EL AUTOCUIDADO DE LOS PROFESIONALES

Capítulo del libro del Dr. Jorge Barudy: "Maltrato Infantil - Ecología Social: Prevención y Reparación" de la Editorial Galdoc (Chile 2001)

INDICE
I.- COMPROMISO Y AUTOCUIDADO PROFESIONAL
II.- PROGRAMAS DE AUTOCUIDADO DE LOS PROFESIONALES
III.- MODELO ORGANIZATIVO DE UN PROGRAMA DE AUTOCUIDADO DE PROFESIONALES
- Recursos fundamentales:
- El altruismo social
- La organización en redes
IV.- LA RED DE PROFESIONALES. Características:
- La Coherencia Interna.
- La Plasticidad Estructural
- La Capacidad de Asociación
V.- EL AUTOCUIDADO EN UNA RED. Espacios ritualizados:
-
Espacio de Conversación Libre
- Espacio de Intervisión
- Espacio de Supervisión

I.- COMPROMISO PROFESIONAL Y AUTOCUIDADO
Através de este capítulo trataremos de mostrar que la eficacia de los Programas de Atención Infantil depende en gran parte del compromiso de los profesionales, el cual de algún modo está sujeto a la capacidad de las instituciones de desarrollar programas habilitados para ofrecer los cuidados necesarios a fin de proteger a éstos del "síndrome de tensión y agotamiento profesional" o "Burn Out and Stress Sindrome" (Barjau,1991).

La noción de autocuidado debe ser considerada en dos niveles: el primero, anteriormente enunciado, se refiere a la necesidad de que las instituciones protejan los recursos profesionales; el segundo, a la capacidad de los profesionales de autocuidarse. A diferencia de los niños, los profesionales, en tanto adultos, tenemos la capacidad de desarrollar estrategias de comportamientos destinados a proteger nuestra integridad personal, familiar y social, es decir, tenemos la capacidad de cuidarnos a nosotros mismos, necesitando también la ayuda de los otros para mantener nuestro compromiso, creatividad y, sobre todo, la competencia para ayudar y proteger profesionalmente a los niños.

La noción de autocuidado comprendida en esta dimensión corresponde al concepto de "justicia relacional", que Boszormenyi-Nagy (1980) aplica a los procesos familiares. Con esta idea, este autor se refiere al hecho que, en una familia, cada miembro aporta -de acuerdo a sus posibilidades y habilidades- cuidados y protección a los otros miembros, para recibir a cambio cuidado y protección de éstos. Todo esto en una perspectiva transgeneracional. Esta constatación puede extenderse a otros dominios de la dinámica grupal humana, en donde cada sujeto aporta a su grupo esperando recibir de los miembros de éste los cuidados equivalentes.

Así como en una familia, los miembros de un equipo profesional pueden también aportarse cuidados y protección. Si éste es suficientemente sano, el balance entre dar y recibir será justo y cada miembro del equipo podrá sentirse suficientemente reconocido y respetado, sintiéndose así perteneciente a un sistema cuya finalidad primera es el bienestar de sus miembros.

El recurso fundamental para el éxito de cualquier Programa de Protección Infantil es la persona del profesional. Con esto estamos afirmando que sin el compromiso personal de éste sería imposible desarrollar cualquier actividad destinada a mejorar las condiciones de vida de los niños.

La noción de compromiso personal debe siempre contextualizarse, puesto que ésta puede ser empleada de una forma diferente por aquellos que establecen las políticas públicas de Protección Infantil o por quienes administran los recursos del Estado para desarrollar dichas políticas, o por los mismos profesionales. No hay que olvidar nunca que "lo que es dicho es dicho por alguien" (Maturana y Varela, 1984). A este aforismo hay que agregarle que el sentido de la dicho depende también de la posición de poder de quien lo dice. En este capítulo nos referiremos a la noción de compromiso profesional elaborada a partir de la vivencia y la experiencia de los trabajadores de base, es decir, por aquellos que trabajan en contacto directo con los niños en situación de desprotección, familiar y social.

