Angel Marín Tejero - Psicólogo Clínico - amarin@cop.es

EL SENTIMIENTO DE SEGURIDAD

Ostracismo, pertenencia, acogida, seguridad, crecimiento, desarrollo, derecho a ser-existir.

Lo que hoy suena como perogrullada y está ampliamente admitido es que somos animales sociales que nacemos inmaduros y necesitamos de un largo periodo de protección y aprendizaje. Quiero señalar lo que debería ser obvio, pero que al parecer se da tan por sobreentendido que no se hace o se hace mal, "la alimentación afectiva de los hijos". No estoy culpabilizando a los padres, estoy convencido de que los padres lo hacen lo mejor que pueden o saben y que el resultado no es mérito exclusivo de ellos, que también juegan las propias características del hijo y las condiciones ambientales.

La inmensa mayoría de los padres procura bienestar físico para sus hijos, tratan de conseguir para ellos la mejor alimentación y confort posible, la mejor educación, la mejor preparación ... .

Todo ello es una forma de preocupación por los hijos, todo se hace porque se les quiere, además de la obligación contraida por su nacimiento.

Sin embargo hay una gran cantidad de personas que desde su temprana adolescencia o primera adultez, sino antes, manifiestan diversos síntomas físicos, conocidos como psicosomáticos, cuya base es la ansiedad o angustia, que a su vez se sustenta en su particular sistema de valores, en su percepción del mundo y de sí mismos, en sus creencias, en sus suposiciones. Pareciese que les faltase una referencia externa, un faro que les orientase en sus relaciones con el entorno, con los demás.

Los demás son muy importantes, porque antes de llegar a ser nosotros mismos, hemos de ser en relación a los demás. Si no estamos en el registro civil, no existimos, si no estamos empadronados, no votamos, si no pagamos la cuota del club, no entramos, si no trabajamos, apenas nos dejan participar de los "beneficios" de la sociedad.

Pero ¿quiénes son los primeros "demás" que nos encontramos en nuestras vidas?... sí, son nuestros padres. El recién nacido no tiene conciencia de ser un ser humano, ni de su valoración como tal. Lo que de alguna forma si sabe es si es aceptado o rechazado, si se le quiere o se le ignora, y esto solo puede llegarle por los mensajes que él puede interpretar. Hablarle a un niño de los gastos económicos que sus padres están haciendo por su bienestar, será aburrirle tediosamente. Jugar con él, compartir el tiempo, hablarle, considerarle, escucharle y respetar su momento de desarrollo, animarle y apoyarle, eso es lo que entienden los niños y seguimos entendiendo los adultos.

Venimos al mundo preparados para entender el lenguaje afectivo, caigamos en el país que caigamos. Esto no tiene que ver con el lugar en el que aterrice la cigüeña, es universal. El lenguaje para entender la auditoría de los gastos que ocasionamos a nuestros padres, nos llevará más tiempo.

El siguiente paso es la guardería, el jardín de infancia o el colegio, si hemos jugado bastante en casa con papá y mamá, ya tenemos una práctica de lo que puede ir esto de vérselas con los demás. Si no sabemos jugar a lo mismo que juegan los demás, empezaremos a pasarlo mal y nuestras reacciones pueden ser de lo más variadas, como el ataque a todo lo que sentimos que nos rechaza, el servilismo para ser aceptado pagando lo que haga falta, o el retraimiento y el aislamiento.

La adolescencia viene a complicar las cosas, irrumpen con una fuerza incontestable cambios biológicos, sociales y psicológicos. En las niñas se hace más patentes los cambios. La menarquia las iguala potencialmente a las adultas y quizá esto les hace madurar psicológica y socialmente más rápido que los muchachos de su edad.

Chicos y chicas empiezan a interesarse por los otros y a ser más conscientes de las valoraciones que dan y reciben, de sus relaciones y de sus consecuencias. Empiezan a, viviendo el presente, practicar el futuro.

A estas alturas el bagaje afectivo que hemos ido acumulando desde la cuna se torna fundamental. Todavía no hay experiencia consciente para construirse uno propio, de modo que viajamos con el que hemos ido recogiendo. En algún momento indefinido nos construimos sobre los cimientos recibidos, como las catedrales se construían sobre los cimientos de templos previos, aceptándolos, retocándolos o rechazándolos y reconstruyendo. Es un trabajo largo en donde se pasa por otorgar al otro el poder de aceptar o rechazar, en donde uno se ubica en una sociedad que te puede permitir la integración, si aceptas sus normas, o condenarte al aislamiento.

