Alguien voló sobre el nido del cuco .
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Esta película es una de esas muchas que suponen una crítica a los sistemas y organizaciones sociales patológicas, centrados aquí sobre la salud, en concreto a los modelos tradicionales de la psiquiatría y la medicina, incluso de la psicología. Esta película, junto a esas otras, debía constituir parte del temario y de los exámenes de los alumnos de estas carreras. Aquí, desgraciadamente, estamos en una de esas ocasiones en las que habría que dudar de la frase “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”.

Casi habría que comenzar por la escena final desde donde queda iluminada el resto de la narración. Esa escena del indio encontrándose consigo mismo, superando todos los límites, rompiendo la ventana y corriendo hacia los campos abiertos es todo un canto a la libertad, a la autonomía, al derecho y la necesidad de una vida plena, sana y feliz, sueltas todas las ataduras externas, pero principalmente las propias internas. Todo ello junto a aquel acto supremo de amor, de reconocimiento, de lealtad, de “darse cuenta”, en que también le devuelve la libertad con aquella almohada a alguien que la tenía y que le fue despojada. La música nos hace mantener ese sentimiento de irrealidad, de paradoja, que todavía queda atrás.

Vemos una organización (la institución de tratamiento e internamiento psiquiátrico) que se acaba justificando a sí misma (como pudiera ocurrir con la iglesia, el ejército, las administraciones públicas, el propio Estado o la sanidad), perdiendo de vista la esencia y la razón de su existencia (el paciente y su sanación), para pasar a girar en torno al profesional, sus criterios y necesidades.

Entre los muchos debates a los que podría invitar la película está el de una peligrosa tendencia a etiquetar como “enfermedad” lo que son “problemas de conducta”, que pueden molestar o salirse de “la norma” según los criterios de aquellos que tienen el poder. La enfermera jefe, y la propia institución, se ven arrastradas por esa tendencia.

El electroshock nos trae a la memoria aquellas prácticas justificadas desde la ciencia como poder, y que aunque hoy nos hagan temblar, no por ello podemos decir que estemos libres de sufrirlas o aplicarlas; a veces dudo de que hayamos aprendido la lección.

¿Para qué debe servir el tratamiento?. Una pregunta prioritaria en cualquier situación. Muchas veces, como nos dicen en la película repetidas veces, sirve para satisfacer la demanda de terceros pero no la propia del paciente, siguiendo patrones de normalidad estadística, y estableciendo de forma arbitraria puntos de corte entre lo que es oficialmente normal y lo que no.

Observamos esa actitud desvalorativa por parte del profesional (los auxiliares, la propia enfermera jefe). Cabría preguntarse si los programas actuales para la mejora de la calidad de la atención al paciente tienen los resultados esperados y por qué (la pregunta malévola sería: ¿simplemente es un proceso lógico y racional de mejora dentro de la búsqueda de la mayor eficacia, o es que se trata mal al paciente?).

El encuadre ayuda a la sanación. Vemos en la película, por el contrario, como la enfermera jefe cambio a su gusto las normas de una forma casi arbitraria, implicándose en luchas de poder con los pacientes que parecen el resultado de conflictos personales, incluso vemos como rompe de forma terrible la confidencialidad cuando amenaza al chico con contarle a su madre lo que hizo.

Podemos acabar diciendo como al principio que, a pesar de todo, esta película es un canto a la vida, a disfrutar de las cosas que nos rodean, a la resiliencia. Volver arriba





Actualizado el:
21ene2019
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