Sentimientos Amorosos

Ed. Traç Dep.Legal B-31092-86
© José Luis Catalán Bitrián

Las emociones de amor se caracterizan por ser acciones en las que se dan intercambios generosos con la persona, objeto o colectivo amado. Un amor completo es una acción (o sería mejor decir proyecto: conjunto de acciones sucesivas) con un principio, un desarrollo y un fin.

Como hemos ido insistiendo, todas las acciones se despliegan en el tiempo. Su significación viene dada tanto por el tipo de acción (coger un libro, huir de la lluvia hacia un resguardo), como por el momento en que está la acción (querer coger un libro que no encontramos, el alivio de hallar un sitio donde salvarnos de la lluvia).

En el caso de las acciones amorosas el proceso temporal coincide con un círculo de dones recíprocos. Pongamos un ejemplo a modo de esquema:

En el circuito de donaciones hay un primer agente que da. Lo que se dona tarda, como acción, un tiempo: si se trata de una caricia la duración es de segundos, pero dar un regalo implica mayores pasos, como ir a una tienda, elegirlo, comprarlo, llevarlo, etc. y completarse la donación llevará horas o días. Lo mismo cabe decir del receptor: recibir es otro tipo de acto, y así para ser acariciado uno se tiene que quedar quieto por momentos y no salir corriendo.

Si lo que se recibe es ayuda para decorar una casa, esa ayuda, recibirla del todo, también puede demorar mucho tiempo. En un siguiente tiempo la situación se invierte en cuanto a los roles, de forma que, el que antes era donador ahora cumple el rol de receptor, y el que recibía ahora tiene un rol de donador. Lo que se da la segunda vez no tiene que ser forzosamente la misma cosa: si bien se puede dar caricia a cambio de caricia, también pudiera ser un intercambio válido (eso lo tienen que decidir los protagonistas) dar agradecimiento por las caricias recibidas anteriormente.

Una manera de profundizar en lo que ocurre en los actos amorosos es saber como podría quedar el acto amoroso incompleto o fracasado:

=> Si habiendo dado un bien al otro, que recibe con agrado, al darme a cambio otra cosa, esa cosa que me da no me convence.

Puede suceder que aunque me decepcione lo que el otro me da no deje de darle bienes con esperanza de que adivine lo que me gusta, o habiéndoselo comentado se corrija consiguiendo complacerme. También pudiera sentirme estafado, y juzgando al otro inmerecedor de mis atenciones, e interrumpir el pacto que nos iba a unir.

=> Si habiendo dado un bien al otro que recibe con agrado, no me da nada a cambio.

En este caso una posibilidad esperanzadora consiste en pensar que no se ha enterado bien de qué es lo que espero de él, o bien que si le sigo dando bienes un día me los devolverá con creces. Otra consecuencia -de tipo negativo esta vez- es que decida dejar de creer que merece mis desvelos, enfadado porque veo que el otro se cree en el derecho de ser agasajado por mérito propio o por deber cuando en verdad yo lo hacía por generosidad, que así no es correspondida.

=> Si habiendo dado un bien al otro no le convence.

Si el otro no acepta el bien que le doy, puedo cambiar de bien a otro que le convenza, o bien entender que no hay trato posible que, resultándome a mí aceptable, a él le agrade.

=> Si queriéndole dar un bien al otro no paso a los hechos.

Puedo tener propósitos de intercambiar bienes con otro, pero no me decido a tomar la iniciativa, esperando que la tome él, o bien porque tengo temores acerca de si le convenceré, si tendré acaso méritos suficientes.
 

Toda esta casuística no agota ni mucho menos la complejidad de promesas que dificultan los actos amorosos. Nuestra intención en este momento es mostrar por una parte la problemática del amor (normalmente sólo nos fijamos en lo difícil que es el amor cuando las cosas van mal, y creemos que el amor es algo que sale solo cuando los intercambios van sobre ruedas), y por otra parte cómo en el amor hay una serie de pasos que se desenvuelven en el tiempo, que tienen una duración, con acontecimientos de ida y de vuelta entre los sujetos en juego.

Esto quiere decir que no hay un algo inefable, sino la historia de una relación. Así, la historia comienza, en el amor, deseando que exista una. A continuación alguno de los actores toma la iniciativa (seduce, propone, sugiere, etc.) y suceden una serie de dar-y-recibir que para continuar hasta el final basta con que resulten satisfactorios a los miembros en juego.

