En la infancia tenemos una idea omnipotente y fantasiosa sobre nuestras limitaciones físicas. Tendemos a pensar que nunca envejeceremos ni moriremos y si acaso nos ha de ocurrir en el futuro, lo vemos como algo tan lejano que incluso dudamos que nos vaya a suceder algún día. Estas ideas quizá nos preparan mal para la práctica sensata del auto-cuidado, y de ahí que durante el largo periodo juvenil podamos abusar de nuestras aparentes «energías ilimitadas» para trasnochar, alimentarnos con demasiados caprichos y también para adquirir la mala costumbre de preocuparnos y sufrir, sin que aparentemente implique mayores complicaciones.
Pero un buen día las cosas pueden cambiar y el cuerpo enviarnos repentinas señales de un funcionamiento corporal anómalo, como si ya no tolerara el mismo ritmo trepidante que tenía hasta el día anterior.
Tampoco solemos ser conscientes de nuestro nivel de agobio, tensión e inquietud si estamos atravesando una época de estrés, o al menos, no de todas las implicaciones para la salud. Estamos tan familiarizados con las sensaciones internas de ansiedad, que nos parecen normales, o al menos no alarmantes. Las despreciamos, aunque el nivel de tensión, en realidad sea más alto de lo que nuestro organismo esté preparado para tolerar.
Esta especie de menosprecio sobre nuestro estado es un error de cálculo que nace de que no conocemos nuestras limitaciones corporales, los niveles de descanso, relax, bienestar, distracción y goce que necesitamos para funcionar operativamente. Nos hemos mal-educado a ser contenidos e inmolarnos, anteponiendo el deber, la ambición y la auto-exigencia o la búsqueda desaforada de estímulos. Quizá sepamos cuántas horas seguidas podemos aguantar trabajando, pero tal vez desconozcamos cuántas necesitaremos para ocuparnos de nuestra mínima tranquilidad personal. Ocurre también con harta frecuencia que tampoco sabemos manejarnos demasiado bien frente a las frustraciones, ante las que solemos buscar salidas, que más que calmarlas parecen exacerbarlas.
Esto es lo que fundamenta un ataque de pánico, que también podríamos llamar crisis de ansiedad.
El nivel de ansiedad puede subir hasta un punto crítico, por encima del cual se produzca el «ataque de pánico» durante unos minutos en que a la persona le parece que pierde el mundo de vista, el equilibrio e incluso que pudiera enloquecer o morir de forma repentina.
Los mismos pensamientos de estar «pillado» «atrapado» y padeciendo algo «horrible» actúan de disparador y mantenedor del ataque. Las complicaciones de los ataques de pánico pueden comportar que la persona desarrolle «agorafobia» o miedo a tener ataques de pánico en situaciones donde ya se habían producido o que parezcan una «encerrona», esto es, en un espacio demasiado cerrado, demasiado abierto, con excesivos estímulos o gentío, lejos de un refugio seguro o en una situación en la que haríamos un mal papel huyendo.
Algunas personas caen en el alcoholismo, en el consumo de hachís, cocaína o abusan de los tranquilizantes recetados por el médico como una forma de «capear» estas dificultades sin resolverlas del modo adecuado.
El ataque, las primeras veces se produce, más que en pleno trajín frenético, en un momento de descanso. Ocurre cuando la persona estresada se sienta, se para frente al semáforo, espera en una cola, se tumba a descansar un rato, intenta mirar la televisión, está sentada en un medio de transporte, se dispone a dormir, etc., Es precisamente el hecho de hacer algo que no es particularmente activo lo que la desconcierta, porque repentinamente nota que no puede llevar a cabo la tarea pacífica de la que se quería ocupar, porque el sistema nervioso está demasiado alterado para descender de tan arriba a tan abajo en un instante.
El cuerpo percibe esta dificultad anómala y padece los efectos de la taquicardia, la taquipnea y la hiperventilación. La sangre se alcaliniza y sufre mareos, visión borrosa, hormigueos, temblores o sensación de ahogo. La respiración es incómoda y los mecanismos automáticos del control del ritmo respiratorio producen pausas y arranques asíncronos para reajustarse que le desconciertan «¿Me quedaré sin aire?», piensa.
