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ANALISIS PSICOSOCIAL DEL AMOR Y DESAMOR

Pareja: origen, desarrollo y final.

 

XAVIER SERRANO HORTELANO

 

(Trascripción a cargo de Mª Clara Ruiz de la Conferencia realizada en el salón de actos del Tribunal de Justicia en Natal (Brasil) en el año 2000.

 

 

En mayor o menor medida, con mayor o menor fortuna, todas las personas adultas conocemos la experiencia del amor, del enamoramiento, y también del desamor y de las consecuencias emocionales que implica. Amor es un concepto abstracto, por tanto subjetivo, de fácil y lógica interpretación, que se puede vivir en determinados momentos de la vida y ante determinados objetos, entendiendo por objetos, aquello que recibe el afecto. Amor puede sentirse hacia un hijo, un animal, una casa (objeto físico), una entidad espiritual, y también hacia la pareja. Hoy hablaré sobre el sentimiento que se comunica, que se vive con otro, que permite, facilita y desarrolla la institución de la pareja y legalmente, en un momento determinado, posiblemente el del matrimonio. Ante este concepto abstracto nos preguntamos por la función de esa particularidad del ser humano, cuya respuesta se podría entender desde las religiones, la filosofía y la psicología, entre otros.

Desde la Psicología profunda, la función de la relación de pareja es la de poder desarrollar la capacidad de amor que cada ser individual tiene. La de poder tener un sistema, un espacio donde canalizar la viceralidad, aquella parte del instinto del ser humano, esa necesidad vital que es la capacidad de entrega, de abandono, de expansión. Dentro de la lógica natural, de la ética del amor, lo primero que aparece es el deseo, el impulso de atracción hacia alguien. Es un proceso energético que nadie puede explicar, pero lo que puede ser una atracción sexual, intelectual, no implica la creación de un compromiso, de un reconocimiento, en el que las dos personas quieren compartir parte de su vida.

Existe diferencia entre el amor y la pasión. Puede haber pasión sin amor pero nunca puede darse el amor si no hay pasión. Porque hasta en el amor místico hay

pasión. Pasión significa una exacerbación de un afecto vinculado, transmitido, canalizado hacia otra persona o hacia otra entidad. Puede haber momentos de pasión sin amor siendo solamente una pulsión en la que se comparten momentos parciales sin problemas, siempre que haya un acuerdo. Si no hay acuerdo es violación, no pasión.

 

Desde esta perspectiva, el amor de pareja tiene dos partes: el momento de enamoramiento, que es un espacio donde la conciencia pierde los referentes y se entra un poco en la locura porque es un espacio atemporal, propio; y el amor, que es el compromiso y la elección que implica el reconocer a aquella persona de la cual uno se enamora, como alguien con quien compartir la realidad cotidiana, lo que implica un proyecto y, como explicaré mas adelante, un reconocimiento mutuo emocional, cortical y sexual. Siempre se habla de que el amor exige elección. Amas porque eliges y eliges porque pierdes, y por tanto amas porque pierdes. El reconocimiento pasa por la existencia de una satisfacción y de un placer de compartir, pero el problema empieza en la forma de relacionarnos en pareja.

 

Puede darse, por ejemplo, el sentirse atraído y enamorado de dos personas a la vez. Lo primero que hay que tener en cuenta es que hablar de modelos en la relación humana, desde el punto de vista científico, es absurdo porque existen muchas formas de relación. Ahora, desde el punto de vista ético habrá que ver si esto se produce de manera clandestina, oculta, o es transparente y aceptado por todos los implicados. Si una de las personas está oculta ya no hay igualdad de planos. Y en esa no igualdad, es difícil que se pueda hablar de una relación amorosa.

 

Puede darse también el caso de las parejas que comparten espacios comunes y que entran más en la dinámica social tribal donde no están marcadas las funciones jerárquicamente -padre, madre e hijo- como lo están en la familia occidental. En la tribu, la responsabilidad de la educación es mas amplia y por tanto hay otros personajes, con lo cual el peso, la responsabilidad y el modelo de referencia no cae estrictamente sobre el padre y la madre. Las consecuencias educativas que esto tiene están poco estudiadas, igual que están poco estudiadas las consecuencias de las parejas homosexuales que adoptan hijos.

