Psicosociologia de la acción

Ed. Traç Dep.Legal B-31092-86
©Jose Luis Catalan Bitrian



El modelo del que partimos en el estudio de la acción consiste en considerar al ser humano actuando con una conciencia de los aspectos relevantes de su hacer: con una manera subjetiva de interpretar la realidad, teniendo una implicación actual en lo que hace, según los deseos vigentes, las obligaciones que asume y sus decisiones prácticas.

El sentido de acción es tan amplio como los diferente tipos de actuaciones que existen en una sociedad. No tenemos porqué descartar del conjunto aquellas acciones que son invisibles, como las que suceden en la imaginación, ni las fantasiosas, como las que suceden en las películas o en un spot publicitario, ni las compartidas con otros, como los realizadas en grupo.

El esquema de lo que entendemos por acto es todo aquello que cumple los siguientes requisitos:

-> Ser un desarrollo de acontecimientos conocido por la experiencia cultural de un sujeto o colectivo de sujetos y susceptible de ser deseado, un deber, o una utilidad (ser medio para conseguir alguna finalidad).

-> Tener cierto riesgo. Es decir, que puede suceder que lo que se desea pase al acto o no, de pasar al acto que continúe o no, y que finalmente llegue a realizarse con éxito o no. Lo contrario de una acción con riesgo seria una causa, en la que las cosas ocurren de la única manera que podrían ocurrir; o un azar, en el que las cosas ocurren por casualidad y no porque el sujeto se lo proponga.

-> Tener un desarrollo temporal por el cual primero se concibe, se anticipa lo que se quiere hacer, luego se intenta realizar lo anticipado, y ello termina con éxito o fracaso(1).

-> Tener cierto margen, pequeño o grande, de elección por el cual el sujeto que actúa es responsable de lo que hace dentro de ese campo de posibilidades, y por tanto tiene cierta libertad de elegir la posición que asume o bien de cambiarla.

-> El esquema de acción es socialmente transmisible. Esto es, se aprende de la sociedad y es comunicable mediante el lenguaje, la imagen o cualquier otro medio expresivo.

Colocar un énfasis central en el concepto de la acción entraña consecuencias en las relaciones con distintas disciplinas y teorías psicológicas. La psicología social, la pragmática lingüística, por ejemplo, pueden conectarse con mayor facilidad, y nos colocamos en una relación problemática con aquellas teorías que dejan de lado la subjetividad, por considerarla un inobservable como objeto de estudio científico, o aquellas teorías que no aceptarían el papel de la conciencia como determinante de la acción.

La subjetividad no es directamente cuantificable, pero bajo el punto de vista del psicosociólogo sirve para plantear interesantes hipótesis: si un grupo tiene ciertos deseos que no pasan a realizarse, ello puede conllevar una frustración en esa población, con no pocas consecuencias. Es un ejemplo de las implicaciones laterales que comporta el modo de conceptualizar la acción humana, lo que ponemos o lo que prescindimos de ella.

La terminología alrededor de la acción (intención, motivo, hacer, etc) es la que utiliza el ser humano en su conducta corriente, cuando forma parte de ella el aspecto comunicativo verbal, y la descripción del lenguaje ordinario es lo bastante rica como para que una persona o grupo se comprenda a ella misma y a los demás. Si aceptamos los conceptos corrientes de la acción como suficientemente aceptables, tendremos por lo general la ventaja de que la población podrá fácilmente entendernos.

Hemos de añadir que los profesionales dedicados a la aplicación de las ciencias sociales se ven obligados a intervenir en la vida social de las organizaciones, es decir, se demanda su saber por parte de la sociedad, y siempre se facilitarán las cosas, si cierta claridad conceptual le permite una comunicación fluida.

Hemos mencionado anteriormente que la acción necesitaba desarrollarse en el tiempo. Su desenvolvimiento, su materialización se descompone en diversos momentos ordenados e imbricados: los actos elementales son los medios, los pasos imprescindibles para alcanzar un objetivo que se compone de muchos de estos actos subordinados. Los movimientos corporales se organizan de tal modo en el tiempo, que permitan cumplir propósitos que se tienen de antemano.

El tiempo refleja distintos instantes en los cuales una acción se podría narrar. Nosotros estamos ahora en el exacto momento en el cual damos curso a un paso del proyecto que tenemos de aprender teoría cognitiva.

En nuestro caso hay un propósito que teníamos antes de venir aquí hoy. Este propósito hubo un momento que estuvo en duda, que se meditó en el sentido de dirimir si nos inscribíamos o no. Hubo una especie de calibrar qué se hacía, pero una vez decididos a venir, el día de hoy representa un paso en la realización del proyecto de realizar el curso, que necesitará de muchos más días antes de que lo demos por finalizado, consumido.

