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LA TRANSFERENCIA EN PSICOTERAPIA DINÁMICA: RESPONSABILIDAD FACILITADORA DEL TERAPEUTA

 

Incumbe al psicoterapeuta la utilización de todos los recursos humanos y técnicos a su alcance para facilitar al máximo, no sólo un rapport inicial con su paciente lo más adecuado posible. Deberá lograr la instauración de una transferencia lo más sólida posible y conseguirla en la mayor brevedad de tiempo.

Una psicoterapia dinámica no debe nunca eternizarse en el tiempo. La consecución de una adecuada transferencia en un tiempo razonable es la mayor garantía de estabilidad en el proceso psicoterapéutico, sometido, como no puede ser de otra manera, a oscilaciones, a veces suaves, a veces violentas,   llegando inclusive a algún episodio de eso que tan desafortunadamente se ha denominado "transferencia negativa " y que no es sino un momento de máxima bajada en ese proceso evolutivo que es toda terapia, y que jamás se produce en un suave y continuo  ascenso, sino en un inevitable ascenso en dientes de sierra.

Una terapia sin episodios de "transferencia negativa" es, en mi opinión, altamente sospechosa de no haber evolucionado bien, de no haber resuelto conflictos sólidamente estructurados, de haber convertido el proceso terápico en un " paseo por el parque" en el mejor de los casos ( aunque siempre insuficientemente operante), cuando no en una especie de "folie à deux" de mucho más graves consecuencias, y cuyo responsable último sería siempre el terapeuta, tanto desde un punto de vista técnico como desde una perspectiva estrictamente deontológica.

Errores Frecuentes:

1) Un exceso de silencio inicial por parte del terapeuta, que si bien debe mantener una actitud de máxima escucha, nunca puede llevar a creer a su paciente a creer que lo que practica es una "máxima indiferencia".

2) Un buen psicoterapeuta analítico no puede presuponer que el paciente que entra por vez primera en su consulta tiene que entender perfectamente, tanto en la teoría como en la práctica, aquello de que " debe asociar libremente". Si el terapeuta se empecina en un silencio tan ortodoxo como inhumano e improcedente, no tiene nada de extraño que ese paciente se vaya...y no vuelva a aparecer nunca más, considerando, y no sin razón , a la clase psicoanalítica no muy lejana a los habitantes de otro planeta.

3) La frialdad afectiva no debe tener cabida en ningún proceso psicoterapéutico, por psicoanalítico que sea, pues no deja de ser una relación entre dos seres humanos, todo lo asimétrica y diferente a cualquier otra relación que se quiera. La frialdad genera distanciamiento, inhibición   y, por tanto dificulta ese proceso inverso a la represión que es la expresión , y que, si no puede darse en el recinto del encuentro psicoterapéutico ¿dónde se puede esperar que se produzca?

4) Hasta que no  se genere una mínima confianza dentro del paciente, tanto respecto a su terapeuta como hacia la propia terapia, la afectividad actuante y presencial del analista no puede dejar de estar presente, a fin de ir configurando, poco a poco, esa confianza básica en la figura del terapeuta, que acabará llevándole a una más amplia confianza básica en si mismo, en sus propios recursos, en los otros y en la vida.

5) El paciente no debe jamás sentirse como un  perro abandonado. El apoyo incondicional, aunque sin actuaciones ni palabras melosas, totalmente improcedentes en un terapeuta, debe ser captado transferencialmente por el paciente o esa terapia no tendrá futuro.

6) El paciente necesita, en ocasiones ser preguntado, y no sólo eso, repreguntado, facilitando la expresión de sus   respuestas más acordes con lo que él considera su realidad. Sólo así podrá sentirse entendido y, en consecuencia, podrá abrirse a nuevas  y generalmente muy dolorosas confidencias, que, como es obvio, se ahorrará si no encuentra, y nunca mejor dicho, un interlocutor válido.

7) Y la para mi clave fundamental de la resolución satisfactoria de un caso clínico es el absoluto respeto del analista por su paciente. Detrás de cada paciente suele haber alguien que o bien no ha sido adecuadamente o suficientemente amado, pero, en no menor medida, y quizás precisamente por eso, alguien que, el lo más profundo, jamás se ha sentido respetado...lo que le ha llevado a una falta crónica de respeto hacia si mismo  y generadora de todo tipo de sufrimientos, conflictos de comunicación y adaptación, expresados por los más variados síntomas neuróticos o somatizaciones de diversa índole.

8) El paciente debe experimentar muestras de interés por su bienestar, por su asimilación de cuanto se ventila, señala, aclara o interpreta a lo largo de las sesiones.

9) En demasiadas ocasiones, quizás siguiendo el modelo médico, se le exige al paciente una suerte de confianza ciega en su terapeuta. Esta se produce a veces  (a la fuerza ahorcan) en determinados pacientes con un yo prácticamente inexistente o diluido. En otras, el paciente mostrará un totalmente normal recelo, una mezcla de curiosidad e inquietud, respecto a la catadura moral y a la competencia clínica de su terapeuta; no en vano está empezando a depositar sobre sus manos los trozos que le quedan de su propia existencia.

Es, pues, casi una "puerilidad autoritaria" exigir una confianza basada en un diploma en la pared.

El paciente irá confiando en su terapeuta en la medida en que sus interpretaciones, señalamientos y presencia moral en las sesiones, vayan generando el núcleo de una confianza que será decisiva en la resolución satisfactoria de la conflictiva del paciente, y en la instauración de una buena autoestima, de una capacidad afectiva, productiva y fruitiva, las más de las veces inexistentes.

10)Aunque pueda parecer una obviedad, alargar innecesariamente una terapia no es algo que favorezca al terapeuta, como algunos malpensados pueden llegar a pensar. El mejor prestigio ( y publicidad) para un terapeuta es concluir sus terapias satisfactoriamente en el menor tiempo posible. Y esto siempre que, en efecto, esté realmente concluida ( no demasiadas lo están; algunas se quedan a medias y el paciente tiene que volver a ese u otro terapeuta)...y que esté satisfactoriamente concluida, es decir, habiéndose obtenido las metas más altas    posibles  (aunque no se puede conseguir la perfección, ni en esto ni en nada, como resulta evidente. Esperar esa absoluta perfección terapéutica sería tan ilusorio y neurótico en el paciente como inadmisible y maníaco en el terapeuta).

 

Actitudes Facilitadoras:

Aunque no lo parezca, la exigencia del más absoluto y estricto respeto al encuadre (en cuanto elemento simbólicamente representador del Principio de Realidad), constituye el elemento de máxima garantía en la resolución adecuada de un proceso terápico.

Igualmente facilitará el proceso una actitud, por parte del terapeuta, que evite en todo momento: el compadreo, el que éste hable de su vida privada, su familia, su entorno, etc; así como que haga comentarios o realice comparaciones con otros pacientes o simplemente trate de ellos ante su paciente en sesión.

Por último el terapeuta deberá evitar el alargamiento innecesario del proceso, por las razones ya aducidas, el amiguismo o confianzas con sus pacientes, la política de palmadita y ánimos superficiales, (dado que no es terapia de apoyo lo que realiza), y, aun en el caso de que de una terapia de apoyo se tratase, también esas actitudes resultarían inadecuadas, improductivas y nada éticas.

 

 

Copyright © Dr. V. Pablo Rodríguez                                                                                                                                                                                                                                                                           Psicoanalista.                                                                                                                                                                                                                                                                                

Madrid, 7 Marzo 1989

 

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