Identificación de las causas del estrés

La ansiedad no es como una excrecencia rara, una especie de tufo o vaho que no debiera aparecer en el curso de nuestra vida idealmente perfecta. Vivirla como un hematoma, una pústula o un retortijón es no comprender que es una emoción y que una emoción es algo a la vez relativo al cuerpo y al alma, porque tiene un sentido y una razón para aparecer. Miremos de cerca por un lado qué tiene de cultural nuestro propio cuerpo y a continuación qué tiene de espiritual todo aquello que nos produce ansiedad.

Psicosociología del cuerpo

De los griegos parte principalmente el ideal de ser humano que todavía palpita en nuestra civilización cada cierto tiempo estremecida por aquellas lejanas vislumbraciones .. Si tuviésemos que resumir la compleja herencia helenística en pocas palabras diríamos que lo fundamental consiste en una búsqueda de la excelencia del cuerpo y de la psique fundidas en armonía. El modo en que las diferentes generaciones de griegos hasta la época clásica construyeron el ideal de ciudadano, arrancó de la difusión de las ideas aristocráticas: la formación gimnástica, la música, la danza y las comidas en común. A esta fórmula se le añadieron después los conocimientos de las ciencias que fueron floreciendo.

Si por un lado podemos señalar a Sócrates, Platón y Aristóteles como los autores que maduraron una ética del espíritu, el cuerpo alcanzó con el gran médico Diocles de Caristos1, una areté, una virtud que llamó hygieina, concepto que entronca con el término actual de higiene, contemplada como un equilibrio, un apuntar al blanco del modo de enfocar la existencia. Diocles plantea de una manera reglamentada el vivir diario en lo que se refiere a los ejercicios del cuerpo y su dieta, dando lugar con ello a que hablemos de una tecnología corporal.

Ni personal ni socialmente la vivencia sobre el cuerpo es hoy la misma de aquellos tiempos. Nuestra sociedad es diferente, claro está. Esto prueba que el uso del cuerpo ha sido pautado socialmente. Cuerpo productor, consumidor, signo de status, mecánica del erotismo, instrumento o fin, es imagen propia, imagen social y herramienta.

El primer científico moderno que trató de la psicosociología del cuerpo fue Marcel Mauss2, quien delimitó el campo de estudio de las acciones básicas, a menudo imprescindibles para llevar a cabo con éxito acciones de mayor envergadura. El saludo es una minúscula parte de las relaciones sociales. Caminar es necesario para desplazarse y proponerse acciones en los lugares adecuados. Leer y escribir, importantes elementos de adquisición y transmisión de conocimientos. Las técnicas corporales requieren de un aprendizaje de valores instrumentales que rigen en una sociedad concreta. Nos posibilitan en nuestro ambiente colectivo autonomía, poder-hacer lo que hemos aprendido a desear hacer.

Cada sociedad y grupo social tienen deseos distintos y ello se refleja también en sus técnicas corporales. Hasta en las cosas más sencillas y aparentemente iguales encontraríamos distinciones: no bebe agua de igual modo el beduino que el esquimal. Con mayor razón no lee del mismo modo un ciego con sus dedos que un vidente con los ojos.

Trastornos psicomotrices, enfermedades crónicas, deficiencias de órganos, etc. plantean a menudo la necesidad de crear, de intentar técnicas alternativas a las comunes. Se busca un camino diferente que proporcione al sujeto competencia social. En realidad la población con dificultades o limitaciones corporales, es relativamente grande y ello implica frecuentemente una fuente de marginación por parte de los «solventes», que por ser mayoría cultural tienen cierta tendencia a rechazar las vías de desenvolvimiento que no sean típicas.

Según las necesidades cambian, también se desarrollan nuevas variaciones técnicas, incorporándose a las competencias de los individuos aptos para integrarse en el nuevo sistema social. Cualquier niño de nuestra sociedad ha de aprender a encender y apagar interruptores o utilizar un ordenador: es imprescindible para la manipulación de las energías modernas y medios de comunicación que constituyen elementos básicos que en otras épocas no existían. Paralelamente se desarrollan, tal como asegura Michel Foucault3, tecnologías del poder, un «panopticon» cultural que se traduce en la constante mirada y evaluación de la apariencia física. La cultura se convierte en un supervisor omnipresente para asegurar el control social de los cuerpos de forma que la sociedad ejerce un poder normativo sobre la apariencia física, contribuyendo a la ansiedad individual. Otro ejemplo significativo nos lo proporciona la lucha por regular la sexualidad a través de de la historia por medio de la religión4, la «educación» sexual de las escuelas y las revistas de influencia cultural, amén del enorme peso del cine.

El cuerpo posee una espacialidad, ocupa un lugar físico en relación con las demás cosas. Somos cuerpo, aunque pretendiéramos renegar de ello. También somos para los demás una persona con un cuerpo concreto en relación al cual hay una proximidad, un encuentro o indiferencia posibles. Todos los actos sociales implican una manera de estar: sentados en un sillón, alejados de todos, encima de una tarima, de pie tras un mostrador...