La acción de realizar el curso terminará el último día. De lo contrario, si alguien lo abandonara el penúltimo, tendría la sensación de que lo ha acabado con cierta precipitación, o si lo finalizara al cabo de unos meses tendría otra sensación diferente, diría algo así: he hecho medio curso, un trozo, empecé pero lo dejé...

Cuando se desarrolla una acción nos encontramos, obligatoriamente, en algún momento en el tiempo de ese suceder, que tiene que ver con la organización necesaria para realizar lo que se quiere.

Nos podríamos encontrar en el momento inicial de la anticipación, de la planificación. Deberíamos añadir que este momento inicial puede ser fulgurante y durar un milisegundo. Otras veces nos demoramos mucho tiempo deliberando si empezamos o no, y ese proceso de decidirse a dar el primer paso puede durar días, semanas, meses, años o siglos.

En la medida en la que el momento es menos problemático, seguramente durará menos tiempo, y se ampliará en relación a su dificultad.

El inicio es ese momento en el cual estamos pensando en una silla, por ejemplo, si hacemos esto o lo de más allá, pero no nos movemos de la silla.

Es muy diferente el propósito de la primera realización física concreta del acto, tan distinto como relamernos interiormente por imaginar el pato que nos comeríamos y saborearlo realmente. Se trata desde luego de dos gustos distintos. Siempre el gusto que implica el éxito de realmente estar comiendo va a tener una densidad como acto mucho mayor que sólo imaginarlo. A la imaginación, aunque posee mucha utilidad, le falta todavía concreción. Por mucha viveza con que nos imaginemos un pollo siempre la vida palpable, gustativa, va a estar en superioridad de condiciones.

Cuando intentemos realizar algo previamente imaginado, nos vamos a encontrar con un coeficiente de adversidad. Constantemente nos veremos en la necesidad de solventar dificultades, tendremos que corregirnos y trabajar para realizar lo que queramos.

Por ejemplo, podemos tener una mapa interno del recorrido de calles que utilizaremos para llegar a nuestra casa, y también puede resultar que una calle la hayan cortado sin enterarnos y tengamos que improvisar un desvío. O resulta que queríamos ir a determinado restaurante y lo han cerrado o no queda el plato que nos apetecía. Pasan muchas cosas continuamente que nos están obligando a afinar nuestros planes.

Por muy exactos que sean nuestros planes nunca podremos incluir en ellos toda la realidad. La realidad, por otro lado, no puede entrar en nuestra cabeza sino bajo forma de información, de resumen, de síntesis de algunos rasgos representativos.

No quiere decir esto que nos estemos equivocando siempre, sino que es una maravilla acertar a realizar algunas cosas de las que nos proponemos, ya que exige un proceso de trabajo arduo y un reto para el conocimiento humano.

No tenemos otro remedio que confiar en el sistema de la planificación, en saber-hacer lo que una elección de qué-hacer precisa, y luego corregir sobre la marcha.

Tampoco el momento en el que concluimos la acción coincide con el último paso, sino que al último paso le sigue la operación activa de dar por bien o mal acabado lo que se acaba de hacer. Un ejemplo de la importancia de esta distinción nos la da el acto obsesivo: no se cierra el acto cuando aparentemente se da el último paso, como puede ser respecto al deseo de lavarse las manos haber llegado con éxito al momento de secárselas con la toalla, sino que la persona tiene la sensación de que sus manos todavía están sucias y comienza de nuevo, a modo de corrección y seguridad, la operación de lavarse adicionalmente.

Los actos son movimientos con sentido, no son movimientos al tuntún, reflejos o causados de manera inconsciente.

Cuando nos dedicamos a hacer movimientos absurdos, por ejemplo al jugar delante del espejo haciendo muecas o cuando pretendemos no pensar en nada que tenga coherencia, cuando nos tumbamos en la cama dedicándonos a divagar o cuando pintamos un cuadro procurando que no se parezca a nada de la realidad, improvisando, poniendo una mancha de un color y a continuación otro que combine sin que recuerde nada figurativo... En todos estos casos de divagación, improvisación, libertad formal, no falta el sentido, sino que el sentido de tales actos está justamente en hacer un acto cuyo sentido sea hacer algo que no sea una norma establecida de un acto análogo, el trabajo de hacer que un acto no sea convencional.

Algo similar podríamos decir respecto al juego, que se caracteriza en muchas ocasiones por no ser serio o que no sirve aparentemente para nada. Pero la finalidad de jugar persiste. Es una acción de la que se pueden derivar consecuencias sociales, supongamos, propiciar una cierta buena relación entre jugadores.

En el baile del rock hay mucha libertad de movimientos, aunque no tanta que no se pueda clasificar como rock y no como vals. También proporciona al sujeto una serie de placeres que pueden ser conocidos y buscados.

Todas estas situaciones se caracterizan por parecer que en ellas no hay demasiado sentido, pero no carentes de él si logramos encontrar la intención que los asume. Si un acto no está realizado con intención no lo llamaremos acto, sino otra cosa, como un ataque o una casualidad.