Estudiar lo qué pasa, asustado, es todo lo contrario a «emocionarse sin darse cuenta». La diferencia es que sobre la extraña sensación -sin nombre asignado aún- se han encendido las luces rojas de una alarma, se ha sobre-activado nuestro organismo para estar en guardia por lo que pudiera suceder. En definitiva se ha conectado el sistema de alarma, como el que salta en la tienda de al lado un día de viento, sin más ni más. El viento no es un ladrón. De la misma forma que el sobresalto por las sensaciones incómodas no se basa en que realmente nos suceda algo grave sino en la sorpresa o el desconcierto.
En un segundo nota el encendimiento que el estado de activación general produce en el cuerpo. En cierto modo se parece a un susto repentino, como ver aparecer un perro en nuestra habitación, que se rompan los vidrios de una ventana o ocurra una explosión. Pero como no pasa nada en el exterior, piensa, «¿Qué me sucede? ¿Me estaré muriendo? ¿Tendré un ataque cardíaco, un colapso respiratorio o una embolia cerebral? ¿Será un ataque de locura? ¿Cómo me puedo morir ahora sin haber hecho testamento o con las cosas sin arreglar?»
Sopesar estos «diagnósticos» no es precisamente tranquilizador... Así que si ya arrastraba una considerable alteración y además creía estar en grave peligro, acabará por provocar un incendio. Llegamos de pleno al pánico. Sube el nivel de ansiedad provocando más efectos espectaculares: temblor de piernas, sensación de vértigo, rigidez de nuca, visión borrosa y sensación de flotación o de irrealidad.
Puede que acuda a un servicio de urgencias, por si las dudas, y ahí, las pruebas oportunas le confirmarán que no se trataba de nada serio, «sólo» de un ataque de ansiedad. ¿Pero cómo se convence de que no era «nada», habiéndose sentido tan horriblemente?.
Introducir una nueva preocupación grave, que le suceda en un momento tenso de la vida, en medio de complicaciones y exigencias y encima con el miedo a que se repita... todo ello revuelto, implica que haya más probabilidades que se repita. De nada sirve en este caso desear que nunca más vuelva a presentarse un incidente tan desagradable como el padecido, la verdad es que ocurrirá de nuevo por no saber qué ha pasado y haber dejado dudas por resolver, porque desconocemos aún, qué cosas hay que reformar en nuestra mente y en nuestra vida para evitarlo. En cierto modo una crisis de ansiedad es un aviso que no oímos ni entendemos de lo que debemos cambiar.
Como podemos observar, por esta descripción, en el ataque de pánico hay tres fuerzas que se unen y se suman:
Un estado de ansiedad que predispone a padecer molestias en la regulación del sistema nervioso: dificultad para relajarse, cambios bruscos en el ritmo respiratorio y la frecuencia cardíaca, tensión muscular y concentración lábil.
Una desregulación más llamativa de lo usual acompañada de sensación de extrañeza y disparo de la alerta.
Percepción de este estado, no como una molestia física menor, sino como algo terrible, enigmático y sumamente desagradable. Algunos aseguran que preferirían que les cortaran una mano antes que pasar por esos momentos. Se tiene la sensación de perder el control voluntario -¡horror!- y el afectado percibe debilidad, desvalimiento, impotencia, lo que explica la reacción de «quedarse clavados», parálisis y bloqueo.
Si lo expresamos con un esquema diríamos que:
Un fenómeno de ansiedad –> provoca respuesta intensa de miedo –> la respuesta genera más de lo mismo y la complica de cara al futuro
La angustia inducida por el primer estadio elevado de ansiedad deja de ser la causa principal y pasan a ocupar el lugar preeminente la propia suspicacia, nuestro temor supersticioso a que pueda volverse a repetir el «ataque», la mínima percepción sospechosa en nuestro estado corporal normal o el simple «pensar en ello». Eso explica que aunque pudieran suprimirse las causas iniciales, podrían haber cambiado algunas circunstancias, habernos comenzado a tomar tranquilizantes o hubieran llegado a ser sustituidas por otras.
En realidad, bajo el punto de vista del trastorno psicológico, lo relevante no es haber tenido un ataque de pánico. De hecho algunas personas lo tienen por haber cuidado a un enfermo varias noches seguidas, haber bebido más de la cuenta o por efecto del consumo de algunas drogas o determinadas medicaciones, pero lo consideran «lógico» lo achacan al exceso, y lo olvidan sin más. Lo decisivo es que la persona que ha padecido un ataque de pánico:
No comprenda qué «excesos» está cometiendo en su vida, o que no le parezcan «lógicos», como la persona que no relaciona las discusiones habituales con el jefe, con la taquicardia que aparece mientras está «relajado» en el cine.
