A la hora de delimitar el concepto de empatía, aparecen
dos tendencias. Una de ellas enfatiza la capacidad de la persona para poder
tomar el rol del "otro", pudiendo con ello llegar a conocer y predecir
más exactamente sus sentimientos, pensamientos y acciones. La otra definición
se centra en las respuestas emocionales vicarias y en la capacidad de percibir
las experiencias emocionales de los demás.
Actualmente, integrando ambas perspectivas, se define la empatía
desde un enfoque multidimensional, haciendo énfasis en la capacidad
de la persona para dar respuesta a los demás teniendo en cuenta tanto
los aspectos cognitivos como afectivos, y destacando la importancia de la capacidad
de la persona para discriminar entre el propio yo y el de los demás.
La empatía incluye tanto respuestas emocionales como experiencias vicarias
o, lo que es lo mismo, capacidad para diferenciar entre los estados afectivos
de los demás y la habilidad para tomar una perspectiva tanto cognitiva
como afectiva respecto a los demás.
En las últimas décadas se ha desarrollado un
creciente interés por demostrar empíricamente las relaciones de
la empatía con un amplio abanico de variables de la personalidad infanto-juvenil.
En esta línea de investigación, hemos llevado a cabo un estudio
sobre la empatía disposicional (tendencia de la personalidad de algunos
individuos a tener mayor disposición a los sentimientos empáticos)
con 139 niños y niñas de 10 a 12 años (Garaigordobil y
García de Galdeano, 2006).
Este estudio tuvo 3 objetivos: 1) explorar la existencia de
diferencias de género en la empatía; 2) analizar las relaciones
de la empatía con la conducta social, el autoconcepto, la estabilidad
emocional, las estrategias de interacción social, la capacidad de analizar
emociones, la inteligencia y la creatividad; así como 3) identificar
variables predictoras de la empatía.
Los resultados obtenidos en este estudio evidenciaron la existencia
de diferencias de género en la empatía, con puntuaciones significativamente
superiores en las niñas. Además se constató que los niños
y niñas con alta empatía tenían muchas conductas sociales
positivas (prosociales, asertivas, de consideración con los demás,
de autocontrol y liderazgo), pocas conductas sociales negativas (pasivas, agresivas,
antisociales y de retraimiento), muchas estrategias cognitivas de interacción
social asertivas, fueron nominados como compañeros prosociales, tenían
alto autoconcepto, alta capacidad para analizar emociones negativas, alta estabilidad
emocional, así como muchas conductas y rasgos de personalidad creadora.
El último análisis identificó como variables predictoras
de la empatía: alto nivel de conducta prosocial, bajo nivel de conducta
agresiva y alto autoconcepto.
Recientemente, hemos llevado a cabo otro estudio con 174 adolescentes
de 12 a 14 años, con la finalidad de explorar comparativamente la empatía
en la infancia tardía y en la adolescencia (Garaigordobil, en preparación).
Los resultados obtenidos con la muestra de adolescentes han confirmado que,
también en esta edad, las mujeres tienen puntuaciones significativamente
superiores en empatía. Complementariamente se ha puesto de relieve que
la capacidad de empatía no aumenta significativamente de 10 a 14 años.
Finalmente, los análisis correlacionales sugieren que los adolescentes
de ambos sexos que mostraban altas puntuaciones en empatía también
tenían muchas conductas sociales positivas (prosociales, asertivas y
de consideración con los demás), alto autoconcepto y alta capacidad
para analizar causas que generan emociones negativas, mostrando pocas conductas
sociales negativas (agresivas, antisociales y de retraimiento).
Los resultados de ambas investigaciones subrayan las estrechas
conexiones de la empatía con diversos factores del desarrollo social
y emocional infanto-juvenil. Los datos sugieren que la empatía es un
factor importante en el proceso mediante el cual el individuo desarrolla pautas
de pensamiento y comportamiento acordes con las normas sociales, así
como sus conexiones con un constructo estructural de la personalidad de gran
relevancia, como es el autoconcepto.
La empatía parece estar más estrechamente relacionada
con la conducta antisocial en los varones y con la conducta prosocial en ambos
sexos, siendo una variable imprescindible para la comprensión de la conducta
social. En la misma línea de reflexión que la señalada
por otros investigadores, los resultados obtenidos permiten sugerir que la inhibición
de la agresividad podría potenciarse con el desarrollo de la prosocialidad,
que incluye la empatía como un significativo determinante.
Por consiguiente, los resultados de ambos trabajos tienen implicaciones
prácticas asociadas a la intervención psicológica en contextos
educativos, y evidencian la importancia de las intervenciones dirigidas a fomentar
la conducta prosocial como un instrumento de desarrollo de la personalidad durante
la infancia y la adolescencia. Así, sería importante fomentar
la prosocialidad y, en conexión con ésta, la empatía de
los niños y adolescentes, estimulando su progresivo descentramiento egocéntrico,
a través de:
- La presentación de las perspectivas de los sentimientos
ajenos.