 

Hay muchas modalidades en el momento social actual, nuevas formas de relación que no sabemos que consecuencias pueden tener porque es muy poco el tiempo de existencia. Podemos opinar ideológicamente, pero no científicamente. Las que si están estudiadas, y en lo que nos centraremos en adelante, son las consecuencias traumáticas de una separación destructiva y las consecuencias favorables de una separación cómplice, constructiva.

 

En general, hay dos niveles de referencia. Primero, el modelo que nuestros padres nos han dado, es decir, la referencia educativa, y segundo, la experiencia que hemos vivido a nivel afectivo, emocional y energético con la primera pareja que se da en nuestra vida, con nuestra madre. El primer elemento fusional en el que se crea realmente una dinámica de dos, profunda y con un amor auténtico es la relación entre la madre y el bebé tanto a nivel intrauterino como extrauterino. La que condiciona inconscientemente nuestra forma de relacionarnos con aquel a quien amamos, porque en el fondo, el amor se reconoce por nuestras memorias anteriores como concepto abstracto en el constructo psíquico que se basa en experiencias vividas. Por eso hay personas que se fusionan excesivamente con el compañero/a y viven una dependencia extrema, porque, generalmente han vivido una separación o una relación muy corta con la madre en ese momento primitivo, y viven en esa nueva persona, hombre o mujer, un desplazamiento de afectos maternos. Por lo tanto volver a perder a la madre es algo que no se puede soportar, y de ahí la entrada en depresión o en respuestas violentas y maniacales para evitar el contacto con la depresión.

 

Nacemos con la capacidad de amor, de abrirnos al otro, porque solamente si hay un movimiento hacia fuera nuestra estructura está en movimiento, está reciclándose energéticamente y por lo tanto está viva.

Un ser humano que esta solamente en una situación de narcisismo permanente, es decir, en el que solo se ve a sí mismo es una persona que progresivamente va imaginando la realidad y desarrollando una dinámica patológica. En última instancia, podríamos decir que el psicópata es el sujeto que ha llevado el narcisismo al extremo de imaginar la realidad de contacto con el otro, sin emocionalidad, hasta el punto que puede destruir sin alterarse. Hay mucho psicópata cívico, no solo en las cárceles.

 

La psicopatía social existe como fenómeno en cuanto que se dan ciertos círculos y en ciertas personas en el momento en que se cierran a la posibilidad de amor, de expandirse, de entrar en relación con el otro, por diversas circunstancias, no por un cuestión voluntaria. Esto está vinculado a la educación, en la que el niño ve reprimidas sus respuestas, sus capacidades y sus necesidades expansivas, y va refugiándose en un imaginario que le impide el contacto con la realidad; cuando no se vibra y no se siente al otro cualquier comportamiento destructivo puede ocurrir, el impulso surge en forma caótica y no hay emocionalidad, por lo tanto no hay censura ética que lo frene.

 

Las familias en que alguno de los dos padres viven esta situación son muy conflictivas porque el nivel de violencia es muy alto y los hijos, que la reciben continuamente, no tienen posibilidad de canalizarla; el modelo de referencia que tienen es de petrificación, es decir, de ausencia de experiencia emocional. Por lo tanto, lo único que queda es la posibilidad de expresión de esa emoción fuera del núcleo familiar y esos niños empiezan a necesitar la emergencia de las pulsiones destructivas que viven en la familia y que no pueden expresar en otros círculos.

Es cuando se da paso en gran medida a circuitos que están en el fondo permitiendo la canalización de esas pulsiones que en el núcleo familiar no se pueden expresar ni vivir; gran parte de la delincuencia juvenil se provoca en los sistemas familiares que son el caldo de cultivo de esa violencia social posterior o paralela. Esto sirve como referente en la Psicología forense para entender ciertas respuestas extremas, delictivas. Pero a menor escala también hay un nivel de emocionalidad reprimida, de asepsia, de un cierto estado de zombi en el cual el elemento narcisístico cada vez es mayor porque se va perdiendo la capacidad de contacto con el otro.

