Emociones

Por: José Luis Catalán Bitrián
Correo electrónico


Este capítulo pretende reflexionar sobre las emociones en general. La intención es naturalizar la vida afectiva, quitarle todo aire de anomalía, enfermedad o excrecencia demoníaca. Las emociones están siempre, constantemente. Un aparato medidor las podría detectar y distinguir, lo que quedaría reflejado como los gráficos del ritmo cardíaco1. El miedo se da ante un peligro, pero ese peligro puede ser tan pequeño como saber si un hilo se ha enhebrado en la aguja, o podría ser mucho más llamativo e importante, como si nos estamos muriendo por un ataque cardíaco. En segundos podemos pasar a otra emoción distinta, por ejemplo, alivio y alegría porque el peligro era falsa alarma. Las intensidades máximas son las que nos llaman la atención consciente, a veces en su aspecto corporal -por ejemplo pinchazos, sensación de ahogo, temblor- pero habitualmente lo hacen por su sentido estratégico: ¿qué hago para salvar la situación?, y por su sentido lógico subyacente, esto es, lo que inactiva el peligro, lo que preserva aquello que pretendemos y se ve amenazado.

Lo que deseamos puede tener representación narrativa -forma de película- o abstracta al estilo de la x matemáticas, por ejemplo cuando representamos el amor por un corazón rojo, o la vida familiar con la foto de un picnic en la hierba. El caso es que nuestra mente quiere cosas, cosas que todavía no tenemos o que queremos conservar, y el peligro es lo que nos impide o se nos resiste para conseguirlas. La emoción se da porque hay que movilizar el cuerpo para conseguir las cosas que deseamos y se debe activar de forma funcional para los distintos momentos y vicisitudes en los que se desarrolla la acción.

Naturaleza de las emociones

La emoción es la forma de estar implicados en las situaciones, incluyendo tal experiencia una forma de estar el cuerpo: en tensión cuando se trata de agredir o huir, apáticos cuando estamos tristes, en excitación cuando estamos alegres o amamos...

No es que la emoción sea exclusivamente corporal, ni tampoco sólo mental, más bien el aspecto cognitivo y las sensaciones físicas van completamente unidas como una forma integral de vivencia.

El lenguaje ordinario puede separar algún aspecto de la emoción porque le interesa remarcarlo “mira como estoy temblando”, “lo que me dices me parece ofensivo” son mensajes que apuntan respectivamente al cuerpo y a la evaluación, aunque la vivencia interna integra el pensamiento y la imagen de cuerpo propio.

Constantemente estamos manipulando nuestro cuerpo y realizando evaluaciones, por lo que hablar de actos presupone una forma de estar involucrados2 en lo que hacemos, esto es, nos referimos al hecho de que no nos resulta indiferente el curso de la acción, sino que preferimos que se realice con éxito lo deseado. El deseo, en ese sentido, es una especie de anticipo de lo que queremos que suceda y constituye el sentido de nuestra acción.

Evidentemente, es fácil reconocer que huir de un peligro, golpear a alguien, acariciar, etc. son acciones. Pero ¿qué hacemos cuando, sentados en una silla, nos angustiamos pensando en un problema, o cuando estamos sintiendo amor viendo como juega nuestro hijo? La respuesta para estas acciones aparentemente vacías de conducta directamente observable es variada:

(a) en unas ocasiones estamos en el momento de la acción en el que estamos planificando y /planificar/ es una parte de lo que hacemos. Así la huida tiene diversos pasos: cuando corremos, cuando buscamos un lugar seguro; pero también un momento de la huida es aquel en el que pensamos a toda velocidad en la necesidad de huir, hacia dónde, de qué manera.

(b) O bien se trata de acciones sin desplazamiento como lo sería descansar tumbados en la cama. Así alguien puede preguntar, ¿qué está haciendo fulanito?, y contestamos: está descansando. Notemos que en el lenguaje, los verbos suelen cumplir la función de expresar acciones, y que tenemos unos verbos que son dinámicos (extensivos) /andar/, /coger/, otros son estáticos como /pensar/, /fantasear/, /concentrarse/... La emoción es una forma especial, en los verbos flexivos, de realizar acciones. Por ejemplo, odiar pensando consistirá en una forma de agredir mentalmente a alguien, o amar fantaseando un forma de dar y recibir cosas respecto a un personaje de nuestra imaginación.