Nuestro cuerpo es portador de signos. No solo nos referimos al vestir, sino también a la edad que se nos calcula por el aspecto, al sexo al que pertenecemos, al color y textura de nuestra piel, la fina expresividad del rostro, los gestos públicos, en suma, que acompañan eternamente a nuestra intimidad aunque no lo queramos. Cada uno vive ante todo de piel para adentro, mientras que para los demás lo accesible es la superficie de la piel para afuera.

El pensamiento y el sentimiento también son corporales, son muy nuestros, efectivamente, pero eso no quita que hayan sido aprendidos en nuestra cultura y por otro lado conllevan siempre el cuerpo porque son partes de acciones. Si estoy tumbado en la cama divagando, lo que hago es estar tumbado para fantasear y no podría hacerlo corriendo por la calle. Si estoy enamorado en secreto estoy mostrándome insinuante, receptivo o tímido, por ejemplo, pero no puedo estar ahora mismo sintiendo un amor secreto leyendo atentamente una noticia del periódico. Y al revés: si leyendo el periódico me pongo amoroso pensando en el ser amado es seguro que estoy distraído y no me entero de las noticias.

La emoción no va ni delante ni después de su marca corporal. La sangre que sube a la cabeza, la tensión en los músculos, el bolo en la garganta o el ardor en el estómago, todo ello forma una unidad con aquello por lo que me angustio. Por eso el cuerpo, incluyendo el tono de la voz es nuestra guía para saber qué están sintiendo los demás, por ello un actor puede fingir eso mismo en su trabajo, con su arte imitativo.

Es verdad que en muchas emociones se mezcla el arte deliberado del disimulo, la ocultación, la cautela, la hipocresía o la mentira: también es cierto que todo ello es tenido en cuenta y se acompaña con el arte de la des-velación, averiguar qué es lo que hay detrás o se insinúa en algún indicio sutil.

Los sentimientos son formas de actuar. Ello es evidente cuando se golpea, se huye, se acaricia, se habla melosamente... Pero también es verdad en el caso de que estas mismas acciones estén no en curso sino en el momento naciente, en expectativa o anticipación. Una vida satisfactoria entraña tener primero deseos que satisfacer. El ser humano está hecho de cultura que le aporta finalidades, ideales que ansían un tipo de vida digna.

El concepto de dignidad no es una palabra pomposa para quedar bien en un discurso. Conforma la intimidad del sentido de la movilidad, su motivación. Así, bien mirado, la inmovilidad es sinónimo de fracaso vital y por eso se constata en la depresión y en la apatía, en las que el sujeto no tiene ganas de hacer nada. Incluso cuando parece haber gratuidad, falta de finalidad, como en el juego, no dejan de hallarse profundas interrelaciones sociales llenas de posteriores consecuencias. Por ejemplo el jugar une, anima, estimula y facilita.

Toda presión social busca conformidad5 e inculca el temor al «qué dirán» posibles observadores, bien sea informales o guardianes oficiales y que en algunos países o circunstancias históricas han poblado las calles con porras, látigos o delatores que llevaban a la cárcel a los díscolos. La presión está basada en principios morales representados en modas o costumbres de carácter abstracto que no se visualizan en forma de columna de Trajano o de policía, aunque para los casos extremos todavía siguen existiendo, más bien tenemos «representantes» informales y «puntos de referencia» ante los cuales nos rendimos, que son los propios conocidos que nos rodean y avisan si vamos bien conjuntados, estamos engordando o presentamos un aspecto inadecuado. La «gente», los vecinos, son otro intimidante muy común. Temiendo el juicio de su observación nos afanamos en ir a la moda para sentirnos seguros y «cómodos». Nos arreglamos, maquillamos6 hacemos tratamientos de belleza y llevamos a cabo costosas operaciones de cirugía estética para estar dentro de los cánones de la belleza7. Acudimos al gimnasio, hacemos dietas severas par tener el cuerpo normativo que nos dará acceso a los aspectos agradables del amor, suscitaremos admiración, derecho a buenos trabajos o sencillamente resulta «conveniente», como se espera de la amabilidad, la simpatía o el estar arreglados «frente al público».

En otras ocasiones lo que se debe es ser «originales», afanarse uno mismo en ocupar una posición de innovador, conseguir «resaltar» con una apariencia nueva que con suerte adquiere rápidamente seguidores. En este círculo el éxito que se valora es «lo que destaca», lo «nunca visto», lo sorprendente. Grupos enteros de personas pueden sentirse oprimidos por las «viejas» normas y proponen una liberación que destaca en la forma de vestir, peinarse, la apariencia física y actitudes rebeldes frente a las convenciones sociales arraigadas. Buscan un alivio a la tensión, incluso salir del «sistema»8, pero difícilmente lo logran y se convierten en «alternativa», en una moda, una variante social o subgrupo de influencia cuando no en secta.

Las sectas9 buscan numerarios y lo logran mediante «lavado del cerebro» de los aspirantes, prácticas restringentes de la alimentación y del sueño, horarios agotadores, rezos inacabables, amenazas y castigos, repetición hipnótica, confesión de desvíos y control mutuo de los miembros del grupo.