 

En cierta forma los mecanismos sociales en los que estamos inmersos facilitan esta falta, creando modelos de referencia que limitan la posibilidad de construir un modelo propio de identidad, forzando ritmos y dinámicas que distresan y rompen nuestra capacidad de actuación espontánea y en el fondo, facilitando un individualismo basado fundamentalmente en el amor a los objetos, al tener, en vez de favorecer el ser y el estar. Como decía Erik Fromm, prevalece el tener sobre el ser. Entonces podemos hablar de una sociedad que tiende cada vez más a valorar al ser humano positivamente por tener muchos objetos, y entre esos objetos muchas veces están las personas, y entre esas personas muchas veces está la pareja. Aveces se está con alguien porque es estético. En muchas sesiones depareja que hacen terapia aparece esa sensación, sobretodo en la mujer, de sentirse "florero", es decir, sentir que su pareja está a su lado porque viste bien, porque es bonita y queda bien en las reuniones de sociedad. Pero sin sentirse amada, se siente poseída. La pertenencia prevalece sobre el "estar con" y ese es un problema que se ve frecuentemente en terapia de pareja, así como cuando el periodo inicial de enamoramiento se va modificando y empieza a convertirse en una realidad que pierde la perspectiva y el motivo inicial de encuentro se difumina y se convierte en un intercambio, en una permanencia por mantener intereses y necesidades comunes.

 

Ese es el riesgo de la institución del matrimonio, que puede caer en la rutina y se convierte en una relación perversa, porque cualquier motivo va a ser válido para permanecer, para no perder algo que se siente propio. Algo que en un principio es culitativamente hermoso, forma parte del instinto, de la viseralidad, se convierte progresivamente en un monstruo que va devorando toda flor que existe a su alrededor. Es un proceso humano. El rasgo narcisístico del que he hablado y que todos en alguna manera tenemos, nos impide asumir que las cosas son temporales, para empezar, la vida es temporal. Tenemos un tiempo de existencia, pero normalmente vivimos con un ritmo existencial de temporalidad, con la sensación de que vamos a ser siempre los mismos y todo a nuestro alrededor va a seguir igual. En nuestro esquema psíquico buscamos siempre una evitación del cambio, de la misma manera que existe una homeostasis fisiológica que nos permite un equilibrio frente a aquello que puede ser nocivo. Es decir que inconscientemente evitamos cualquier movimiento que nos pueda suponer romper los esquemas espaciotemporales sobre los que sentimos una cierta seguridad, y por eso hablar del final de algo siempre crea una ansiedad porque nos lleva a la idea, al temor del final de la vida y nos comunica con el temor a la muerte, que este momento es más tabú que el sexo, a diferencia de otros tiempos.

 

Cuando empezamos una relación todos y todas sabemos que esa relación puede terminar, pero ya en la legalización de la institución se hace hincapié "Hasta que la muerte nos separe", significa, hasta que algo externo a nosotros nos separe", lo cual limita ya la libertad de decisión, del "hasta que la muerte de aquello que ha motivado nuestro encuentro nos lleve a separarnos". Es decir, hasta que la función termine, deje de existir, acabe su cometido. Y si la función que tiene la pareja humana es la de desarrollar la capacidad amorosa de cada individuo, puede ocurrir que ese sistema empiece a no ser válido para el desarrollo personal de uno de sus miembros y a partir de ese momento tiene que haber un replanteamiento real y una asunción de la crisis. No es como antes, algo ha ocurrido que lo que era ya no es y por tanto tenemos que afrontar una realidad nueva de las cosas. Esa realidad nos puede llevar a modificar la relación para cualitativamente aumentar la capacidad de placer, de desarrollo, de expansión, de comunicación.

 

Ese conflicto puede venir motivado por un cambio de valores individuales, por un cambio de trabajo, por la entrada de una tercera persona dentro del marco sexual, por el nacimiento de un hijo, por el fallecimiento de un familiar de uno de los miembros de la pareja, o por cualquier otra circunstancia cotidiana que influya directamente en la psicología de la emocionalidad, y eso repercute en su ecosistema mas próximo. La pareja es un sistema vivo, nadie puede garantizar qué nos va a ocurrir mañana como pareja porque nadie nos puede garantizar qué nos va a ocurrir individualmente. En momentos determinados, el impacto se produce de forma traumática porque hemos perdido la capacidad de darnos cuenta de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor y perdemos el contacto con lo que está pasando con nuestro compañero/a quien de pronto expresa su falta de deseo sexual, su poca motivación para compartir actividades, la presencia de una tercera persona, o su interés en la separación. El problema es de los dos, de quien no se da cuenta y de quien creía que el otro se estaba dando cuenta. Llega un momento en el que el bloqueo en la comunicación lleva al uso del imaginario y a crear e interpretar la realidad.