En lo que a mí respecta, muchos años de trabajo apoyando equipos profesionales a mantener dicho compromiso, ya sea en Bélgica -como responsable de uno de los equipos de S.0.S. Enfants-Famile- o como supervisor y formador de Equipos Clínicos de Protección Infantil en Francia, España, Bélgica y América Latina, sirven de base a mi profunda convicción de que para mejorar las condiciones de vida de los niños y asegurar su protección en situaciones de maltrato, el compromiso profesional es fundamental.

Este compromiso debe ser comprendido como una implicación emocional en el sentido de la "emocionalidad del amor" (Maturana, 1990), lo cual quiere decir que la fuente de este compromiso es la vivencia ética y política del profesional. Etica, en el sentido de un respeto incondicional y un compromiso responsable con el otro, aceptado incondicionalmente como un semejante; política, en el sentido solidario y activo con este otro, sobre todo si éste se encuentra sometido en una relación de poder asimétrica y opresiva en su familia y/o en su sistema social.

Por lo tanto, la fuente de este compromiso profesional es la identificación empática con los niños que sufren porque no son respetados en sus derechos ni en sus necesidades. El compromiso profesional considerado como una experiencia ético-política nace también de la conciencia de que todas las formas del maltrato infantil tratadas en este libro son el resultado de un abuso de poder de los adultos. Estos malversan sus capacidades y sus competencias, y en vez de aportar cuidados y protección a los niños, abusan de ellos para satisfacer sus necesidades y/o resolver sus conflictos con otros adultos.

Todas estas consideraciones nos llevan a afirmar que cualquier programa que se declare coherente y adecuado en relación a la protección infantil debe tener en su interior un dispositivo para despertar, promover, mantener y proteger la implicaci6n emocional, ética y política de los profesionales. Esto, como el mejor antídoto al “Síndrome del Queme Profesional".

Por otra parte, una constatación casi general es la escasez de recursos y las malas condiciones de trabajo de los profesionales que trabajan en las instituciones que se ocupan de la infancia. La vivencia de extrema vulnerabilidad que los profesionales del área pueden sentir no debe ser explicada de una manera reduccionista por el contenido de la misión, sino también como el resultado de lo anterior, a lo que hay que agregar las innumerables paradojas a las que su trabajo les enfrenta, así como a las expectativas exageradas de las instituciones y de la opinión pública.

El sufrimiento de los profesionales de la infancia, así como la rotación permanente de éstos en los programas, demuestra que todavía no está internalizada en los administradores y responsables políticos la idea de que hay que cuidar al profesional porque él o ella son el instrumento fundamental de los programas de protección infantil. A menudo, las administraciones institucionales no son suficientemente conscientes de que el "queme" de un profesional o de un equipo implica una pérdida inaceptable de recursos humanos, no solamente como un derroche de recursos financieros -por el alto coste que implica un profesional formado y con experiencia-, sino sobre todo por la pérdida de fuentes afectivas y sociales reparadoras para niños necesitados no solamente de cuidados y de protección, sino sobre todo de una continuidad de vínculos afectivos.

En este sentido, todo programa o institución incapaz de proteger a sus profesionales, ejerce una doble violencia: a las personas de los profesionales y, por ende, a los niños que dice proteger.

En resumen, se debe hacer todo lo posible para que los programas de protección infantil incorporen "metaprogramas" para la protección de sus profesionales que, por su contenido, les ayuden a protegerse, entre otras cosas, de las múltiples paradojas que su desempeño les depara.

Lo que caracteriza el accionar en Protección Infantil en situaciones de maltrato es que el profesional se encuentra en medio de una lluvia de dobles mensajes, muchas veces sin la posibilidad de ser consciente de los contenidos contradictorios de éstos.

Por ejemplo:el sistema social le pide brindar ayuda a la familia que maltrata y, al mismo tiempo, ejercer control social sobre ella; le pide ser eficaz y competente a nivel de su mandato y, a su vez, rentabilizar el tiempo por el cual ha sido contratado. Otra paradoja: el sistema le solicita proteger al niño de su familia pero, al mismo tiempo, hacer todo lo necesario para que éste quede con ella; o bien, ayudar a los padres y, a la vez, denunciarlos al sistema judicial para que sean penalizados. Es evidente que ya sólo por el contenido paradojal de estas situaciones se justifica la necesidad de encontrar fórmulas de autocuidado o autoprotección profesional.