Dicho esto, podemos estudiar algunas aparentes contradicciones: cómo se aplica la idea de que los actos tienen un fin al caso de un amor duradero? Nos es cierto que a veces amamos en secreto, sin esperar nada de la persona amada, siendo entonces una experiencia íntima? El intercambio amoroso no choca con la idea de generosidad sin exigencias, no estaríamos contractualizando excesivamente una relación espontánea?

La primera pregunta atañe a cuestiones importantísimas, porque una de las grandezas del ser humano es poder separarse de un presente inmediato y efímero para proyectarse hacia grandes metas.

Un proyecto es a la vez una finalidad que nace de una serie de experiencias y un resultado directo del conocimiento. Nuestros antepasados fueron experimentando y descubriendo todo acerca de la vida social. Aprendieron a través de las religiones y los mitos a sostener en el tiempo la vida familiar, haciendo de cada hogar un santuario(1); por medio de las organizaciones de las ciudades fueron descubriendo las formas del Estado; con costosas revoluciones aprendieron a armonizar las libertades individuales con las necesidades colectivas...

Así, todo ese conocimiento que nos es transmitido de generaciones anteriores nos permite trazar en nuestras vidas grandes objetivos, orientando las acciones diarias: crear una familia, participar en la vida económica de la comunidad, enriquecer nuestro ocio, etc.

Estos grandes proyectos son diferentes para cada cual, y el orden de preferencias entre ellos muy peculiar. Pero el hombre hace muchos siglos que los posee, como lo pueden atestiguar estos antiquísimos versos de una canción báquica de los griegos:
 

El bien supremo del mortal es la salud
El segundo, la hermosura del cuerpo
El tercero, una fortuna adquirida sin mácula
El cuarto, disfrutar entre amigos del esplendor juvenil
De igual forma hoy nos hacemos nuestras listas de "primero esto, segundo lo otro.." Cualquiera de los grandes logros implica una constante lucha por conseguirlo. Y al revés, sin esforzarnos no conseguiremos sacar gran partido a nuestras vidas. Es decir, vivimos bajo la presión de un continuo reto de mejora.

Las consideraciones anteriores iluminan el problema del amor a largo plazo: todos los distintos momentos están unidos a una meta que deseamos alcanzar. Por esta razón una caricia mutua no agota ni satisface nuestras aspiraciones, sino que es un elemento entre otros de un sueño que tenemos más abarcador, se trate de que queremos poseer una excelente vida de pareja, de una vida llena de profundas amistades, de un agudo interés por ser útiles en nuestra sociedad, por poner algunos ejemplos. Aspiramos a una felicidad que depende de muchos factores, y dentro de éstos están los bienes del amor, que a su vez contienen numerosos actos amorosos a lo largo del tiempo que cada uno nos acerca un paso al ideal que tengamos.

Para concluir con esta cuestión la resumiremos de esta manera: cada acto amoroso tiene un fin por sí mismo, mas ese fin, es provisional respecto a otro fin más amplio que perseguimos, un proyecto amoroso (amistad, pareja, familia, etc.) Cada acto de amor es como el capítulo de una novela por entregas que no acaba nunca. Al mismo tiempo, del éxito de nuestra vida amorosa depende en parte nuestra satisfacción global.

La otra pregunta que nos hacíamos es sobre un amor íntimo que conservamos en secreto. Como respuesta diremos que se trata de un amor al que le falta realidad para servir a un buen final.

Es que por muy secreto que sea el amor es como una flecha que apunta a un intercambio con el otro, y que al no salir de su arco permanece en la tensión de lo que "podría ser" o "nos gustaría que sucediese" y que no es.

Hay personas que prefieren ansiar cosas y complacerse en ese puro deseo a luchar lo suficiente como para que se haga realidad su deseo. No aman de hecho, sino que tienen ganas de amar.

Pongamos un pequeño ejemplo. Admirar a alguien es una forma de darle valor por lo que recibimos de él (consejos, ejemplo, pericia, etc..) Cuando admiramos de hecho?(2) Evidentemente cuando la persona de que se trata recibe esa admiración como premio a sus méritos. Si guardamos en secreto nuestra admiración, el otro no se entera de nada. Para que él sepa que le admiramos no basta con que sintamos admiración, sino que es imprescindible que la mostremos con nuestros actos, de palabra o aunque fuera con nuestra expresión facial. Además hay que poder llegar a demostrar de algún modo que nos sentimos agradecidos y no sólo pensar en que el otro adivine que lo estamos.

