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Esquemas Cognitivos

Se han descrito una serie de creencias erróneas que subyacen a los sentimientos de infelicidad, ansiedad, depresión, etc., que pasamos a describir, así como el modo de pensar más apropiado.

  1. Es absolutamente necesario contar con el cariño y la aprobación de familiares, amigos y de aquellas otras personas significativas de nuestra vida. Es imposible ser apreciado por todos, tampoco es posible ser apreciado por algunos todo el tiempo. Ya que no podemos agradar a todo el mundo en todo momento el vivir pendientes de su aprobación nos obliga a renunciar, con demasiada frecuencia, a nuestros propios deseos e intereses, a fin de cuentas, a vivir nuestra vida. La aprobación de los demás es una preferencia, jamás una necesidad. Es conveniente pensar en dicha aprobación por razones prácticas, es decir, por lo que obtenemos de ellos (compañía, cariño, ayuda, oportunidades, etc.). La verdadera aprobación no procede de los demás, sino del afecto y aceptación de uno mismo, el seguir la mayoría de nuestros propios intereses, independientemente de que los demás los aprueben o no, cuando éstos son razonables y saludables. El no recibir la aprobación de aquellas personas significativas que nos rodean es fastidioso y frustrante, pero ni es horrible ni catastrófico. Hay que preguntarse honestamente en qué es lo que verdaderamente quiero hacer en mi vida, en vez de pensar en lo que creo que les gustaría que hiciera a los demás.
  2. Se debe ser competente y casi perfecto en todo lo que uno emprenda. Ningún ser humano es totalmente competente, de hecho la mayoría nos encontramos en un nivel promedio. El autoexigirnos que debemos tener éxito en todo lo que emprendamos es el mejor modo de convertirnos en víctimas de la ansiedad y de los sentimientos de inutilidad. Cuando en muchas ocasiones se busca el éxito nos vemos obligados a compararnos con los demás y, con ello, nos enfrentamos a desafíos que están más allá de nuestras posibilidades de control. Lo más probable es que encontremos a alguien más competente, más atractivo, mejor preparado, etc. Y esto también es válido para esas personas. La valía es algo propio de cada uno de nosotros, no de los logros que se puedan alcanzar. Hay que diferenciar lo que somos, por el hecho de vivir, de lo que hacemos. Cuando juzgamos a los demás o a uno mismo sólo en función de los logros alcanzados despreciamos lo valioso que hay en cada uno de nosotros. La creencia de que se debe tener éxito a menudo puede hacernos olvidar fácilmente cuáles son nuestros verdaderos intereses y deseos, nos aparta del camino de nuestra felicidad. Vivir pendientes del éxito nos suele hacer temer al fracaso, no soportar los errores, dado el sentimiento de inutilidad que el fracaso puede generar. Esto es un error, ya que aprender conlleva precisamente perfeccionarnos con la práctica, adquirir experiencia de los errores cometidos, algo que es consustancial con la vida. El propósito es actuar de la mejor manera posible y sentirse satisfecho por ello. Lo importante es superarnos a nosotros mismos, ser capaces de desarrollar todo nuestro potencial al margen de la opinión de los demás. Lo que buscamos es nuestra propia satisfacción basada en el desarrollo pleno de nuestras virtudes y en el logro de nuestros anhelos. Nadie es perfecto. Cada uno de nosotros tiene sus propias fortalezas y limitaciones con las que aprendemos a vivir y nos esforzamos por ejercitar o superar.
  3. Ciertas personas son malas y perversas y deberían ser castigadas por ello. Los seres humanos nos vemos influidos por nuestras creencias, deseos y hábitos, el conocimiento no siempre completo y correcto de la situación, las exigencias del entorno en el que estemos, las presiones directas o indirectas de aquellos que nos rodean y el azar siempre presente. Quiere ello decir que somos libres, pero de forma relativa, para elegir nuestras conductas. Una conducta errónea o inmoral evidencia un comportamiento indeseable por parte del individuo que, por su bien y por el de los demás, es preferible que cambie. Admitimos la responsabilidad por nuestros actos, pero no olvidemos que los seres humanos somos falibles, es decir, cometemos errores, sea por ignorancia o perturbación emocional. La actitud saludable es aceptar nuestra naturaleza humana imperfecta y aprender de los errores y fracasos que tengamos. Conviene pensar ante un error cometido: ahora qué es lo mejor que puedo hacer para corregirlo en un futuro? El culpar o castigar severamente, tanto a uno mismo como a los demás, por tal error no aporta conocimiento si la causa fue ignorancia, ni tranquilidad y ayuda si la causa fue perturbación emocional. Podemos definir como error cualquier cosa que uno hace y que, más tarde tras reflexionar, desearía haber hecho de forma diferente. También se aplica a lo que no hicimos y luego desearíamos haber hecho. Ante una crítica, lo primero que debemos hacer es determinar si es razonable y proporcionada. Si lo es, pensemos en cómo mejorar nuestra conducta; si no lo es, comprendamos que es problema de los demás. Si deseamos entender porqué actúan así, deberemos ponernos en el lugar de ellos, ver las cosas desde su punto de vista.