El ostracismo de sus miembros más conflictivos ha sido la herramienta que las sociedades han usado con más frecuencia para protegerse de sus miembros potencialmente más peligrosos, aquellos que no pueden integrar y que pueden socavar el orden establecido. El ostracismo niega al individuo y el individuo puesto en duda por los demás, duda de sí mismo, de su derecho a ser. Aparece el miedo, el propio cuestionamiento, el temor a desaparecer también biológicamente, las somatizaciones.

Todo lo exterior es potencialmente peligroso. El Estado, la Sociedad consigue sin proponérselo librarse de los individuos no integrados, ellos mismos se retiran con sus temores. Cuando esto no funciona, la Sociedad tiene otros métodos como las cárceles y las ejecuciones.

En primates se ha visto que la deprivación afectiva, el aislamiento durante los primeros meses de vida tiene consecuencias graves para las posteriores relaciones sociales y de crianza.

Para los humanos, el ser o no ser aceptado es la diferencia entre la vida y la muerte. Es claro que si el bebé no tiene su papilla muere. Pero aún teniéndola, puede llegar a tener graves alteraciones si no recibe su alimentación afectiva y su adecuada aceptación. En relación a esto, más tarde nos vamos a encontrar los sentimientos de poca o nula valía personal, la preocupación enfermiza por la opinión de los demás, el perfeccionismo como un intento de control de un entorno amenazante, la fobia social como solución para evitar ser mal valorado, la agorafobia o el vértigo del vacío, de la falta de un apoyo salvador, el pánico de enfrentar solo, lo desconocido, la sensación de irrealidad, de no pertenencia, de sentirse un marciano que no tiene nada que ver con lo que le rodea. Se puede rayar la psicosis.

Cuanto antes se produce el aislamiento afectivo, peores son sus consecuencias, pero no es preciso que el aislamiento sea carcelario para producir sus efectos. La ignorancia sistemática de sus necesidades, las peticiones imposibles de cumplir, los dobles mensajes, la violencia tanto física como verbal o psicológica, el desprecio y la desvalorización o crítica sistemática pueden tener nefastas consecuencias para el desarrollo del individuo.

El instinto de supervivencia hace que el daño recibido tienda a olvidarse, ya que no se sabe que hacer con ello. Aparecen los síntomas físicos, que por supuesto, conllevan alteraciones bioneurológicas, pero cuyo origen reside en la experiencia afectiva y en el modo de vida que la misma establece. Los remedios químicos, sobre todo al principio puede ser una solución, pero tras un periodo de larvado, el síntoma reaparece. La causa, el dolor originario sigue intacto, su reconocimiento, aceptación, e integración no se ha producido, la necesidad insatisfecha se vuelve recurrente, sigue viva presentando diversas formas, generando inseguridad y miedos.

Hay que reconstruir la aceptación para que se pueda dar el amor propio y reconstruir la propia estimación, primero desde la estimación del otro, después sobre la propia estima.

Rogers ya debía conocer esto cuando estableció la aceptación incondicional como uno de los ejes principales (junto a la empatía y a la congruencia) de su psicoterapia.

Sin duda la aceptación, como la leche materna, es lo mejor y más adecuado, lo que no quiere decir que aunque sea de una forma más trabajosa, la generación del Pelargón no pueda alcanzar un buen desarrollo, proceso que nos acompaña a todos durante toda la vida.

En las interacciones humanas, las elecciones y rechazos se dan contínuamente, de modo que todos hemos experimentado el ser elegido o rechazado y las consecuencias que ello puede haber tenido para nosotros, que pueden haber ido desde lo positivo, a lo inocuo, o a lo totalmente paralizante. Dependiendo de nuestro momento de desarrollo, del entorno y de lo repetitivo de la experiencia, esta se tornará facilitadora o inhibidora del desarrollo personal.

En Madrid, Mayo del 2.001

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Angel Marín Tejero - Psicólogo Clínico - amarin@cop.es