La llamada presión «de género» hace referencia a los roles de hombre y mujer, que se predican y difunden por medio de la educación desde edades tempranas y la difusión cultural más variopinta. Los hombres adquieren un modelo «viril» de comportamiento en que se inculca una agresividad competitiva, dureza emocional, resistencia al esfuerzo, potencia genital, dominio, cosas que resultan bastante problemáticas en la convivencia con mujeres y muy complicadas de asumir completamente por el interesado, lo que se acaba convirtiendo en inseguridad, sentimiento de inferioridad, temor constante a no estar a la altura y necesidad de tener que «demostrar la valía».

A las mujeres se las somete -además de al uso intensivo de los colores rosa y morado10 - a un rol pasivo, complaciente, han de estar bellas a los ojos de los compañeros, delgadas y arregladas, ser apoyo y paño de lágrimas del «guerrero», complacientes a las propuestas que se les haga en la sexualidad, ser descaradas, sumisas o apasionadas al mismo tiempo que femeninas y delicadas, han de conseguir las cosas con sutileza y circunloquios, opinar acatando, seducir y ayudar, cuidar de los «suyos» de forma incombustible en la intendencia del hogar, en la enfermedad o educación de los hijos y ademas de todo ello tener una realización personal y profesional hurtada a su disponibilidad. Resulta asfixiante y agotador, pero no debe notarse en su cara bonita ni traducirse en un aspecto cansado ni «incomodar» a los demás.

Especialmente problemática resulta la obsesión por la delgadez basada en la búsqueda de una identidad premiada por la cultura11. Los estándares de belleza12 y las normas de género13

La cultura contribuiría a la construcción de identidades de género y, por ende, a la percepción del propio cuerpo. Las normas de género influyen directamente en las expectativas sobre la apariencia física, generando ansiedades asociadas con la conformidad a estas normas.

impactan la autoestima de las mujeres y contribuyen a la angustia relacionada con la apariencia física. Sara Soler confiesa en la narración de su anorexia14 a importancia de la interiorización de la delgadez deseable como patrón que exige toda suerte de sacrificios.

El cuerpo humano está habitualmente vestido. y esta capa exterior se llena de valor simbólico, lenguaje15, comunicación de la identidad16, datos por los que somos rápidamente «fichados» en una primera hojeada, clasificados, aceptados o condenados al instante. Nicola Squicciarino17 dice que la vestimenta habla de quiénes somos, del status económico, situación profesional e incluso de la voluntad de emancipación. La cultura y la moda se relacionan profundamente18, siendo la segunda una forma visual de manifestarse la primera

Para Barthes el vestido en histórico y sociológico, «siempre está implícitamente concebido como el significante particular de un significado general que le es exterior (época, clase social)»19, por lo que, de una forma bastante gráfica, nos tiranizan las ideas creando en nosotros el desasosiego de estar dentro o fuera de las expectativas sociales.

La función que desempeña en el Génesis XXVII el brazo de Jacob cubierto con lana de cabritillo es suplantar a su hermano, el primogénito Esaú, es decir, la simulación, el engaño. Cuando los hábitos definen el sexo de una simple ojeada, una muchacha puede pasar como cadete simplemente cortándose el pelo y poniéndose pantalones como las piratas Anne Bonny y Mary Read o Fany Fae, la aventurera de «Camino de la Luna» de Saundra Mitchell y de forma simétrica, un actor puede representar a un personaje femenino en una obra de teatro de Shakespeare. En cierta manera, el cuerpo vestido nos permite una apariencia, ser otros, más deseables y convenientes, pero queda tras la segunda piel la verdad desnuda que teme ser descubierta.

Desde la aparición de la nutrición como disciplina científica en el siglo XX, qué comer, cuándo, cuánto y cómo se han ido convirtiendo en constantes «consejos de salud», que van mucho más allá de Hipócrates al que se atribuye la frase «Que tus alimentos sean tu medicina y tu medicina sea tu alimento», pasando por el «somos lo que comemos» de Anthelme Brillat-Savarin(1825)20. Se convierte progresivamente en filosofía naturista, lobby de la industria de los bio-alimentos y los super-alimentos, veganismo prescriptivo y semi-religioso, tendencias que intentan difundir un rechazo generalizado a las grasas-trans, los hidratos de carbono y las calorías. Procuran culpabilizar por ingerir alimentos inadecuados, partiendo de que no se come por pura sobrevivencia, sino para tener una vida larga, lozana y proporcionar una eterna juventud. No hay mucha unanimidad en las propuestas de comida «ideal», unos optan por la dieta Keto21, rehuyen alimentos «peligrosos»22

o proponen abstinencias23, lo cual crea el escenario perfecto para comer en zozobra sin saber en qué nos estamos convirtiendo o si nos estamos envenenando.

