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Modificaciones técnicas en el abordaje psicoterapéutico analítico de los Trastornos Límite de Personalidad (TLP)

La psicoterapia analítica del paciente límite, que, por gestarse su trastorno en etapas sumamente arcaicas del desarrollo de la personalidad, y ser una de las modalidades psicoterapéuticas de elección, conviene, según ha demostrado la práctica clínica con estos enfermos, revisar la modalidad específica del encuadre para darle una mayor flexibilidad y, con ello, una notable mejoría en cuanto a resultados.

 

- Respecto al número de sesiones a realizar, hay que intentar un equilibrio muy ajustado, que no siempre es fácil conseguir. Se trata de hacer el número realmente imprescindible, pero a la vez suficiente de sesiones. Reducir el número de éstas puede resultar insuficiente además de alargar la terapia de modo interminable, con el consiguiente efecto de inoperancia y de desmoralización, tanto del paciente como de sus familiares. Pero, por otra parte, añadir más sesiones semanales de las imprescindibles puede generar un peligroso riesgo de dependencia respecto a la figura del terapeuta. Esto es algo que si debe ser tenido en cuenta en cualquier tipo de patología, en el tratamiento del paciente límite adquiere una importancia extraordinaria, dado que quizás el rasgo básico de este tipo de padecimiento sea precisamente el de la propensión el de la dependencia afectiva.

 

- Un aspecto que si parece dejar claro la experiencia clínica, sin que parezca conllevar el menor problema técnico, es la necesidad de que las sesiones de psicoterapia analítica, en vez de tener una duración de 45  a 50 minutos, como viene siendo lo  habitual, experimente un moderado alargamiento, no siempre mayor entre 10 y 20 minutos.  Este alargamiento queda perfectamente justificado por la minuciosidad, precisión escrupulosa y obsesiva en el proceso de ideación, conceptualización y expresión verbal de los contenidos mentales y afectivos del paciente (suele ser necesario, la mayoría de las veces- resistencias aparte- la aclaración de un concepto o termino que, inmediatamente, requiere, a su vez, en dicho concepto aclaratorio, la necesidad de una nueva aclaración, llegándose, con harta frecuencia, a enredarse el paciente en una especie de círculo de círculos viciosos, tanto conceptuales como de expresión verbal, con la consiguiente generación de ansiedad e irritabilidad, tan característica, igualmente, del trastorno límite de personalidad). De igual modo, por las dificultades de elaboración mental del material, aportado por el terapeuta, que suele requerir en este tipo de paciente un exagerado tiempo de elaboración y, por lo tanto, de respuesta.

 

-Tanto las interpretaciones como los señalamientos del analista deben ser reducidos, sin por ello perder en calidad, al menor número posible.

 

- Del mismo modo la forma ( o recursos estilísticos ) en la expresión verbal de dichas interpretaciones y/o señalamientos por parte del terapeuta debe ser lo más escueta posible.

 

-El número de preguntas y aclaraciones que el terapeuta formule a su paciente deben verse reducidas, por todas las razones anteriormente expuestas, a la mínima expresión.

 

- No debe ser olvidada, ni por un solo momento, la intensa estrechez de campo de conciencia de este tipo de paciente. Esto debe llevar a un planteamiento gradual, sistemático, pausado y muy lento de todos y cada uno de los temas a abordar o de los materiales sobre los que se trabaja en un momento dado.

 

- Debido al peculiar funcionamiento mental del paciente límite se hace también necesaria la utilización de palabras de la menor ambigüedad conceptual y terminológica posible, debiendo evitarse, si se quiere ser eficaz, todo tipo de términos polisémicos, de doble sentido o metafóricos ( incluido el lenguaje poético, que con frecuencia genera confusión, y hasta ansiedad, en estos pacientes.

 

- El encuadre terápico, tanto en lo que alude a los horarios de las sesiones como el pago de los honorarios de éstas debe permanecer rígido e inmodificable, más si cabe que en el tratamiento de otro tipo de patologías y trastornos neuróticos. Es sabida la enorme dificultad de estos pacientes para someterse a la más mínima disciplina.    Conseguir que se adapte al encuadre pactado será una garantía importante en la consecución y progreso de la terapia y un primer punto de anclaje importante en el principio de realidad.

 

- Por lo que respecta a la actitud del terapeuta respecto a su paciente existen también unos cuantos puntos que no deben nunca ser pasados por alto:

 

- Debe utilizar siempre un tono de voz serio, pero cordial, que no sufra grandes oscilaciones o elevaciones de volumen (que muchas veces pueden ser interpretadas, desde la actitud defensiva y paranoide del paciente, como auténticas agresiones o reprimendas). 

 

- Cualquier modificación, por mínima que pueda parecer, en el contexto habitual de la realización de las sesiones (sea un cambio de luces, de objetos, de decoración, de elementos mínimamente ruidosos, de variaciones de temperatura, etc..) son suficientes para que este tipo de pacientes se sienta descentrado e incluso, severamente alterado, con la consiguiente tendencia a conductas y manifestaciones irritables y/o irascibles.

 

- El paciente tiene que acabar por percibir en su terapeuta una actitud genuina de apoyo incondicional, de comprensión y aceptación de todo su historial, experiencias traumáticas, carencias afectivas, instauración de un yo débil; infancia, familia, colegio, entorno, que han dado lugar a sus intensas dificultades de adaptación a todo tipo de contextos personales y sociales.

 

- El terapeuta debe realizar un entrenamiento paulatino y progresivo en la instauración de una mínima tolerancia a la frustración, prácticamente inexistente en la mayoría de los pacientes límite.

 

- Debe adiestrarle asimismo, en un manejo constructivo de sus propias pulsiones, especialmente las agresivas y sexuales, las más de las veces reprimidas en su totalidad, con intentos muy deficitarios de sublimación.

 

- A pesar de que la psicoterapia psicoanalítica, es por esencia, una técnica  no directiva, el terapeuta deberá introducir en la terapia de un límite un sutil reajuste de las nociones de “directividad”, “no directividad” y “apoyo”, enfocando las sesiones, o momentos puntuales de estas,  en base exclusiva a las necesidades psicoafectivas puntuales de su paciente, y postergando cualquier posible anteposición a su modelo teórico o de escuela.

 

 

                                                                   Dr. Valentín Pablo Rodríguez Fdez.

                                        Psicólogo Clínico. Psicoanalista.

                                      Madrid, 6 de Junio 1992

 

                                                                                             

 

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