Otro problema diferente es que no se recuerde el acto que se ha realizado, la intención que lo atravesaba, o bien el sujeto individual o colectivo no tenga clara su propia historia.

Hay actos que se realizan con intención pero en un estado diferente de conciencia, como en la conciencia alucinógena, la onírica, la hipnótica, etc. No es que pueda decirse que no sean verdaderos actos, sino que el factor que altera la conciencia normal vigil les otorga una dimensión inusual. La experiencia de este tipo de actos no nos resulta tan ajena que no nos sintamos involucrados.

Así, en la conciencia onírica realizamos actos, diferentes a los que desempeñamos en vigilia puesto que son de carácter fantástico, pero se parecen bajo el punto de vista de que en ellos los personajes tienen intenciones reconocibles.

Puede suceder que no se acepte la autoría del acto que se acaba de realizar: no se contempla como propio porque se prefiere pensar que interviene un agente o una instancia ajena a la personalidad antes que reconocer que se tiene determinado defecto o se comete algún error. Una persona puede pensar que su pereza está impuesta por una influencia astral o demoníaca y que no es responsable de ella. Claro está que de todas formas la intención -aunque negada y rechazada- sigue existiendo.

La conciencia alterada, el sueño, el rechazo de la autoría, e incluso las acciones fantásticas de las fábulas, forman parte del campo de la acción, que no se reduce exclusivamente a las acciones normales y corrientes. También las acciones insólitas, maravillosas, fantásticas y alucinadas son actos.

Si estamos manejando los hilos de un polichinela, haciéndole jugar un personaje, en tanto personaje de guiñol actúa, aunque luego, a la hora de preguntarnos quién actúa distingamos el actuar del personaje del hacer que actúe del manipulador. Estas acciones dentro del teatrillo son tomadas como tales por los espectadores, que disfrutan, aprenden, o derivan algo de ello.

También los sueños que recordamos no dejan de tener status de experiencias, susceptibles de interpretarse o transmitirse socialmente. La experiencia irreal de poder del adicto a la anfetamina también existe, con todas sus consecuencias, al punto que después de dejar la droga al sujeto le resulta tremendamente difícil aceptar una realidad que en comparación con la expansión que vivía con la droga le parece insulsa, aburrida y mortecina.

Recordemos en este contexto el papel que cumplen la televisión y el cine en la influencia cultural contemporánea. Lo que vemos en la pantalla pequeña y en la grande son acciones representadas.

Desde el momento en el que hablamos de la intencionalidad del acto, expresamos, nos referimos a la finalidad del contenido de ese acto. Cuando decimos que queremos beber un vaso de agua adelantamos que lo que deseamos hacer es beber agua y no sentarnos, por ejemplo, y por otro lado es nuestra intención hacerlo en un futuro próximo y no decirlo por decirlo.

Tener intención-de, tener ganas-de, el deseo-de, el deber-de o tener-que, la finalidad-de, son expresiones ordinarias fuertemente emparentadas, que a veces expresan matices diferentes según el contexto, pero que en numerosas ocasiones funcionan como sinónimos, de modo que si empleamos una en lugar de otra no cambia de sentido.

Lo que orienta la acción y al mismo tiempo la precede antes de ejecutarla y la sentencia cuando la realiza, es a la vez contenido, sentido y motivación (querer-hacer). Tener la intención de hacer algo es pretender llevarlo a cabo, estar involucrados y comprometidos: de ninguna manera nos resulta indiferente o azaroso, puesto que entonces se trataría de un acto involuntario.

En una situación en la que alguien nos apuntase con una pistola para intimidarnos y obligarnos a hacer algo, no diríamos precisamente que tenemos deseos de hacer lo que nos ordena sino que lo hacemos para evitar una amenaza fatal.

Ocurre que la amenaza, la obligación ética y las concesiones penosas que se efectúan por pragmatismo, no son sinónimos de lo que normalmente llamamos deseos, que refieren a disfrutes hedónicos. Hagamos las cosas por placer, por interés práctico o por obligación, el hacer lo tenemos que intencionar, tenemos que querer-hacer lo que hacemos por los motivos que sean (en el caso de la pistola, el motivo de obedecer sería que preferimos asegurarnos la vida).

El lenguaje ordinario no nos ha provisto de una palabra que de cuenta del querer-hacer prescindiendo de qué clase de motivación se trate, sino que dependiendo de las diferentes situaciones decimos que proyectamos, queremos, tenemos que, debemos, etc.

Aceptando por convención que el término genérico fuese querer-hacer, expresaríamos con ello que un acto no se realiza al azar, no sin saberlo, ni sin implicarnos en él, ni sin imputabilidad.

Para hacer, por consiguiente, hay que querer-hacer. Pero también, al mismo tiempo, podemos añadir que para querer hacer hace falta saber, bien qué se quiere hacer o bien cómo hacerlo.