(c) otras veces se trata de los roles pasivos de las acciones. Cuando cuidamos de nuestro hijo y recibimos de él una sonrisa, o vemos que ha hecho un progreso, sentimos el afecto correspondiente a algo que se nos da. Nadie duda que saludar es una acción, pero dentro de esa acción se necesitan dos roles, de agente y de paciente, de manera que cuando alguien nos extiende su mano, que nosotros la acojamos forma parte del saludo, de lo contrario se trataría de un saludo frustrado. De la misma forma, ver que nuestro hijo juega es recibir de él una especie de apretón de manos por el que se nos recompensa de los esfuerzos y expectativas centradas en él. Para el niño que juega con sus amiguitos en el parque infantil, que el padre esté ahí por si acaso le proporciona la seguridad suficiente para atreverse a explorar comportamientos nuevos. La mirada que de tanto en tanto se dirigen padre e hijo cumple lo que Malinowsky llamaba la comunión fática, un acto que cumple la finalidad directa de vincular el oyente al hablante por un nexo de algún sentimiento social o de otra clase3.

A menudo la emoción no se ve como una acción porque a diferencia de un saludo, que es una acto corto y sencillo, en un proyecto largo y complejo como pudiera ser el de una vida familiar, los distintos momentos parecen estar aislados, separados entre, sí, tal como si el día de la boda y el día que vemos retozar a nuestro hijo no formaran parte de la misma macro-acción, el proyecto de tener una familia. Es decir, que cuando muchas acciones se juntan para convertirse en un proyecto a largo plazo, es fácil que perdamos de vista el sentido de lo que hacemos de tal forma que estemos sintiendo algo y no sepamos bien porqué.

Un ejemplo de estos deseos complicados en los que nos perdemos puede ser el enamoramiento. Durante muchos años vamos perfilando nuestros gustos, los valores morales, nuestra forma de entender la relación entre hombre y mujer, nuestra manera de pensar. De pronto vemos a una persona, con sus gestos, una forma de ser que creemos adivinar, una serie de futuros momentos que nos gustaría compartir. esto es, esa persona parece encajar como candidato para una serie de proyectos a los que le falta la persona que los rellena. En el momento del flechazo parece que sentimos un amor repentino, sin explicaciones ni razones: pero esa impresión es debida a que nos conocemos poco, a que olvidamos aquellos otros momentos en los que nos hacíamos cábalas sobre el amor, los ideales, los gustos y las expectativas para el futuro o sencillamente viendo una película romántica.

Nos podríamos preguntar: si habíamos deseado enamorarnos un día, ¿cómo es que ese día en el que sucede nos olvidamos de que estamos realizando un deseo que teníamos? Esta incredulidad entraña no re-conocerse, olvidarse del proyecto inconcreto que uno mismo tenía.

Si miramos más de cerca el momento en el que reconocemos el amor que sentimos, podremos observar que no nos acercamos a un objeto extraño e incomprensible, hacia el que más bien cabría dedicar esfuerzos de exploración para desvelar su naturaleza, sino como un familiar largo tiempo esperado que aparece con la cara cambiada.

Tampoco es del todo casualidad que la literatura y el cine que más nos han impresionado, nos aprovisionen de fórmulas oratorias, de gestos, de maneras de seducir, etc.: usamos una semántica amorosa ya pre-dispuesta, pre-visualizada. Lo ensayado en experiencias prematuras o coartadas, lo que conocemos del amor, todo ello genera esquemas de comportamiento, esqueletos de acciones afectuosas que pasarán de una virtualidad a una realización plena a través de personas reales y elecciones pormenorizadas4.

El hecho de que una persona pueda tener distintas parejas posibles, con un cierto grado de validez satisfactoria, cosa que por razones de viudez, separación o divorcio sucede con relativa frecuencia, muestra que una misma persona puede amar con distintos estilos, y sin embargo se puede identificar perfectamente con un mismo deseo de formar pareja, con unas mismas claves de su funcionamiento amoroso. Igual que un crítico literario establece un género tal como la novela negra, la ciencia ficción, costumbrismo, etc., como un esquema narrativo fundamental que atraviesa historias muy distintas, también, siguiendo el símil, podríamos ser contemplados como un género o clase de amantes que buscan y creen encontrar el amor encarnado.

