Régimen del ánimo
Informacion elaborada por:
Jose Luis Catalan Bitrian
jcatalan@correo.cop.es


Nuestro cerebro está preparado, tras millones de años de evolución, para organizar la información necesaria en el actuar humano sobre el mundo. Constantemente fabrica deseos, estudiando su viabilidad. El ánimo es el resultado de esa producción constante de acciones: la forma que poseemos de vivir el éxito o el fracaso de ellas.

Las sensaciones del ánimo dependen del hecho de traernos cosas entre manos con un relativo éxito acumulado y con la promesa de futuros goces. Es consecuencia de los deseos, tanto por el hecho de tenerlos, y así encontrar un sentido a la vida; bien por estar realizándolos, y así estar cerca de un placer ansiado; o finalmente, por estar gozando de lo ganado a pulso y de esta forma haber ampliado el poder personal. En resumen, hay tres momentos de ánimo según los tres momentos de desarrollo de la acción:
 


Siempre que queremos lograr algo debemos contar primero con las condiciones necesarias acumuladas por nuestros méritos y capacidades a lo largo de nuestra experiencia, y a continuación tener la habilidad de plasmar en la realidad lo deseado. Es decir, para realizar algo debemos:

La acción en el mundo que nos redea es la forma de ir adquiriendo poder. Cuanto más poder tengamos, más posibildades de riqueza (en sentido general, tanto material como espiritual). Aumentar nuestro poder es expansionarnos, llegar más extensamente al mundo de nuestro entorno (tener más amigos y mejores, más y perfectos conocimientos, etc.) Por el contrario, disminuir nuestro poder implica reducirnos, estar pasivos frente al mundo, sin sacar prácticamente nada de él. La máxima reducción de un ser humano es el punto que representa una inmovilidad absoluta, que puede observarse en las depresiones graves.

Cuando decimos que podemos-hacer tomamos conciencia de un nivel de nuestras posibilidades de conseguir y obtener ciertos rendimientos deseables, o evitar otros desagradables. Ello va acompañado de orgullo personal, de una excelente imagen de uno mismo, de un sentido de valía propia, de una especie de certificado de nuestros méritos a partir del cual hemos de contar y atrevernos en consecuencia.

La conciencia de poder-hacer nos empuja a la ambición, esto es, puesto que tenemos los medios podemos a través de un cierto trabajo, de un esfuerzo, llegar más lejos en el disfrute de la vida y en la adaptación al mundo social e histórico que nos toca vivir. Esta ambición en unas ocasiones es socialmente aceptada y premiada, como cuando un deportista supera un record o un padre ambiciona el éxito en la vida de su hijo, y no digamos lya la ambición modesta de sobrevivir; en otras ocasiones es censurada y castigada por la ley o por el desprecio público, como la ambición de un ladrón, o la ambición de un presumido o la pretensión de ser original.

El ánimo, la ilusión o desilusión, tienen como punto de partida creer que uno mismo tiene poder, posibilidades de dibujar en su horizonte futuro deseos que se realizarán con el esfuerzo.

Los juicios que hacemos sobre nuestro poder-hacer deben ser justos con nuestros verdaderos méritos y capacidades. si calculamos por encima, soberbiamente, chocaremos con la realidad, que no alcanzaremos como esperábamos ilusoriamente. calculamos por debajo, por falta de ambición de vivir con placer o por la falsa creencia de que no tenemos los méritos y capacidades suficientes, nos perderemos placeres que si hubiésemos calculado mejor obtendríamos con el esfuerzo adecuado.

En principio no resuslta imposible, aunque sí difícil, saberese ajustar siempre a lo que precisamente podemos-hacer en cada momento para sacar el mayor partido a la vida.

Una forma de desajuste la representa el exceso de euforia debido a una falta de cálculo de fla realidad de nuestras posibilidades y de la verdadera dificultad de realización. Ello puede ocurrir de diversas maneras:
 

Cuando nos encontramos con personas exaltadas sin auténtico fundamento vemos que el fallo que suelen cometer es no tener suficientemente en cuenta las limitaciones propias y de la realidad. A menudo la persona no acepta los límites que le impone la realidad física: ser nacido con determinado cuerpo, en determinado momento histórico y social. El cuerpo es el límite de determinado momento histórico y social.El cuerpo es el límite de nuestra imaginación: nosotros quisiéramos hacer algo que nos imaginamos en nuestra cabeza, pero a la hora de realizarlo hemos de mover nuestro cuerpo en el tiempo de que disponemos, rodeados dee las cosas y las otras personas con su voluntad propia e independiente de nuestro capricho, el mundo palpable que nos envuelve y nos devuelve a la dimensión de una realidad cuyas leyes no son las de nuestra voluntad.