II.- PROGRAMAS DE AUTOCUIDADO DE LOS PROFESIONALES
Los programas de auto cuidado profesional que he tenido la suerte de acompañar han estado, en la mayoría de los casos, co-construidos a partir de una toma de conciencia de las necesidades de cuidarse de los propios profesionales. Sólo secundariamente algunas administraciones han brindado los recursos necesarios para acceder a estos programas. Si bien es cierto que aún queda mucho por hacer, la situación comienza a cambiar de una manera positiva en estos últimos tiempos. Numerosas son las instituciones que han sido sensibilizadas a fin de impulsar políticas en esta línea.
Algunos ejemplos de esto son las experiencias de autocuidado desarrolladas en los diferentes programas que mencionaremos, porque a partir de ellas emergen modelos presentados en este capítulo.
El Programa del COPRES (Colectivo de Prevención del Sufrimiento Infantil), que desde hace once años desarrolla un trabajo de red para la prevención y tratamiento del maltrato infantil en un barrio desfavorecido de la ciudad de Bruselas (Barudy y col., 1993).El Programa desarrollado por los Servicios de Infancia de la Diputación de Guipuzcoa (San Sebastián), en el país vasco español, que nace de la iniciativa de los trabajadores de este servicio con el apoyo de la administración (Lezana, 1995).El Programa desarrollado por la
Coordinaci6n Social de Waremme, comuna rural en Bélgica.El Programa de autocuidado organizado por el Departamento de Bienestar Social Foral de Alava, en conjunto con el Departamento de Acción Social del Ayuntamiento de Vitoria.El programa de la Asociaci6n Vínculos, en Andalucía.


III.- MODELO ORGANIZATIVO DE UN PROGRAMA DE AUTOCUIDADO DE PROFESIONALES
Estos programas de autocuidado se basan en dos recursos fundamentales:

1. El altruismo social.
La protección y el cuidado de los niños no es sólo el resultado de la competencia parental, sino el producto del esfuerzo de los padres, la familia y de toda la sociedad.

El carácter sano de una sociedad se basa en el bienestar de los niños y en la capacidad que ésta tenga de asegurar la protección de los más desvalidos. En este sentido, es importante insistir que la tarea de protección infantil es tarea de toda una comunidad, puesto que la sobrevivencia de la especie depende de la capacidad que tenga el mundo adulto de lograr desarrollar, sanar y proteger a sus niños.

En esta tarea colectiva, los profesionales deben jugar un papel fundamental no sólo por ser parte de la Comunidad, sino porque han decidido o han sido designados para cumplir una misión específica en lo que se refiere al bienestar y protección infantil. Esta misión corresponde, en parte, a aquellas tareas que en el mundo animal son descritas por los etólogos como tareas altruistas, es decir, la designación o especificación de un grupo en el interior de la manada, cuya identidad se define a partir de tareas destinadas al bien común; por ejemplo, asegurar la vida del conjunto, especialmente la de los más pequeños. El mundo animal aplica, a veces con mayor coherencia que los seres humanos, estrategias para proteger a sus crías, evitando así la extinción de la especie. Los etólogos nos proporcionan múltiples ejemplos de este altruismo social, donde, por ejemplo, los miembros adultos de una manada, poniendo en riesgo su propia existencia, presentan comportamientos de protección para salvar a las crías de los ataques de los predadores.

2. La organización en redes.
La eficacia y la competencia profesional depende de la capacidad de los profesionales de organizarse en redes. Llamaremos redes profesionales a aquellos conglomerados de personas vinculadas con el compromiso emocional, ético y político que, organizados en torno a la tarea de protección infantil, son capaces de permanecer en el tiempo asegurando dicha misión.

Consideramos las redes profesionales desde una perspectiva interdisciplinaria e interprofesional. En estas redes los profesionales de diferentes ámbitos se organizan en forma colectiva a fin de mejorar las condiciones de vida de los niños en situación de desprotección y maltrato.