Análisis de las fuentes de ansiedad

Ahora intentaremos averiguar lo que hace que nuestra ansiedad se acumule, los desencadenantes, especialmente los que tienen que ver con vivir en sociedad. Suelen aseverar los estrategas que un paso imprescindible para vencer al enemigo es conocerlo. Aunque nuestro enemigo no tiene que ser necesariamente la angustia como tal, ya que no deja de ser una emoción normal y necesaria, sí que nos plantearemos evitar un exceso perjudicial e innecesario de malestar, conociendo de qué forma y por qué razones se dispara su presencia y qué pensamientos, sentimientos y sensaciones físicas han surgido en la situación generadora.

Estresantes físicos agudos o crónicos

El frio, las heridas y lesiones, el hambre o el exceso de ruido entran en la categoría de estresantes agudos que si persisten en el tiempo se trasformarán en crónicos. El organismo intenta adaptarse a unos u otros de forma diferente, en los primeros facilitando una respuesta rápida de urgencia y en los crónicos mediante una resistencia duradera. El estrés es en parte una respuesta fisiológica para afrontar todo aquello que puede ponernos en peligro de sobrevivencia. Es bastante similar a lo que le sucede al resto de las especies animales. Si una gacela está bebiendo agua en el rio y escucha un ruido sospechoso que delata a un posible depredador, necesitará invertir unos segundos, respuesta rápida, para llegar a un estado de tensión muscular apto que le permita coger velocidad de huida suficiente. Hará uso de la glucosa para obtener energía, aumentará la oxigenación para utilizarla, vaciará la vejiga para aligerar peso y su sistema nervioso detendrá los procesos de digestión, fabricación de anticuerpos y calcificación ósea para concentrar todos los recursos con el fin de salvarse del apuro. Si la persecución se prolonga o se repite con frecuencia, aparecerán otros procesos de amortiguación del dolor y facilitación del sobre-esfuerzo24.

Los humanos hemos liquidado prácticamente a todos nuestros posibles depredadores, pero aun así no nos libramos de tener heridas y enfermedades y también nos vemos sometidos a otro tipo de daño peligroso para nuestra integridad o bienestar básico. El nivel de ruido en la fábrica, en las calles o el producido por un vecino desconsiderado pueden desquiciarnos. La deficiente alimentación que conlleva la pobreza o la contaminación ambiental pueden impedir la adecuada oxigenación y las inundaciones y terremotos matarnos.

Otras condiciones son mixtas, en parte físicas pero al mismo tiempo sociales, como la soledad, la falta de contacto afectivo o sexual. Como humanos tenemos una buena lista de necesidades básicas que pueden verse afectadas y por ello convertirse en estresantes.

Estresantes psicológicos y sociales

Son la mayoría ya que tienen que ver con nuestra vida en sociedad, con nuestros anhelos, con todo lo que nos traemos entre manos. La sola anticipación de que nos pueda pasar algo desagradable basta para producir el mismo efecto que a la gacela el ruido de ramas que delata a una fiera avizor.

El divorcio y los problemas conyugales, la muerte de un ser querido, las deudas, el despido del trabajo o un cambio de residencia, suelen reconocerse como los estresores más populares en el ranking cuando se hace una encuesta al respecto.

Una buena parte de estos factores psicológicos son conscientes para la persona, que los reconoce abiertamente, aunque más bien con impotencia y resentimiento, por sentirse incapaz de resolverlos o por atribuir a los demás la responsabilidad de su desgracia. La presión de un jefe déspota, unos compañeros que utilizan malas artes, unos amigos que traicionan, una pareja que falla o las exigencias del trabajo, son verbalizados a menudo como causas del estrés. Pero saber la causa no basta para encontrar la respuesta adecuada ya que a menudo no se poseen suficientes habilidades como para afrontar las dificultades con soltura. La propia sociedad evoluciona tan rápido que siempre nos acaba encontrando con el paso cambiado.

Otras causas del agobio requieren un cierto trabajo de elaboración para conseguir la lucidez necesaria para comprenderlas y establecer el impacto real que tienen en nosotros. Actúan a la sombra de nuestra propia ignorancia de lo que nos afecta.

Uno de los procedimientos habituales que implementan los psicólogos cuando intentan averiguar las fuentes «oscuras» de la ansiedad consiste en llevar un Diario de Angustias, en el que piden al cliente que anote cualquier monto de ansiedad significativo, tratando de averiguar qué circunstancia concreta la ha provocado, por qué motivo, experimentando qué sensaciones y qué han elucubrado en tal circunstancia. Si no localizan hechos concretos desencadenantes de la angustia sustituirán los estímulos concretos por una lista de hipótesis que respondan a las preguntas «¿Qué cosas de las que me han sucedido últimamente podrían estar influyendo?», «¿Cuales son las inquietudes que acuden a mi mente?».

Vemos de esta manera, a través de las pesquisas, que la angustia tiene dos formas de presentación:

  1. Mediante un modelo de causa -> reacción

  2. Mediante el modelo de «no sé por qué pero me encuentro nervioso/a»

¿Ejemplos de cosas que podríamos descubrir? Que somos muy susceptibles a un cierto tipo de cosas, como recibir una contestación airada, que se nos preste poca atención, que esperemos ayuda y no nos la den, resultar agriamente criticados, no ser tratados con suficiente delicadeza, que no nos digan la frase que queríamos oír exactamente o que nos comuniquen una noticia frustrante, etc.

