FOBIA SOCIAL Y TIMIDEZ

por José Luis Catalán
jcatalan@correo.cop.es

Todos tenemos miedos a cosas como las serpientes venenosas, los perros rabiosos, las infecciones, los accidentes, aunque este miedo se traduce en un comportamiento de simple cautela frente a las situaciones de peligro y además la emoción en su nivel moderado ayuda a estar alerta en vez de interferir de forma limitante y negativa.

Hablamos de fobias cuando la intensidad con la que experimentamos el miedo frente a los distintos peligros es:

En la fobia social el miedo se centra en situaciones de vida cotidiana más complejas y sorprendentes, ya que nos vemos obligados a vivir en sociedad, a diferencia del miedo a las serpientes que puede ser inocuo a no ser que quisiéramos trabajar en un zoo. Interfiere en las relaciones humanas en general, y negativamente en el desempeño la profesión, especialmente si requiere trato con el público, reuniones, visitas a clientes. Así mismo entorpece las relaciones de amistad y el disfrute del ocio.

Es bastante común padecer cierta incertidumbre, ansiedad e inseguridad al conocer a personas nuevas, pero una vez roto el hielo, casi todos logramos convertir esos encuentros en una experiencia agradable. En cambio las personas con fobia social experimentan un grado de ansiedad mucho más elevado en estas situaciones.

El deseo que solemos tener los humanos -especie social, bajo el punto de vista etológico y antropológico- de formar parte de los grupos sociales, ser valorados y apreciados se ve gravemente disminuido, con la consiguiente baja autoestima y complejo de inferioridad.

Puede ser tanto el grado de ansiedad o vergüenza que se produzcan señales físicas delatadoras (sudor, temblor muscular y de voz, rubor, etc.) que hacen que la persona afectada sea más vulnerables e insegura en público. En vez de convertirse en ocasión de disfrute se transforma en algo cada vez más desagradable, lo que desanima y empuja a eludir esos malos tragos y utilizar subterfugios, apaños socorridos a fin de evitar la repetición de ese tipo de momentos penosos.

Elementos más importantes de la fobia social:

La relación con otras personas con las que no hay familiaridad y confianza -incluso a veces también con ellas- contiene un punto de relación de tu a tu que le parece dramático, como si en el acto del encuentro fuera a ser observado, interpelado, juzgado como quien descubre a un hereje infiltrado. Se apelotonan en un segundo ideas de inseguridad de estar a la altura de la circunstancia, deseo de cumplir pero temor de no saber hacerlo, ser clasificado como poco interesante, pobre de expresión, incómodo en el trato.

La mirada de los otros también le causa temor cuando están observando lo que está haciendo, por si resulta por alguna razón inapropiado, inadecuado. equivocado o pretencioso. Es como si se metiera en el cerebro del que mira tratando de hallar la verdad de lo que encuentra y si hay sentimientos de rechazo. Esta especie de “lectura de la mente” resulta por lo general sesgada. Cree que el que le observa está pensando “que mal lo hace”, cuando quizá lo que realmente piensa es “que jersey más bonito lleva”. Por lo general los humanos no sacamos conclusiones precipitadas de una mirada, preferimos basarnos en los hechos (si nos hablan con dulzura, si nos saludan, si nos aceptan). El fóbico acaba captando que la realidad no es tan hostil, pero el susto de pensar que disgusta no se lo quita nadie. Otra cosa distinta es que las consecuencias a largo plazo de su inhibición haga que los demás prefieran tomar café con otros, o se encuentren mejor con quien les responde de forma más grata. Esto sería cuestión de comodidad no de juicio hostil, y de hecho en cualquier momento puede cambiar.

Si se han resuelto los temores a la opinión de los demás, o si poco a poco se ha logrado crear una relación de confianza queda la posibilidad de que entre en juego un nuevo elemento que desestabilice lo conseguido: cuando le presenten a una nueva persona. Inmediatamente surgen los miedos dormidos. Se siente escrutado y que el examen consiste en cómo interactúa, cómo saluda, sonríe, resulta apto para ser digno de la recomendación del mediador que le presenta a la la persona nueva. El presentado está abierto a recibirle en su círculo de conocidos, pero para tal honor él tiene dudas de merecerlo o que le está obligando a aceptarlo con un crédito inmerecido.

