El concepto "meditación" encierra una multiplicidad
de acepciones y matices que hacen necesario un análisis
más profundo del término si lo que queremos es
determinar cuál ha de ser la actitud justa mientras meditamos.
Algunos asimilan al término meditación a "enfocar"
la mente en algo, un concepto, un escrito o cualquier otra cosa.
Otros insisten en que la meditación es justo lo contrario
de eso, consideran una condición irrenunciable la "no
existencia" de objeto, razón o argumento.
Podemos resolver este cisma de una manera elegante concediendo
a cada concepción de la meditación un lugar dentro
de la "familia", considerando a cada una de ellas
una "clase" de meditación con sus particularidades
específicas.
Claudio Naranjo (1970) en colaboración con Robert Ornstein,
establece tres grupos distintos de prácticas meditativas,
distinguiendo entre la vía de la "desidentificación"
con los contenidos de la mente y otros dos grupos que podrían
definirse como:
"meditación concentrativa"
(en la que se trata de "enfocar" la mente en un objeto
elegido) y,
"meditación de la libertad" caracterizada
por la actitud de "dejar a la mente que siga su curso espontáneo".
La tradición budista por su parte pone énfasis
en la distinción de dos clases de práctica meditativa:
Samatha: que consiste en calmar la mente, y
Vipassana: que consiste en mirar atentamente
el estado y contenido de la mente momento a momento.
Cualquiera de estas prácticas constituye en
sí misma un "antídoto" contra el ego,
que actúa como usurpador tomando todo el control de la
psique a modo de "tirano" interior.
Nuestra hipótesis (que subyace en los artículos
de nuestra página y en nuestro trabajo terapéutico),
es que cuando uno puede "liberarse" de esa tiranía
impuesta por el falso "ego" tiene acceso a un estado
de armonía con el mundo, una coherencia y una sabiduría
más profunda de la mente. Se abren vías para "darse
cuenta" y para el cultivo de una percepción "auténtica"
del fluir "aquí y ahora", que contrarrestan
la inercia psicológica del "tirano".
El "ego" -principal enemigo en los mercados y en la
propia vida- contiene en sí mismo la experiencia dolorosa
de una carencia. Dime de que presumes y te diré de lo
que careces. Nuestro "ego" intenta SER aquello que
siente que no ES, en un esfuerzo vano de máscaras e imposturas
que, lejos de acercarnos a nuestro SER auténtico, nos
aleja más y más de nuestro núcleo esencial.
El "falso-yo" conoce al milímetro nuestras
debilidades, por eso sabe tan bien como llevarnos a la confusión
o al miedo o la ira, por eso resulta tan irreductible a veces.
¿No han tenido nunca la sensación de tropezar
en la misma piedra una y otra vez?, como en un castigo de los
dioses del olimpo, como aquel Sísifo al que los dioses
habían condenado a rodar sin cesar una roca hasta la
cima de una montaña desde donde la piedra volvería
a caer por su propio peso.
El "ego" impone su voluntad sobre lo que,
a veces, resulta obvio. Cuando nuestra posición está
en beneficios nos halaga para que cerremos y realicemos beneficios
¿porqué no hace lo mismo cuando nuestra posición
es perdedora?, porque necesita la gratificación inmediata
que supone demostrar que tenía razón. Le encanta
tener razón y se niega a admitir los errores.
El trabajo sobre el "ego" no es fácil, pero tomar
conciencia de su tiranía es un buen primer paso.
© Guillermo Robledo - 2004.