Todo acto requiere, para construirse, saber; se trate del caso de que ese saber sea exitoso como en el que se dé un saber erróneo, que conduzca a que el acto fracase. La acción humana depende de la organización de la información en el cerebro.

Cuando actuamos, entre millones de datos posibles, elegimos sólo algunos que vienen a cuento, porque de lo contrario nos perderíamos en el desorden.

El que sepamos hacer quiere decir que alguna idea tenemos de un campo de posibilidades a nuestra disposición de lo que podríamos hacer (poder-hacer en el sentido de anticipar verosímilmente el éxito). Estamos aprovisionados de una cultura que hemos ido configurando desde pequeños y que nos sirve para tener nuestra enciclopedia particular.

Lo que nuestra cultura no posee no se nos puede ocurrir. Así, a un hombre del Neanderthal no se le podía ocurrir ir en coche al cine, porque en su cultura no existía esa posibilidad, aunque sí pudiese inventar algunas cosas factibles con los elementos de que disponía.

Cada momento histórico tiene su provisión de saber, gracias a lo cual sabemos qué podemos hacer y cómo.

El saber, a medida que avanza la sociedad, es más complejo debido a que gran parte de las sociedades jóvenes nacen aprovechándose de las conquistas anteriores y superándolas.

Un individuo no nace de vacío, sino que más bien tiene un origen. Tener un origen quiere decir tener una punto de partida que marca lo que continuamos y producimos de nuevo. Es decir, no nacemos de la nada, sino que somos continuación de acontecimientos anteriores. El hecho de ser nacidos en una familia, en un momento histórico determinado, hace que nos incluyamos en un orden del saber cultural preciso.

El que la cultura sea histórica es algo que merece ser tenido muy en cuenta. La cultura se nos proporciona y la recogemos operativamente, según un eje sincrónico, pero existe al mismo tiempo el eje diacrónico del momento de producción de que se trata.

El aumento de complejidad del saber proviene en parte de la posibilidad de añadir unas acciones al lado de otras para dar lugar a recorridos nuevos. Nos podemos encontrar, por ejemplo en la época neolítica, que hacer una vasija de barro para guardar alimentos podía tener una variación interna, se podían hacer las vasijas de diversas maneras. Algunas de las vasijas son susceptibles de ser utilizadas en otra acción, como pueda ser cocinar un alimento, cuando el grado de dureza del material así lo permita.

Notemos que el sistema que articula las diversas partes de la fabricación no se puede reducir a esas partes por separado, puesto que existe además una determinada operación que las sintetiza en miras a producir un resultado especial.

En ocasiones un resultado inesperado, pero interesante, da lugar a un nuevo esquema.

Cada vez que nosotros organizamos un conjunto de partes, por muy bien que lo organicemos, nunca lo sujetamos del todo.

La organización de elementos implica que los elementos existen, pero no aislados, sino limitados unos por otros. Si las limitaciones se estabilizan el resultado es que la variación interna de cada elemento es mínima, aunque no inexistente, ya que ésta última posibilidad destruiría al elemento que posee su propio status de sistema respecto de otros elementos propios.

Fijémonos por ejemplo en el estómago de la termita, compuesto de parásitos que procesan la celulosa y de cuyo metabolismo se alimenta la termita. Estos parásitos, para que hagan las veces de estómago, han de organizarse de manera que su independencia como organismos sea respetada, pero esté a la vez limitada a un puesto en la organización. Si la termita quisiera tener un verdadero estómago tendría que apropiarse del sistema de procesar celulosa, pero no podría hacerlo robándoselo a los organismos parásitos sin con ello destruirlos.

Las acciones, a medida que se complican, van a superponer diversos sistemas, y para ello requieren volverlos lo más rígidos que sea posible mediante sistemas de sistemas.

Así, a un niño pequeño la organización psicomotriz le cuesta mucho, y en forma alguna lo que nosotros hacemos sin pensar, a él le resulta cosa sencilla de aprender. El control postural, la marcha, la capacidad de prensión, suponen el dominio de una complejísima coordinación de movimientos. Una vez asimilados estos sistemas sensorio-motrices, pasan a ser objetos (partes y métodos) de otros sistemas de acción más ambiciosos.

Si decimos que la variación interna del elemento tiene que existir para que exista a su vez el conjunto, ocurre también, para determinado nivel de complejidad, que hay un efecto de la suma de la variación interna.

Así, en las transformaciones del idioma castellano ciertas palabras que comenzaban por /f/ como farina o facer, pasan gradualmente a /h/, debido a variaciones en el habla que se consolidan.

La mayoría de los animales tienen dificultad para variar su conducta, que en la historia de la especie se ha fijado. Por esta misma razón dependen de su inteligencia específica para sobrevivir, y se han quedado en un nivel de complejidad consistente en tales patrones de supervivencia.