No tome las medidas adecuadas que adoptaría frente a otro trastorno físico. O sea, no varíe su vida ni un milímetro.
Comience a desarrollar conductas contraproducentes. Hace todo lo contrario de lo que debería, como preocuparse, anticipar situaciones, auto-observarse, caer en el alarmismo, enfadarse, deprimirse, etc. La principal conducta contraproducente es la evitación de situaciones en que uno cree que podría suceder el ataque o en que la persona se sentiría «atrapada». Esta conducta produce lo que se llama agorafobia, que podríamos traducir como el miedo a padecer una crisis de ansiedad o un ataque de pánico en situaciones de indefensión: lejos, solos, encerrados, con mucha gente o delante de personas ante las que queremos quedar bien.
la auto-provocación- involuntaria- como cuando uno piensa que podría vomitar y sólo pensar en el asco que le daría, le produce las nauseas que le confirman sus ganas de vomitar. De igual modo el pensamiento sobre la ansiedad produce ansiedad al cuadrado. La ansiedad se puede percibir con la lupa de la atención, que agranda en relieve y tecnicolor todas las sensaciones físicas, crea la sensación que está ya sucediendo lo que uno teme que ocurra, que si empieza a pasar estará perdido, no podrá evitar lo peor y que hay que estar preparado para lo que podría suceder... Los miedos siempre van un paso por delante de ahí que podamos tropezar.
Si se ha caído en la trampa, cosa que les puede pasar con predilección a las personas más nobles, auto-exigentes y con mayor afán de superación, ya que al «caradura» y al «viva la virgen» le suceden otro tipo de desgracias, el hecho consumado será que se ha ido desarrollando una hiper-sensibilidad a todo lo relativo a la ansiedad, se habrán producido unos cuantos ataques de pánico y padecido un grado notable de agorafobia. Se habrá ido a peor, seguramente por desconocimiento, metiendo la pata sistemáticamente al no saber cómo proceder para corregir la situación.
Aplacar un ataque de pánico la primera vez que sucede, con las debidas explicaciones y consejos, es muy diferente a corregir una ansiedad desbocada, que se ha expandido hasta envenenar nuestra vida de forma empedernida, sistemática y adictiva. Es la misma diferencia, valgan las distancias, entre corregir a un niño de que no debe arrancarse el pelo las primeras veces que lo hace y el hábito que pueda llegar a adquirir con el tiempo, después de hacerlo durante años, trasformado en un tic involuntario de «tricotilomanía». Cuando nuestra vida psíquica está «abducida» por la ansiedad de padecerla y no poder controlarla durante años, nuestra personalidad está ya muy tocada, resentida y resabiada. Seguramente un cambio en algo tan enraizado ha de ser un tanto irregular, gradual y lento, aunque sistemático.
A continuación añadiremos un listado que proporcione una idea de los requisitos necesarios para encontrar una solución al problema. Aunque difícil y seguramente lento, siempre será mejor el esfuerzo que el abandono. Cabe además, que la persona que ha sufrido tanto se comprometa seriamente, una vez recuperado el control emocional, a compensar el tiempo robado con un planteamiento vital realmente satisfactorio y que esté dispuesta a volar alto al recuperar las alas.
Plan para recuperar el control emocional:
Hacer análisis clínicos para descartar enfermedades de carácter orgánico, en particular trastornos endocrinos, circulatorios, deficiencias, etc.
Una vez establecida la causa psicológica hacer la reflexión de cómo estamos viviendo, dónde nos estamos «pasando de la raya» y qué medidas de salud podríamos tomar, descanso, alimentación, ejercicio, diversión o cambio de actitudes.
Llevar vida normal. La vida de enfermo incurable no nos hace sentir precisamente normales. La causa de la ansiedad no es externa sino interna, así que el mundo no tiene la culpa y sería inútil tomar medidas de precaución porque el miedo puede perfectamente cambiar de «tema» una vez que cedemos en evitar determinada circunstancia.
