RADICALIDAD Y EXTREMISMO
©José Luis Catalán Bitrián
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Haremos primero una distinción entre lo que para un sujeto es un valor relevante, esto es, que mantiene una jerarquía de deseos que permite la coexistencia de todos ellos, y un valor astringente, que somete a los otros valores, poniendolos a su servicio. Estos últimos son los valores a los que aquí haremos referencia.

El extremismo necesita jugar con los opuestos. Necesita de un ser al que eliminar y una imposibilidad a la que busca ser.

Una manera de eliminar ser es volviendo absurda la vida humana. Desrealizar lo real mediante una mirada que escenifique los movimientos humanos sin sus propósitos: las actuaciones entonces son movimientos perdidos. Esa mirada contemplativa vuelve extraños a los humanos como si a alguien le raptaran por la noche y amaneciera en medio de una ajetreada tribu primitiva.

La mirada aniquiladora suele actuar desde valores llevados fuera de toda razón práctica. El artista que abandona su producción para volverse esteta o dandy, el negativismo de volver a los demás imperfectos, mediocres y malvados; el nihilismo metafísico o el animismo disolutorio de la vida social son ejemplos de ese despojamiento de ser. Frecuentemente el sujeto vuelve toda acción inútil, y arrasa con toda posible motivación: sólo el poder destructivo, que es un tipo de ambición, se salva de la negación. Negar la negatividad le impidiría a ésta última acrecentarse.

La radicalidad se aparta y encumbra mediante diversos mecanismos, entre los que destacaremos:

La desrealización
La división
La negación de la posibilidad de elección.

Veamos a lo que llevaría un deseo radical de 'autenticidad': supongamos que en una visita familiar me sorprendo encontrando un rasgo en la conducta de mi padre similar al que yo tengo. Me dejo llevar por la trampa de la analogía (isomorfismo es igualdad) y me veo como una persona de mérito prestado: todo lo que valgo lo debo a que se lo hurto a una interpósita persona. Reduzco, elimino mi valor al encontrar un "verdadero dueño". Qué ha sucedido?

He desrealizado las distancias, las diferencias: la sospecha no les ha dado ningún papel ni les ha otorgado siguiera status de problema. Me he dividido entre yo que hago tal gesto (con tal intención, en tal contexto) y yo retratado inmóvil en el gesto, en la escena-tipo, igual a la de mi padre. Esto es, al dividirme veo el signo y no la significación, reconociendome en el signo y no en el significado unido a ese signo. Este último movimiento crea a menudo malentendidos: hago algo, preferiblemente defectuoso, y cuando cosecho las consecuencias me parece imposible que "yo sea ese" que cometió el error, no me reconozco en ese "otro" y al contrario, creo ser "otro" al reconocerme -como en el ejemplo, en mi padre-.

En ocasiones lo que se opera es una inversión de valores, y como se puede pasar a tener un rol antisocial, también se podría ver lo irreal como lo digno. Supongamos en juego las categorías lleno/vacio, si me veo vacio de gloria, invirtiendo el valor me puedo ver lleno de la gloria (anti-valor) de estar orgulloso de mi vacio de gloria (valor). La cosa puede llevarse al extremo haciendo lo posible para vaciarme. Me esfuerzo en vaciarme primero de problemas o relaciones conflictivas, después de todo tipo de deseos, y finalmente de mis órganos internos, hasta lograr verme totalmente "hueco" por dentro.

La libertad relativa que tenemos proviene de nuestro continuo tomar posiciones, pero en cualquier momento podemos pensar que tenemos el lugar que los demás nos obligan a tener, y poco falta para concluir que fracasamos en lo que queríamos. Entonces, la libertad era una ilusión? la satisfacción de deseos imposible? nuestro deseo no sería en realidad el de los demás? Este tipo de interrogantes nacen de la sospecha de que podríamos fracasar. Si hay un fatum muy astuto, pensado para nosotros, es que somos unos ilusos pretendiendo cambiarlo. Como se ve, ésta línea argumental manifiesta que se pretende y a la vez se abandona el propósito para que no escueza el posible fracaso. Es decir, a la dinámica de un deseo que se frustra le sigue la de considerar el caso de que no fuese un error estratégico o un obstáculo contumaz, hipótesis que son descartadas a favor de una tercera: no resultan las cosas debido a que no podemos elegir entre una vía correcta y otra incorrecta. Renunciar entonces al control posible de la acción es lo mismo que abandonarse, hasta donde ello es factible, del lado que viene rodado, así se ruede hacia el abismo.

El sujeto se siente inerme frente a los acontecimientos. O mejor, no lucha contra ellos intentando darles su sello. Los acompaña dócilmente, entendiendo su orientación como la orden que tiene que cumplir por su esclavitud al destino.

Quien renuncia a su libertad, a quien le da su poder?, nos podríamos preguntar. No vamos a conformarnos con un sumario fatum, que es la forma concreta de descomprometerse. Si el otro me presiona tratando de someterme, entonces cedo, por confortable abandono, a su empresa. Pero si lo que pugna es una apetencia o un o un estado de ánimo, por otra parte juzgado como destructor, igualmente me dejaré conducir sin escrúpulos, sin esfuerzo, a su blanda sugerencia: es el destino, es el rey que corona su obra por medio de su humilde súbdito, me diré.

