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La locura: mito o enfermedad social (3)

 

 

Así también podemos hacer referencia a la persona que es sometida a un intenso estrés (disstrés) y que conlleva una alteración bioquímica, neurofisiológica y, por tanto, con efectos biológicos en el organismo. (Ver las teorías actuales de Selye y Laborit). El problema está en la etiqueta que se adjudique a este tipo de comportamientos, sensaciones y sentimientos.

Y ese disstrés ya lo sufre un bebé al salir de un espacio acuático a 37 grados aproximadamente a un medio inhóspito, frío y ser separado inmediatamente de aquello que le da calor, que es el cuerpo de la madre; aunque no tenga psiquismo ese organismo está sufriendo. Ese sufrimiento puede tener también unas consecuencias. Vemos, pues, que el proceso histórico de la persona va creando una dinámica de sufrimiento en función de como están establecidas las cosas en esta sociedad. Empieza ya en la vida intrauterina y continúa en el parto y en la forma en cómo se viven las relaciones afectivas y sexuales a lo largo de la infancia y la adolescencia de la persona.Esto es lo que condiciona básicamente el mayor o menor nivel de sufrimiento psíquico y por tanto la mayor o menor tendencia a buscar mecanismos compensatorios, limitar procesos perceptivos, e incluso crear cuadros patológicos donde la persona sufre sin poder evitarlo (fobias, estados depresivos, angustia, ansiedad, crisis delirantes....). Y todo esto existe, pero el riesgo es colocar etiquetas que estén asociados a valores cuestionados por lo social y por lo tanto dañando indirectamente a la persona. Por otra parte el sufrimiento en cada persona toma matices distintos y responde a lógicas distintas. Es por ello que sólo se puede abordar todo esto desde una óptica epistemológica y no sólo psicopatológica.

El sufrimiento que se va gestando a lo largo de la historia individual de cada persona, toma forma, se fortalece y tiene repuestas muchos más potentes cuando coincide dicho sufrimiento con el sufrimiento que vivimos en el momento actual. Es decir, se junta lo histórico y lo actual en cada uno de nosotros; cuando esto último, lo actual, pasa a ser estresante, torturante o desesperante nuestro organismo responde como puede, en función de lo que su estructura (consecuencia de ese crecimiento progresivo desde nuestra vida intrauterina) le posibilita.

Por lo tanto, a mayor estructuración y adecuada maduración psicosexoafectiva mayor capacidad para vincular las funciones viscerales, las límbicas y las corticales, mayor capacidad de contacto y por tanto mayor vitalidad y salud. A sabiendas de que en muchas ocasiones el desarrollo de las necesidades personales choca con lo establecido, y esto implica enfrentamiento con las estructuras de poder, compromiso social y a veces sufrimiento. Pero este es funcional, tiene una lógica concreta y consciente. Y junto a esta referencia de salud, ante los límites sociales y los conflictos educativos y afectivos el niño va desarrollando un carácter, totalidad de los mecanismos de defensa y de adaptación a las exigencias del medio social que muchas veces contrapone la de sus necesidades vitales, una coraza muscular que limita la percepción, y crea una disociación entre las funciones psicosomáticas, y un plano de conciencia muy limitado, que podríamos definir, siguiendo a W.Reich, como el del neurótico caracterial, o persona socialmente adaptada que no sufre mucho, pero tampoco tiene grandes vivencias de placer, se mantiene en una cierta dinámica robótica, que es el reflejo de la masa social que se rige por la moral establecida. Pero cuando ni siquiera existe la posibilidad de estructurar una coraza ni unos mecanismos de defensa psíquicos, porque el trauma o el disstrés psicosexoafectivo ha sido muy temprano o permanente se desarrolla una estructura muy diferente a la anterior, con una percepción muy distinta, abierta a lo que está fuera de la piel, pero sin capacidad de integración, más visceral, menos intelectual, más pulsional, y con un estado de conciencia en muchas ocasiones alterado. Es la estructura que podríamos definir como psicótica.

Y con estas definiciones no estoy haciendo valoraciones, solo intentando comprehender de forma global las distintas formas de relación y de percepción humana. Que no supone que una sea mejor o peor que la otra, serán sencillamente diferentes. Mundos distintos con un tipo de vida similar en muchas ocasiones, porque siempre hablamos de adaptación. De hecho cuando existe una crisis por motivos yatrógenos actuales o de acumulación progresiva de disstrés se van a dar manifestaciones muy distintas en unas u otras. Y lo que se conoce como locura pude darse en ambas. Un ataque de pánico se puede dar en una estructura neurótica o en una psicótica, los síntomas serán similares, pero la lógica subyacente y las consecuencias radicalmente distintas, y por ello el abordaje clínico también deberá serlo. Quizás la crisis más espectacular sea la llamada crisis psicótica, que también puede darse en ambas estructuras, y que cuando se cronifica se conoce como esquizofrenia, etiqueta maldita y saco vacío en muchas ocasiones. Y, en general el tratamiento está deshumanizado.

El psiquiatra británico R.D.Laing afirma que contemplar y oír a un paciente y ver señales de esquizofrenia (en cuanto enfermedad), y contemplarlo y oírlo simplemente en cuanto a ser humano, es verlo y oírlo de manera radicalmente diferente: "El terapeuta debe poseer la plasticidad necesaria para trasponerse a sí mismo a otra extraña y aún lejana concepción del mundo. En este acto hecha mano de sus propias posibilidades psicóticas, sin renunciar a su cordura. Sólo de esta manera puede llegar a comprender la posición existencial del paciente".

Posición muy particular y difícil de captar para las personas con una estructura neurótica rígida. Podríamos decir que nunca se han sentido muy encarnadas y pueden hablar de sí mismas como si carecieran de cuerpo. Así se autopercibe el psicótico: "En esta posición, el individuo experimenta su yo como si estuviese más o menos divorciado o separado de su cuerpo. Se siente el cuerpo más como un objeto entre objetos, en el mundo, que como la médula del propio ser del individuo. En vez de médula de su verdadero yo, se siente el cuerpo como si fuese la médula de un falso yo, a la que un yo interior, verdadero, separado, no encarnado contempla con ternura, diversión u odio, según los casos"

Tal divorcio del yo y el cuerpo priva al yo no encarnado de la participación directa en cualquier aspecto de la vida del mundo, que es exclusivamente realizada por intermedio de las percepciones, sentimientos y movimientos del cuerpo (expresiones, gestos, palabras, acciones, etc...). El yo no encarnado, como contemplador de todo lo que hace el cuerpo, no se compromete en nada directamente. Sus funciones son las de observación, control y crítica de lo que el cuerpo está experimentando y haciendo, y de esas operaciones que por lo común se consideran puramente mentales.

 

 

 

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