Temor a propósito de comer o beber en público, no tanto por estar rodeado de gente, y tratar con el camarero, que también, sino por ser vistos comiendo, que es un momento vulnerable de cierta intimidad en el cual son visibles nuestras maneras de mesa, la voracidad o placer con los que comemos, nuestros gustos y manías. Aparece expuesto un fragmento de nuestras vivencias, y por ello se coarta el gusto de comer: se atraganta por el miedo a ser considerados inadecuados, glotones, por ejemplo, sucios, poco delicados, raros por lo lo platos que elegimos. Todo ello puede sentenciarlo cualquiera que lanzara aunque fuera una breve mirada indiscreta. Tal vez un día, con la torpeza de los nervios, se nos volcó una copa o calló comida en la ropa dejando la huella de un lamparón, eso sería suficiente para considerar un restaurante como un terreno minado.

Las gestiones nos ponen en contacto con los roles económicos, administrativos y en general con representantes del poder oficial si no estamos familiarizados. Un burócrata es capaz de rechazarte por una coma o un plazo de entrega, un documento que falta o que está mal planteado. Las consecuencias de un trámite mal hecho puede entrañar serios inconvenientes. Muchos delegan este tipo de cosas a expertos o familiares avezados en estas lides, lo que es un ejemplo de cómo se puede prolongar o aumentar un miedo: por dejar que los otros nos ayuden en vez bregar con el asunto nosotros mismos, evadirnos de la responsabilidad, buscar el alivio dejando para otro día el aprendizaje de esa habilidad. Preferimos la tranquilidad, aunque ello nos empequeñezca o haga dependientes, a pasar el mal trago de aprender lo que no sabemos, de afrontar lo temido hasta que nos familiaricemos con ello.

Terror a dirigirse a un público o grupo de amigos. Esta es una situación muy común en todos los que tienen fobia social, incluso los que se propusieron con disciplina superarse e incluso eligieron trabajos en los que se habla con gente, tienen este último escollo de las reuniones y los grupos. En el grupo no son una sino muchas miradas a la vez que se clavan en tí, haciendo que la ansiedad escénica suba por las nubes. Es difícil controlar a todos a la vez, lo que le hace aparecer como una víctima desarmada, indefensa a merced del publico. Al unísono le pueden minusvalorar o descalificar si no está a la altura, con lo cual el fracaso tendría el agravante de la unanimidad. No ayuda mucho sentir una galopante ansiedad en la medida que se hacerla el momento maldito de presentarse: nos puede parecer que en esa condición de nerviosismo es muy difícil salir airosos, podríamos temer incluso quedar en blanco o soltar tonterías y estupideces que nos denigren. De este modo se pierde la oportunidad de sentir el placer de ser uno mas, valorado, aceptado, que es una de las cosas mejores que tiene sumergirse en un grupo o en un público, que abriría numerosas posibilidades de expansión y relaciones personales.

Aversión a realizar llamadas por teléfono. Aunque la comunicación telefónica simplifica el problema de ser visto, conserva el aspecto de la comunicación verbal, suficiente como para sentir próxima a la persona al otro lado de la linea, que puede adivinar en el tono de la voz la emoción contenida en ella, y por ende ser consciente de la zozobra, inseguridad, ansiedad del que llama, por lo que está expuesta a su juicio. Esto es suficiente para que el fóbico tema ser descubierto, especialmente frente a personas que le asustan por su grado de competencia, status profesional, afabilidad, inquisición, todo aquello que le pueda cuestionar y hacer aparecer como persona irresoluta, torpe, que no sabe lo que quiere, no se explica bien, hace suposiciones ridículas, no sabe lo que todo el mundo debería saber, es incómoda para conversar obligando al quien está al otro lado de la linea a perder el tiempo y ser molestado.

Dificultad para expresar su oposición en el trabajo o hacer reclamaciones, incluso si se tiene la razón y el derecho de hacerlo. Le resulta difícil adoptar un tono de voz asertivo, pone demasiado en duda su percepción de las cosas al mismo tiempo que otorga excesiva credulidad a los argumentos del contrario. Esta mentalmente poco preparado frente al abuso, la manipulación, la mentira de las personas prepotentes y con pocos escrúpulos. Exagera las consecuencias de la confrontación, empezando por el temor de estar haciendo reclamaciones injustas hasta creer que será merecedor de un profundo rechazo, cuando no de represalias peores que lo que trata de arreglar.