Hay una modalidad de radicalidad que es expansiva. El sujeto no está ebrio de una negatividad que le ensorbece tanto como le aniquila, arrasa o vacia, sino de un crecimiento más allá de lo que es. Se comprenderá que es a través de la fantasía como se realizará la misión, siempre que se domine su difícil técnica.

Supongamos que quiero ser perfecto. Imagino la perfección según un variado menú: falta total de deseos, indiferencia, estado sublime, sensación estética continua, conocimiento esencial, goce difuso. De cualquiera de éstos objetivos surge en primer lugar un obstáculo común a todos ellos: su perfección resulta efímera, el éxtasis más frágil y arduo de lo esperado. La imperfección que deriva de la falta de estabilidad de la perfección ansiada hace estallar el absoluto como un inalcanzable trágico. Las necesidades que se pretenden rechazar pugnan más acuciantemente cuanto más se expulsan, y sobre todo los otros, cuya imperfecta negación de la perfección le fabrican un infierno asegurado: nunca se sueltan, pegoteados a su existencia corporal. Le ven, le exigen, le estorban.

Surge también un lacerante reto. Un apetito deslumbrante, pero ilimitado, cómo saciarlo? a qué precio?

La expansión imaginaria, a diferencia de la gesta insaciable que pasa a un incansable actuar, necesita del quietismo, de la conmoción extasiada que de la apariencia del hecho. El sujeto se ve obligado a sentir extremadamente lo que no siente bastante, a su modo de ver. Para creerse exagerará, deformará, renegará según sus necesidades contemplativas.

La comunicación con el prójimo se puede poner a prueba, mediante la crítica o la petición de argumentos, fuentes y bases verificatorias.

Pero una comunicación de lo incomunicable, una perfecta compenetración, lo que menos necesita es la prueba: le basta la creencia. Sería incluso una ventaja en estas circunstancias que los sujetos hablasen idiomas diferentes, o lo que dijésen se pareciese lo más posible a un lenguaje adivinatorio como el del I Ching: no habría entonces lugar a las contabilidades del entendimiento. El lenguaje de la mirada puede ser utilizado en este sentido mistificante. La falta de verificabilidad ayuda a suplir al antojo de cada cual lo que desee. El sujeto llega entonces a sentir una superior forma de llegar al otro: accediendo con su somero deseo de alcalzarle. Esta es, desde luego, una de las razones de muchos desencantamientos amorosos, que habiendo rozado excelsos niveles de entendimiento con la mirada son destruidos por fútiles desconocimientos. El enamorado tiene que exagerar su amor para creerselo, lo que nunca consigue suficientemente puesto que sabe de su artilugio, de su convocación a un sentimiento más allá de lo realmente experimentado. Las personas más honestas dudan cuando aman de si están realmente enamorados, y los osados enfatizan su amor, se llenan la boca de palabras, rebuscan su arte probatorio para creer y hacer creer que todo está ocurriendo así efectivamente.

El éxtasis amoroso se logra con un trabajo de irrealización, con una ansia apresurada de la realidad de un futuro goce que no se encuentra todavía. Romeo y Julieta quieren estar juntos, pero alguna vez lo logran? En cambio sienten que se han encontrado. Tienen muy presente imágenes posibles para encandilarse, con el propósito de devorarse por un fuego de amor arrancado a costa de exaltar la necesidad de que el amor exista. Lo que es pura exaltación maravillosa se lleva bien con los obstáculos que alargan o imposibilitan la realización de lo anhelado.

La expansión verdaderamente está ahí, vivida por el sujeto como frágil. Como estado es apetecible por sí mismo, porque proporciona sensaciones embriagadoras, pero al buscarlo por sí mismo se le despoja de toda función práctica. Se utiliza la imaginación para volverla contra la realidad en un intento de explotarla como más densa que la realidad misma. Y de ahí surge su fracaso como sustituto, que no como medio de llegar a lo real. La intensidad de un placer no coincide necesariamente con el goce de conquistar algo en el mundo. Tanto es así, que para algunos es preferible la picante intensidad de comenzar a darse al goce, que el goce de realizar lo deseado en un mundo que impone sus límites.

Las expectativas de los proyectos son dulces horizontes llenos de dádivas. Una vez resueltos se convierten en historia. Sentirse intensamente vivo tiene mucho que ver con tener una historia que construir. Una metáfora de muerte es la inactividad sin impaciencias, la falta de aspiración de transcenderse. Para la mayoría de los ancianos esta es la paradoja, la otra vuelta de tuerca de una obra realizada. Han llegado a ser esa estatua inmóvil que no se puede retocar más que en algún insignificante detalle. La expansión conseguida, el punto al que se deseaba llegar está ahí, cumplido -si es que lo está-, pero ello no le exime de nada. Bien puede comenzar ahora a medrar, lo que agudizará el contraste amargamente. La alternativa no es precisamente renunciar a una realidad finalmente cruel con nosotros. La realidad es con todo el campo de nuestra máxima posibilidad de goce. Sencillamente existen siempre los límites, aun cuando se ignoreren, y esta inflexibilidad desaconseja cualquier fuga, en la medida que quita más de lo que da.

En todo caso nos encontramos con limites que provienen de las reglas sociales, y es en este nivel de las instituciones sociales en el que puede operarse una liberación de límites eliminando tabús y prohibiciones que tienen un sentido restrictivo, basado en ideologías que sostienen represiones injustificadas, a fin de ampliar la libertad de los actores sociales.

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