Para entender mejor porqué decimos que las emociones son actos entre actos, daremos unas reglas generales que subyacen a algunas emociones básicas:

=> En las emociones de miedo vivimos un aviso de un peligro que arruinaría un deseo que tenemos de vivir, gozar de buena salud, tener una excelente imagen personal, caer bien a los demás... El aviso de peligro lo tenemos que entender como una evaluación del desarrollo de lo temido junto a las posibilidades correspondientes de contrarrestarlo. Supongamos que estamos atravesando una calle y vemos un coche que viene en nuestra dirección: según a la distancia y velocidad calculada en milisegundos sentiremos un miedo intenso si suponemos que nos arrollará, y liviano si nuestra agilidad superará la amenaza con creces.

=> La agresión es un método de conseguir directamente un deseo y un método defensivo indirecto de conseguir que un deseo que tenemos no se arruine por un obstáculo que interfiere. El prototipo de la guerra de conquista nos da la pauta del estilo directo de agresión. En ella tratamos de destruir la resistencia que presentan los otros a nuestros deseos expansivos. El agresor quiere ganar a costa de la pérdida del otro. Los intereses de los actores se vuelven irreconciliables, y por ello se diferencia de las relaciones comerciales o amistosas en las que el ideal consiste en que cada cual gane lo justo. La muerte, total o parcial del otro es buscada como modo de apropiarse de lo que el ser o el tener del otro impide ser o tener a su costa. La agresión indirecta tiene una estructura de método defensivo. Nos defendemos de un peligro -si somos vendedores, del peligro de quedarnos sin clientes; si somos deportistas, del peligro de un ataque-. La defensa, de tener éxito, logrará liquidar dichos peligros, con lo que podremos llevar a cabo nuestros deseos -ser vendedores que venden, seguir sanos, tener buena imagen de nosotros mismos-. Esta división entre dos clases de agresión puede ser menos tajante en la práctica, por ejemplo, cuando un equipo de fútbol pasa del al ataque a la defensa en una misma jugada, o cuando no sabemos si un vendedor avasalla o intenta no ser rechazado.

=> Mediante las emociones amorosas, obtenemos las cosas que se dan por generosidad, y que son deseables. Podemos desear realizar nuestra sexualidad, tener el apoyo de un compañero, alguien con quien distraerse, formar una familia con hijos. El modo de conseguir este cúmulo de necesidades que se espera que un compañero satisfaga, es conquistando su voluntad de darnos con un intercambio amoroso. La familia de las emociones amistosas oscila en un margen de amplitud, que varía según las personas, las culturas y las épocas históricas5. El nivel mínimo es el comportamiento cooperativo, aquel por el cual respetamos las reglas de juego económicas o simplemente contestamos a alguien que nos pregunta por una dirección. Para llegar al intercambio económico tenemos que enterrar el hacha de la guerra y aceptar unas normas de juego mínimas que favorecen a las partes, aunque a veces más a una que a otra. El nivel máximo de amor lo establece la sofisticación de la cultura de la reciprocidad y de la generosidad. Cuanto mayor es la expansión personal que se obtiene por medio de la interrelación con el otro, implicando necesidades materiales, pero también intelectuales, de goce erótico, de fruición, de alianza, de ayuda, etc., la intensidad y profundidad del intercambio nos hacen contemplar al otro como necesario para ser. A su vez la pérdida del amor implica convertirnos en una sombra de lo que podríamos ser. Tan importante como para las relaciones de pareja o de amistad, el afecto es de vital importancia en las relaciones sociales, donde se traduce en un motor de solidaridad, e incluso en las relaciones internacionales, como forma de evitar que los conflictos acaben en beligerancia destructiva.

Tono emocional

Nuestra vida emocional es mucho más rica de lo que parece a simple vista. La emoción acompaña a todas las acciones, y resulta que siempre estamos haciendo algo, incluso hasta en sueños realizamos cosas en el mundo onírico.