 

En ese momento es cuando, necesariamente, tenemos que asumir la crisis que implica un replanteamiento a tres niveles fundamentales: el cognitivo, es decir, cómo nos comunicamos, qué niveles de transmisión de valores, ideas, aficiones, proyectos existe con esa persona. Un segundo factor, qué nivel de intercambio emocional existe, de afectos, cariño, tristeza, anhelos, frustraciones. Y por último qué capacidad de placer tengo con esa persona, de goce, de abandono sexual. Un buen test permanente en la pareja es ir analizando cual de estos aspectos va debilitándose en la relación, pero los tres tienen una importancia muy grande porque en el fondo estamos hablando de un sistema que comparte la vida cotidiana. Habrá momentos de la vida en que se dará mas importancia a esa empatía sexual y momentos en que será mas importante la afectiva, la cognitiva, o la identificación laboral y social. Depende de momentos vitales, de edades y de circunstancias pero tienen que estar presentes porque significa que está habiendo una globalidad de la relación. Si esto no sucede, se está evitando el crecimiento, el desarrollo de facetas vitales para las dos personas y que van a vivir fuera de la relación. Es necesidad, se parcializa, y empieza a separarse y a romperse progresivamente la pareja.

 

Esos tres niveles nos hablan del momento real de la pareja y nos lleva a plantearnos la posibilidad de replantear o de darnos cuenta de que es un momento definitivo donde ya no hay posibilidad de reconstruir y es cuando, en el último acto de amor, se debería buscar la muerte de ese sistema desde una perspectiva de transformación creativa para cada uno de los miembros, no como un fracaso, sino como un acto de cambio y por lo tanto de final que facilita una transmutación.

 

En la escala de valores de esta sociedad, la ruptura de la pareja sigue viviéndose como un fracaso. Incluso en la sociedad norteamericana que es donde estadísticamente -junto con los países nórdicos en Europa- hay mas separaciones, es muy interesante ver cómo la nueva relación intenta ocultar o negar, olvidar la relación anterior y eso se ve mucho en la relación con los hijos. Cuando un hijo de dos personas pasa a vivir con la nueva relación de la madre o del padre, vuelven a crear un matrimonio nuevo, ese hijo llama "papá" o "mamá" a esa nueva persona, no a la madre o al padre biológico. Algo que se olvida es algo que se vive con culpabilidad, que se tiene que esconder. Se ha hecho mal. No tenemos por qué negar nuestra vida. Hemos vivido un tiempo con esa persona y ahora estamos con otra, pero esa persona no muere físicamente, no desaparece y mas si es la madre o el padre de nuestros hijos; pero como se lleva a situaciones tan extremas, esa continuidad puede existir cuando lo que permanece es el odio y la destructividad. Ante la destructividad, lo único que se puede hacer es olvidar.

 

En el proceso de separación hay que velar por sus consecuencias y asumir la responsabilidad que, como ecosistema social, el matrimonio tiene con aquellos que sobreviven en ese ecosistema, que son los hijos. La familia es un ecosistema compartido donde hay los niños que están nutriéndose y desarrollándose, por tanto, viéndose afectados por los procesos de los adultos quienes pueden facilitar el desarrollo de los hijos, o pueden frustrarlos, truncarlos, o crear dinámicas de autoadaptación mas o menos violentas. No es lo mismo una separación a los cuatro años que al los ocho o a los doce, porque la dependencia afectiva, nutritiva al ecosistema es menor o mayor, y por tanto la posibilidad de objetivizar las cosas con los hijos dependerá en gran medida de la edad. Sin embargo, no hay una edad mejor que otra, lo que tenemos que analizar son las consecuencias y buscar la forma de paliar los efectos negativos. Pero está claro que a partir de los diez o doce años ya hay una capacidad de asimilación muy grande de los efectos del ecosistema, y por lo tanto, el disturbio que se pueda provocar es mínimo, mientras que, de los tres a los seis o siete años el niño vive un proceso de asentamiento muy delicado para producir movimientos porque los modelos de referencia están introyectados como entidad, como familia.

