ATAQUES DE PÁNICO

José Luis Catalán
jcatalan@correo.cop.es


En la infancia tenemos una idea omnipotente y fantasiosa sobre nuestras limitaciones físicas. Podemos pensar que nunca envejeceremos ni moriremos o que será tan tarde que prácticamente no ocurrirá nunca. Quizá estas ideas nos preparan mal para la práctica sensata del auto-cuidado, y de ahí que durante un largo periodo juvenil podamos abusar de nuestra aparentes “energías ilimitadas” para trasnochar, mal alimentarnos y también para adquirir la mala costumbre de preocuparnos y sufrir sin que aparentemente ello implique mayores complicaciones.

Pero un buen día las cosas pueden cambiar y enviarnos repentinas señales de funcionamiento corporal anómalo, como si el cuerpo ya no tolerara el mismo ritmo de agobio que tenía hasta el día anterior.

No somos conscientes de nuestro nivel de agobio, tensión e inquietud si estamos atravesando una época de estrés. Estamos tan familiarizados con las sensaciones internas de ansiedad que nos parecen normales, o por lo menos no preocupantes. Las despreciamos, aunque el nivel de tensión en realidad es más alto de lo que nuestro organismo está preparado para tolerar.

Esta especie de ceguera y sordera sobre nuestro estado es un error de cálculo que nace de que no conocemos nuestras limitaciones corporales, que niveles de descanso, relax, bienestar, distracción y goce necesitamos para funcionar operativamente. Nos hemos mal-educado a ser sacrificados y sufridores, anteponiendo el deber, la ambición y la auto-exigencia, o la búsqueda desaforada de estímulos. Quizás sabemos cuantas horas seguidas podemos aguantar trabajando, pero no sabemos cuantas horas necesitamos para ocuparnos de nuestra mínima tranquilidad personal. Ocurre también con harta frecuencia que tampoco sabemos manejarnos demasiado bien frente a las frustraciones, ante las que solemos buscar salidas que más que calmarlas parecen exacerbarlas.

Esto es lo que fundamenta un ataque de pánico, que también podríamos llamar crisis de ansiedad.

El nivel de ansiedad puede subir a un punto crítico por encima del cual se produce un “ataque de pánico” durante unos minutos en los que la persona le parece que pierde el mundo de vista, el equilibrio, o que pudiera enloquecer o estar muriendo de forma repentina.

Los mismos pensamientos de estar “pillado” “atrapado” y padeciendo algo “horrible” actúa de disparador y mantenedor del ataque. Las complicaciones de los ataques de pánico pueden ser que la persona desarrolle “agorafobia” o miedo a tener ataques de pánico en situaciones donde ya se han producido o que parezcan una “encerrona”, esto es, un espacio demasiado cerrado, demasiado abierto, demasiados estímulos o gente, estar lejos de un refugio seguro o en una situación en la que haríamos un mal papel huyendo.

Algunas personas caen en el alcoholismo o en el consumo de hachís o cocaína o abusando de los tranquilizantes recetados por el médico como una forma de “capear” estas dificultades sin resolverlas del modo adecuado.

Las primeras veces el ataque se produce, más que en pleno trajín frenético, en un momento de descanso. Se sienta, se para en frente al semáforo, espera en una cola, se tumba a descansar un rato, intenta mirar la televisión, está sentado en un medio de transporte, etc., Es precisamente eso, que está haciendo algo que no es particularmente activo lo que desconcierta, porque repentinamente nota que no puede hacer la cosa tan tranquila que quería hacer, porque el sistema nervioso está demasiado alterado para bajar de tan arriba a tan abajo en un instante.

Percibe esta dificultad anómala, observa los efectos de la taquicardia, la respiración es incómoda, y los mecanismos automáticos del control del ritmo respiratorio deciden hacer paradas y arrancadas asíncronas que le desconciertan “¿Me quedaré sin aire?”, piensa. El estudiar lo que pasa, asustado, es todo lo contrario a “emocionarse sin darse cuenta”. La diferencia es que sobre la extraña sensación -primero sin nombre asignado- se han encendido las luces rojas de una alarma, se ha sobre-activado nuestro organismo para estar en guardia por lo que pueda suceder. En definitiva se ha conectado el sistema de alarma como la que salta en la tienda de al lado un día de viento, sin más ni más. El viento no es un ladrón. De la misma forma el susto por las sensaciones incómodas no se basa en que realmente nos sucede algo grave sino en la sorpresa, el desconcierto.