Si fuésemos a estudiar lo que hacemos durante una jornada observaríamos multitud de emociones de poca intensidad (emotividad cotidiana): el miedo insignificante que tuvimos al mirar el reloj por la mañana temiendo llegar tarde al trabajo, el pequeño susto que tuvimos al tropezar con un escalón, la rabia que sentimos cuando la prenda que queríamos ponernos está en la lavadora... y continuando de esta manera podríamos ir coleccionando miles de pequeñas y fútiles emociones diferentes, y todas ellas sin mayor relevancia, que tuvimos a lo largo del día.

Desde luego no es lo más común fijarnos en estas emociones, y con razón, si es que se tienen otros asuntos más importantes en qué pensar. Lo recordamos aquí para señalar a esa vida emocional que late junto a nosotros como una sombra alrededor de todo lo que hacemos.

En verdad nos llama la atención una emoción cuando:

- Las estudiamos para conocernos o reflexionar.

- Algo va mal en ellas (por exceso, injustificación, inconveniencia, olvido, etc.).

- Aun no siendo problemáticas, simplemente nos relamemos en su contemplación.

- Las queremos aumentar, exagerándolas; o disminuir, atenuándolas.

El énfasis puesto o no puesto en la emoción como objeto de atención, clarifica un tipo de fenómenos: normalmente nos preocupamos del sentido de las cosas, y no de cómo está nuestro cuerpo mientras actuamos. El cuerpo funciona, cuando prestamos atención a nuestros asuntos, como una especie de vidrio traslúcido a cuyo través miramos.

En la psicosis se da el caso contrario en los síntomas de “extrañeza”. Podemos mirarnos en el espejo y parecernos el rostro reflejado raro, como si se perteneciera a un desconocido. O la persona coge algo con la mano y se pone a mirarla como algo ajeno que no controla, olvidándose de porqué la había estirado; por tal razón puede llegar a sacar la conclusión de que “un otro” manipula su miembro sin su voluntad.

En un mismo día hay todo tipo de emociones. Lo que suele interesarnos no es eso, sino cual ha predominado. Es decir, una persona dice que ha tenido “un mal día” o que “está contento” o “enfadado”. Lo que en realidad nos expresa es que han abundado sobre todo las angustias, los fracasos, o bien los éxitos -aunque también haya ocurrido de todo. Si durante un determinado período de tiempo ha sucedido algún asunto extraordinario, probablemente predomine por encima de las demás emociones ordinarias, borrándolas con su prepotencia (para bien o para mal).

Lo mismo cabe decir para grandes períodos de vida. decimos que nuestra infancia fue feliz, o que la adolescencia problemática o que a partir de la jubilación todo fue de mal en peor. Son resúmenes en los que existiendo un menú variado entresacamos lo más frecuente o lo que más nos importa según criterios muy personales.

Esto es, hacemos una estadística de cómo ha ido nuestra vida -hoy, durante una semana, en los últimos tiempos, en toda la vida transcurrida, en éste último rato-. De esta forma deducimos múltiples datos, como por ejemplo que “somos tristes” o “de talante optimista” o que “últimamente estamos muy irritables”.

Los resúmenes los hacemos más bien de cara a los demás, rindiendo cuentas en un examen. A nosotros mismos lo que nos interesa es lo que llevamos entre manos. Lo que absorbe nuestro interés está centrado en el anhelo que surge, en las zozobra en la que de pronto cae algo que queríamos, en los resultados de los propósitos. Tanto es así que así que obsesionados con nuestras promesas de éxito nos demos cuenta con el paso de los años que la felicidad estaba donde no mirábamos. Mientras esperábamos ansiosos pasaba desapercibida.

No es de extrañar que a veces nuestro tono emocional sea mejor observado por quienes nos rodean que por nosotros mismos. Quienes nos conocen nos avisan de que estamos tristes, irritados o enamorados, ¡y nosotros ni siquiera eramos conscientes aún!. Una madre ve jugar feliz a su hijo, pero su hijo a lo mejor está preocupado por que su juego salga como pretende, incluso se impacienta, frustra y enfada: no obstante pueden que sean los mejores años de su vida.