Quizá la persona se impone a sí misma el deber de estar bien y saberse controlar si no existen desgracias oficiales que justifiquen la ansiedad. Oculta lo que realmente le molesta y cuánto lo hace. Es como si se desconectase de su propios sentimientos por considerarlos inadecuados. Desde la oscuridad de su malestar coarta el reconocimiento y su expresión exterior. «No pasa nada», se intenta convencer, pero no es verdad.

Una buena colección de «dardos» recibidos que han disparado angustia nos dan un buen perfil de nuestras dianas, puntos débiles más sensibles a la respuesta ansiosa. Esta información agudizará la necesidad de averiguar cómo hacen las demás personas para manejar con soltura este tipo de situaciones.

No tiene menor importancia aclarar el tipo de reacciones que hemos tenido: si nos hemos obsesionado con el incidente -a modo de martillo machacando nuestra mente una y otra vez-, si nos hemos sentido desgraciados, desvalidos, injustamente tratados, escandalizados o si nos hemos abandonado a la tristeza y al duelo, dejando de hacer aquellas cosas que nos harían olvidar el momento desagradable...

Las emociones disfóricas como la angustia, la ira o la tristeza son muy pegadizas, suelen adherirse con fuerza y desatender cualquier posibilidad de cambio, como si una vez dentro de nosotros tendieran a aumentar de intensidad y extensión por pura inercia.

Estas formas de responder plantean también la necesidad de mejorar ciertos aspectos del control emocional, como acortar una reacción desagradable, minimizarla, elaborarla y digerirla, encontrar alternativas de acción oportunas y a ser posible todo ello acompañado de un esfuerzo de comprensión de nuestras claves más significativas de reacción emotiva.

En ocasiones la persona sufridora padece de exceso de pasividad porque está muy centrada en constatar lo mal que se encuentra, lo injusto que es, lo que debería ser, etc., pero en realidad no actúa, constata, remarca su propia sensibilidad herida. El vividor no gasta demasiado tiempo en sentirse mal y rápidamente está preguntándose «¿Y ahora cómo podría arreglar esto?» o «¿Qué podría hacer para sentirme bien de nuevo?» o «¿Qué haré la próxima vez para tener mejores resultados?»...

Las personas ansiosas tienen con harta frecuencia una visión peculiar de los problemas que les acarrean una enorme desazón. Esta visión consiste en suponer que un problema nunca debería existir y que si sucede será una catástrofe, algún culpable habrá fallado o habrá dado un mal paso imperdonable. Partimos de la idea que el curso de la vida social es imprescindible que sea ordenado y perfecto y que si todos cumpliéramos con nuestro deber nunca habrían desbarajustes.

¿Pero ese ideal ha existido alguna vez?, ¿o lo podríamos contemplar como un paraíso que nunca ha existido mas que en las fábulas bien intencionadas? A veces imponemos la protección cálida y armónica de las vivencias infantiles de «color de rosa» al mundo económico, histórico y social en continuo devenir caótico.

En contraste con los ideales de perfección -que parecen estar más pensados en hacernos padecer y enemistarnos con la humanidad-, podríamos considerar los problemas exactamente como lo que son: un error, un reto o situación no prevista ante la que no sabemos todavía cual es la mejor manera de responder.

Orientarnos hacia la solución de problemas requiere un método intelectual práctico mediante el cual nos hacemos una serie de preguntas: ¿qué supuestos de los que partimos deben ser reformulados? ¿cómo podemos ser más eficaces? ¿qué situaciones, actores y/o motivaciones han cambiado? Buscamos salidas estratégicas en en vez de quejarnos o clamar al cielo por las injusticias padecidas.

Es necesario que el incidente lo situemos en un sistema más amplio en el que podremos entender su significado de forma similar a como una palabra obtiene el sentido final en una frase pronunciada en determinado contexto. Una cosa es lo que sucede si mi pareja está siendo menos atenta conmigo y otra explicar el hecho enmarcándolo bajo el epígrafe «tener un hijo nos ha cambiado el modo de relacionarnos».

Cuando entramos en el mundo de las suposiciones las alternativas que «encajan» los datos en las explicaciones se multiplican: podríamos, en el ejemplo, echarle la culpa de la insuficiencia de atención a que «tus padres, que vienen mucho de visita, nos roban una intimidad que escasea», «ya no me quieres como antes». «igual me esta engañando». O ir aún más lejos: «todo esto es por que ha cambiado el modo de entender las relaciones». Este fenómeno es muy común cuando las parejas se separan: se encuentra fácilmente una «explicación» sumaria con frases como «no éramos compatibles», «ya no sentía lo mismo», «queríamos cosas distintas».

