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EL ORIGEN DE LOS TRASTORNOS PSÍQUICOS

 

Existe un altísimo porcentaje de casos en los que el origen del trastorno psíquico  es relativamente similar.

 No me estoy refiriendo a patologías extremas, como las psicosis, sino, más bien, a los típicos conflictos neuróticos que afectan a una inmensa mayoría de la población.

 No se nace neurótico. Más bien se aprende a ser neurótico, al estar observando día a día, mes a mes, y año tras año, conductas neuróticas de los padres y, en general, de las figuras afectivamente más significativas para el niño. Asimismo, todo el conjunto de normas, expresiones, mensajes verbales o gestuales, pautas de conducta etc. que se le inculquen, van a convertirse, también, en factores decisivos para su gradual neurotización. El entorno social, los profesores, la educación, el tipo de colegio y de pedagogía; los amigos, las aficiones, el cine, la televisión, los juegos y las lecturas, los profesores, la educación, el tipo de colegio y de pedagogía, se encargarán del resto.

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 Pero ocurre muchas veces, tal vez excesivas, que el origen del trastorno psíquico ha quedado protofigurado por las  experiencias psicoafectivas y emocionales de los primeros días y meses del ser humano. Y en esto, obviamente, no cabe considerar causantes, y menos aún culpables - como tan frecuente e injustamente se hace, incluso por profesionales de la salud mental -  ni a los padres, ni a las figuras fundamentales del entorno afectivo del niño.

Con un ejemplo sencillo esto podrá entenderse con toda nitidez. Imaginemos a un corpulento y amoroso padre acercándose a la cuna de su bebé con una amplia sonrisa de satisfacción en el rostro, mientras extiende sus brazos en un gesto de tierna acogida, de afectuoso abrazo a su retoño.

 ¿Cuál es la capacidad hermenéutica de un bebé de días, semanas o meses?

¿Puede exigirse de éste que interprete de forma correcta el gesto y las intenciones de su padre?

 Es claro que no, como también es claro, como demuestra la clínica psicoanalítica infantil, que en  un no pequeño número de casos ese amoroso gesto paterno puede ser interpretado (decodificado) por el infante como una angustiosa experiencia, derivada de la incorrecta interpretación gestual de las figura paterna, el que le habría llevado a ver en ella una agresión y hasta una amenaza contra su propia vida. ¿Qué ocurriría en este supuesto dentro del incipiente cerebro de bebé?

 Pues, sencillamente, que ese engrama, esa marca indeleble en su mente, dará lugar a la configuración de una "imago" paterna (1) agresiva y amenazante, que condicionará, posiblemente de por vida, la relación de este niño con su padre, y, como consecuencia, de la visión que dicho niño tendrá de la figura masculina a lo largo de su existencia.

 Se pensará, y no sin lógica, que, después de esta traumática experiencia, el niño tendrá miles de oportunidades de constatar el carácter bondadoso y afectivo de su progenitor. Eso, efectivamente, esa así. Y será esa reiteración de experiencias positivas las que darán lugar a la generación, en su mente, de  una "imagen" positiva y benévola de su padre.

 ¿Anulará toda esta secuencia de experiencias, cálidas y gratificantes, el efecto nefasto de aquella accidental experiencia traumática?

 Lamentablemente no es eso lo que suele suceder. Más bien, la imago inconsciente, agresiva y amenazante, continuará ejerciendo su maléfica influencia en la mente del niño, y convivirá con la imagen consciente - positiva y afectuosa - del padre, que será percibido, si una terapia en profundidad no lo remedia, como un ser ambivalente, ante el cual el niño no sabrá, en realidad, cómo debe reaccionar. Su sentido común y su experiencia le dirán que su padre es un hombre bueno y entrañable, mientras que una fuerza extraña en su interior le generará una sensación difusa de amenaza, de vivir en una constante situación de riesgo, que dará paso a un estado generalizado de ansiedad.

 Ese niño vivirá, en adelante, instalado en un conflicto neurótico de severas consecuencias en su proceso de estructuración de la personalidad, así como de su proceso de sociabilidad y adaptación a la realidad, al mundo y a los otros. Ha "aprendido" a percibir neurótica, amenazante y ambivalentemente,  a todos los varones, en especial si son figuras investidas de autoridad, como profesores, jefes y superiores de su futuro trabajo, etc.

 Ese miedo a la figura masculina, cuyo prototipo y modelo habitual de identificación es el padre (o figura que le hubiera sustituido), será reprimido, quizás durante años, en el inconsciente del niño, que proyectará muy probablemente, algún tiempo después, esos componentes amenazantes y aterradores, provenientes de su imago paterna agresiva ya introyectada, sobre todos los otros seres humanos varones que se vaya encontrando.

La angustia neurótica, expresada en todo el espectro posible de manifestaciones sintomatológicas (ansiedad, fobias, obsesiones, depresión, histeria, trastornos psicosomáticos) está prácticamente garantizada.

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Mas, aun siendo todos los factores considerados hasta aquí más que suficientes para la consecución de un trastorno psíquico, normalmente neurótico, y, resultando poco menos que imposible - como es fácil intuir - liberarse de alguno o algunos de los condicionantes citados, describiré, por último, el proceso más habitual en la génesis de los conflictos psíquicos ( y decir psíquicos es mucho más que decir mentales; es decir emocionales, afectivos, relacionales, adaptativos, etc)

 Como decía al principio la persona no nace neurótica, sino que se ve forzada a hacerse neurótica a sí misma; cierto que con innumerables "ayudas" por parte del entorno familiar, educacional y social.

El ser humano nace en el estado de desvalimiento y dependencia más absoluto de cuantos pueda concebir nuestra mente. La infancia, especialmente la primera infancia, no es ese manojito de recuerdos entrañables de los que todos solemos hacer gala, desde aquel día inolvidable de Reyes a aquel cumpleaños distinto, pasando por el primer diente de leche, depositado trémulamente bajo la almohada en espera de ser recompensado en lo más profundo de los sueños por el siempre altruista Ratoncito Pérez.

                                                                                                                  

 

                                                                                                                                                                                         Copyright © Dr. V. Pablo Rodríguez                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   Psicólogo Clínico. Psicoanalista.                                                                                                                                                          

Madrid, 6 de Junio 1991

 

(1) Se utiliza el término latino "imago" para referirse a la imagen inconsciente, y el término castellano para referirse a la imagen consciente.

 

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