contradicción. Simplemente es cuestión de tiempo: el hacer tiene un momento de concepción, otro de riesgo, y sólo en su fin es un hecho. Precisamente porque concebir es un tipo de hacer, (hacer algo en su momento inicial) desear en la silla no es hacer otra cosas que concebir tal deseo, y por eso que hace se define el sujeto. No se olvida de su estar sentado, en todo caso trata de renegar de su realidad como forma de paliar las carencias del puro desear. Es más una cuestión de técnica de concentración de creencia ontológica.

Es en el nivel de una búsqueda de goce sin realidad que lo estropee que hemos de entender la expansión irrealizante. Es más asunto de extralimitación que de estricto deseo de lo imposible. Lo imposible es la razón, el medio de justificar la ruptura de los límites.

Lo alto, en el caso del alpinista la cima, del corredor la velocidad, del científico el conocimiento, del ambicioso el poder, son conceptos que dan sentido a la ascensión, porque establecen direcciones donde canalizar la práctica, una especie de categoría orientativa de la gesta.

En un conjunto que está limitado se trata de alcanzar la traza divisoria entre /menos/ y /más/. El /más/ que lo consigue corre la marca un poco más allá de él (lo alcanzable deseable es ahora ser más que él). La hazaña tiene por tanto límites de gesta, exigencias de su lógica interna. El mundo de la ascensión es cerrado, aunque indefinido, porque se construye a su vez con los límites de los actores: su cuerpo, su vida, el poder de los otros que le relativizan. Si aun siendo móvil la estructura ascensional es limitada ello es debido ante todo a las propias exigencias de la biología y de la vida social de los individuos. Lo imposible lo es en la medida, -variable, aceptemoslo- en que algo se absolutiza.

Las empresas ascensionales, aunque sean expansivas para uno mismo, siguen teniendo una dimensión colectiva. Los valores verticales y ordinales crean espacios que reparten a un colectivo de sujetos. Por otra parte un mismo sujeto se desenvuelve en múltiples espacios de relación social, por lo que lo que sucede en un lugar puede influir en otro: los corrimientos según un eje le harán desplazarse en otros.

Al igual que en la insaciabilidad, la extralimitación expansiva acaba situando al sujeto en menos-de-lo-aceptable en otros ejes. El goloso pierde estética o salud o amigos en un exceso que lo vuelve monstruoso; el poderoso se excede en crueldades y tiranías que lo tornan inhumano y odioso, el drogadicto destruye sus antiguas relaciones sociales, se vuelve marginal. El exceso paga un precio por su desmesura, por franquear el límite de los equilibrios mínimos, negativizando así la gesta. A su vez, esa negatividad proviene de que de entrada la ambición es vista como anti-social, los valores en los que se basa son anti-valores en la cultura dada. El místico se zafa de un mundo que detiene su vuelo a las alturas, granjeándose a cambio la enemistad que suscita su rechazo.