La cura de un ansioso implica en cierto modo encontrar explicaciones alternativas a bucles estériles, lo cual, independientemente de lo verdadero o exacto que sea el resultado, nos plantea por lo menos una nueva forma fructífera de ver las cosas.

Se pueden buscar los por qué y las respuestas siguiendo una flecha en el camino que nos haga subir a una montaña más alta desde la que contemplar el conjunto, lo que nos hará más sabios, entresacaremos la moraleja adecuada y nos capacitará para dar respuestas eficaces que:

Por el contrario, cuando no vemos más allá de nuestras narices y nos concentramos exclusivamente en lo que va mal, acabamos encontrando una respuesta muy peligrosa: el mal lo genera un culpable y esa persona se convierte en un enemigo que hay que anular y suprimir. Muerto el perro eliminada la rabia. Esto, por lo general, crea una escalada de ofensas que nos llena de resentimiento, nos sumerge en una resistencia pasiva, en un boicot silencioso y otra serie de conductas corrosivas.

En comparación con este último derrotero la solución inteligente de problemas es mucho menos dura y costosa emocionalmente. De hecho proporciona mucha más paz y alegría, que el rencor, tristeza y angustia que acarrea la otra postura.

Las propias limitaciones

¿Qué placer me puedo permitir sin que se convierta en un abuso perjudicial? ¿Cuánto sacrificio puedo tolerar sin que el precio sea mayor que el beneficio que obtengo?

Son preguntas de matiz, de puntería, porque a veces las cosas no son (a) o (b), blancas o negras, no son dicotómicas, sino que tienen una escala gradual de matices.

Cada uno debe poner marcas exactas a sus posibles. Por ejemplo, estoy bien si duermo 7h 30’, estoy mal si bebo más de 2 cervezas, me relaja caminar 45 minutos o me estresa caminar 2 horas; ¿Cuánto peso puedo levantar? ¿Cuánto puedo pelearme al cabo del día por injusticias que padezco sin que me afecte más de la cuenta? ¿Cuánto puedo preocuparme por el futuro sin que el presente me agobie inducido por las incertidumbres de futuro que contemplo?

Nuestro autoconocimiento contendrá la curiosa paradoja de que desconozcamos aspectos de nosotros que ciertamente nos definan. Por otro lado, también somos los mejor conocidos para nosotros mismos porque del bagaje de nuestras experiencias depende en buena medida el conjunto de decisiones que tomamos, contando con lo que sabemos y podemos. A pesar de creernos limpios y transparentes ante nuestra mirada inspectora se pueden estar ocultando los vicios más recalcitrantes, provocando con ello una extrema indulgencia y llevar a cabo con total impunidad toda suerte de autoengaños25.

Podemos estar convencidos que si demoramos algo molesto que en cambio tendría como momento óptimo de realización precisamente el instante que intentamos eludir, para realizarlo después (procrastinación) somos flexibles y razonables. Elster, en su estudio sobre racionalidad de la irracionalidad26comenta un ejemplo de «razonable» despilfarrador: una persona posee una cantidad de dinero y decide el primer año gastar la mitad, pero ser sensato guardando la otra mitad. Como esta conducta le ha parecido correcta, el año siguiente la utiliza para dividir la mitad que le ha quedado y así dilapida «muy equilibradamente» su capital en pocos años. En este ejemplo vemos como un esquema de comportamiento aparentemente sensato disimula el insensato con su piel de cordero.

La capacidad de autocontrol (frente a la frustración, la ira, el miedo, la tristeza, etc.), la habilidad de vinculación con los demás de forma significativa y satisfactoria, nuestros estilo de ser en el mundo, forman parte de los que solemos llamar «personalidad». Madurar se traduce en conseguir una competencia en todas los escenarios en los que nos vamos a encontrar para afrontar nuestras necesidades. Este proceso es largo y complicado. Tal vez no acabe nunca de completarse porque el «mundo» y sus exigencias se renuevan constantemente, cambiando las reglas de juego con frecuencia. Lo habitual es que casi nadie logra ser perfecto y lo que es peor, de «Don Perfecto» los demás huirían por mucho que le admirasen. Siempre hay lagunas, puntos débiles que tenemos en un aspecto u otro. Por ello, sobre todo si no los reconocemos, cometemos errores en cuanto se ponen en juego, creado una especie de «punto ciego» de nuestro comportamiento. Lo inteligente en este caso es aprender a detectar nuestras deficiencias y aprender a solucionarlas, o al menos prevenir que nos conduzcan por un camino indeseable. En el artículo «Rasgos estresantes de personalidad» profundizamos en sesgos muy estudiadas en psicología.

Estrés laboral

El acceso a la vida laboral tiene una parte predeterminada, el nivel de desarrollo del país o las necesidades de las empresas, por la que podríamos contemplar al trabajador en parte como títere guiado por los vaivenes de la economía y no digamos por la fuerza oscura de la historia de la civilización humana. Otro aspecto es el azar, las elecciones, los afanes y las recomendaciones. En esta parte caótica del asunto, los humanos buscan con inquietud su lugar en el sistema, sin estar nunca seguros del todo de poder conservarlo una vez conseguido. Para tener un control buscan resultar valiosos e imprescindibles, a través del mérito, la preparación concienzuda, la puesta al día, la especialización y toda suerte de triquiñuelas estratégicas con la finalidad de «colocarse», labor plena de incertidumbre y angustiosa espera.