En el ser humano hay cierta posibilidad de variar y aumentar en complejidad, con lo cual puede concluirse que nuestra variación sintética es alta.

La capacidad de complejidad del sistema humano proviene de que la variación alcanzada en un momento dado se trata de fijar jerarquizando los sistemas mediante sistemas productos de las partes: se puede inventar una nueva finalidad por el medio de sumar, por un lado, una práctica consolidada de una acción y por otro una serie de acciones independientes.

Para un sujeto humano que nace en nuestra cultura el proceso de controlar complejas estructuras desarrolladas durante milenios consiste en el proceso de aprendizaje de su propia cultura.

Los primeros elementos que tiene que dominar son las técnicas corporales, que son los rudimentos necesarios para realizar acciones complicadas.

El hombre ha sofisticado tanto su saber que necesita una base técnica para poder un día dar cuenta de todo lo que sepa. Necesita adquirir diversos hábitos básicos que le permitan desempeñar acciones de mayor envergadura.

Cada cultura va a proporcionar los instrumentos básicos para moverse con soltura en su ideal de sujeto adulto de esa sociedad.

La mayor parte del saber elemental será automatizado, y se ejecutará por sí solo en cuanto queramos, como sucede con los golpecitos del escribir a máquina, el lenguaje o al caminar. Todo este conocimiento que forma el campo de los hábitos está en un sistema de objetos opacos. El término opaco suena como a invisible, inaccesible, pero lo cierto es que la mayor parte del tiempo estamos conmutando con el sistema activo de objetos capaces de funcionar autónomamente en cuanto les damos las órdenes adecuadas.

Confiando en un aprendizaje de escribir a máquina por el método ciego, basta que demos posteriormente la orden de traducir nuestras ideas a movimientos de las yemas de los dedos para que el sistema funcione sin necesidad de pensárselo dos veces. El mecanismo de escritura, una vez asimilado y creado, está encapsulado a modo de un sistema independiente, pero abierto exclusivamente a nuestro servicio o al de otros objetos friend (que tienen permiso de utilización transparente respecto a las ordenes voluntarias).

El control de los subsistemas requiere operaciones conscientes mínimas: pautas de ejecución, parámetros requeridos, evaluación y sólamente en caso de incorrecto funcionamiento, requieren una supervisión explícita.

Estos esquemas de acción semiautomáticos en otras épocas fueron conquistas humanas deliberadas, hazañas, una gesta como pueda serlo la del niño pequeño al dar su primer paso o al descubrir cómo se enciende y apaga un interruptor. Las cosas que nos parecen más elementales son fruto de las aventuras de nuestros antepasados.

Los acontecimientos que en la historia de un individuo van configurando su idiosincrasia, el acceso a los objetivos que en un momento dado el sujeto se plantee.

Para el individuo y para la sociedad de individuos hay un conjunto relativamente organizado de saberes, hay jerarquías de valores, de lo contrario no tendría sentido esta historia de armado de saber que se produce en cada generación.

El acceso a la cultura tiene que ver con estar al nivel de complejidad de la sociedad, que funciona en relación al ideal de adulto.

Se trata al niño como el adulto que será, y al viejo como el adulto que no es, como cuando se enjuicia su falta de rendimiento, su grado de deterioro, sus deficiencias o su marginación.

Los jóvenes suelen vivirse a si mismos en la fiebre de la promesa de lo que será, de su acceso al mundo de las responsabilidades sociales y su posición social. Hay una comparación constante del niño respecto del adulto, y el niño suele imitar a los adultos para aprender de ellos.

El ideal del adulto del que hablamos es una media, perteneciente a una población realmente dispersa con una variación intragrupos considerable, pero suele tener para cada individuo algún tipo de representación por la cual juzgarse uno mismo como solvente, inmaduro o monstruoso.

Por cultura no hay que entender sólo cultura libresca, erudita. Cultura tiene todo ser humano, aunque el medio que la alimenta sea sumamente variable.

Hay una primera tradición oral y visual, y luego se incorpora el lenguaje escrito del libro como una forma de acceder a personas difícilmente disponibles, o bien porque son de otro país lejano o están simplemente muertas. Muchas personas no leen prácticamente nada, pero oyen lo que otros han leído y traducen a su manera.

El mundo de las relaciones amorosas o de pareja forma parte de nuestra cultura, pero se trata de una cultura en gran parte transmitida.

Así, podríamos retroceder a la época de la Grecia clásica para encontrar así los primeros inventores de relaciones amorosas que luego influyeron poderosamente en la cultura occidental. El gusto por la amistad, por una manera de ejercer la sensibilidad y de manejar el afecto, todo el reino de las relaciones personales y de los sentimientos han pasado por la criba de generaciones diferentes, y nosotros retomamos productos refinados de todos aquellos cambios bruscos que sucedieron en el pasado.