 

Lo mas importante es que el proceso de separación sea progresivo, que tenga un cierto ritmo y que sea lo menos violento y lo mas compartido posible, que sea un proceso de complicidad donde los niños, a partir de determinada edad, puedan también participar, es decir, ser conscientes de lo que está pasando. Normalmente se vive la separación como algo que corresponde solamente a la mujer y al hombre, y en cuanto que ya hay hijos, y por lo tanto hay un sistema familiar mas complejo, hay que tenerlos en cuenta desde el principio para que ellos entren en esa realidad. Es un gran error separar la realidad de los adultos del mundo de los niños porque los niños captan lo que ocurre, aunque nosotros queramos evitar los conflictos, las discusiones, los afectos negativos, y además sienten que no se les tiene en cuenta, que no se les reconoce, que viven esa experiencia en soledad, con lo cual se agrava el conflicto, porque el niño se aísla, sintiéndose desplazado de la realidad familiar.

 

Por eso es importante que desde el principio el niño pueda vivir la separación como un proceso lo mas natural y humano posible - porque es humano, y el ser humano vive pulsiones y afectos de todo tipo- y forma parte de la realidad que el niño tenga acceso al mundo del adulto, a conocer esa dinámica de desamor, sobretodo con la idea de que el desamor es el de los padres, no hacia ellos. Hay un mecanismo inconsciente que se produce en los niños, y es que si no se les hace conscientes de la realidad del adulto y de las causas de la separación, que puede ser simplemente el desamor -no tiene que haber grandes odios ni gran destructividad- pueden sentir que son ellos los culpables de este paso. Algo han hecho mal en su imaginario, y esa es una carga que siempre llevan, que se observa después en la psicoterapia de adultos cuando han sido hijos de familias separadas. Para evitar esa culpabilidad tiene que compartir en comunicación con esa situación de desamor y participar en el proceso. Eso es algo que se hace en la terapia de familia de los procesos de separación.

 

Como expresé anteriormente, la idea de separación se vive como idea de muerte, y por tanto como algo terrible, porque en ese momento conectamos con el miedo a nuestra muerte ya que generalmente la relación que se crea con la pareja es fusional, psíquica y emocionalmente hablando, hasta el punto en que existe una referencia yoica en el otro. En el momento en que el otro realmente no está, tenga la sensación de que no está, o de que no va a estar, la persona entra en el pánico de perder su propia sensación de existir. Por eso en muchas separaciones aparecen las respuestas depresivas. Entra en auténtica depresión porque empieza a vivir una emocionalidad totalmente vacía, pierde el sentido de su realidad, de su vida. Esto significa que en ha creado una dependencia muy grande en la cual el otro "le ha robado el alma", hablando poéticamente, y se producen reacciones de pánico muy fuertes, intentando por todos los medios frenar ese proceso y evitar el conflicto, el movimiento y el sufrimiento. Se coloca en una situación de búsqueda de estabilidad, de estatismo y ahí es donde aparece el sufrimiento crónico y la institución empieza a pervertirse, porque se crean mecanismos para evitar la asunción de la realidad, de que posiblemente el sistema ya no facilita la función originaria. Digo posiblemente porque primero es importante asumir la crisis y permanecer en ella, intentar transmutar juntos, es decir, intentar que ese cambio sea positivo para los dos y esa relación se modifique. Eso puede ocurrir dentro de la pareja o con la ayuda de un especialista en terapia de pareja, que tiene una cierta funcionalidad y dinamización de impulsos estáticos, siempre que las dos personas sientan que, solos, no tienen capacidad de resolución.

 

No necesariamente hay que esperar a la decisión de la separación, sino que puede haber un plano preventivo, cuando llega un punto en que se vive una crisis por infidelidad, por enfermedad de uno de los miembros de ese sistema, o por cualquier circunstancia que lleva a un conflicto, una tensión exacerbada que no se palia, no se reduce. Por otra parte, en cuanto menos participen familiares en los conflictos de pareja, mejor, porque hay interferencias inconscientes, intereses, afectos que pueden evitar la objetividad de la situación. En este caso es mas positivo el consejo de un amigo porque puede ser mas objetivo. De todas formas, en un conflicto de dos es muy difícil que participe alguien que tiene vínculos afectivos.

