Angel Marín Tejero - Psicólogo Clínico - amarin@cop.es

IMPOTENCIA

Siguiendo el DSM-IV Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, encontramos la impotencia dentro de los llamados trastornos sexuales de la excitación sexual.

El " trastorno de la erección en el varón", es definido por la incapacidad persistente o recurrente para obtener o mantener una erección apropiada hasta el final de la actividad sexual.

Esta alteración ha de ser vivida como un problema, caso contrario no lo será.

Se han de considerar la posible existencia de problemas orgánicos, médicos o de sustancias como drogas, alcohol o medicaciones de efectos indirectos sobre la erección.

Distinguiremos entre si el problema ha sido de toda la vida, si empezó a partir de un determinado momento, si es situacional, psicógeno o debido a factores combinados.

El fracaso ocasional de la erección no se considera impotencia, sino una situación normal.

Aquí tan solo hacer mención el diferente problema de la eyaculación precoz ante una estimulación sexual mínima; eyaculación que se produce antes, durante o al poco tiempo de la penetración, de forma no deseada y que es vivida como un problema. Éste se encuadra dentro de los trastornos orgásmicos.

Una vez encuadrada la definición oficial, hagamos algunas reflexiones:

... ¿"mantener una erección apropiada hasta el final de la actividad sexual"? , quiero aquí aclarar que al menos en mi entender, puede haber actividad sexual sin erección, no hay porque genitalizarlo todo. La definición me parece perfecta desde la búsqueda de la disfunción reproductiva, pero que nadie se sienta obligado a estar erecto a la primera caricia. La actividad sexual tiene tantos matices y variaciones como humanos somos en el planeta.

El término impotencia, en lo sexual, queda claro que es tan sólo aplicable al varón y encierra unas connotaciones ansiogenas desde el mismísimo significado de lo que se espera de la potencia y de las consecuencias de su inexistencia.

Pudiera ser que estuviese en nuestra naturaleza la positiva valoración de lo erecto en su valor reproductivo. Nos sugieren distintas imágenes actitudes o valoraciones los términos... semental versus cabestro, .... dotado versus eunuco. Éstas imágenes o valoraciones no sólo están surgiendo ahora en la mente del lector, surgen en toda la sociedad, son compartidas como patrimonio de la especie que se entreteje en la mayoría de las culturas conocidas y puede acabar siendo una losa de expectativas propias y ajenas sobre los hombros y el inconsciente de los varones.

La erección tiene mucho de necesidad de permanencia biológica, reproductiva, y tal vez por ello lo social lo valora tanto. Es lo social lo que se encarga de uniformar y exigir determinados comportamientos al individuo, que por otro lado, no logra ser tal hasta que no es capaz de distinguir lo propio de lo ajeno.

La exigencia es tremenda pues sobre la potencia puede pivotar toda la sociedad, en sus conversaciones, actitudes, películas, anuncios... Es cierto que la sexualidad es parte inseparable de los humanos, pero la valoración superlativa que hacemos de la potencia, no hay potencia que la aguante, y alguna que otra vez cede ante tanto peso expectante, y con ella cede una autoestima mal cimentada, entrando sin conciencia de ello, en un círculo (poco) vicioso en el que a menos erección menos autoestima y viceversa. Ni que decir tiene que la autoestima no debiera depender en exclusiva de la presencia o no de erecciones, pero para algunos su ausencia es demoledora.

Es tal vez esa parte de la sociedad machista una de las menos considerada, una parte que afecta tanto a hombres como a mujeres, pero que es especialmente sufrida por los primeros y en la que las segundas tienen un papel importante desde la comprensión de la naturaleza de su compañero, tan importante como cuando ellas quieren ser comprendidas por ellos.

Todos parecen dispuestos a hacer leña del árbol caído, dispuestos a la chanza y al comentario gratuito y destructivo, de modo que los árboles del bosque que todavía se mantienen en pie, no dejan de tenerle cierto miedo a la posibilidad de caerse o siquiera doblarse un poco por el viento circunstancial, ya que ven el maltrato recibido por el caído y que anticipan pueda caer sobre ellos.

Cuando eres un árbol y toda tu valoración parece gravitar sobre la rectitud de tu porte, olvidando otros aspectos como tu contribución a la limpieza del aire, la sujeción de los suelos, el alimento y refugio de animales, la regulación del clima y todo lo que se puede aportar aún siendo un chaparro, cuando sólo se te valora cuando eres un tablón de secuoya maderera, aparte de insultante y degradante, es como para echarse a temblar.

Hacen falta algunas sesiones de terapia para quitarse de encima la expectativa de que el macho ha de saltar sobre cualquier cosa que lleve faldas, para la propia comprensión y aceptación, para flexibilizar y relativizar exigencias tanto propias como ajenas, para conocerse, despertar a la propia experiencia y entre tanta exigencia introducir un poco de indulgencia con uno mismo, confiar en que la naturaleza ha puesto en nosotros los automatismos necesarios para que cumplamos la función de perpetuar la especie sin que tengamos que hacer elucubraciones mentales, tan contrarias al dejarse llevar por las propias sensaciones, por los propios sentidos. Tan natural como el respirar (hasta que llega la ansiedad).

La Psicología posee recursos adecuados y eficaces para tratar éste tipo de disfunciones, que pese a compartir características comunes en distintas personas, ha de ser tratado de forma individualizada.

En Madrid, en Febrero del 2009

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Angel Marín Tejero - Psicólogo Clínico - amarin@cop.es