El desarrollo de redes profesionales sanas debe ser considerado también como instrumento básico para evitar el Síndrome de Fatiga Profesional (Burn Out). La asociación en redes es parte de las estrategias que los seres vivos desarrollan para hacer frente a los desafíos adaptativos.

IV.- LA RED DE PROFESIONALES: CARACTERÍSTICAS
Las características de una red de profesionales que garantizan el auto cuidado de sus miembros son: coherencia interna, plasticidad estructural y capacidad de asociación.

La Coherencia Interna.
Esta primera característica es la que permite mantener la capacidad de vida de los seres vivos. Es la necesidad de mantener una coherencia, es decir, la vida nos obliga a ser coherentes para enfrentar los desafíos adaptativos. Por lo tanto, todo organismo que sea incapaz de mantener coherencia corre el riesgo de desaparecer.
Así por ejemplo, una red de profesionales que se ocupa del maltrato infantil deberá mantener su coherencia como organismo complejo, a pesar de las múltiples dificultades que la tarea le impone. Para mantener esta coherencia, una Red de Profesionales debe tener muy claro:cuáles son los problemas que intenta modificar, cuáles son los modelos explicativos de estos problemas y quiénes participan en su producción, Así mismo, la Red debe elaborar protocolos obtenidos por consenso sobre el rol, la función y el mandato de cada una de las tareas destinadas a modificar favorablemente el problema.

La Plasticidad Estructural
Es una condición biológica de la naturaleza animal y humana, que permite cierta adaptabilidad en relación a los desafíos del medio ambiente. Esta característica está íntimamente ligada a la noción de creatividad, es decir, al potencial que posee todo organismo humano de encontrar la respuesta adecuada a cada nuevo desafío que se le presenta en su diario vivir. Mientras mayor sea la plasticidad estructural de un individuo en un grupo, más posibilidades tendrán éstos de responder en forma adecuada a los desafíos. En el caso de una red, su plasticidad o flexibilidad estructural le permitirá seguir desarrollando su tarea en forma coherente, a pesar de la complejidad y heterogeneidad de las situaciones de maltrato, así como la de las familias que lo producen.

Por otra parte, es esta misma capacidad la que le ayudará a hacer frente a las múltiples paradojas derivadas de las contradicciones y deficiencias existentes en la sociedad. Esta plasticidad estructural puede expresarse ya sea:por una capacidad creativa de "camuflaje" (camuflaje frente al poder, frente a la incoherencia de las instituciones, etc.),por una capacidad para aliarse con otros sectores del sistema social en la defensa de los derechos del niño o por una capacidad para desarrollar políticas públicas destinadas a mejorar sus condiciones de vida.
Esta misma flexibilidad de la red les permitirá ser activos en determinados momentos o, al contrario, adoptar posiciones de inmovilidad o de parálisis para mantener lo ya construido, esperando de esta manera coyunturas más favorables para avanzar. La plasticidad estructural permite no solamente la autoprotección de la persona del profesional y del sistema profesional, sino , también contribuye a la aceptación de los límites estructurales de cada uno, lo que en un dicho popular podría traducirse como: "no pedir peras al olmo", lo que implica protegerse de cualquier actitud de omnipotencia y, sobre todo, poder manejar los sentimientos de impotencia.

La Capacidad de Asociación
En tanto que animales sociales, los seres humanos, y por ende los profesionales, tienen una capacidad fundamental para establecer vínculos sociales con miembros de su especie, de tal manera de poder realizar en conjunto las actividades necesarias para asegurar el bien común. Gracias a esta facultad, el ser humano es capaz de crear comportamientos asociativos, que organizados en forma ritualizada permiten mantener esta asociación en forma permanente y, al mismo tiempo, lograr producir palabras y discursos destinados a crear un sentido de pertenencia y cohesión, generando así un sentimiento de equipo y permitiendo mantener al grupo organizado a largo plazo alrededor de una tarea.