Las fiestas y reuniones son una pesadilla y el comportamiento de la persona que tiene fobia social consiste en ponerse cerca de la puerta o encargarse de discretas tareas que le permitan huir del escenario: recoger abrigos, abrir puertas, dirigir a los comensales a su lugar, poner música, ayudar en la cocina, etc. Si hay que cantar moverá los labios sin pronunciar sonido, si hay que participar lo hará con monosílabos o repeticiones de lo que otros dicen o coletillas socorridas, pero sin osar a poner en juego lo que cree o lo que siente al respecto. A la hora de bailar se sentirá cohibido ante la posibilidad que los demás no tengan otra cosa que hacer que mirar atentamente cómo lo hace para reírse o escandalizarse de su poca gracia y soltura corporal.

Las aglomeraciones como las calles concurridas, los grandes almacenes, los eventos deportivos, las fiestas populares son a menudo odiadas juntamente por volvernos “anónimos”, un puro número que contabilizada un contador de asistencia. Esto, para nuestra necesidad de “ser alguien” resulta mortífero y agobiante, aunque para otros sea una delicia y un relax, por ejemplo para alguien cuyo rol profesional y familiar le pone tenso y acude a un estadio a gritar al árbitro como un energúmeno más sin pudor ni miedo de dar mala imagen con sus chillidos e insultos. El fóbico social ni se relaja ni quiere “ser alguien” sino que “cualquiera” puede adivinar en un instante que sea un mindungui, con complejo de inferioridad o con debilidades. La multitud de ciudadanos de primera tienen un peso aplastante para acongojarle, hacerle sentir nada.

Algunas personas con fobia social tienden a beber alcohol para ganar así valor y deshinibición, pensando que con un par de copas se podrán soltar y tranquilizar. No digamos si toman una raya de coca u otro tipo de estupefacientes -incluidos los fármacos legales- que alteran el curso normal de las emociones. Es muy posible que la fobia no desaparezca con este método que es una especie de evitación “hacia adelante” en vez de “hacia atrás” como el resto de huidas. Hace que se dependa de una sustancia para afrontar las situaciones temidas, y en ocasiones, justamente por la insuficiencia de anestesiar la ansiedad, genera grave dependencia, lo cual obviamente se convierte en problema peor que el que se trataba de subsanar.

Algunas fobias sociales incluyen el miedo a tratar con el otro sexo a extremos que producen graves dificultades para conseguir pareja. Es tanto el temor a descubrir los sentimientos y ser rechazos, la inseguridad sobre el modo de llamar la atención o alimentar un proceso de seducción. El fóbico se decanta por la cautela -un quiero y no puedo-, en contra de las más intimas necesidades que le empujarían en otra dirección. Adopta una distancia “segura” que resulta muy confusa a los objetos amorosos, que aun suponiendo que le correspondan, se desaniman creyendo que no hay señales que les inviten en perseverar en el anhelo.

El miedo no es un estado emocional inmóvil, como como ocurre en los estados de tristeza o alegría que fluyen, aumentando o disminuyendo. Se alimenta de:

Los síntomas de la ansiedad que aparecen en la persona que tiene fobia social cuando se expone a lo temido pueden llegar a ser el símbolo de “lo peor” que le sucede y convertirse en una especie de representación desplazada de sus temores sociales:

La fobia social empobrece a la persona que la padece, reduciendo a la mitad su vida social, estropeando las posibilidades de ocio y progreso profesional.

La frustración que todo ello implica puede reflejarse indirectamente en forma de desánimo general y se genera una irritación descontrolada que la paga el circulo familiar íntimo. A veces es causa de caer en un depresión tras un larga etapa vital de sufrimiento .

Las relaciones que exigen iniciativa, sostén y aportación por nuestra parte se pueden llegar a ver gravemente resentidas y romperse.

Elimina aquellos oportunidades que suelen provenir de la actividad social, hacer amigos en el colegio o en el barrio, participar en las equipos, promocionarse en el trabajo, etc. . Puede ocurrirle a un fóbico social que rechace una oportunidad laboral solamente por el miedo que tiene a las nuevas responsabilidades, especialmente si tiene que tratar con muchas personas y hacer reuniones.