Evitar todo tipo de anticipación o pensamiento sobre la ansiedad: esta es la causa más importante del mantenimiento y crecimiento de la ansiedad. La especulación es la cizaña que sembramos y provoca mayor inseguridad. Lo correcto es «vivir sin pensar» hasta que llegue el momento equis, en que nos limitaremos a hacer lo que sigue a continuación.
Tener preparado un guion para ese momento. Se ha podido preparar previamente con un psicólogo y contiene fundamentalmente la idea de que lo que nos pasa, es que tenemos mucho miedo, pero no nos hará morir, y simplemente «se reducirá» en la medida en que actuemos con normalidad. «No me muero, es sólo miedo».
Respirar hondo. Si notamos cosquilleo distal, en la punta de las manos o de los pies, cuero cabelludo, lengua, significa que estamos hiperventilando o oxigenándonos más de la cuenta. Lo que nos interesa es «parar», por lo que iniciaremos respiraciones abdominales, mediante inspiraciones profundas, aguantaremos el aire contando tranquilamente uno, dos, tres, cuatro, lo expulsaremos lentamente, y repetiremos la operación hasta notar que introducimos una menor cantidad de oxígeno, desaparezca el cosquilleo y nos resulte más cómoda la respiración.
Mirar algo y centrar la visión en el mundo externo: «veo un cuadro», «una matrícula de coche que comienza por...» «el balcón tiene nueve barrotes». Este ver-afuera nos ayuda a saber si vemos bien y a recuperar la agradable sensación de equilibrio. También conviene oír-fuera -qué sonidos escucho, qué canción suena, cómo oigo mi propia voz- y tocar alguna cosa como mi ropa, un mueble o un objeto cualquiera, para dirigir los canales sensoriales hacia el exterior. Todas estas medidas conducen a comprobar si nos estamos desmayando o mareando o si estamos «funcionales». Cuanto antes comprobemos nuestro estado y salgamos de la inmovilidad, antes podremos cerciorarnos de que es mejor de lo que parece.
Continuar haciendo lo que estamos haciendo, si estábamos haciendo algo o inventarnos una tarea. Es muy probable que la situación de pánico se dé encerrados en un coche, en un aula o despacho, al ir a dormir, esperando en la cola del banco o para pagar en el supermercado, preferiblemente con personas detrás y delante impidiéndonos la huida. Entonces hacer algo útil puede ser hablar, curiosear, pensar en qué comimos la semana pasada, escribir algo, escuchar o tararear música, repasar los mensajes del móvil o cualquier otra cosa que tenga la suficiente garra para distraernos.
Esperar los minutos necesarios para relajarnos. Debemos considerar que cuando uno se altera, tarda un ratito en serenarse, es importante no confundir esto con que «fracasamos» en el control, así que no hay que tomarse como algo «raro» que tardemos nuestros cinco o diez minutos en lograr tranquilizarnos.
No enfadarse. Pensamientos como «¡otra vez!», «¿qué he hecho yo para merecer esto?», «¡esto es espantoso!» «¡soy débil!» y similares, aportan tanto nivel de noradrenalina a la corriente sanguínea como la ansiedad. Además esta ira contribuye notablemente a que la próxima vez parezca más infernal si cabe, en espera de los peores reproches.
También
está totalmente contraindicado deprimirse como si a uno le
estuviera sucediendo alguna gran desgracia o tuviera la peor suerte
del mundo. Solo tiene el efecto de magnificar al «enemigo»
haciendo que la ansiedad parezca más tirana, abusiva y todopoderosa
que nunca.
En vez de deprimirse es más útil animarse todo lo
que uno pueda, haciendo cosas que compensen el mal sabor de boca
dejado por el momento de pánico. Actividades lúdicas o que nos den
paz, goce y nos reconcilien con la vida como la buena música, la
buena lectura, la buena conversación o el goce estético de las
cosas.
Uno puede darse algún tipo de «premio» como un
remedio curativo muy eficaz para «minimizar» la fuerza del miedo.
Hay que recordar que tomarse las cosas con humor es un buen
método para solucionar todo tipo de problemas de salud y de la vida
en general. Algunas personas en fase de superación suelen hablar
con su miedo diciéndole «así que ya has venido a molestarme un
poco ¿no?, pues has de saber que ya no me impresionas porque sé
que mucho ruido pero sólo eres un poco de ansiedad fisiológica
inocente, así que ahora ¿qué cosa agradable podríamos hacer?