Conforme ganamos edad nos damos cuenta, porque miramos con los ojos del deterioro, que cuando eramos jóvenes atormentados, cuando trabajábamos duro, cuando pasábamos penurias, cuando teníamos buena salud o cuando simplemente podíamos andar,... ¡esos si que eran buenos tiempos!.

Emoción y cultura

Similarmente a como hemos hablado de técnicas corporales, podríamos ahora hacer referencia a las técnicas emocionales. Se supone que las emociones nos sirven para realizar nuestros deseos, pero para ello se requiere el arte de su regulación.

Tal es el caso de aprender lo que es peligroso, lo que es ser cobarde o temerario o cómo podemos defendernos adecuadamente de los diferente tipos de peligros.

El control emocional ha sido una carrera de obstáculos a los largo de la historia. Conforme evolucionaba la sociedad se requería una modalidad u otra. En la época griega se inculcaba a los niños el valor, preferir morir que huir del combate, la gloria al dolor; en la época Victoriana el comedimiento educado.

Los héroes homéricos reflejan bien ésta ética agonal de la aristocracia guerrera. Aquiles es admirado por vengar la muerte de su amigo Patroclo en manos de Paris, pero se le perdona que para demostrar su areté guerrera abandone al ejército aqueo, haciendo peligrar con ello el resultado de la guerra de Troya6.

Habrá que esperar a otro gran poeta, Hesiodo, para que los griegos comiencen a considerar los valores cívicos. Su poema “Los trabajos y los Días” pasa a convertirse en una especie de manual con el que educar a las jóvenes generaciones en la paideia de la diké, del derecho7.

Una poetisa como Safo de Lesbos, aun siendo mujer en aquella época marcadamente patriarcalista tan poco proclive a admirarlas, gana el corazón del griego aristócrata para el culto por el amor amistoso8, más bien entre compañeros de armas o entre maestro y alumno que en las relaciones de matrimonio, que no eran por amor precisamente, como hoy las entendemos.

Si nos trasladamos a los diálogos platónicos, observaremos que están teñidos de discusiones acerca de valores éticos: que si la areté del valor se ha de subordinar a la justicia, se la justicia se subordina al bien social o a la fuerza, etc.9

Gran parte de la tradición humanística en relación a temas afectivos proviene de Aristóteles10, en la que hay desarrollada una sofisticada regulación de los afectos del perfecto ciudadano, y en la que se pulen los extremismos que afean el cuerpo y el espíritu del hombre ideal: el nuevo hombre no ha de ser glotón ni mojigato, ha de ser sensible a encerrar en sí mismo todas las facetas humanas procurando que entren en una eudomonia, equilibrio armónico y sublime

Estas tradiciones griegas son recogidas y reelaboradas por el cristianismo como virtudes cardinales11. Los trovadores provenzales inventan el amour fins y el amour courtois, atribuido a Chrétien de Troyes.

El estallido del renacimiento italiano, que rompe con los moldes rígidos de las estructuras feudales, abre un período de libertad de ser, y con ello inaugura el problema moderno de la personalidad, con sus contradicciones, con su manera de entender la pasión y el pulso vibrante de una rica vida emotiva.

La larga etapa de industrialismo apaga en buen medida esas voces sin amo, domesticando la emoción hasta el sofocamiento victoriano.

Quizá otro modo de mostrar el desarrollo cultural de la emoción no lo da el mismo desarrollo del niño en sus diversas etapas de aprendizaje.

En la infancia el niño tiene impulsos explosivos: con su berrinches, su intensidad en la búsqueda del placer inmediato, sus crisis de impaciencia y versatilidad, sus reacciones prontas de temor, su facilidad para el llanto... Si bien tiene una vida emocional, no está organizada lo suficiente como para permitirle desenvolverse en el mundo de los adultos en plan de igualdad recíproca, sino por benevolencia complaciente de éstos últimos.

Un adulto que llorase por cualquier fruslería, se impacientase constantemente, tuviese continuas rabietas, etc., no podría conseguir ninguno de sus deseos entre iguales que le exigen reciprocidad.

Esto es lo que viene a suceder en los trastornos afectivos del adulto, y de una manera más atenuada también en la vejez, de ahí proviene el prejuicio de que los ancianos son “como niños”.