Por este motivo, si una persona sube ilusamente a las alturas en las que no puede sostenerse, luego cae con estrépito. Contra más irreal es el ánimo más cruel y crítico resulta después el reconocimiento de la verdad. Algunas personas pasan de vivir en las nubes a una amarga decepción.

Para el saber humano tiene mucha importancia el sentimiento de progreso, o lo que es igual, tener la idea de que "le van bien las cosas". Así la búsqueda fundamental del hombre es conquistar bienestar (en el doble sentido de conquista: alcanzar y conservar lo conseguido).

La intensidad del placer, de la vida como goce, depende entonces de que la persona se vea siempre en una buena posición. Si ve que se degrada, ello le resta placer, y su intensidad de vida disminuye, hasta llegar un momento en que está deprimido si no sabe parar de alguna forma esa pérdida de posiciones. La forma práctica de vivir más interesante es tener deseos, proyectos importantes para la persona, y luchar para conseguirlos en cada instante o etapa de su vida.

Para cada tiempo de la vida la persona se hace una posición: ha llegado a experimentar un grado de intensidad vital y a partir de ahí mejorar quiere decir sentir cosas igual de buenas o mejores, a traveés de los proyectos que pueda-hacerse.

Cuando el sujeto tiene exaltaciones irreales se lmete en un buen lío. Por lo que acabamaos de decir sólo se encontrará bien si es capaz de experimentar cosas igual de buenas o mejores, pero como apuntó demasiado alto en sus sueños le resulta ahora muy dificil encontrar en la realidad sustitutos igualmente interesantes. En estos casos la única salida que tiene el sujeto es mejorar urgentemente su vida cotidiana, aportando tal riqueza a sus relaciones (familiares, amistosas, con sus aficiones, etc.) que sus éxitos le den más goce que las intensas ilusiones irreales.

Estas mismas consideraciones valen para los casos en los que nos encontramos con adicciones a drogas que dan al sujeto experiencias ricas por laj via de la sustancia química, y que se convierten en competidoras a la hora de compararlas con las que le proporciona al sujeto la cruda realidad. La única forma de salir de un conflicto de esta índole es encontrar una alternativa a la vida real que resulte lo suficientemente atractiva.

Al igual que el éxito de la acción nos da una familia de sensaciones variables, como estar contentos, alegres, optimistas, eufóricos o exaltados, también los fracasos tienen su familia de sensaciones, como cuando decimos que estamos melancólicos, tristes, cansados de todo o con ganas de desaparecer de este mundo.

El fracaso es la manera de tomar conciencia de no-poder-hacer un deseo que tenemos. Es reconocer que no avanzamos, que nos reducimos.

No podemos deprimirnos si antes no hemos saboreado el aguijón del deseo. Es imposible desanimarse si no hay antes un ánimo que desanimar. Cuando alguien dice que se deprime porque no tiene ilusiones, eso es una manera de hablar, pero lo cierto es que sí tiene algunos deseos, lo que ocurre es que no se desarrollan, o bien ni siquiera la persona intenta realizarlos dándolos por adelantado como fracasados.

Reconocer la imposibilidad de un deseo es imprescindible en muchas ocasiones para adecuarnos a la realidad. La práctica nos impone la renuncia a algo que realmente no-podemos-hacer. Si en estas ocasiones no lo aceptáramos (esto es el duelo, el dolor de perder) nos dedicaríamos tontamente a trabajar para algo condenado por sistema al fracaso. El duelo es el reconocimiento de la imposibilidad, y sirve para que dejemos de desear lago -una y otra vez- que es inviable.

Así, cuando muere un ser querido, nos despiden del trabajo, fracasamos en una relación amorosa, nos arruinamos, etc. tenemos que aceptar que la vida no puede seguir igual que antes, que tenemos que vivir de otra manera. Ya no-podemos seguir conviviendo con el ser querido, o contar con el dinero del trabajo, o amando y siendo amados por nuestra pareja. Hay en juego un fracaso del deseo, inevitable dada la situación. Ello no implica fracasar en todo y para siempre, sino simplemente en ese conjunto de deseos que era una parte de nuestra vida, por importante que fuera.

La depresión se convierte muchas veces en un dolor innecesario. Por ejemplo, al extender el fracaso desde una parte que verdaderamente va mal a todas las demás cosas que van bien o podrían ir bien si nos molestásemos-. Otro ejemplo es cuando agrandamos la magnitud del fracaso reprochándonos injustamente una falta de méritos y capacidades, echándonos tierra encima, hiriéndonos a nosotros mismo para sufrir más el caliz del dolor.