Esta facultad de crear colectivos o asociaciones de profesionales impone el desafío de manejar las diferencias, porque lo esencial es que estas asociaciones sean el resultado de la heterogeneidad y no de la homogeneidad, puesto que la riqueza estructural está dada por la confluencia de personas e instituciones diferentes. Por lo tanto, será fundamental asegurar la coordinación y gestión de las tareas de cada uno, a partir de sus competencias específicas y singulares, para en conjunto participar en el proceso de brindar bienestar a los niños. Para que esto sea posible, es necesario facilitar dinámicas grupales que permitan la armonización de estas diferencias, creando o designando dentro de la red un metasistema de coordinación, que junto al desarrollo de espacios de intercambio y, cumpliendo la función de ritos, permitan el desarrollo del sentido de pertenencia y cohesión del colectivo en forma permanente. La co-construcción de modelos explicativos del fenómeno y de modelos compartidos de intervención afianzan el trabajo asociativo.

La co-construcción de modelos compartidos de intervención hace referencia a la capacidad del Equipo de lograr consensos cognitivos respecto a un modelo explicativo del problema del maltrato infantil, así como modelos de intervención que sean coherentes con esta lectura consensual. El poder llegar a un acuerdo sobre un modelo de intervención y lograr realizar dinámicas concertadas en relación a éste, garantizan que cada miembro de una Red y/o de un Equipo Profesional tenga claro cuál es su tarea y misión cuando la situación de maltrato se presenta.



V.- EL AUTOCUIDADO EN UNA RED
Para el desarrollo de dinámicas grupales de auto cuidado es importante facilitar formas de organización basadas en la solidaridad emocional de los participantes de una red y, además, utilizar la agresividad individual y colectiva para crear actividades o acciones destinadas a la autoprotección de los profesionales.

A través de dinámicas relacionales, gratificantes y nutritivas, se promueve el reconocimiento de cada uno de los participantes y el respeto de la autonomía y creatividad individual, elementos básicos que nutren un proceso colectivo sano. Se trata de defender la idea de la libertad responsable y asociativa de cada uno de los que participan en el interior de estas redes.

Todo lo anterior ayuda a lograr una coordinación entre los participantes manteniendo una coherencia interna y plasticidad estructural y, al mismo tiempo, permite desarrollar "estructuras sinápticas" para mantener la interacción de las diferentes partes de la red, así como del conjunto, con otras instancias o ámbitos externos a ésta.
Para que una red se mantenga en el tiempo debe formalizarse a través de reuniones periódicas que permitan la comunicación entre sus miembros. Estos espacios de intercambio son espacios ritualizados cuya finalidad es mantener la coherencia de la red, su plasticidad estructural y su capacidad asociativa.
Estos espacios permiten sobre todo la ritualización de la palabra, lo que al mismo tiempo permite el trabajo en común y, sobre todo, el manejo de las emociones producidas por el encuentro con el otro; en otras palabras, esto corresponde a lo que nosotros, siguiendo a Maturana (1990), llamamos "
conversación". Esta conversación constituye un campo sensorial colectivo, que se estructura como un ritual que permite la vinculación de todas las personas, así como de los fenómenos psicológicos creados por la dinámica grupal (manejo de la agresividad, mecanismos proyectivos, necesidades individuales, reconocimiento personal, etc.). Es a través de la conversación que nuestros psiquismos se reencuentran, tejiendo la afectividad que va a permitir el vínculo de cada uno de los participantes en el interior de un sistema y/o red. Esta cumple a la vez el rol de ser fuente reguladora que promueve la emergencia de la creatividad individual y colectiva, evitando a todo precio la transformación o la emergencia de lo que hemos llamado la violencia profesional.

Es a través de estos espacios ritualizados donde la palabra hecha conversación es el instrumento fundamental que hace posible el intercambio, hasta el infinito, de las afectividades, permitiendo la vinculación permanente del grupo. El hecho de contarse historias personales y profesionales a través de las cuales se precisan las entidades de cada uno, reafirma el sentido de pertenencia.