En un segundo nota el encendimiento que produce en el cuerpo el estado de activación general. En cierto modo se parece a un susto repentino, como ver aparecer un perro en nuestra habitación o que se rompieran los vidrios de una ventana, una explosión, etc. Pero como nada pasa en el exterior, piensa, “¿Qué me sucede? ¿Me estaré muriendo? ¿Será esto un ataque cardíaco, colapso respiratorio, embolia cerebral? ¿Será esto que tengo un ataque de locura? ¿Cómo me puedo morir ahora sin haber hecho testamento o dejando las cosas sin arreglar?”

Sopesar este “diagnóstico” no es precisamente tranquilizador... Así que si ya arrastra una considerable alteración y además cree estar en grave peligro, se acaba por provocar un incendio. Llegamos de pleno al pánico. Sube el nivel de ansiedad provocando más efectos espectaculares: temblor de piernas, sensación de vértigo, rigidez de nuca, visión borrosa, sensación de flotar e de irrealidad.

Puede que acuda a un servicio de urgencias por si las dudas, y ahí, tras las pruebas oportunas le confirmarán que no era nada serio, “sólo” un ataque de ansiedad. ¿Pero cómo se convence de que no era “nada”, habiéndose sentido tan terriblemente mal?.

Sentirse con tanta alteración, el que eso suceda en un momento tenso de su vida, en medio de las complicaciones y exigencias, y encima el miedo a que se repita... por todo ello sumado, hay más probabilidades que se repita. De nada sirve en este caso desear que nunca más vuelva a presentarse un incidente tan desagradable como el padecido, porque la verdad es que ocurrirá otra vez por no saber lo que ha pasado y haber dejado dudas por resolver, porque no sabemos aún que cosas hay que reformar en nuestra mente y en nuestra vida para evitarlo. En cierto modo una crisis de ansiedad es un aviso que no oímos ni entendemos de algo que debemos cambiar.

Como podemos observar por esta descripción en el ataque de pánico hay dos fuerzas que se unen y se suman:

  1. un estado de ansiedad que predispone a padecer molestias en la regulación del sistema nervioso: dificultad de relajarse, cambios bruscos de ritmos respiratorios y de pulso cardíaco, tensión muscular, concentración lábil.

  2. Una desregulación más llamativa de lo usual acompañada de sensación de extrañeza y disparo de la alerta.

  3. la percepción de este estado no como una molestia física menor, sino como algo terrible, enigmático y sumamente desagradable. Algunos aseguran que preferirían que les cortaran una mano antes de pasar por esos mementos. Se tiene la sensación de perder el control voluntario -¡horror!- y el afectado se siente debilidad, desvalimiento, impotencia, lo que explica la reacción de “quedarse clavados”, parálisis y bloqueo.

Si lo expresamos con un esquema diríamos que

Un fenómeno de ansiedad –> provoca respuesta intensa de miedo –> la respuesta genera más de lo mismo

El estado de ansiedad producido por un estado general ocurre más bien al principio, pero al cabo de un cierto tiempo en realidad la causa de ansiedad deja de ser la que era y cambia a ser nuestra propia suspicacia y nuestro temor supersticioso de que pueda volverse a repetir, o el percibir el más mínimo estado corporal que nos parezca extraño, o el simple “pensar en ello”. Eso explica que aunque pudieran suprimirse las causas primeras, pueden haber cambiado algunas circunstancias o hemos comenzado a tomar tranquilizantes, han llegado a ser sustituidas por otras.

En realidad, bajo el punto de vista del trastorno psicológico, lo relevante no es el haber tenido un ataque de pánico. De hecho algunas personas lo tienen por haber cuidado a un enfermo varias noches seguidas, haber bebido más de la cuenta,  por efecto del consumo de algunas drogas o medicaciones, pero lo consideran “lógico” lo achacan al exceso, y lo olvidan. Lo importante es que la persona que ha padecido un ataque de pánico:

Si se ha caído en la trampa, cosa que le puede pasar con predilección a las personas más nobles, auto-exigentes y con afán de superación, ya que al “caradura”, al “viva la virgen” le suceden otro tipo de desgracias, el hecho consumado será que se ha ido desarrollando una hiper-sensibilidad al tema de la ansiedad, se habrán producido unos cuantos ataques de pánico, y desarrollado un grado notable de agorafobia. Se habrá ido a peor, seguramente por desconocimiento, metiendo la mata sistemáticamente al no saber cómo proceder para corregir la situación.