A menudo ocurre que una persona valiosa para la sociedad, ha muerto en la indigencia y el desamor, y sólo después de muerta alabamos sus méritos: antes los veíamos, e incluso nos admirábamos para nuestros adentros, pero ni le mostramos, ni menos se nos ocurrió demostrarle esa admiración. Podemos añadir a modo de conclusión general que una sociedad que demuestra su amor por el mérito de sus miembros se beneficia a sí misma mucho más que otra mezquina que sólo murmura y critica los defectos. Por lo tanto, resulta una buena idea de cara a conseguir el bienestar común de todos, amar a quien lo merece por sus aportaciones humildes o gloriosas, amar la cultura como una forma de rendir un tributo a las personas que se molestaron en darnos una herencia positiva y no permitir el escarnio y el desprecio a los que más se esfuerzan.

Vamos ahora a describir los distintos componentes del amor según lo hemos definido: lo que es un intercambio, qué es un objeto amado, qué es mejorar y cuál es el proceso temporal de la emoción amorosa.

Lo que se da a entender cuando se asevera que uno quiere, si quiere auténticamente, sin esperar nada a cambio es que la relación amistosa no puede confundirse con una relación comercial, laboral u otra similar basada en reglas contractuales. Derivar de estas protestas la idea de que en el amor no se espera nada sería caer en un error de bulto. La presencia del ser amado, el reconocimiento de los actos y sentimientos del amante, la reciprocidad de expectativas y la fruición de compartir distintos goces son cosas que son buscadas activamente, y en absoluto puede decirse que sea indiferente para quien ama, que sucedan o no sucedan.

El análisis de estos sentimientos da la impresión de que estuviéramos profanando un sagrado recinto, en el que las palabras se pronuncian más para seducir que para conocer.

Un intercambio, tal como funciona en las relaciones amorosas, es un pacto de acciones generosas. Uno da al otro un bien que el otro pueda apetecer, que de su obtención resulte beneficiado ( y no perjudicado, pongamos por caso). Y ello generosamente, es decir, no de una manera obligada por la ley o por un contrato escrito, por ejemplo.

Quien recibe el bien dona a su vez otro bien, distinto del que ha recibido (de lo contrario se trataría de una devolución), al que primero dio, y que también le pueda resultar apetecible. Insistiendo en el hecho de que los bienes que van y vienen son distintos añadiremos alguna aclaración: no es lo mismo besar que ser besado o recibir un libro que dar una flor.

Como se ve, en el intercambio algo ganan los dos, porque ambos reciben bienes. También es cierto que dan o pagan el precio de esforzarse en dar, en todo caso pierden porque dan. Tenemos que advertir rápidamente que si perdiesen más de lo que ganan, el intercambio no tendría sentido para ellos, y dejarían de amarse, esto es, de darse dones en reciprocidad.

Notemos de paso que esta relación de intercambio es precisamente la inversa a la agresiva, en la que hay un ganador y un perdedor (al menos eso es lo que se intenta en ella), y quien agrede intenta ser el ganador tratando de neutralizar, eliminar o interferir a su adversario.

También el intercambio comercial, aunque tiene un cierto aire de semejanza se diferencia en algún punto esencial: la relación es más bien de exigencia fáctica (se puede llevar a los tribunales a quien no cumple el contrato) y sobre todo, no se juega a dar lo que el otro necesita, sino a venderle lo que le es necesario al precio más alto que esté dispuesto a pagar.

Los bienes que se intercambian pueden ser cualquier cosa que cumpla el requisito de ser valorada por quien la ha de recibir y por quien se desprende de ella.

Hay unas ocasiones en las que está claro lo que cada uno da, como cuando damos un regalo a un amigo y nos devuelve el reglo con agradecimiento. Otras veces no sabemos bien lo que circula: al amar a una planta le damos cuidados, pero qué recibimos de ella?. Directamente quizás nada, excepto su radiante presencia, que apreciamos, pero indirectamente proporciona la ocasión de poseer un ambiente grato en casa o ser admirados por los vecinos por la calidez de nuestro hogar.

El objeto amado es la casa, animal, persona, grupo, etc., de la que esperamos algún especial comportamiento. Si se trata de una planta, por ejemplo, que florezca, si es un animal que sea fiel o cariñoso, si es una persona que nos trate con determinada forma. Es decir, tenemos una expectativa de lo que pasará con el objeto amado, hay sobre el tapete una promesa de dones.

La mejora para un sujeto es la incorporación a su lista de méritos, pertenencias y poderes, de aquellos valores adquiridos mediante la realización de deseos.

Una acumulación de mejoras conduce a una expansión personal, y un fracaso de los deseos, conlleva una reducción, vivida con desánimo y dolor.

Cada cual parte de un sistema de valoración a la hora de construir un deseo, de manera que lo que desea sea precisamente lo que más valora.

