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Los seres humanos
tendemos a colocar “marcos imaginarios” alrededor
de las “cosas” que nos rodean (incluyendo en el capítulo
“cosas”, tanto elementos figurativos como conceptos
o acontecimientos), lo hacemos, además, sin tomar conciencia
de ello, sin “darnos cuenta” de que dicho proceso
de enmarcado es algo absolutamente subjetivo y en cierto modo
condicionado por nuestras propias estructuras perceptivas
El siguiente ejercicio ilustra gráficamente lo que expresamos.
Se trata de conectar los nueve puntos utilizando para ello cuatro
líneas rectas, sin retroceder ni levantar el lápiz
del papel.

(Al final de este artículo puede ver la solución
del ejercicio propuesto).
Probablemente se enfrente con serios problemas
para resolver este sencillo problema hasta que se le ofrezca una
pista, del tipo de: ...puede prolongar las líneas más
allá del cuadrado formado por el límite exterior
de los nueve puntos. La solución que antes parecía
muy compleja, se torna después de la pista mucho más
sencilla.
La clave está en el “desencuadre” de lo que
parecía natural y obvio, la caja formada por los nueve
puntos, emergía como una estructura latente pero con una
enorme influencia en nuestros filtros perceptivos.
Una vez abiertos dichos filtros, la solución fluye como
por arte de magia, fruto del desenfoque, de la renovación
del cliché perceptivo que nos estaba impidiendo el acceso
a la solución, de la ampliación del horizonte –que
tantas veces consideramos como irrefutable y único-.
El modo en que interpretamos un proceso, puede verse determinado
por el tamaño, la consistencia o la rigidez con que construimos
el “marco” que lo rodea. El peligro de estas distorsiones
es mayor debido a esa característica tan humana de extrapolar
dichos marcos de soporte perceptivo a otras situaciones -generalización-,
deviniendo muchas veces en procesos de empobrecimiento en el análisis
de la realidad.
Mientras más “enganchados” estemos en el marco
de referencia, menos posibilidades tendermos de un análisis
más amplio y con más perspectivas.
W. Köhler (1887-1967), en sus investigaciones realizadas
fundamentalmente en el ámbito de la inteligencia animal,
llegó a unas conclusiones muy interesantes en relación
a este fenómeno, consiguiendo demostrar como lo que hemos
llamado “marcos perceptivos”, se vuelven más
rígidos cuando en el animal se condensa la necesidad de
satisfacción de una necesidad básica (agua, comida,
sexo...), de tal modo que el animal “filtra”, selectiva
y tajantemente, cualquier estímulo del ambiente no encaminado
a la satisfacción de dicha necesidad.
Del mismo modo, cuando la pujanza del instinto deja de “presionar”
al animal hacia la consecución de dicha satisfacción,
el universo perceptivo vuelve a ampliarse (se relaja el “campo
perceptivo” y lo que era un “campo tenso” se
convierte en un “campo relajado”).
En los mercados (poblados también, metafóricamente,
de animales diversos), se reproducen con gran claridad los fenómenos
descritos. Muchos de nuestros pacientes relatan como la subida
vertiginosa de un valor o índice, les “cegó”
llegando a desproveerles de todas las capacidades de análisis
de la situación, de lectura de las demás “señales”
que contradecían la consigna de“entrar con todo en
el valor”.
Aun cuando pueda parecer un ejemplo extremo y muchos piensen “...a
mi eso no me pasaría nunca...”, lo cierto es que
casi todos ellos eran personas maduras, con cierto bagaje en los
mercados y un dominio más que básico de los principios
de análisis técnico y de mercados.
La conclusión no requiere de mucha elaboración,
el deseo, la codicia, la inmediatez de las plusvalías que
casi pueden tocarse, amén de otros elementos personales
añadidos, hacen del mercado un espacio donde la “tensión”
del campo puede causar estragos incluso en los más avezados.
Las capacidades de “reencuadre”, de relajación
del campo tenso, de conocimiento profundo de uno mismo, emergen
como claves capaces de definir la frontera que separa, en los
mercados, una operativa de éxito del más rotundo
de los fracasos.
Solución al problema.
© Guillermo Robledo - 2003
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