Ahora o nunca
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La verdad es que siendo tan importante podrían haber encontrado un término más “amigable”, sonoro y pegadizo: me refiero a la palabra “resiliencia”(no está incluida ni en los avances de la 23ª Edición del Diccionario de la RAE). La palabra está sonando mucho estos días desde la Psicología Positiva aunque es tan antigua como su antagónica que sí es más sonora y mucho más conocida: ahora me refiero a la palabra “estrés”. Sí, mientras “estrés” se refiere a la deformación que sufrimos seres y materiales por causa de una fuerza externa, “resiliencia” (¡qué difícil es pronunciarla!...) se refiere en una de sus acepciones a la capacidad que tenemos seres y materiales de recuperar nuestra situación previa de equilibrio tras sufrir ese “estrés”. De ahí su importancia.
Esta película va en gran parte sobre esa resiliencia. La película empieza por algo que todos sabemos: vamos a morir algún día. La mayoría de los humanos hacen uso de otra de esas palabras raras (la “procrastinación”) para aplazar para más adelante la preocupación sobre lo que es inevitable, a modo de mecanismo de defensa (“negación”). Sin embargo, los Jack Nicholson (como Edward Cole) y Morgan Freeman (como Carter Chambers) en vez de procrastinar lo que hacen es “resiliar”, esto es, hacen uso de su capacidad de encajar las adversidades y de recuperarse de ellas, sacando el máximo partido de esas situaciones e incluso convirtiéndolas en retos y en oportunidades de disfrute (“personalidades resistentes”).
Así es. Todos moriremos. Pero vivimos como si no fuera nunca a ocurrir, procastinamos. Los actores cuando se enfrentan al diagnóstico fatal, cuando ya no pueden procrastinar más, hacen lo que todos deberíamos hacer a diario: asumir el papel de protagonistas y guionistas de nuestras propias vidas. La verdad es que la propia vida a veces nos va ofreciendo parones de ésos para reflexionar y para reconducir nuestros pasos (por ejemplo, cuando acudimos a los funerales de personas allegadas y durante algunos días nos planteamos cambiar… El rodillo de la rutina es más poderoso y al poco tiempo ya estaremos otra vez aplastados por ese “sucedáneo de vida” cotidiano).
Dos personajes, Carter y Edward, que se hicieron a sí mismos con “resiliencia”, aunque los caminos los llevaron hacia resultados aparentemente distintos como nos muestra en blanco y negro el juego de personalidades: por un lado Edward hizo su fortuna comenzando como un “don nadie” de adolescente llegando a ser todo un poderoso multimillonario; por otro lado Carter, prometedor abogado que tuvo que dejar sus estudios universitarios porque la fortuna lo hizo negro y… joven… padre de un niño que no esperaba, pero cuyo potencial se desarrolló en forma de enciclopedia andante repleta de sabiduría y gran sentido común.
Una pregunta que Carter hace a mitad de la película resume de alguna forma el mensaje que nos dan sobre la vida y la resiliencia: “al morir los guardias del paso al otro mundo te harán dos preguntas para ver si te dejan pasar o no: 1.- ¿has encontrado la felicidad en tu vida?. 2.- ¿en tu vida has procurado felicidad a los otros?”. ¡Qué sencillo!… (casi tan sencillo como aquel “ama al prójimo -como te amas a ti mismo-“…).
Ya en su mismo principio la película comienza hablándonos de las paradojas y del sentido de la vida, y de cómo esa vida, esa felicidad, no está más allá de nuestras propias narices: esa escena en la que un “simple mecánico” demuestra con absoluta normalidad una sabiduría que sorprende y extraña, en esa entorno de rutina y costumbre del taller en el que la fatalidad se desliza como si nada, y sorpresivamente a la vez, en aquella llamada telefónica.
“Carpe diem”… podríamos decir también aquí. ¡Buen viaje y qué les aproveche!... Volver arriba