Un anciano no es un niño, ni tampoco un niño es un hombre primitivo, ni tiene cerebro de reptil como algunos autores sugieren12. Es un adulto que tiene sus sentimientos al rojo vivo. Tiene dificultades para alcanzar un equilibrio afectivo. Esta diferencia con el niño plantea un enfoque distinto también a la hora de entender su complicada situación vital: las separaciones y muertes, un pasado que persiste en la memoria de un mundo en parte ya desaparecido, el derrumbe físico, ...

Igual que las técnicas corporales son aprendidas por medio de la transmisión cultural, la imitación y la experiencia, así toda la sutil maquinaria de los afectos puede considerarse como cultural, ideo-lógica.

Esta es la forma en la que hemos llegado a enamorarnos, a odiar la injusticia, a sentirnos culpables al transgredir un deber, o simplemente a temer perdernos un programa interesante de televisión.

No hay escuela oficial para aprender el conocimiento acumulado por los siglos sobre las emociones, aunque hay tendencias de eso en algunos profesionales de preescolar, o en la psicología del crecimiento personal: más bien se deja al azar de cada cual, a las vicisitudes de su entorno social y a su voluntad de hacer las cosas como mejor se pueda.

El resultado de este panorama es que nos encontramos con personas que tienen sensibilidades muy distintas. Para alguien es peligroso e intolerante que se hable de él, y a otro le resulta indiferente, chistoso o incluso halagador.

En la vida práctica estas diferencias de sensibilidad suscitan muchos conflictos. a alguien le puede parecer, por ejemplo, demasiado duro el tono con el que un compañero le habla, y a su vez, al compañero en cuestión le parece por el contrario que esa persona se lo toma todo demasiado a la tremenda o que es excesivamente suspicaz.

En el terreno social hemos aprendido a duras penas a convivir unos con otros. En las relaciones interpersonales existe todavía una gran incomprensión, un aire beligerante y díscolo. Aun nos conocemos poco unos a otros, y no sólo eso, sino que abundan las conductas insolidarias y egoístas, que acabamos pagando entre todos.

Cuando la población tenga una mayor información y regulación sobre los afectos mejorarán las cosas. Pero esta cultura afectiva, ¿de dónde vendrá? Y aunque la tengamos ¿no surgirán nuevas sofisticaciones sociales que nos dejarán de nuevo desamparados?

Emoción colectiva

En los grupos y masas los individuos por separado participan de sentimientos comunes, lo que potencia esas emociones. Baste recordar algunos fenómenos de masa, como la estampida frente a una hecatombe, el magnetismo con el que un grupito de curiosos atraen como al miel de un panal a los que por ahí pasean, la atmósfera de un miting, para llamar la atención sobre el poder amplificador que puede tener lo colectivo13.

Por supuesto, no siempre un grupo participa el unísono de su ambiente afectivo. Hay discordancias, subgrupos rivales o sectores repudiados. De todas formas el hecho de situar al individuo en el marco del grupo proporciona un carácter especial a sus vivencias.

Una explicación simplificada podría ser la siguiente: la mirada de los otros nos saca del anonimato, nos enfrenta con las diferencias o similitudes. Esta conciencia que ilumina nuestra posición nos arrastra a acentuarla, queda resaltada bajo tal luz.

Hay sentimientos que cambian dependiendo de si se dan en una relación dual o grupal. Alguien puede ser moderadamente tímido cuando se habla con él, pero en un grupo puede aturdirse completamente.

Resulta difícil sentirse a gusto en un grupo, porque ello nos obliga a ser nosotros-mismos más que nunca, si no queremos ser borrados o diluir nuestra personalidad en nombre de las necesidades del grupo.

El trabajo de afirmación propia en el grupo es considerable. Exige tener un control multilateral: de las relaciones de los diversos miembros con uno mismo, las que tienen entre sí y las propias del grupo como tal frente al exterior. Somos definidos por pertenecer a un grupo o clase, y participamos, estamos implicados de cierta manera con él, amándolo, queriéndolo cambiar, porque nos atemoriza o lo necesitamos.