 

Si de esta manera se intenta durante un tiempo un cambio que no se produce, y esa relación facilita el sufrimiento, aunque sea de una de las dos personas, hay que plantearse la finalización como algo positivo. El fracaso está en la cobardía de no asumir la soledad coherente, la realidad, que implica el dejar que la otra persona viva libremente y pueda seguir creciendo porque una relación se crea y se mantiene cuando es mutuo el deseo de entregarse a ella. De lo contrario se convierte en un constante mensaje de "tu me vas a evitar el sufrimiento estando conmigo". La otra persona entra en la defensa y de ahí en la violencia y la destructividad, situación que puede permanecer en el tiempo, afectando, como ya he dicho, a todos los miembros del sistema familiar.

 

Los seguimientos que hemos hecho desde la psicología de las familias que viven en dinámicas destructivas han mostrado la existencia de dos tipos de destructividad. La digital que es directa, y la analógica que es sutil, como el chantaje, la amenaza, la culpabilización. Como ejemplo cito a una pareja que, cada vez que él se imaginaba que la mujer iba a decirle algo conflictivo, él entraba en una reacción cardiaca que le llevaba al hospital. Automáticamente la mujer paraba porque "no podía sentirse responsable de la muerte de su marido". Así estuvieron diez años hasta que llegaron a la consulta y desciframos la clave del "enfermo imaginario" (la obra de teatro de Moliere). No se iba a morir, pero ella, con razón, no se arriesgaba y así se frenaba el movimiento. El mismo sufría porque se daba cuenta de que estaba creando una reacción de evitación del conflicto y su mujer no estaba feliz, pero él no podía evitar esa situación psicosomática.

 

Otro ejemplo es el de las culpas vinculadas a los hijos, los chantajes afectivos, culpando al otro por el futuro malestar y conflicto de los hijos, a partir del abandono. El chantaje económico, donde la mujer tiene todavía una situación de debilidad frente al hombre a niveles legales y jurídicos: "Si me dejas, no hay dinero". Ocurra así o al contrario estamos entrando en dinámicas de perversión, donde ya no hay amor sino destrucción mantenida, y cuestionamos la causa por la que se mantiene esta situación, en la que ya no hay deseo sexual o muy poco, ni deseo de comunicación, en la que se llevan vidas paralelas y se comparte el espacio -algunas horas en la noche- y en la que no hay una transmisión de afectos, no se vibra con esa persona. Las respuestas son muchas, desde intereses múltiples hasta incapacidades personales, y ahí es donde la psicoterapia puede ayudar, cuando realmente una persona no puede abandonar a su pareja porque se siente culpable, y no se da cuenta de que con su actitud está reforzando la patología de su cónyuge, que el otro siga convencido de que esa forma de actuar victimista es la adecuada, es la que permite un poder, manteniendo la doble patología. El que hace de víctima se sigue sintiendo víctima y el que desarrolla un sadismo masoquista, pasivo, sigue desarrollándolo. Este chantaje es mucho mas duro aveces que la reacción violenta porque cuando hay odio directo, digital, cuando hay violencia física o infidelidades manifiestas, por ejemplo, empieza a haber motivos concretos y es mas fácil dar el paso.

 

Muchas veces se provocan razones de odio inconscientemente, pero cuando existen dinámicas muy sutiles, sadomasoquistas, donde aparente todo está bien pero en el fondo no hay relación, es muy difícil separarse y pueden pasar años de convivencia monótona, rutinaria, aburrida y cancerígena - en el sentido metafórico de la palabra- es decir, degenerativa, y que ocurre cuando alguno de los dos despierta, generalmente porque aparece una tercera persona y decide cambiar la situación.

 

Lo que está claro es que el distrés en la relación de dos puede ser muy fuerte porque no hay posibilidad de escapar, a no ser que sea por un tercero. Y si hay salida por un tercero, se pone en riesgo completamente la relación. Sabemos que se crean dinámicas psicosomáticas importantes en ciertas personas por conflictos conyugales no resueltos, así como cuando hay violencia directa, alcoholismo o drogadicción. Por ejemplo, hay una gran cantidad de mujeres maltratadas que mantienen el matrimonio y que son, ellas mismas, las primeras que no ponen denuncias y siguen manteniendo la relación, además de justificar el acto violento del marido. Esas son las situaciones que, aparte del chantaje emocional y la amenaza, forman parte de la incapacidad personal de relacionarse. En estos casos, la víctima no puede dejar de serlo porque es mayor el sufrimiento que siente si imagina la disolución de ese matrimonio, que el sufrimiento de compartir una violencia doméstica permanente. Dentro de esa violencia hay niveles de distres y sufrimiento patógeno muy fuertes.