Lo que piensan los demás del fóbico puede coincidir en algunas apreciaciones y diferir en otras. Se les puede ver serios, ariscos, hostiles incluso en ocasiones, deseosos de aislamiento y debido a esta impresión se les deje a su aire, tranquilos, por atribuirles falta de deseos de socializar, ser poco interesantes para charlar o divertirse, no inspirar confianza como para explayarse con ellos. Por otro lado, objetivamente, se les puede considerar buenas personas, no conflictivos, enigmáticos, colaboradores, atentos. Estas visiones son fruto más bien de la barreta que separa a unos y otros, la falta de conocimiento achacable a su vez a la ausencia de comunicación significativa. Detrás de del muro de separación hay una persona desconocida. Tal vez el fóbico de pequeño era un niño dicharachero y charlatán, quizá posee un rico mundo espiritual disimulado a la vista, sentimientos nobles, ganas de amar, cualidades creativas

La timidez

La timidez es una forma atenuada de fobia social, y que habitualmente tenemos y disimulamos todos mejor o peor.

No sabemos si resultaremos competentes, valiosos o apreciables a los demás.

Muchas veces esto esta en agudo contraste con un ambiente familiar en el que hemos sido mimados y protegidos, aunque en otras ocasiones es todo lo contrario: un ambiente familiar autoritario y descalificador también produce futuros tímidos.

Nuestra forma de ser se hace en el ejercicio de relacionarse con los demás, es un resultado de atreverse a ser-delante de los demás, mezclándose y entrando en conflictos que uno aprende a ir solucionando sobre la marcha.

La persona tímida es cautelosa: no se arriesga a equivocarse, a ser rechazada o a resultar inadecuada, y como no practica no avanza, y espera que un día se levantará con la moral alta y resultará segura de sí misma por arte de gracia sin tener que pasar por los malos tragos y apuros que la mayoría debemos recorrer para curarnos de complejos e inseguridades y resultar buenos amigos, compañeros de trabajo o parejas y disfrutar de las relaciones públicas en general.

Descubrir lo que somos realmente tiene algo de lanzarse al abismo de lo desconocido y explorar lo que resulta de ello, y esta es la forma mejor de superar la timidez.

Palabra a palabra nos obligamos a nosotros mismos a enseñar lo que pensamos para se oía y se tenga en cuenta. Pero también -y sobre todo- lo que sentimos, nuestra alma al descubierto, como cuando decimos “me molesta el humo que me hechas a la cara” o “me gustaría que tomáramos el sábado un café juntos”, o “este fin de semana me apetece ir de excursión con unos amigos que hace tiempo que no veo”.

A menudo superar la timidez es una cuestión de número de palabras, cambiar el “si”, “no” “tal vez”, “mmm”, por frases de cinco minutos.

Dejarse ir hacia una frase que va a ser muy larga es como confiar en tu propio cerebro, en su auto-estimularse, refrescarse y entusiasmarse por una tarea intelectual (en el fondo le encanta, es lo suyo).

La persona tímida tiende a creer que no tiene mucho valor, o capacidad, pero la realidad no es exactamente esa. Muchos grandes tímidos se han convertido en grandes genios científicos o escritores. Lo que debemos considerar sobre todo es que uno mismo/a es quien se pone encima una losa que le impide moverse, y lo hace mediante la parálisis que induce con sus pensamientos de mal agüero tales como “lo mio no tiene importancia” “mis cosas aburren” “mi interés no coincide con el de los demás” “podría ofender, aburrir o molestar a alguien” o lindezas parecidas.

Esta especie de auto-sabotaje equivale a que nos diera por vaticinar: “seguramente no caminaré recto y estéticamente, pareceré torpe y tropezaré” y como fruto de esta hipótesis tan poco constructiva hasta consiguiéramos andar mal y tropezar.

Nos cuesta encontrar un lugar en el mundo, el nuestro, y en vez de ello caemos en el error de pretender ser como otros, lejanos ídolos de barro que nunca lograremos ser.

Sería buena cosa rebelarnos de una vez por todas y determinarnos a ser espontáneos, aceptando luego con resignación el número amigos y enemigos que ello produzca. Por lo menos seríamos felices tanto nosotros como quienes nos rodean. La íntima alegría así conseguida decoraría como un adorno navideño el paisaje de los demás.


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