¿tal vez hablar con esa persona encantadora que tanto nos gusta?
¿tal vez nos podemos ocupar en algo útil e interesante que nos
permita cambiar de tema?».
Dejarse ayudar por un
profesional. Es una lástima que muchas personas tengan alergia a
dejarse ayudar por un psicólogo, como si su valía personal quedara
en entredicho, porque de igual modo que nos dejamos orientar por un
asesor fiscal, un inversor financiero o el maitre de un
restaurante, es un signo mayor de inteligencia y sensatez contar con
el asesoramiento de un psicoterapeuta especialista en trastornos de
ansiedad.
Todos los puntos anteriores y otros más quedan
mucho mejor aclarados y sobre todo, puestos en práctica, con el
apoyo del psicólogo, de forma que nos aseguremos el éxito en el
control de un miedo que ya se ha apoderado de nosotros.
Ya se
sabe que estamos en la era del bricolaje, del hágaselo usted mismo,
de la auto-ayuda y de la búsqueda de información en internet, pero
tampoco que hay exagerar tanto que pongamos en peligro nuestra
propia salud y calidad de vida, sólo por evitar el contacto con el
profesional. Si tiene ataques de pánico y/o agorafobia, dedique el
tiempo y los medios necesarios para su solución correcta y completa
>La 1ª vez que tuve un ataque de ansiedad creí que iba a sufrir de un
> momento a otro un paro cardíaco, debido al ritmo de los latidos de mi
> corazón. Hasta ahora creía no tener miedo a nada e incluso
> me calificaría de una persona segura de mi misma. A raíz de estos ataques,
> cada vez más frecuentes y duraderos, mi imagen ha
> sufrido una metamorfosis radical, llegando a convertirme en una persona
> asustadiza y aprensiva.
Apreciada X.:
Los ataques que inicialmente experimentaste fueron debidos a que en un momento de «exceso» de estrés, tu sistema nervioso estaba sobre-saturado. Aunque a veces se nos olvide, existe como entidad física con sus limitaciones como la necesidad reparadora de descanso por el sueño, el aporte de líquidos y nutrientes. .
Se notó principalmente en que justo en el momento que querías hacer algo relajado, como sentarte, estar en la cola de un cine, con amigos, tumbarte o pararte en un semáforo, por ejemplo, no podías llevarlo a la práctica con la velocidad acostumbrada y produjo un desajuste de ritmos, lo que tú, inocente víctima, interpretaste precipitadamente o por ignorancia, como ataque al corazón. Real o ficticia, tuviste la experiencia impactante de «estar muriendo».
Has de saber que en un momento así, en que notamos algo extraño en nuestro cuerpo, la percepción puede estar alterada al dejar pasar el sistema activador reticular ascendente cerebral (SRAA) las sensaciones físicas «aumentadas»-opresión en el pecho, respiración, debilidad de piernas, etc.-, Un ejemplo conocido de este fenómeno se da cuando acariciamos a un perro y luego vemos que se rasca: nos puede producir un intenso picor el pensar que podría habernos pegado piojos. De igual modo, en tu caso, la percepción sospechosa es la que realmente indujo la sensación de irrealidad y extrañeza. La experiencia te pareció anómala -aunque la realidad demostró que ni morías, ni te mareabas, ni te desmayabas, ni nada de nada...
Resumiendo, ¿Qué sucedió? Que tuviste una reacción lógica, disparo de «alarma roja» ante lo que te pareció un funcionamiento extraño de tu cuerpo, especialmente del corazón, es decir tensión y angustia por ella, es decir el doble de ansiedad.
Aún así tenemos vivencias comunes de esa magnitud como, por ejemplo, la experimentada en un atracción diabólica de feria, un robo con violencia o una repentina situación de riesgo, como si de pronto alguien tirara una piedra y rompiera el cristal de tu ventana. Un pico de ansiedad no es patológico en sí mismo -especialmente si es un hecho aislado-, y el cuerpo lo tolera perfectamente- Es normal experimentarlo varias veces en la semana. Lo que sucede es que habitualmente somos capaces de auto relajarnos al cabo de un rato, encontrando rápidamente una explicación evidente, actuando de forma eficaz y resolviendo el problema que lo provocó.
