Ejecutivo agresivo.
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Una película tan real como la vida misma…
En medio de tanta comedia y tanta tragedia nos habla de la tan famosa “Inteligencia Emocional”, que es un término compuesto de dos partes: “Inteligencia” y “emocional” (como ya se habrán podido dar cuenta…).
- Lo emocional: esa parte que nos identifica como animales. Esa parte tan maravillosamente ajustada durante millones de años de evolución, que nos permite una conección rápida, directa y precisa con el mundo exterior, facilitando una respuesta también rápida, directa y precisa, adaptativa. Es un precioso regalo de la naturaleza ese cerebro de lagarto que todos llevamos dentro.
- La inteligencia: esa otra parte evolucionada, que envuelve al lagarto, que por un lado nos permite recrearnos en todas esas “funciones cognitivas superiores”, en la introspección, la música, el cálculo, etc., y que por otra parte invierte mucho tiempo y esfuerzo en controlar al cerebro primitivo, a aquel lagarto. Aunque útil y necesario, a veces nuestro cerebro inteligente le gasta malas pasadas a nuestro cerebro de lagarto, y ésto es lo que tan bien viene a expresar esta película.
Porque una pregunta que cualquiera se puede ir haciendo mientras ve la película es “¡¿pero realmente hay gente que se comporte así, que se deje hacer tantas cosas!?”. Pues sí, y casi se podría decir que más o menos todos nos hemos visto envueltos en ocasiones en la que hemos tenido que aplastar nuestras emociones. De hecho, y literalmente hablando, podríamos decir que todos somos unos verdaderos “analfabetos emocionales” (en relación a la “Inteligencia emocional”): nadie nos ha enseñado sobre ello, como sí nos han enseñado, por ejemplo, sobre los colores.
Ligado con esa “Inteligencia emocional” nos encontramos con las Habilidades Sociales, materia en la que nuestro protagonista Adam Sandler (en el papel de Dave) iría fijo a Septiembre. Algunas de esas Habilidades serían decir que no, interrumpir una conversación, pedir un favor, expresar los propios sentimientos o la también famosa asertividad (la capacidad de defender nuestros intereses y opiniones frente a los demás, considerando los de los demás, sin necesidad de acudir a la agresión –salvo que fuera estrictamente necesaria – ).
A Dave le pasa algo que le pasa a muchísimas personas, incluidos niños: no se defienden (agrediendo) porque “son buenos”. Ésta es una de esas malas jugadas que nos hace nuestro cerebro inteligente, tan moldeable y tan bien educado, tan cumplidor de esas normas sociales y familiares que fotocopia con tanta precisión. En situaciones como las que nos muestra la película de maltrato, humillación y avasallamiento, se pone en marcha un silogismo extraño: 1.- Me atacan. / 2.- Siento la necesidad de defenderme y contra-atacar. / 3.- Soy bueno. / 4.- Las personas buenas no agreden. / 5.- No puedo contra-atacar. / 6.- No puedo defenderme. / 7.- Bloqueo cualquier posibilidad de reacción ante situaciones similares.
En la (1) y la (2) el peso del protagonismo lo lleva nuestro lagarto, en la tercera entra en juego nuestro cerebro inteligente. Ésto es algo en lo que Dave es un experto, en sobre-controlar sus reacciones de una forma improductiva.
La película nos trae una realidad que se constata en la práctica clínica diaria: la importancia de las huellas que dejan nuestras experiencias infantiles, especialmente las traumáticas. Vemos en la película el papel que juegan los demás y el peso que tienen en la creación del auto-concepto y de la autoestima en esa escena de los niños jugando y del matón que ridiculiza a los demás, en una materia especialmente sensible a esas edades (bueno, y a cualquiera…): la sexualidad y la genitalidad. La repercusión de esos traumas puede mantenerse durante toda la vida, incluso mantener sus efectos sin tener consciencia de ello (por ejemplo, vemos la vergüenza que siempre pasa Dave cuanto tiene que besar en público a su novia, donde la resolución final de la terapia se centra precisamente en superar eso frente a todo un estadio deportivo, y también vemos las constantes alusiones que hace Dave al tamaño del pene).
Dave actúa muchas veces en función del juicio de los demás, temiéndolo, y con una constante sensación de que hace mal todo. Esos pensamientos irracionales son procesos aprendidos, que actúan de una forma contundente y muchas veces invisible. Y las personas, como Dave, acabamos jugando alguno de los dos papeles que hay en el reparto de la vida: o somos corderos o somos lobos. Curiosamente se da la triste paradoja de que para que haya lobos es preciso que haya corderos, y viceversa, los corderos aparecen en función de los lobos, de forma que esos corderos acaban atrayendo como pararrayos el maltrato y el desprecio de las fieras.- Lo maravilloso de las terapias es cuando los pacientes toman conciencia de que son solo eso (papeles de un guión), y de que ellos pueden asumir los papeles que quieran-.
La película nos ilustra muy bien sobre una cosa que sorprende: la capacidad de las personas de vivir la rabia de una forma “implosiva” (como dice Jack Nicholson, en el papel del Dr. Buddy Rydell: “la gente se divide en aquellos que viven la rabia de forma explosiva y los que la viven de forma implosiva”). Cierto. Aunque es un proceso que todos podemos vivir dentro de una cierta normalidad, el abuso de esta forma de reaccionar puede degenerar en patología (por ejemplo, en una depresión): me refiero a la agresión que se revierte para adentro, y muchas veces, contra sí mismo –algunos ejemplos serían el niño que rompe uno de sus juguetes preferidos porque su padre le ha castigado o que se da cabezazos contra la pared, o el adolescente que deja de estudiar y cae en la espiral de la autodestrucción en respuesta a la rabia que le provoca el desprecio o no-aprecio de sus padres-.
Tanta rabia siente Dave que no se permite reconocerla (entre otras cosas, además, porque se considera “bueno”), mucho menos autorizarla y expresarla. Otro problema añadido en estas situaciones tan propias de la Inteligencia emocional es que nuestro cerebro no tiene la capacidad de aplastar una emoción de forma exclusiva y selectiva, sino que cuando lo hace con una (la rabia) lo hace con casi todas las demás (por ejemplo, Dave al principio tenía problemas para vivir y expresar la alegría y el entusiasmo; a medida que se va diluyendo la coraza que atenazaba a la rabia, las otras expresiones van a ir surgiendo como vemos en la escena final de la escapada en el 4x4 tras la “venganza”, la reparación de dejar en ridículo con una agresión física al matón de la infancia convertido en un monje “pacifista” adulto).
Vemos como Dave hace gala de ese mecanismo de “profecía autocumplida”, y de la obediencia ciega a las expectativas que nosotros creamos en nuestra mente (muchas veces en función a su vez de las expectativas que los demás difunden –como símil de la Física- sobre la “realidad” y sobre nosotros mismos).
Ya sabemos que el tema de la "Inteligencia emocional" ha sido muy bien acogido, y no solo en el ámbito persona sino también en el empresarial/profesional, como no podía ser menos. Tres años despues de esta película aparecería "Diario de un ejecutivo agresivo", que ya comentaré en otra ocasión.
Moraleja: saber que somos analfabetos en “Inteligencia emocional” es una gran ventaja: es el primer paso para comenzar el entrenamiento que nos lleve a ser más y mejores personas, aprovechando y potenciando todas nuestras capacidades, las del milenario lagarto emocional (que tanto nos quiere y tanto hace siempre por nosotros), y las de evolucionado cerebro inteligente. Volver arriba