Aplacar un ataque de pánico la primera vez que sucede con las debidas explicaciones y consejos es muy diferente a corregir una ansiedad desbocada, que se ha expandido hasta envenenar nuestra vida, empedernida, sistemática, adictiva. Es la misma diferencia, valgan las distancias, entre corregir a un niño que no debe arrancarse un pelo, a la costumbre de hacerlo durante años, cuando se ha convertido en un tic involuntario. Cuando nuestra vida psíquica está “abducida” por la ansiedad de tener ansiedad y no poderla controlar durante años, nuestra personalidad esta ya muy tocada, resentida y resabiada. Seguramente un cambio de algo tan enraizado ha de ser un tanto irregular, gradual, lento, aunque sistemático.

A continuación añadiremos un listado que proporcione una idea de los requisitos necesarios para encontrar una solución al problema. Aunque difícil y seguramente lento, siempre será mejor el esfuerzo que el abandono. Cabe, además, que la persona que ha sufrido tanto se comprometa seriamente, una vez recuperado el control emocional, a compensar el tiempo robado con un planteamiento vital realmente satisfactorio, que esté dispuesto a volar alto al recuperar las alas.

Plan para recuperar el control emocional: 

  1. Hacer análisis médicos para descartar enfermedades de carácter orgánico, en particular trastornos endocrinos, circulatorios, dificultes de tensión arterial, etc.

  2. Una vez establecida la causa psicológica hacer una reflexión acerca de cómo estamos viviendo, en qué puntos nos estamos “pasando de la raya” y qué medidas de salud podríamos tomar, descanso, alimentación, ejercicio, diversión, cambio de actitudes.

  3. Llevar vida normal. Llevar vida de enfermo incurable no nos hace sentir precisamente normales. La causa de la ansiedad no es externa sino interna, así que el mundo no tiene la culpa y sería inútil tomar medidas de precaución porque el miedo puede perfectamente cambiar de “tema” una vez que cedemos en evitar determinada circunstancia.

  4. Evitar todo tipo de anticipación o pensamiento sobre la ansiedad: esta es la causa más importante del mantenimiento y crecimiento de la ansiedad. Una especulación es cizaña que sembramos y provoca mayor inseguridad. Lo correcto es “vivir sin pensar” hasta que llegue el momento X, en el cual nos limitamos ha hacer lo que sigue a continuación.

  5. Tener preparado un guión para decirnos es ese momento. Se ha podido preparar previamente con un psicólogo, y contiene fundamentalmente la idea de lo que nos pasa en que tenemos mucho miedo, pero el miedo no nos hará morir, y simplemente es algo que “bajará” en la medida de que actuemos con normalidad. No me muero, es sólo miedo.

  6. Respirar hondo. Si notamos cosquilleo en las puntas de las manos o en los pies significa que estamos ventilando o oxigenando más de la cuenta y que lo que interesa en “parar”, por lo que aguantaremos el aire contando tranquilamente uno, dos, tres, cuatro, y expulsaremos el aire suavemente, y repetimos la operación hasta notar que de esta forma introducimos menos oxígeno, desaparece el síntoma del cosquilleo y nos resulta más cómoda la respiración.

  7. Mirar algo y centrar la visión en el mundo externo: “veo un cuadro”, “una matrícula de coche que comienza por...” “el balcón tiene nueve barrotes”. Este ver-afuera nos ayudada a saber si vemos bien y a recuperar la agradable sensación de equilibrio. También conviene oír-fuera -qué sonidos escucho, qué canción suena, cómo oigo mi propia voz- y tocar alguna cosa como mi ropa, un mueble, un objeto cualquiera, pera dirigir los canales sensoriales hacia el exterior. Todas estas medidas conducen a comprobar si nos estamos desmayando o mareando o si estamos “funcionales”. Cuanto antes comprobemos nuestro estado y salgamos de la inmovilidad, antes podemos cerciorarnos de que nuestro estado es mejor de lo que parece.

  8. Continuar haciendo lo que estamos haciendo, si estábamos haciendo algo, o inventarnos una tarea. Es muy probable que la situación de pánico se de encerrados en un coche, en un aula o despacho, al ir a dormir, esperando en la cola del banco o para pagar en el supermercado, preferiblemente con personas detrás y delante impidiéndonos la huida. Entonces hacer algo puede ser hablar, curiosear, pensar lo que comimos la semana pasada, escribir algo, escuchar o tararear música, o cualquier cosa que tenga la suficiente garra para distraernos.