La diferencia es que, en vez de un susto repentino por ver, pongamos el caso, una serpiente venenosa, en tu caso, es que aparezca de nuevo el miedo intenso y misterioso, el seudo ataque cardíaco tal como lo presentiste en el peor momento de angustia. Algo así como acordarnos de una violación sufrida, podría hacernos sentir angustia, asco y rabia más intensos de lo que quisiéramos y puede extenderse simplemente a pasar por el callejón en el que sucedieron los hechos o sencillamente por la cercanía de un hombre, estando a solas.
Le estás cogiendo miedo supersticioso a los lugares y situaciones en los que te parece que corres peligro, como si hubiera algo en ellos que te hiciera sentir mal. Ante el desconcierto e impotencia, intentas controlar el miedo huyendo del mundo «peligroso» cuando el pobre mundo es inocente en este caso.
En realidad es tu propia inseguridad y desconfianza la que «altera» todo lo que toca y todo lo que alguna vez ha sido «decorado» con el miedo. Contra más precauciones tomas, más rara y enferma te sientes. Por lo que estás desarrollando por añadidura un mal hábito, el de volverte miedosa y supersticiosa.
Hábito quiere decir que el control voluntario disminuye en buena medida, como al hacerte adicta al tabaco y se convierte en un impulso irracional destructivo.
La solución es tu auto-serenamiento y debes conseguir prepararte para afrontar los momentos de pánico llevando vida normal cuando sucedan, como un policía o un militar que se entrenan para reaccionar con sangre fría en una situación de alto riesgo. Los puntos esenciales que necesitarían ayuda profesional o lecturas especializadas para realmente entrenarte en ello son:
Entender qué te está sucediendo exactamente: contra más sabes más te tranquilizas respecto a la multitud de fenómenos extraños que se presentan.
En el momento en que viene una oleada de ansiedad recitarte un «discurso racional» elaborado previamente con un especialista. Ejemplo: no me muero, es sólo mucha ansiedad, contra menos me fije en mi cuerpo mejor, miro alrededor y puedo ver, así que no me mareo ni me desmayo, puedo oír, puedo moverme, -conviene que te muevas- tengo conciencia, me acuerdo de todo -evoca lo que comiste ayer-, no experimento un dolor intenso, así que es sólo mucho miedo como una vez que experimenté una emoción muy fuerte parecida, no me ha pasado nada. Escribe tu «discurso» en un papel por si acaso se te olvida en ese momento.
¡Atención fuera!: despista a tu mente entreteniéndola con cualquier cosa como hablar, observar cuántas personas llevan una prenda azul, cuántas matrículas tienen el numero 27. etc. El tanto por ciento de atención que vuelques hacia el exterior -al principio resulta algo difícil- lo suprimes de las sensaciones físicas aumentadas. Es la técnica de controlar un dolor intenso producido por una enfermedad o las contracciones del parto, por ejemplo. Te conviene espabilar en el arte de entretenerte rápidamente con algo, como un sistema de calmarte mucho más eficiente que el de apagar el fuego de la angustia con la gasolina de la preocupación.
Mejora tu ánimo. Hay una relación muy estrecha entre ánimo y ansiedad, que habrás experimentado seguramente, de forma que cuánto más animada estás, más segura y esperanzada te encuentras y menos momentos de ansiedad tienes. El placer, la diversión y el goce son tus mejores medicinas, así que actúa con mentalidad de pirata: lo que importa es el botín y no que haya que atravesar cuatro mares y soportar peligros...
El peligro real de los ataques de pánico es deprimirte, más que padecer ataques de corazón. A lo mejor tienes un buen corazón capaz de latir rítmico, presto y contundente, cosa preferible desde luego a otro que se asfixiase al subir una escalera. Tu forma de estar asustada por lo que sucede, aparentemente sin control, produce intensas emociones. No obstante, no las mires como quien mira a su peor enemigo: lucha para que la ansiedad sea un cosa pequeña, como por ejemplo cuando se te duermen las piernas por estar demasiado rato sentada.
Te aconsejaría que estas cosas que te digo las hagas con ayuda experta: la ansiedad se puede haber apropiado de ti e impedirte reaccionar de forma adecuada. Alguien desde afuera te puede dar trucos de control y aliento para que no desesperes. No es especialmente difícil con un buen asesoramiento, así que no te des por perdida porque tu situación tiene solución .
Un cordial saludo,