Las diversas formas de deprimirse innecesariamente son las que se corresponden con las formas de fracasar por considerar una situación imposible sin serlo realmente:
 

a) por no-poder pasar del deso al acto físico:

Podemos concebir un deseo, pongamos el caso que sea el de leer para mejorar nuestra cultura o disfrutar por saber cosas y aprender, y no pasar al acto, y fracasar porque el esfuerzo que implica comenzar a concentrarse en la lectura choca con nuestra pereza, nuestra impaciencia, etc. y preferimos abandonar antes que pasar un mal rato luchando con las palabras.

El esfuerzo, antes de realizarlo o mientras lo realizamos, parece penoso y que el precio que cuesta llevarlo a cabo resulta demasiado desagradable, pero después de realizado nos compensa más de lo que nos hizo sufrir, porque nos acerca al premio final de éxito y gozamos por su real cercania. Hay que tener en cuenta que a veces hay que saber gozar del éxito: puede ocurrir que nos fijemos más en lo que nos falta todavía que en lo que ya hemos avanzado.

En ocasiones no queremos saber nada del después del esfuerzo y miramos con malos ojos el antes-y-mientras sufrimos por el esfuerzo. Esta manera injusta de mirar el trabajo nos resta un placer que podríamos sentir a medida que logramos paso a paso lo que queremos. El deprimido lo que hace es tal errónea composición de lugar y renuncia al deso para no sufrir realizándolo: se cuida, pero se cuida mal.
 

b) por no-poder realizar un deseo por falta de méritos y capacidades:

Al tener un deseo podemos volvernos hacia nosotros mismos y juzgarnos incapaces de realizarlo alegando una acumulación de motivos más que sospechosos: hemos perdido el poder de concentración, de memoria, no tenemos suficiente inteligencia, nadie estará interesado en nosotros una vez que nos conozca, no tenemos valor alguno, etc. Esta larga serie de no-poder-hacer se basa en desconfiar de nuestra experiencia acumulada: al recordar por ejemplo tan sólo las cosas que hicimos mal, olvidarnos de los amigos que tenemos o las capacidades que poseemos, podemos llegar a la conclusión de que todo eso se ha perdido por alguna enfermedad misteriosa o arte de magia, desgaste o existencia ilusoria. Todas estas sospechas, dichas a alguien, parecerían una crítica feroz: no porque nos las digamos a nosotros mismos dejan de tener menos efectos, ya que es esta una manera de agobiarnos y de destruir nuestros deseos.

La auto-destrucción, al auto-critica exageradas, nacen como una respuesta de rabia frente al esfuerzo realizativo. Es decir, que el orden de acontecimientos sería el siguiente: primero el depresivo tiene un deseo, a continuación tendría que pasar a realizarlo, y por lo tanto animarse, pero el trabajo de hacerlo le resulta sumamente antipático; a continuación se dedica a cultivar esa rabia que a surgido como protesta frente al esfuerzo, complaciéndose en llamarse inútil, incapaz, etc. De esta forma el deprimido se vuelve intolerante frente a pequeños esfuerzos, y comienza a habituarse a renunciar a sus deseos antes que ponerse a pasar el trago de ese trabajo que tanto le cuesta tomarse. En la medida en la que decide renunciar se habitua, como si se tratase de un adicto, a la pereza, de tal forma que en casos extremos le resulta odioso incluso moverse o levantarse de la silla. Por esta razón decíamos antes que el máximo de depresión conduce a la inmovilidad, que es una experiencia de horror de vivir (ya que vivir quiere decir actuar en el mundo).

Otro tema del deprimido, cuando se convence a sí mismo de que no-puede-hacer esto o lo otro, es el de que no es responsable de su vida, que no puede elegir hacer o no hacer un esfuerzo, que le conduciría inmediatamente a una mejora. Supongamos que estoy deprimido por una separación amorosa. Al llegar a casa por la noche puedo tomar la decisión de matar la angustia leyendo, mirando la televisión, realizando alguna afición, etc. o bien puedo dedicarme a ahondar mi desgracia leyendo las cartas de tiempo atrás, las fotos antiguas, recordar lo felices que fuimos, lo mal que se portó conmigo, etc. Pues bien, estando deprimidos solemos tomar la peor decisión, y además nos decimos que "no podemos hacer otra cosa"

Esta idea de que no se puede eligir hacer algo que nos animaría suele partir de una falsa versión general de lo que es la depresión: es como si a un reumático se le ocurriera la idea de que no puede ver la televisión; de la misma forma el deprimido cree a pie juntillas que no puede hacer esto o lo otro, y con ello se justifica a si mismo el abandono a su dolor. Y no sólo eso, tembién exagera y deforma su propia situación todo lo que puede.