  9. Esperar los minutos necesarios para relajarnos. Se tiene que considerar que cuando uno se altera tarda un ratito en serenarse, es importante no confundir esto con que “fracasamos” en el control, así que no hay que tomarse como algo “raro” el que tardemos nuestros cinco o diez minutos en lograr tranquilizarnos.

  10. No enfadarse. Pensamientos como “!otra vez!”, “¿qué hecho yo para merecer eso?”, “¡esto es espantoso!” “!soy débil!” y similares aportan tanto nivel de noradrenalina a la corriente sanguínea como la ansiedad. Además esta ira contribuye notablemente a que la próxima vez parezca más infernal si cabe.

  11. También esta totalmente contraindicado deprimirse como si a uno le estuviera sucediendo alguna gran desgracia o tuviera la peor suerte del mundo. Esto solo tiene el efecto de magnificar al “enemigo” haciendo que la ansiedad parezca más tirana, abusiva e todopoderosa que nunca.
    En vez de deprimirse es más útil animarse todo lo que uno pueda haciendo cosas que compensen el mal sabor de boca dejado por el momento de pánico. Actividades lúdicas o que nos den paz, goce y nos reconcilien con la vida como la buena música, la buena lectura, la buena conversación o el goce estético de las cosas.
    Uno puede hacerse algún tipo de “premio” como un remedio curativo muy eficaz para “minimizar” la fuerza del miedo.
    Hay que recordar que tomarse las cosas con humor es un buen método para solucionar todo tipo de problemas de salud y de la vida en general. Algunas personas en fase de superación suelen hablar con su miedo diciéndole “así que ya has venido a molestarme un poco ¿no?, pues has de saber que ya no me impresionas porque sé que mucho ruido pero sólo eres un poco de ansiedad fisiológica inocente, así que ahora ¿qué cosa agradable podríamos hacer? ¿tal vez hablar con esa persona encantadora que tanto nos gusta? ¿tal vez nos podemos ocupar en algo útil e interesante que nos permita cambiar de tema?”.

  12. Dejarse ayudar por un profesional. Es una lástima que muchas personas tengan alergia a dejarse ayudar por un psicólogo como si su valía personal quedara en entredicho, porque de igual modo que nos dejamos orientar por un asesor fiscal, un inversor financiero, o el maitre en un restaurante, es más síntoma de inteligencia y sensatez que de otra cosa contar con el asesoramiento de un psicoterapeuta especialista en trastornos de ansiedad.
    Todos los puntos anteriores y otros más quedan mucho mejor aclarados y sobre todo, puestos en práctica, con el apoyo del psicólogo, de forma que nos aseguremos del éxito en el control de un miedo que ya se ha apoderado de nosotros.
    Ya se sabe que estamos en la era del bricolaje, del hágaselo usted mismo y de la auto-ayuda y de la búsqueda de información la en internet, pero tampoco que hay exagerar tanto que pongamos en peligro nuestra propia salud y calidad de vida sólo por evitar el contacto del profesional. Si tiene ataques de pánico y/o agorafobia, dedique tiempo y medios necesarios para su solución correcta y completa

Carta a una agarofóbica

>La 1ª vez que tuve un ataque de ansiedad creí que iba a sufrir de un
> momento a otro un paro cardíaco, debido al ritmo de los latidos de mi
> corazón. Hasta ahora creía no tener miedo a nada e incluso
> me calificaría de una persona segura de sí misma. A raíz de estos ataques,
> cada vez más frecuentes y duraderos, la imagen que tenía de mi misma, ha
> sufrido una metamorfosis radical, llegando a convertirme en una persona
> asustadiza y aprensiva.

Apreciada X.:

Los ataques que inicialmente experimentaste fueron debidos a que en un momento de “exceso” de estrés tu sistema nervioso que, al contrario de lo que a veces se nos olvida, existe como entidad física con sus limitaciones a igual título que la necesidad reparadora del descanso por el sueño, el aporte de líquidos y nutrientes. Estaba sobre-saturado.

Ello se notó principalmente en que justo en el momento que tu querías hacer algo relajado, sentarte, estar en la cola de un cine, estar con amigos, tumbarte, pararte en un semáforo por ejemplo, no podías hacerlo a la velocidad acostumbrada, lo que produjo un desajuste de ritmos, lo que tú, inocente víctima, interpretaste precipitadamente, o por ignorancia, como ataque de corazón. Real o ficticia, tuviste la experiencia impactante de “estar muriendo”.