 

En la situación en que uno quiere dejar la relación y el otro no, los dos miembros de la pareja sufren. Por eso es importante buscar una resolución, que dependerá en gran parte de la respuesta psíquica, de la capacidad de tolerancia y de adaptación, de la búsqueda de recursos externos, compensatorios. Aparentemente quien sufre es la "víctima" , quien siente que el otro le hace daño, que es malo, que está provocando el disturbio, que quiere irse, que ha dejado de amar, que ha perdido la pasión, que no lucha, que no mantiene la familia, pero ese discurso repetitivo y culpabilizador, hace sufrir permanentemente a la otra persona porque, en principio, ella no quiere hacer sufrir. Simplemente está encontrándose por un momento vital en el que ya no está cumpliendo las expectativas que la otra persona tiene y a partir de sentirse culpabilizado, se siente con una gran responsabilidad que también le hace sufrir hasta el punto de mantener una relación que ya no le da placer. Si no hay un deseo de reencuentro por parte de los dos, siempre va a existir una dinámica de poder. El deseo puede ser diferente, una persona se puede sentir muy enamorada del otro y el otro puede solamente sentir una atracción o un deseo de cambio. Pero si quiere continuar la relación puede haber una posibilidad de encuentro y reconciliación. En el momento en que una de las dos personas no quiere, se acaba el sistema o se entra en un sufrimiento, que curiosamente es compartido, que es lo contrario de lo que en un inicio los unió. Si les unió un amor compartido ahora les une el sufrimiento compartido.

 

Entonces, en un sistema siempre hay responsabilidades en lo que ocurre. Nunca se puede asumir la culpa única, aunque jurídicamente siempre exista un culpable. Desde la teoría de sistemas esta es una falacia porque siempre hay una responsabilidad compartida. Recordemos la novela, el arquetipo de Frankenstein, que nos hace reflexionar: Hay alguien que crea al monstruo y no lo reconoce; en el momento en que no lo reconoce empieza a destruir y la responsabilidad aparente es de quien destruye, del monstruo. Generalmente en esta sociedad juzgamos, cuestionamos y criticamos a los Frankensteins pero nunca a aquellos que crean los Frankensteins. Por ejemplo, el toxicómano es el delincuente porque con la droga se puede llegar a matar. Pero quien está creando ese drogadicto? Qué responsabilidades sociales, institucionales, cívicas existen? Se juzga a los Frankenstein.

 

En la relación de pareja ocurre lo mismo, generalmente se busca a un culpable, y aunque aveces lo haya, por ejemplo a la hora de decidir la tutela de los hijos o el tema económico, generalmente la responsabilidad es de los dos. Por ser de dos se ve muy fácilmente un mecanismo social general y muy perverso que es la paranoia, donde siempre creemos que el otro nos va a destruir. Ahí está la lógica sistémica de la introducción de un tercero en la relación, el especialista en terapia de pareja, que intentará facilitar la comprensión, la lógica emocional e inconsciente que lleva a esa crisis, que si no es resoluble, potencie un camino de crecimiento individual para los dos, es decir, una salida creativa a un momento de anquilosamiento, de degeneración, de rutina y de impedimento del proceso personal en el sistema de la pareja, de manera que esas personas puedan volver a encontrarse con otra pareja, recordando una vez mas que siempre existirá la temporalidad, lo que significa que cada momento que vivimos se acaba y que por lo tanto debemos vivir intensamente, es decir, conscientemente.

 

Por eso es importante tener en cuenta que, los procesos relacionales no solamente se pueden explicar corticalmente. No somos libres de nuestras emociones y por lo tanto, solamente tomando en cuenta esa dinámica inconsciente, podemos comprender mas globalmente la realidad y ser mas tolerantes, que no quiere decir débiles, sino acercarnos a la realidad del otro. Si eso se vive, sea el tiempo que sea, cuando llega el momento de reconocer la falta de funcionalidad de esa pareja, vamos a vivirlo satisfactoriamente porque reconoceremos que gracias a compartir la vida con la otra persona hemos podido crecer y desarrollar una capacidad vital que es la capacidad de amar.