El trabajo, como mercancía, se convierte en un mercado sujeto a la oferta y la demanda. En momentos de escasez de ofertas, los salarios bajan y muchos quedan fuera.

Muchas personas trabajan en organizaciones, donde colaboran con compañeros y siguen directrices u objetivos. Resulta bastante complicado armonizar las partes de la tarea conjunta que desarrolla cada individuo. Cómo se distribuyen las tareas levanta suspicacias de favoritismo, injusticia e improvisación y la planificación adolece de numerosos fallos que obligan a improvisar o gastar esfuerzos extras. La percepción que tiene el trabajador es la que provoca sus reacciones emocionales: a unos la carga de trabajo les parece excesiva, otros creen que se les trata de forma despectiva, no se les tiene en cuenta o sienten que su esfuerzo no es valorado. Sea una evaluación acertada o sesgada, el resultado es incomodidad, tensión y decepción. Los sentimientos negativos corroen el placer de trabajar, volviendo el horario de trabajo un pequeño infierno.

A diferencia de un local familiar, en que todos los miembros se conocen y se comunican, las grandes corporaciones pueden adolecer de una jerarquización rígida por la que unos -habitualmente desde un despacho, lejos del lugar de producción- planteen los objetivos que persiga la empresa. Si estos objetivos no están claros, y además gran número de trabajadores los ignoran, se generarán muchos conflictos entre quienes desconocen cuales son las reglas de juego, hacia dónde quiere ir la corporación y por qué. Pueden haber divergencias, diferentes interpretaciones sobre lo que toca hacer o es mejor para el conjunto: se pierden muchas energías dirimiendo la linea a seguir e incluso se estropean la labor unos a otros, como si fueran enemigos en vez de cooperantes.

Los horarios y los turnos pueden colocar al trabajador en la disyuntiva de renunciar a la vida familiar o perder el medio de sobrevivencia. La inestabilidad del trabajo, bien sea por la temporalidad del contrato o las continuas amenazas, como forma de forzar el rendimiento, el tener que asumir una tarea que desborda las capacidades, o bien el hecho de que las tareas se han diseñado de una forma excesivamente monótona, empobrecedora o embrutecedora, pueden traducirse en una fuente de estrés continua que acabe dañando el bienestar del trabajador.

El «mal ambiente» en el trabajo con frecuencia tiene que ver con los modelos organizativos y la circulación de la información. La rigidez de los estructuras jerárquicas invita a que los trabajadores tomen pocas iniciativas y su implicación es menos entusiasta si está basada en el miedo a la represalia. Controlar el conocimiento para asegurar posiciones de poder conlleva atontar, confundir y empobrecer al resto del equipo: la minusvalía de las partes se traduce en la disminución del potencial de la compañía. El personal maltratado o mal pagado no rinde de igual modo que el respetado, valorado e implicado en cuerpo y alma a los objetivos. Democratización, participación, incentivación y socialización del conocimiento son valores que favorecen la dignidad de las personas. Son medidas que forman parte de la mejora de la productividad y la calidad del trabajo. Estando más a gusto se trabaja mejor que haciéndolo en continua tensión o poniendo en peligro la salud.

El talante competitivo suele ser valorado en las selecciones de personal, pensando que el afán de triunfo traerá un dinamismo e iniciativa positivos para la empresa. Cabe aclarar que una competencia «sucia» basada en pisar a los demás, haciendo trampas, traicionando y descalificando a los competidores introduce un terror y malestar excesivos. Existe otra variante algo más solidaria, más basada en compartir los logros, enseñar a los demás el conocimiento adquirido, en el mérito y el prestigio como fórmula de medrar sin despreciar al resto.

Estar volcados en un trabajo difícil o peligroso no es necesariamente estresante si tenemos suficiente formación y apoyo. Una plantilla de bomberos o una unidad de cuidados intensivos tienen que afrontar diariamente situaciones muy duras, pero con el entrenamiento adecuado, la flexibilidad de la organización y la buena gestión de los recursos humanos los trabajadores pueden llegar a sentirse satisfechos.

La organización del trabajo, las funciones y objetivos pueden ser incongruentes, mal diseñados o deficientes: la cooperación en esas condiciones acaba produciendo tensiones en las personas mareadas por el caos. Se pueden dar instrucciones desacertadas a un vendedor, por ejemplo, de cómo debe proceder, haciendo que cometa unos errores que no habría cometido si se hubiera valorado su pericia en la medida justa. Un equipo de trabajo ideal saca lo mejor de sus componentes para optimizar el conjunto, pero desgraciadamente los equipos mal dirigidos, mal motivados, injustamente tratados, excesivamente presionados o criticados, dejan de dar lo mejor de sí y acaban adoptando posturas contemplativas, desapegadas, empobrecidas o boicoteadoras y entran en distintos conflictos personales de grupo.