Hasta la persona que consideramos más analfabeta e insensible en nuestra sociedad, comparada con una persona del siglo octavo antes de Cristo seguramente hubiera parecido uno de los seres más exquisitos de esa sociedad.

El cambio que se va produciendo es en el saber. Por ello la transmisión de saber aparece como fundamental para el avance de la sociedad y para la integración de los individuos dentro de esa sociedad.

Los especialistas transmiten saber y en parte lo enriquecen. Son agentes especializados en saber. Hoy en día el saber es tan complicado y tan difícil que si no existiese un elevado número de este tipo de especialistas muchas cosas no podrían existir o sostenerse.

Para hacer tenemos que querer y saber hacer, decíamos, y añadiremos ahora que al mismo tiempo tendremos que poder-hacer. Se trata del problema del quiero y no puedo, o quiero y puedo, o puedo y no quiero, fundamental para el desarrollo de las acciones.

Este poder que los seres humanos necesitamos manejar para el desenvolvimiento cotidiano no deja de ser poder. No tenemos que caer en el prejuicio de considerar al poder en el sentido de hegemonía política o económica. El sentido para nosotros es mucho más amplio ya que refiere a las condiciones de realización de cualquier acción.

Querer, poder y saber van unidos en todo acto, aunque se puede hablar especialmente de cualquiera de ellos como problema. Por ejemplo, si queremos dar una información a alguien es que queremos, sabemos y podemos, pero consideramos que el otro, al que informamos, quiere que lo hagamos, puede escucharnos, pero no sabe lo que quiere escuchar exactamente. Esto es, en ocasiones hacemos-saber, en vez de hacer zapatos, por poner un caso. De igual modo hay un hacer-querer (persuadir, influir, seducir para que otro quiera) y un hacer-poder (ayudar, aliarnos a otro para que pueda realizar lo que quiere y no puede).

Cuando enseñamos a alguien se supone que el otro no sabe las cosas que le transmitimos, sino que está en disposición de querer aprenderlas. Se subordina a una relación en la que está en inferioridad de saber, y por lo tanto el que enseña está en posición de poder-hacer-saber, lo cual no implica que se tenga que abusar de la diferencia de poder para esclavizar al otro.

Del querer-hacer es por donde nos implicamos en la acción. si quiero beber un vaso de agua me implico en las expectativas que tengo de realizar ese deseo, el gusto o el disgusto que me daré son riesgos que estoy corriendo.

Desear algo es estar en movimiento hacia alguna parte, bien hacia una expansión personal, bien hacia una reducción, o bien sostenemos activamente un status quo, que sin tal actividad se degradaría de forma espontánea. Normalmente nuestro juego consiste en procurar expandirnos y luchar por no perjudicarnos, por no reducirnos y perder posiciones ya alcanzadas.

Mientras estemos vivos, algo estaremos haciendo, y respecto de lo que nos vamos proponiendo surgirán los estados de ánimo, dependiendo de la marcha de los asuntos.

Por otra parte nos manejamos con lo que sabemos, nunca podremos sacarnos de encima nuestra cultura, porque el cerebro funciona y se alimenta con ella.

También el poder hará acto de presencia hagamos lo que hagamos, es como una eterna sombra que acompaña la luz del deseo.

Si bien estos aspectos fundamentales de la acción siempre estarán presentes, pueden estarlo al cuadrado. Una cosa es que estén del lado de la mecánica general de la acción y otra que estén apuntados en el foco de la atención. Pongamos el énfasis donde lo pongamos, debajo de esa atención va a haber siempre estos tres factores constantemente.

Si en un momento, 1 estoy deprimido, en el momento 2 puedo sentir preocupación por lo que en el momento 1 sentía, pero siento ahora una cosa diferente. El mismo modelo del actuar se aplica a dos momentos distintos.

A lo largo del tiempo estamos aprendiendo a conocernos a través del reconocimiento de nuestros entresijos. Existe la posibilidad de conocernos porque nos estudiamos a través del tiempo.

No podemos tener una visión rápida e inmediata de todo lo que somos en todos los instantes que somos. Mas bien hemos de realizar un trabajo de síntesis, que como en toda acción lleva su propio proceso temporal de realización.

Como que lo que hacemos necesita un tiempo para hacerse, la mayor parte del tiempo estamos comprometidos en proyectos de corto o largo plazo.

Dentro del querer está incluido el problema de querer elegir qué hacer. No nos planteamos el venir aquí o irnos a dar una vuelta por Madagascar o todas las cosas que podrían teóricamente hacerse, sino que nos planteamos algunas dudas entre unas pocas elecciones de manera que, simplificado, el problema de elegir sea resoluble.

El orden del querer tiene que ver con anticipar los hechos en la cabeza, y junto con el saber-hacer una cosa implica el decidido propósito de reflejar eso imaginado en lo real. Necesitamos alimentar nuestra imaginación con la realidad, no tenemos otro remedio que aceptar las limitaciones del cuerpo, del espacio, de los otros sujetos sociales, y por lo tanto la mera imaginación es insuficiente para nuestra existencia.