El modo de participar y pertenecer a los grupos es variable. Una versión la proporciona el criterio de espacio físico compartido, un aula, un lugar de trabajo u ocio. Pero otra posibilidad es que el grupo esté atomizado bajo el punto de vista de la distribución física, aunque no por ello nos sentamos menos “agrupados” formando una clase de personas. Es el caso del rol profesional, la edad, sexo, status, aficiones compartidas.

Podríamos hablar de los grupos consolidados como instituciones, en un sentido general. Habría entonces instituciones in situ, localizables espacialmente, y otras transversales, recorriendo o cubriendo toda clase de lugares, como una moda en el vestir hace acto de presencia tanto en el trabajo, como en el hogar o el bar.

Las distintas pertenencias institucionales defienden a una persona respecto a otras personas, y ello es un hecho emotivo. Por ejemplo, el pertenecer a la clase de los intelectuales puede crearle un “mal rollo”, un rechazo, en los que no lo son, o la hija que es admirada por sus amigos por su precioso mechón verde por su madre es vilipendiada; a una persona pobre le puede avergonzar terriblemente entrar en un hotel de lujo, o un rico morirse de miedo si tiene que ir a una tasca barriobajera.

El macro grupo por excelencia es la sociedad misma, de la que cada cual tiene algunas representaciones. Conviene recordar que el individuo no sólo tiene representaciones de cuerpo propio o particularistas, la mayor parte de su mundo representacional consiste en imágenes colectivas: todas las situaciones de intercambio entre personas las poseen. Los conceptos acerca del funcionamiento social influyen en la emotividad, desde el qué dirán, hasta saber cómo conseguir comida, prestigio, diversión.

Tanto es así que gran parte de lo que una persona desea de la vida tiene que ver con ser un miembro aceptado por los demás: ser considerado un adulto útil, apreciado y que funciona como los ideales sociales de su ambiente predican. Todo ello forma parte de lo más hondo de las ansias de una persona, profunda razón de sus alegrías y tristezas, de sus amores, odios y miedos.

Cuando una persona no está al tanto o no funciona como se supone, suele ser señalado por el grupo. La forma va desde lo cómico, para el que tropieza, se equivoca, comete torpezas; hasta las formas de violencia más extremas, como el internamiento, expulsión, confinamiento, cuando no la muerte. Zonas considerables de población son apuntadas al margen: jorobados, lisiado, viejos, negros, mendigos, extranjeros....

Por lo general el pasaje de lo que un sujeto desea, y desear que otros deseen algo que uno quiere que deseen, es abismal. Yo puedo desear que alguien a quien sobra trigo tenga ganas de regalármelo, pero ese señor lo que desea es guardárselo, a no ser que le diera algo a cambio. Los deseos de dos personas son difíciles de conciliar, porque son sujetos con igual libertad deseante. Si con dos es difícil, con treinta millones todavía más. No es de extrañar que llegar al punto de civilización actual, con todo lo insatisfactorio que pueda parecernos, ha costado, no una negociación amistosa de un ratillo, sino siglos, ríos de sangre y lágrimas. conseguir deseos colectivos no está casi nunca al alcance de nadie en particular, sino del colectivo mismo: los sujetos que forman la sociedad no tienen lo bastante con el tiempo de su propia vida para conseguirlo.

Si el hombre juega a ser Dios, pretendiendo que su sólo deseo razonable baste para cambiar las estructuras sociales, se decepciona, se irrita y no entiende porqué los demás no piensan igual que él, arreglándose todo inmediatamente. Paradójicamente quienes le rodean suelen sentirse molestos con una sensación de penoso mandato y con la presión de tener que pensar lo que otro ordena, por lo que los deseos de amor universal, impuestos, se convierten fácilmente en pretexto de una guerra de acritudes, reproches, desamor en suma.

Estar junto a los demás es algo que nos compromete más de lo que a menudo estamos dispuestos a reconocer: estamos demasiado implicados en el corazón del ser-así-como-somos con el mundo social. Y es que no sólo lo social nos “rodea” sino que también nos configura, es buena parte de lo que hablamos, pensamos, aspiramos.