Claro está que aunque los valores sean muy personales, encontraremos también muchas personas que se nos parecen, de tal forma que frecuentemente se habla de "clases" de personas, como los ambiciosos, los tacaños, los científicos, los atletas, etc.

El conjunto de los valores los adquiere el individuo a lo largo de la experiencia, y son revocables o transformables en el transcurso del tiempo: hasta incluso antes de morir podemos cambiar el modo como hemos valorado siempre la muerte.

Como hay un espacio de tiempo, variable en cada caso, entre el dar y el recibir, el amor se puede perder en el camino.

Claro que quien da puede no renunciar con facilidad, o nunca. Pero el amor, en esos casos, permanecerá como simple promesa de lo que nos gustaría, al modo de quedarnos con las ganas de realizar un viaje que nunca tenemos la oportunidad de emprender.

El amor se puede entender como una expectativa de mejora que se obtendrá en un futuro no demasiado lejano. El amor por lo tanto será más intenso conforme esté abierto un horizonte de mejora en nuestros proyectos (en la medida que enriquezca más que empobrezca).

Cuando vamos realizando tales expectativas experimentamos el goce de irlas realizando, goce específico al asunto concreto que sale redondo y general, de todo y cualquier éxito. El goce de ir acercándose a una meta que nos trazábamos tiene dos partes:

(a) goce por la realidad de la etapa cumplida

(b) goce por la promesa de más goce

Cuando hemos realizado lo que buscábamos, experimentamos una mejora real, y no una soñada. Algo se acaba: ya no podemos volver a desear tener lo que ya tenemos, pero normalmente es lo preferible. En esto consiste también la limitación del amor, es decir, que el amor es limitado porque es amor de algo y para algo.

Si no tenemos verdaderamente claro un buen plan a largo plazo, nos ocurrirá que nuestro amor se acaba con el éxito de lo que vamos proponiéndonos. Pensemos por ejemplo en una pareja de enamorados que no se plantean un tipo concreto de vida (tienen algunas ideas difusas acerca de tener hijos, de estar siempre juntos, de tener una vejez feliz, que verdaderamente no cuentan demasiado a la hora de canalizar el presente). Prácticamente su deseo es casarse, y entonces el día de la boda termina el deseo de casarse: después de la euforia tienen una crisis de desorientación. Aparecen entonces nuevos objetivos inmediatos, pongamos que sean los de decorar el piso en el que viven: les veremos entusiasmados compartiendo el objetivo hasta que una vez cumplido sobreviene otra crisis de vacío. Así sucesivamente, a trompicones, van apareciendo altos y bajos, coincidiendo con deseos que surgen y esos deseos se cumplen. La ilusión amorosa la tienen que ir encendiendo a medida que conquistan los deseos que terminan. Esta falta de claridad en lo que se quiere de la vida tiene sus peligros: perderse en alguna crisis; no tener lo suficiente imaginación ni capacidad de improvisación; hacer los momentos críticos penosos y largos; no tener nunca aspiraciones de altura moral, con lo que caen en el aburrimiento cuando fallan las novedades.

Otra manera de estar siempre amando que no es ni la de tener un buen plan de vida ni la de ir improvisando objetivos cortos constantemente, es la de vivir bajo una promesa de goce que siempre se está prometiendo: los amores más encendidos provienen de una serie de obstáculos y dificultades que estiran el momento del éxito, ya que contra más lejos estemos del momento del disfrute real de la realización, menos consumimos el amor.

Aunque la persona arda de amor nunca se combustiona. El equilibrio entre el amor como promesa y el goce real de esa promesa cumplida es importante. Un exceso de promesas no nos mejoran en la realidad. Por otra parte, subiendo los escalones de la mejora sucesiva cada vez nos vemos más posibilitados para sentir un tipo de goces reales, mientras que el encendimiento por algo que no se alcanza, a pesar de la excitante espera, acaba por devolvernos al punto de partida del que en realidad nunca hemos salido.

El amor que se va realizando se va multiplicando y diversificando. Al expandirnos en el mundo lo conocemos mejor y podemos, gradualmente, valorar su complejidad, puesto que la riqueza de nuestros intercambios se agranda en la medida en que podemos dar más y por consiguiente también recibir cosas mejores.