Por lo demás cada cual tendrá su ambición. Hablamos por supuesto de grandes metas, no de las pequeñas. Para abrir la ventana arriesgamos menos que al tomar la decisión de vivir en pareja o tener un hijo.

Estamos sumergidos en la materia, somos materiales, incluso lo son esas imágenes anticipadas de las que hablábamos. No se tratan de un pneuma, un soplo, sino que son materiales informacionales.

Materia hay, y tenemos la suficiente como para maniobrar desde nuestra materia y dar forma a la materia, al igual que con nuestras manos, madera, cincel, construimos una obra de arte, que también es material. La complejidad de nuestro cerebro nos permite maniobrar operativamente con la materia.

Está claro que el artista produce su obra, pero quién produce la sociedad?. Nosotros solos, aisladamente, no lo hacemos al completo, sino que entre todos se produce e instituye esa sociedad.

Se instituye lo instituido, y a veces no nos conformamos con ello, y también además de conservar podemos cambiar cosas, transformarlas, podemos hacer revoluciones y hasta liquidar totalmente nuestra sociedad. De hecho hay intervenciones de sujetos que son liquidadoras, son conductas destructivas, totalitarias, cuya máxima intención u objetivo es destruir la vida social (por ejemplo alguien que apretase el botón nuclear).

También hay aniquiladores refinados, que proponen la destrucción de toda la sociedad pero pocos le siguen, y entonces la descomposición es parcial, no total.

Por ejemplo, el sociólogo Baudrillard nos predica la idea de que estamos secuestrados en la sociedad. Juega con la oposición conceptual de libre/encarcelado, y estar encarcelado lo define como asumir alguna costumbre social, ley o forma de cultura, porque según él así se nos secuestra la autenticidad. Esta manera de pensar conduciría a la consecuencia siguiente: si lo auténtico es lo contrario de lo social, vamos a liquidar todas las relaciones sociales y así saldremos de nuestro secuestro. Lo que viene a proponer es la destrucción de la sociedad, el lenguaje, las leyes, etc., todo lo que pertenezca al orden social.

Notemos de paso que una propuesta teórica busca prosélitos, personas que estén de acuerdo, en este caso en la liberación destructora.

Instituir lo instituido, conservarlo, cambiarlo, revolucionarlo, destruirlo, son las posibilidades que tendríamos en los actos que organizan lo social.

Continuando a partir de un punto de origen fabricamos, construimos, como dice Hegel, una aufhebung, una conservación en la superación. Cada generación se dedica a conservar lo que sus generaciones anteriores fueron construyendo en el orden de su cultura, aunque no lo puede conservar al pie de la letra sino dándole un giro propio, o dicho de otra forma, apropiándoselo.

La capacidad de transformación tiene límites.

Una de las principales limitaciones proviene de nuestro cuerpo, nacido en el seno de determinada familia, en un preciso momento histórico, con una biología dictada por nuestro código genético.

Por problemas de tiempo no podemos estar centrados a la vez en estar comunicando un mensaje y contemplar con pormenor cómo suena nuestra voz y qué sensaciones corporales estamos sintiendo es ese momento: tropezaremos con los límites de nuestra propia conciencia y con las reglas de juego de nuestro funcionamiento mental.

Memorizar una lista de fechas no es algo que se pueda hacer a capricho. Necesitamos de un método de fijación, asociar fragmentos con fechas ya conocidas, repetir un cierto número de veces los datos, repasar lo aprendido, etc. Seguramente sería maravilloso tener la capacidad instantánea de fijar indeleblemente lo que nos interesa, pero nuestra capacidad directa nos lo impide, de no ser que recurramos a artilugios artificiales.

Tampoco podemos aspirar a ser radicales en nuestra capacidad de cambiar, si no queremos que nos suceda como a Descartes, que poniendo todo en duda tampoco podía fiarse de nada.

Para investigar hay que dudar de algo, poner algo entre paréntesis para estudiarlo, pero al mismo tiempo hay que partir de algo conocido que nos permita tener medios con los que elaborar lo que hay dentro del paréntesis. Hay que hacer el pasaje de dudar de todo a dudar de algo, para de esta forma darnos la oportunidad de encontrar una solución a lo que se duda. Para dar una respuesta a la duda hay que dar algo por seguro, aunque fuera provisionalmente.

Algunos síntomas de la locura tienen que ver con estas paradojas. Así, un psicótico que no se fía ni de lo que hace su mano, estudia la mano, la voz, etc. como posibles traiciones a su control o revelaciones de sus intimidades o posesión de un intruso.