Has de saber que en un momento así, en el cual nos ponemos a percibir que hay algo extraño en nuestro cuerpo, la percepción puede estar alterada al dejar pasar el sistema reticular ascendente del cerebro las sensaciones físicas (opresión en el pecho, respiración, debilidad de piernas, etc.) aumentadas, Un ejemplo conocido de este fenómeno es cuando acariciamos un perro que luego vemos que se rasca: nos produce intenso picor el pensar que podríamos haber cogido piojos. De igual modo, en tu caso, la percepción sospechosa es lo que realmente indujo la sensación de irrealidad, extrañeza. La experiencia te pareció anómala -aunque la realidad luego se demostró que ni morías, ni te mareabas, ni te desmayabas, ni nada de nada...

Resumiendo, ¿Qué sucedió? Que tuviste una reacción lógica, disparo de “alarma roja” ante lo que te pareció un funcionamiento extraño de tu cuerpo, especialmente el corazón, es decir tensión y angustia por ella, es decir el doble de ansiedad.

Aun así tenemos vivencias comunes de esa magnitud como, por ejemplo, la experimentada en un atracción diabólica de feria, un robo con violencia, una repentina situación de riesgo como si de pronto alguien tirara una piedra y rompiera el cristal de tu ventana. Un pico de ansiedad no es patológico en sí mismo -especialmente si es un hecho aislado-, y el cuerpo lo tolera perfectamente- Es normal experimentarlo varias veces en la vida. Lo que sucede es que habitualmente somos capaces de auto relajarnos al cabo de un rato, encontrando rápidamente una explicación evidente, actuando de una forma eficaz resolviendo el problema que lo provocó.

La diferencia es que a en vez de un susto repentino por ver, pongamos el caso, una serpiente venenosa, en tu caso, lo que desencadena ahora el miedo que aparezca otra vez el miedo intenso y misterioso del seudo ataque cardíaco tal como lo viviste en el peor momento de angustia. Algo así como acordarse de una violación sufrida, que podría hacernos sentir angustia, asco y rabia más intensos de lo que quisiéramos, y que puede extenderse fácilmente al hecho de pasar por el callejón que sucedieron los hechos, o sencillamente por la cercanía de un hombre estando a solas.

Le estas cogiendo miedo supersticioso a los lugares y situaciones en los cuales te parece que corres peligro, como si hubiera algo en ellos que te sienta mal. Ante el desconcierto y situación de impotencia intentas controlar el miedo huyendo del mundo “peligroso” cuando el pobre mundo es inocente en este caso.

En realidad es tu propia inseguridad y desconfianza la que “mancha” todo lo que toca y todo lo que alguna vez ha sido “decorado” del miedo. Contra más precauciones tomas más rara y enferma te sientes. Por lo que estas desarrollando por añadidura un mal hábito, el de volverte miedosa y supersticiosa.

Hábito quiere decir que el control voluntario disminuye en buena medida como al hacerte adicta al tabaco y se convierte en un impulso irracional destructivo.

La solución es tu auto-serenamiento y debes conseguir prepararte para afrontar los momentos de pánico llevando vida normal cuando sucedan, como un policía o un militar que se entrenan para reaccionar con sangre fría en una situación de alto riesgo. Los puntos esenciales que necesitarían ayuda profesional o lecturas especializadas para realmente entrenarte en ello son:

El peligro real de los ataques de pánico es deprimirte, más que padecer ataques de corazón. A lo mejor tienes un buen corazón capaz de latir presto y contundente, cosa preferible desde luego a otro que se asfixiase al subir una escalera. Tu forma de estar asustada por lo que sucede, aparentemente sin control, produce intensas emociones. No obstante no mires tus emociones como quien mira uno a su peor enemigo: lucha para que la ansiedad sea un cosa pequeña como por ejemplo cuando se te duermen las piernas por estar demasiado rato sentada.

Te aconsejaría que estas cosas que te digo las hagas con ayuda experta: la ansiedad se puede haber apropiado de ti y puede impedirte reaccionar de forma adecuada, y alguien desde afuera te puede dar trucos de control y aliento para que no desesperes. No es especialmente difícil con un buen asesoramiento, así que no te des por perdida porque tu situación tiene solución .

Un cordial saludo,


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