- La utilización del razonamiento como técnica
educativa.
- La explicación de las consecuencias que la propia
conducta tendrá para los demás.
- La exposición a modelos empáticos acompañados
de la reflexión moral de los mismos.
En este contexto de intervención, cabe sugerir un grupo
de programas que han sido implementados y evaluados experimentalmente con el
contraste de grupos de control. La evaluación de los efectos de estos
programas ha evidenciado sus efectos positivos en diversos factores del desarrollo
socio-emocional durante la infancia y la adolescencia, al haber estimulado:
un incremento de diversas conductas sociales positivas, de la capacidad de empatía,
de las estrategias cognitivas de interacción social, de la capacidad
de cooperación, una mejora de las relaciones entre iguales, del autoconcepto
y de la percepción de los compañeros del grupo, una disminución
de conductas sociales negativas (agresivas, de apatía-retraimiento, de
ansiedad-timidez, antisociales), etc.
Los programas de intervención dirigidos a niños
y niñas de 6 a 12 años, denominados Programas JUEGO (Garaigordobil,
2003, 2004, 2005) se basan en los juegos amistosos, de ayuda y cooperación.
Los juegos incluidos en estos programas fomentan la comunicación, la
cohesión y la confianza, teniendo en su base la idea de aceptarse, cooperar
y compartir. En este sentido, los programas se configuran con juegos de comunicación-cohesión
grupal, juegos de ayuda-confianza, juegos de cooperación, y juegos cooperativos
de creatividad verbal-gráfica-constructiva-dramática.
El programa dirigido a la adolescencia (Garaigordobil, 2000)
contiene juegos cooperativos y dinámicas de grupos organizadas en torno
a siete categorías: autoconcepto-autoestima, comunicación intragrupo,
expresión-comprensión de emociones, ayuda-cooperación,
percepciones-estereotipos, discriminación-etnocentrismo, y solución
de conflictos.
Estos programas de intervención tienen como objetivo
promover el desarrollo de diversos factores del desarrollo social y emocional
estimulando:
- Una mejora del autoconcepto-autoestima, el sentido de valía
de los compañeros/as del grupo y el respeto por los demás.
- Las habilidades de comunicación verbal y no verbal:
exponer, escuchar activamente, dialogar, negociar, tomar decisiones por consenso,
etc.
- Un aumento de conductas sociales facilitadoras de la socialización
(conductas de liderazgo, jovialidad, sensibilidad social, respeto-autocontrol,
prosociales…), así como una disminución de conductas perturbadoras
para la misma (conductas de agresividad-terquedad, apatía-retraimiento
y ansiedad-timidez, antisociales, etc.).
- La conducta prosocial (dar, ayudar, cooperar, compartir,
consolar…): las relaciones de ayuda y la capacidad de cooperación grupal
(dar y recibir ayuda para contribuir a un fin común).
- El desarrollo moral: aceptar normas sociales implícitas
en las instrucciones de los juegos (turnos, estructura cooperativa, roles…)
y normas sociales que el grupo estructura para la realización de los
juegos, fomentar valores (diálogo, tolerancia, igualdad, solidaridad,
etc.).
- La identificación, comprensión y expresión
de emociones a través de la dramatización, las actividades con
música-movimiento, el dibujo y la pintura; la capacidad para expresar
asertivamente los sentimientos propios, aceptando la expresión de los
sentimientos de los compañeros/as del grupo.
- La capacidad de empatía ante los estados emocionales
de otros seres humanos.
- El aprendizaje de técnicas de análisis y resolución
de conflictos, es decir, la capacidad para definir conflictos, reconocer sus
causas, desarrollo y situación actual, así como para buscar soluciones
constructivas, etc.
- La capacidad para identificar y analizar percepciones, estereotipos
y prejucicios, etc.
- Sentimientos de placer y de bienestar psicológico
subjetivo, etc.
Como ejemplo de actividades incluidas en estos programas para
potenciar la empatía, se puede mencionar el juego del ciego y su guía.
En este juego, que se realiza por parejas, un jugador de cada pareja representa
al ciego y va con los ojos cerrados y el otro es su guía. El guía
pone sus manos sobre los hombros del invidente y por medio de leves presiones
táctiles le va orientando y guiando en su marcha libre por el espacio,
facilitando que sortee los obstáculos. Posteriormente, se invierten los
roles. El juego se realiza con una pieza musical de fondo suave que genere un
clima relajado.
Teniendo en cuenta el incremento que ha experimentado en los
últimos años la conducta violenta entre iguales, desarrollar la
conducta prosocial, la empatía y valores socio-morales como el diálogo,
la tolerancia, la igualdad, la solidaridad, la paz, etc. debe ser una directriz
educativa de gran relevancia, tanto en el contexto de la escuela como en el
ámbito familiar.
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