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EL SÍNTOMA PSICOLÓGICO NO ES EL ENEMIGO

 

                                                                       por    Dr. V. Pablo Rodríguez

                                                                                                   Psicólogo Clínico. Psicoanalista.

 

 

La ansiedad, así como su correlato físico, la angustia, son, posiblemente, dos de las dolencias más temidas, sin lugar a dudas, por la Humanidad.

Sin embargo, esa interpretación de la ansiedad, como mortal enemigo, aunque comprensible desde una perspectiva exclusivamente humana por todo el conjunto desagradable de sensaciones inquietantes y dolorosas que produce, es, de forma incuestionable, equivocada y hasta injusta. 

Quizás, para introducirnos en una mayor y mejor comprensión de la ansiedad (así como, por generalización, de cualquier otro síntoma supuestamente “psicopatológico”), pueda resultar clarificador establecer un paralelismo con lo que ocurre en la aparición de los  síntomas físicos. Parece que suele verse siempre con mayor claridad, acaso por la tangibilidad y aparente inmediatez de lo fisiológico. 

Si una persona acusa, pongamos por caso, un dolor intenso en el abdomen, en el hígado o en el riñón, pésimo médico sería aquel que se limitara a prescribirle un simple analgésico, (y, lamentablemente, no sólo existe este modelo de clínico, sino que, por desgracia, abunda).

Si una persona experimenta una inusual subida de su temperatura hasta alcanzar los 40º de fiebre, igualmente pésimo médico sería aquel que se limitara a prescribirle tan sólo un antipirético o una aspirina, o, ya en un derroche de vocación, aconsejara que se le dieran al paciente unas buenas friegas de alcohol,  (y, de modo no menos lamentable, también abundarían los dados a esta práctica).

Todo este personal sanitario, capaz de semejante “praxis terapéutica”, estarían cometiendo el monumental e imperdonable error de confundir el síntoma con la enfermedad.

El síntoma es una señal, un aviso, un signo que genera la Naturaleza , y como todo signo, tal y como nos enseña la Semiótica, todo signo, todo significante, está remitiendo siempre a un significado ( todo aquello del signo y el “denotatum”).

Todo profesional cuyo sentido de la lógica y cuya capacidad hermenéutica no alcancen para estas sutilezas, mejor haría en dedicarse a otro tipo de actividades de bastante menor responsabilidad.

Efectivamente, la fiebre no es ninguna enfermedad; el dolor tampoco lo es.   La una y el otro son el signo, el aviso de que algo no está funcionando adecuadamente por dentro y hay que molestarse en averiguar de qué se trata.   Cuando ese hígado, ese riñón, hayan sido descubiertos en su disfunción, y reparada ésta, el dolor dejará de cumplir su función de señal y desaparecerá automáticamente.  Su presencia habrá dejado de tener sentido. Otro tanto ocurrirá en el caso de la fiebre. Cuando el galeno haya descubierto, si es que lo hace, que el paciente está sufriendo de un proceso infeccioso agudo en cualquier parte de su cuerpo, y le aplique el correspondiente antibiótico que haga desaparecer esa infección, la fiebre desaparecerá como por ensalmo, pues también habrá cumplido su puntual y exclusiva misión de aviso.

Pues bien, todo esto que parece tan obvio cuando nos referimos al plano físico del hombre, parece resultar tremendamente difícil de entender y asumir, inclusive por no pocos profesionales de la salud mental, ( a excepción de cuantos poseen una mínima cultura en Psicología Dinámica, y que, lamentablemente de nuevo, siguen siendo los menos).

Un paciente se queja de trastornos de ansiedad, de depresión, de obsesiones o de trastornos psicosomáticos diversos, y, sin mediar palabra, o demasiado pocas, el psiquiatra organicista de turno tirará de receta y le prescribirá, inmutable y pomposo, el “antiloquesea” correspondiente. Unos actuarán así por escasez de preparación; otros, por escasez de tiempo para atender a su paciente como merece. Y luego ocurre lo que me confesaba un amigo psiquiatra de dilatada experiencia: “el problema número uno que tenemos en la consulta psiquiátrica es toda la colección de ciudadanos a los que nosotros mismos hemos convertido en adictos” -  socialmente aceptados, eso sí - a todo tipo de sustancias...legales, eso también.

Y luego también, asistimos los psicólogos clínicos, psicoterapeutas y psicoanalistas, asombrados del estado en que nos llegan a nuestras consultas centenares de pacientes, literalmente anulados de tanto psicofármaco, e ignorándolo todo acerca de sus conflictos internos, que llevan arrastrando muchísimas veces durante décadas y décadas, y ante los que los “ profesionales” de la salud mental únicamente se han limitado a poner una etiqueta y a prescribir pastillas, pastillas, pastillas...

No, amplísimos sectores de la Medicina, la Psiquiatría y la Psicología, entérense de una vez por todas y no se escandalicen: El síntoma no es la enfermedad, el síntoma no es el problema.

No acallen, alegre y frívolamente, los síntomas de sus pacientes, por desagradables que aquellos sean, sin haberse tomado la molestia de investigar cuál es el problema de fondo, la inmensa mayoría de las veces un monumental conflicto de índole psicoafectiva y emocional. Y si su preparación no les capacita para   ayudar al paciente a resolver sus conflictos interiores, tengan la honestidad profesional y la humildad necesarias para derivar ese caso a un psicoterapeuta facultado para ello. No le tapen la boca con rimbombantes taxonomías y etiquetas, tantas veces imprecisas, vagas y hasta erróneas. No contribuyan al deterioro de su estómago, su hígado o sus riñones. Y, sobre todo, no les hagan perder su tiempo, su dinero, y, lo que es muchísimo más grave: su esperanza.

El síntoma no es jamás nuestro enemigo (y síntoma es la angustia, la depresión, la fobia, la obsesión, la ansiedad...y tantas veces: el asma, los trastornos digestivos, la hipertensión, el infarto de miocardio y el mismo cáncer; el deseo sexual inhibido, la dispareunia, la eyaculación precoz, la impotencia, etc. etc.) Todo lo contrario, el síntoma constituye el más valioso auxiliar de que la Naturaleza nos dota, justamente para poder estar ciertos de que, tras él, se esconde un conflicto psicoafectivo, de no pequeña magnitud, que el paciente ya  no puede soportar, con el que se le hace inviable convivir un solo día  más.

Eso sí, el síntoma será un amigo valioso, una excelente ayuda, sólo en la medida en que sea tenido en cuenta y dé paso a una investigación seria y rigurosa de aquello de lo que nos está avisando.

Y no sirve el ingenuo intento, tantas veces utilizado por las terapias de corte conductual, de confundir síntoma con problema, pues aún en el  supuesto de que un síntoma cediese, habida cuenta que la Naturaleza es tan sabia como persistente, poco tardaría en generar un síntoma nuevo - como apreciamos con tanta frecuencia en nuestra experiencia clínica -  con el que insistir en su mensaje, a veces contundente y reiterativo, de que ahí hay un problema serio que solucionar, y mientras esto no se realice, insistirá e insistirá, hasta que la persona se dé por aludida y tenga la lucidez, la humildad y el coraje que le lleven a buscar la ayuda adecuada para resolverlo.

 

 

                                                                                   Dr. V. Pablo Rodríguez

                                                                              Psicólogo Clínico. Psicoanalista.

                                                                                         Madrid   20/06/03

                                                                                                                         

 

 

Copyright © Dr. Valentín Pablo Rodríguez Fdez.

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