Por el hecho de estar pendientes de cómo es nuestra voz cuando hablamos con los amigos podemos estar tan ocupados en la tarea de autocriticarnos severamente que ello nos lleve por otro lado a desligarnos afectivamente de ellos. La relación amable podría llegar a enfriarse de tal modo que a la persona acabe pareciéndole que sus amigos se transforman en perfectos extraños.

Las limitaciones del cambio tienen mucha importancia en el terreno sociológico y político. Por poner un ejemplo. Herbert Marcuse, un importante ideólogo de la generación de los setenta, en su libro El hombre unidimensional plantea que la revolución necesaria para un verdadero cambio va más allá de la economía de clases, ha de consistir en una revolución biológica que implique los gestos, el vestir, el lenguaje, la sensibilidad.

El aprendizaje de un niño se realiza en parte mediante bloques miméticos (modelado). Mientras que el adulto en principio puede discriminar perfectamente que lo que ha de aprender es, supongamos- que no se tienen que impacientar en exceso, en el caso de un niño pequeño hay cierta propensión a asimilar al mismo tiempo los gestos y expresiones emotivas que observa en el imitado. También sucede entre adultos que en una reunión hagamos un gesto que acaba de hacer otro que nos cae bien.(2)

Se pueden moldear ciertas emociones manipulando el cuerpo. Por ejemplo, un deprimido puede ahondar o insistir en su pena por el procedimiento de colocarse en una pose adecuada para ello (lo que Stanislavski llamaba postura cerrada). Expresiones como dejarse caer, apretar los puños, no soltar prenda, estirarse de los pelos dejan entrever técnicas conocidas para provocar ciertos efectos que se intentan forzar. Con frecuencia utilizamos la expresividad corporal a fin de hacer resonar una emoción más intensamente, con la finalidad de mostrarnos muy irritados, ofendidos, asombrados, etc. En otras ocasiones hacemos verdaderos esfuerzos por disimular emociones que estamos sintiendo (apuro, vergüenza, enfado, anhelo) y que no queremos que los demás descubran.

La manipulación corporal puede tener un rendimiento beneficioso, como en el caso de alguien que quisiera cambiar un aspecto de su comportamiento que no le gusta alterando deliberadamente y sistemáticamente su forma de escribir, caminar o presentarse en público.

El niño posee una gran capacidad de moldeamiendo plástico respecto de su medio, y de esta forma adquiere hábitos neurovegetativos para el desarrollo afinado de la emociones imperantes en su cultura, a la par que asimila esa misma cultura.

A veces se habla de tipologías de las nacionalidades, y por ejemplo, se dice que los árabes mantienen en sus relaciones sociales distancias corporales muy próximas. Es de suponer que tal proxemia la ha imitado el niño cuando aprendía más de lo que estaba explícitamente enseñando.

Al niño se le pegan muchas maneras de funcionar, que van delimitando el manejo técnico de su cuerpo. Los griegos eran muy conscientes de este problema, que suscitaba discusiones sobre la ética del uso, consumo y producción del cuerpo, regulando la adecuación de los movimientos y el cincelado del cuerpo según ideales de armonía, sofisticando de esta forma el componente ético-social del ser y uso del cuerpo.

Después de esta pequeña digresión, nos podemos representar con mayor rigor el alcance de la propuesta de H. Marcuse. Se comprenderá que una revolución bio-cultural de todos los aprendizajes implicaría efectivamente un cambio total, colocándonos en el tesitura de aprender todo de nuevo.

Pero la destrucción que ello acarearía, nos liquidaría mientras tanto. Y es más, si alguna especie rara de larva humana sobreviviera, desarrollaría nuevas formas de ser, nuevas formas de organización social que no está nada claro porqué tendrían que ser forzosamente superiores a las actuales. Después de todo, un un momento evolutivo de las especies, ya fuimos esas larvas que tuvieron su oportunidad.

La relación negativa con toda clase de límites es uno de los caballos de batalla de la humanidad, empeñada en volar como los pájaros, vivir bajo el agua como los peces, correr como el más veloz de los animales, independizarse del cuerpo mortal o prescindir del tiempo y del espacio.

Esta disconformidad es motor de numerosos avances técnicos, de la creatividad artística y de interesantes vivencias espirituales. Ha expansionado el poder humano con una parafernalia de prótesis, pero también nos ha problematizado, volviéndonos seres emocionalmente quebradizos y inquietos.
 

1. La anticipación se centra en aquello que necesita una orientación, decisión o encaje, en cambio, las rutinas semiautomáticas aprendidas no necesitan explorarse sesudamente e incluso podríamos interferir la fluidez del curso actual de la acción si nos exigiéramos un renovado y constante estudio de una funcionalidad de la que ya estamos seguros.
2. Recuérdese al respecto la famosa secuencia del cigarrillo en la que se pudo comprobar por una filmación a cámara lenta los fenómenos de sincronización temporal de gestos en una relación interpersonal. Ray L. Birdwhistell, Kinesics and context, University of Pensylvania Press 1970, págs. 227-228.

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