Cuando nuestra mejora personal la hacemos depender exclusivamente de una sóla persona hemos de ser conscientes del peligro que corremos. Podemos estar muy enamorados, mientras lo estemos, pero al mismo tiempo, a pesar de que en nuestra alocada exaltación creemos que estamos bien despreciando todo lo demás, estamos limitándonos a lo que podríamos mejorar si ampliásemos nuestro interés al mundo

Tenemos que entender que el mundo es mucho más rico de lo que nos parece a la luz de nuestra soberbia de enamorados, y que si le damos la espalda tampoco nos dará nada a cambio cuando, arrepentidos, se lo solicitemos.

El amor que se realiza es diferente al que únicamente se promete. El amor realizado nos engrandece, al conseguir una relación de intercambio en la que recibimos los bienes que valoramos. Lo podríamos decir de otro modo: si valoramos la amistad, el conocimiento, la comprensión y el apoyo de los demás, únicamente lo podremos conseguir por la vía del amor y no por la fuerza del dinero. Las cosas que conseguimos por el amor no sólo hacen que ganemos algo que podamos apuntar en la lista de méritos, y por lo tanto de nuestro orgullo, sino que hacen que seamos lo que queremos ser.

El amor que no se realiza no nos transforma. Somos promesas de algo, pero sólo promesas.

El amor lo podemos considerar como una historia (corta o larga, pero historia) en la medida en que nos fijemos en lo que pasa por nuestra cabeza y no en nuestro cuerpo. En esta historia hay varios personajes que se dan mutuamente cosas.

Si el don que circula es concreto y lo hace esporádicamente, hablamos de simpatía, que es una historia fugaz, al modo que pasa una ráfaga de viento, como por ejemplo unas personas que se entretienen hablando agradablemente mientras viajan en tren y que luego se separan cada uno por su lado.

El compañerismo amistoso permite una historia más significativa, por la riqueza de lo que se aporta. Las grandes pasiones son historias densas y a veces trágicas, si acaban mal, llenas de dones que se valoran profundamente.

Estamos hablando de historias verídicas, pero por supuesto que también puedo inventar una historia de amor con un vecino de compartimento sin atreverme en realidad a decirle nada: en este caso los dones no son los auténticos de un otro real.

En las relaciones amorosas no sólo se dan cosas a secas, el dar puede ir acompañado de extras que magnifican, ennoblecen y exalten el don: la estética, la oportunidad de la ocasión, el recuerdo de lo compartido, etc. Así, podemos dar conversación a nuestra pareja, entreteniéndola y apoyándola, pero además en un momento en el que estaba triste o aburrida, con un fondo de deliciosa música.

En cambio hay dones que son como pasteles envenenados, porque el extra que contienen resta eficacia al don, como cuando se da a disgusto y regañadientes, o se recuerdan tiempos felices para insinuar que entonces si que había felicidad y no ahora...

En tanto el amor no se concreta en dones reales, postergándose, dificultándose, se quiebra o se exalta hasta enrarecerse de misticismo, una de dos. El arte de la caballería (de donde deriva el calificativo de caballero) consistía en llevar al paroxismo el amor por la vía de volver imposible su realización. El caballero tenía que pasarse la vida tratando de volverse digno de la magnitud del amor y realizar lejanas hazañas, o se enamoraba de una mujer casada en secreto siendo correspondido, si es que lo era, igualmente en silencio.

Una pareja de enamorados que tienen dificultades para verse por la distancia, la oposición familiar (piénsese en el prototipo Romeo y Julieta), los celos, la esquivez, la coquetería, etc. Enardecen la furia de la pasión,, pero corriéndose el riesgo de crear un exceso de inconcreción, irrealidad e insatisfacción que agote la paciencia de los amantes.

La coronación de las aspiraciones de los amantes también puede verse interrumpida por otro tipo de contrariedades. La principal es la presencia del odio, incompatible con el intercambio amoroso: en este caso lo que sucede es que tanto hay razones para amar como razones para odiar, pero todo lo que aparezca en cantidad de odio se resta al amor, y tanto puede restar que lo borre...

El miedo y la angustia arruinan el amor, aunque menos deprisa que el odio, porque impiden dar los pasos convenientes para la culminación amorosa, como sucede, por ejemplo, con la vergüenza, el miedo a ser rechazado o a fracasar.

Otra de las razones comunes de fracaso del amor es no saber o no querer dar lo que el otro necesita para trenzar con nosotros intercambios que fructifiquen, y con terco orgullo no querer tampoco aprender del que sabe por no verlo como superior a nosotros.

1. Ver el interesante análisis de Coulanges en La ciudad antigua, Ed. Edaf, Madrid 1968
2. Nos preguntamos acerca por una forma total y acabada, no estamos cuestionando lo que tiene de admiración una que fuera parcial, sino su posición incompleta bajo el punto de vista del acto acabado con éxito