En la dinámica de una red, estos espacios ritualizados pueden, por ejemplo, corresponder a tres modalidades: espacio de conversación libre, donde los profesionales que trabajan en equipo se ponen de acuerdo en hablar e intercambiar ideas sobre las experiencias vividas en determinados momentos dentro del transcurso de la jornada semanal. Por ejemplo, en una institución, un equipo puede ponerse de acuerdo en designar la hora de almuerzo durante tres días a la semana como el lugar y espacio de conversación;espacio de intervisión, que corresponde a espacios formalizados como reuniones de equipo donde, a través de un coordinador, se promueve el intercambio de experiencias en relación a situaciones clínicas que permiten el enriquecimiento colectivo del aporte que cada uno puede dar al conjunto;espacio de supervisión, que corresponde a momentos de grupo en el cual se contrata un supervisor externo, que debe cumplir el requisito de ser una persona que tenga el respeto del conjunto por su competencia en el tema específico del maltrato y la protección infantil y, al mismo tiempo, que tenga experiencia en dinámicas de supervisión. Esto implica que sea capaz de facilitar y hacer emerger las capacidades individuales y de grupo, utilizando la creatividad y sus recursos para mejorar el funcionamiento grupal. En este sentido, los equipos, conscientes de la necesidad de autocuidado, deben protegerse de aquellos supervisores extremadamente academicistas y sin experiencia de trabajo en terreno, que intentan imponer su poder o su paradigma preferido a un equipo en forma vertical y autoritaria.
A través de este capítulo hemos querido compartir los fundamentos principales de lo que ha sido nuestra reflexión en relación a los Programas de Autocuidado Profesional, dando algunas pautas para la organización de éstos, tanto para equipos de profesionales como para redes más amplias. La necesidad de autoprotección parte de la búsqueda de una mayor competencia y mejor utilización de los recursos humanos, pero al mismo tiempo, y sobre todo, de una reflexión ética en el sentido de que se debe combatir y prevenir la violencia sobre los niños solamente desarrollando prácticas institucionales y de equipos no violentos.
A lo largo de los diferentes capítulos hemos querido compartir nuestros modelos de terapia y prevención del maltrato infantil. Mi finalidad no ha sido sólo transmitir una experiencia desarrollada en el marco de una sociedad particular, como es la sociedad belga, sino sobre todo asociarme de una manera simbólica con las reflexiones y combates de quienes continúan defendiendo los derechos humanos, particularmente los derechos de los niños, en cualquier lugar del mundo.

En nuestro caso, los fundamentos éticos que animan nuestra práctica es que nadie tiene el derecho de abusar de otro ser humano, sean cuales sean sus razones, experiencias o contextos; por lo tanto, la tarea esencial de todo ser humano, particularmente de todo terapeuta, es hacer todo lo posible para comprometerse en la defensa de la vida.
Por otra parte, nuestras reflexiones epistemológicas se basan en la idea de que la felicidad y el bienestar del niñio no son nunca el efecto de la causalidad de la mala o buena suerte; muy al contrario, es una producción humana nunca puramente individual, ni siquiera únicamente familiar, sino el resultado del esfuerzo de la sociedad en su conjunto. La protección y la defensa de los derechos del niño constituye, por consiguiente, la tarea de todos los que se reconocen como seres humanos.

En lo que se refiere a la asistencia a los niños víctimas de maltrato infantil y abuso sexual, el desafío es facilitar dinámicas sociales participativas, en las que cada cual, conforme a su nivel y competencia, pueda crear con los niños y sus familias condiciones y respuestas para prevenir y tratar las agresiones y abusos sexuales. Si no encontramos esta respuesta, existe el riesgo de que millones de niños continúen atrapados en estas realidades de violencia y reaccionen a ellas mediante comportamientos disfuncionales y destructivos. Ha llegado la hora de que nuestras sociedades acepten que detrás de cada niño o adolescente delincuente, toxicómano, enfermo psiquiátrico, prostituido, etc., hay una historia social de poder y violencia. Aceptar esta realidad podría conducirnos hacia nuevas y más amplias posibilidades de prevención de fenómenos tan trágicos como la existencia de niños obligados a sobrevivir y a encontrar un sentido a su vida autodestruyéndose.




Jorge Barudy


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