Los otros, con sus exigencias, su atractivo, nos ponen a prueba. No podemos dedicarnos a dudar, considerar, o a ir a nuestro capricho, sino que se trata de actuar ya, dando alguna respuesta. Tal respuesta es decisiva para los demás, que actuarán en consecuencia. Si callamos nos ignorarán, si protestamos replicarán, si atacamos se defenderán, si bromeamos nos reirán las gracias.

Cuanto mayor es el grupo más difícil nos resulta co-existir, y si no aprendemos a hacerlo es posible que nuestra existencia se empequeñezca y empobrezca en contacto con los demás, cosa que pagamos todos.

Ni una sola existencia humana es despreciable. El bienestar de cada individuo en el grupo es necesario para el bienestar del grupo. Podría pensarse que nada sucede si una mayoría está bien y una minoría no -contando que se pertenezca a la mayoría, claro está-, pero no es del todo exacto. Un grupo que se corrompe practicando la marginación de la minoría introduce el diablo en su propia casa. En este punto no está de más que recordemos algunos fenómenos conocidos:

- En cualquier momento cualquier miembro podrá ser declarado en minoría y repetirse la práctica de exclusión. Como en cierto modo todos son minoría por el hecho de ser en algo diferentes, se instaura un grado de desconfianza en el sistema social. Esta ha sido la estrategia de terror de un Hitler o un Stalin.

- La práctica reiterada de la marginación acaba por excluir a tantos que al final la primitiva mayoría se convierte en una minoría que sojuzga a una mayoría atemorizada.

Los conflictos dentro de un grupo, entre mayorías y minorías, entre subgrupos o de miembros entre sí, han de ser resueltas por el grupo de tal manera que se pueda co-existir en forma de grupo respetando la personalidad de todos, mientras que todos -en su turno- acepten este principio de consenso grupal, ya que pudiera haber una especie de terrorista que impidiera la conciliación de las diferentes posturas del grupo.

El afecto idóneo para la convivencia grupal es el amor, la emoción del intercambio y de la generosidad recíproca. un grupo prospera si hay mucho más amor que agresividad entre sus miembros. Para ello las competencias y los temores han de reconducirse hacia pactos generosos en los que todos cedan para igualmente ganar todos.



1AFFDEX, aplicación para imágenes de video, EMOSPEACH analiza la prosodia de la voz (usado en algunos call center); SHORE, que se utiliza en las google glass, evalúa expresiones del rostro. Están saliendo al mercado gadget para medir emociónes, como el Empática E4. En los equipos de elite militar es habitual el uso de prendas que monitorizan variables fisiológicas que se trasmiten a un control central.

2La implicación no es un fenómeno concomitante. No que haya acción, pensamiento, habla, búsqueda de información, reacción, y que todo eso esté acompañado por una implicación en ello; más bien se trata de que la propia implicación es el factor constructivo inherente del actuar, pensar, etc., que la implicación está incluida en todo eso, por vía de la acción o de reacción. Agnes Heller, Teoría de los sentimientos, Ed. Fontamara, Barcelona 1980, pág. 18.

3Bronislaw Malinowski, El problema del significado en las lenguas primitivas, Suplemento I para el libro de Ogden y Richards, El significado del significado, Ed. Paidos, Buenos Aires 1984. pág, 330.

4Albert Bandura, Pensamiento y acción, en particular ver el capítulo 4, Difusión social e innovación, Ed. Martinez Roca, págs 164 y ss. Barcelona 1987

5Marcel Mauss Ensayo sobre el don. Forma y función del intercambio en las sociedades arcaícas. Katz, Madrid 2009

6Homero, La Ilíada, Abada editores

7Werner Jaeger, Paideia, FCE, Madrid 1982, pág. 67 y ss.

8Werner Jaeger, ob. cit. pág 131 y ss.

9Platon, La república, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid 2006.

10Aristóteles, Ética a Nicómaco, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid

11Antonio Royo Marín. Teología moral para seglares, I. Moral fundamental y especial. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1979, p. 177

12Paul D. MacLean, The triune brain in evolution: Role in paleocerebral functions. Springer Science & Business Media, 1990

13Elias Canetti, Masa y Poder, Alianza Editorial 2013


Volver a Psicología Cognitiva