Es cierto que el deprimido está desanimado, pero el desánimo no anula la capacidad de esforzarse y tomar decisiones razonables, de tal manera que puede llevar una vida normal tranquilamente, aunque a él le parezca "insoportable".

La mayoría de deprimidos acostumbran a mentalizarse de que son tontos, tarados, estúpidos, no sirven para nada, etc. con la finalidad de construirse una imagen personal reducida, que a su vez les permita abandonar un mundo cuyas riquezas ellos "no están capacitados" para conseguir. Como se ve la cuestión es amargarse como sea, y para ello cualquier pretexto es bueno: por esta razón ocurre que hablando con un depresivo se tenga la sensación de que nunca acaba de tener cosas de las que lamentarse. Las inventa sobre la marcha para sentirse mal todo el tiempo. cuando protestamos por su actitud y le demostramos enérgicamente sus exageraciones notamos cómo se sonrie pícaramente como un niño pillado en falta... (y descubre de paso lo vulnerables que somos intentando razonar con amorosa perseverancia combatiendo sus inacabable desaliento).
 

c) por no-poder seguir adelante debido a obstáculos considerados insalvables.

Los obstáculos que nos encontramos en el camino de nuestros deseos nos plantean un problema que hemos de intentar resolver. En ocasiones se trata de aumentar la fuerza para abordarlo adecuadamente, es decir, insistir. Otras veces lo oportuno es dejar una vía y emprender un rodeo para ir donde queríamos. Ante el fracaso de un intento evidentemente nos sentiremos defraudados pero si toleramos esa frustración y luchamos más buscando rápidamente una alternativa podemos reducir al mínimo la tristeza.

Así mismo, reconocer nuestros fallos y corregirlos es la salida más inteligente frente a los fallos (aprender de los errores): muchos deprimidos prefieren renunciar y sufrir antes que ver cara a cara a su error. Habrá en estas situaciones algo de contradictorio: por no saber aceptar un fracaso provisional, precipita el sujeto con su desesperación uno definitivo.
 

d) porque el objetivo mismo del deseo es pensado como imposible, insuficientemente interesante o simplemente sin sentido.

En todo momento nos podemos replantear nuestras finalidades si ello nos parece oportuno y conveniente para la felicidad de nuestra vida.

Claro está que las razones por las que enterrar nuestros propios deseos han de ser buenas, ya que de la realización de deseos precisamente sacamos nuestra intensidad de vida. Y efectivamente, existen poderosos motivos para la renuncia, como darse cuenta de la imposibilidad de lo deseado o la incompatibilidad total con otros proyectos que también tuviéramos. En el caso de la depresión todo ello ocurre con irregular frecuencia, y una sobredosis de razones para abandonar nos ponen sobre aviso.

La manera como se arruina un proyecto o un deseo es volviendolo absurdo, criticándolo tendenciosamente, apuñalándolo con un desprecio venenoso. Por ejemplo, un deprimido quiere iniciar un curso de inglés a fin de cultivarse y tener más posibilidades laborales, pero rápidamente le "asalta" la tentación de criticar encarnizadamente la idea: estudiar inglés es una pérdida de tiempo y una concesión al imperialismo americano, los compañeros de curso irán todos a lo suyo y no les resultará amistoso, no entenderá nada, ... y así múltiples pegas de todo tipo actuan, por acumulación aplastante, como una losa que sepulta la naciente ilusión por el proyecto, incitando al abandono.

Una parte del deprimido trabaja mentalmente (como si un cambate particular de ajedrez entre piezas blancas y negras se tatrase), con una especie de inteligencia diabólica, en su propia desanimación. Es su autor, el responsable de ella. Se queja mucho de ser víctima de una depresión de la que quejándose tanto hace de verdugo.

En la medida en la que el deprimido se viera como responsable de lo que le pueda suceder dependiendo de su voluntad, tomando la decisión de no auto-destruirse, comenzara a dejar su posición "suicida"

El deprimido tiene a su disposición una lista de lamentaciones, quejas, reproches, críticas y autocríticas, desvalorizaciones y derrotismos. Como Ulises pueda taparse los oidos para no escuchar esa tentadora (y en su caso hipnótica) canción de sirena que le haría chocar contra los arrecifes, o bien, guiado por una ilusoria soberbia e imprudencia, abrir los odios a esa sugerente y mortífera canción que le desanima, su propia voz destructora

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