Tanto los directivos como los trabajadores son personas imperfectas, aunque seguramente han dado un perfil psicológico adecuado en las selecciones de personal. Un buen directivo sabe como estimular la productividad, tanto la de un trabajador muy dispuesto y colaborador como la de otro díscolo o renuente. A uno le premiará la docilidad colaborativa y al otro le tendrá vigilado intermitentemente, por su tendencia a vaguear. Las cosas pueden resultar sorprendentes: el bueno puede rendir menos que el malo. Un directivo pude caer en el error estratégico inverso: rodearse de aduladores y buena gente obediente y deshacerse de los más creativos, indolentes y difíciles. Como personas trabajadoras también podemos tener este tipo de dificultades de saber cómo tratar con personalidades diferentes o peculiares. ¿Cómo relacionarse con un abusón, con una persona agresiva, manipuladora, vehemente, envidiosa, reticente o excesivamente crítica? Seguramente seremos hábiles ante determinados perfiles, la mayoría, pero siempre nos encontraremos con unos rasgos con los que nos sentiremos desarmados e impotentes, sin saber cómo reaccionar. De esta forma, un socio, un jefe o un compañero con los que hemos que colaborar en nuestro día a día, puede hacer del trabajo una pesadilla27


1Jeager, Werner. Paideia, FCE Madrid 1982 pág. 815 y ss.

2Marcel Maus, Sociología y Antropología, ed. Tecnos. Recoge el artículo de «Les Techniques du corps» publicado en Journal de Psychologie 32 (3-4) en 1934

3 Foucault, M. Vigilar y Castigar, Siglo XXI 2013. Y en Redes del poder, Prometeo 2014 En Vigilar y Castigar presenta la idea del panopticon, un modelo de vigilancia constante que se manifiesta en la sociedad a través de la regulación de los cuerpos.

4Faucault, M. Historia de la sexualidad I-IV Siglo XXI 2019

5Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio. Herder, Barcelona 2022

6Paula Black hace un examen crítico de la industria de la belleza desde una perspectiva de género, explorando cómo influye en las identidades y placeres de las mujeres. The beauty industry: gender, culture, pleasure, Routledge 2004., hacemos tratamientos de belleza y llevamos a cabo costosas operaciones de cirugía estética

7Romm, Sharon. The changing face of beauty: a cultural history of aesthetic surgery. Mosby 1991

8Arrighi G.; Hopkins T.K.; Wallerstein I. Movimientos antisistémicos 1 (Cuestiones de antagonismo). Akal 1999

9Sayans, Karmele. Sectas: la amenaza invisible. Guante blanco 2022

10Paoletti, Jo B. Pink and Blue: Telling the boys from the girls in America. Indiana University Press 2012

11Toro, Josep, El cuerpo como delito. Ariel Ciencia 1996

12Wolf, Naomi, El mito de la belleza, Emecé 1991. Wolf argumenta que los estándares, en lugar de ser aspiraciones benignas, se han convertido en una herramienta de control que perpetúa la desigualdad de género y contribuye a la angustia y la baja autoestima. Ver también Ventura, Lourdes, La tiranía de la belleza: La mujer ante los nuevos modelos estéticos, Plaza & Janes, Barcelona 2000

13Butler, Judith, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Paidós Barcelona 2023.

14Esteban, Beatriz. Seré frágil: una historia de anorexia en la que decidí vivir. Planeta 2017

15Lurie, Alison, El lenguaje de la moda. Paidós 2013

16Barnard, Malcolm, Fashion as communication, Routledge 1996

17Squicciarino, Nicola. El vestido habla: consideraciones psico-sociológicas sobre la indumentaria, Cátedra 2012

18Breward, Christopher, The Culture of Fashion: A New History of Fashionable Dress (Studies in Design and Material Culture) Manchester University Press 1995

19Barthes, Roland. Histoire et sociologie du vêtement, Annales, año 12, julio-septiembre 1957, n 3.

20Brillat-Savarin Jean Anthelme. Physiologie du goût. Champs classiques 2017

21Vogel, Leanne. The keto diet: the complet guide to a High-Fat Diet. Victory Belt Publishing 2017

22Gundry Steven R. La paradoja vegetal. Edaf 2017; Shinya, Hiromi. La enzima prodigiosa, Debolsillo, Madrid 2020

23Melissa Hartwig Urban & Dallas Hartwig. The Whole30: The 30-Day Guide to Total Health and Food Freedom. HMH books 2015

24Robert M. Sapostsky, Por qué las cebras no tienen úlcera. Alianza, Madrid 1995.

25Trivers, Robert (2013). La insensatez de los necios. La lógica del engaño y el autoengaño en la vida humana. Katz Editores Barcelona 2013

26Elster, E., Ulises y las sirenas. Estudios sobre la racionalidad y la irracionalidad, EFC, Mexico 1989

27Parodiando la famosa tesis de J.P. Sartre en A puerta cerrada: de «el infierno son los otros».