  4. Es horrible cuando las cosas no resultan como uno quisiera que fueran. Las cosas son como son, al margen de lo injustas, desagradables o desafortunadas que sean. La realidad es la que es y es a la que tenemos que adaptarnos. El sentirnos abatidos por los problemas no representa una ventaja, al revés nos merma facultades para hacerles frente. Es razonable luchar, a veces con mucho esfuerzo, por mejorar las cosas pero si no podemos cambiarlas, sea de forma temporal o definitiva, no queda más opción que resignarse. Hay que diferenciar nuestras preferencias y gustos de nuestras necesidades, si confundimos las unas con las otras nos sentiremos frustrados y abatidos en demasiadas ocasiones por cosas poco importantes para nuestra vida. Ante lo negativo e inevitable, concentrémonos en nuestra valía y afrontemos con esperanza el futuro. Aceptemos el desafío e intentemos sacar el máximo provecho de la experiencia. Cambiar requiere conocer lo que en verdad podemos o no hacer, decidir qué hacer en base a tal conocimiento, actuar conforme a la decisión adoptada y persistir en tal manera de proceder, ajustando nuestra conducta observando los resultados conseguidos en relación a los logros deseados y en función de los medios disponibles y aplicables. Una cosa es fracasar en un proyecto de vida, pero ello no supone convertir toda nuestra vida en un fracaso. Hay muchas formas de vivir que pueden resultar satisfactorias, aunque no sean como hubiéramos deseado.
  5. Los acontecimientos externos son la causa de la mayoría de las desgracias de la humanidad, viéndonos limitados a padecerlos. Las palabras y los gestos de los demás habitualmente no son los que nos hieren, sino nuestras actitudes y reacciones ante ellos. Es la significación que les atribuimos lo que puede desencadenar una perturbación emocional, ya que raramente sufrimos daños físicos o privaciones severas de necesidades básicas (alimento, alojamiento, dinero, etc.). Solemos pensar que las emociones no están bajo nuestro control ya que se desencadenan rápidamente, de forma casi automática, ante las situaciones que vivimos. La cuestión es que no apreciamos cómo nuestros pensamientos y creencias, las frases que nos decimos a nosotros mismos y/o las imágenes que nos abordan, intervienen de manera fundamental a la hora de provocarlas y mantenerlas.
  6. Debemos sentir miedo o ansiedad ante cualquier situación desconocida o incierta. El sentir demasiada ansiedad, temor o preocupación por acontecimientos inciertos puede provocarnos un exceso de excitación nerviosa que nos incapacita para afrontarlos eficazmente. El que nos preocupemos en exceso por un acontecimiento futuro negativo no impide que suceda, e incluso tal preocupación puede llegar a favorecer su aparición cuando esté de alguna forma vinculada con la causa del mismo. Por otro lado, con esta forma de actuar sólo nos centramos en los aspectos negativos de los hechos, dejando de lado los positivos, lo que contribuye a elaborar una interpretación menos equilibrada de la situación. Hay ciertos hechos muy temidos, como enfermedades graves y la muerte, que son inevitables y nada evitará el que ocurran. El preocuparse no conseguirá aplazarlos y además estaremos sufriendo inútilmente mucho tiempo antes de que sucedan. Como reza un dicho popular Chino: si tiene solución, de que te preocupas, y si no tiene solución, de que te preocupas. El principal daño emocional no proviene en muchas ocasiones de los peligros externos por sí mismos, sino del persistente temor a que ocurran. Debemos pensar en que podremos hacerles frente o, en el peor de los casos, soportarlos, más que en los daños que puedan causarnos. El miedo irracional no ayuda a evitar el peligro, todo lo contrario, debilita nuestra capacidad de afrontarlo y nos desgasta al mantenernos en tensión sin necesidad real de ello.
  7. Es más fácil evitar ciertos problemas y responsabilidades que hacerles frente. El evitar ciertos problemas, a pesar del alivio momentáneo que proporciona, puede conllevar más tarde enfrentarse a sentimientos de desagrado e infelicidad por no haber realizado aquello que se deseaba hacer. El tiempo y esfuerzo invertido en ingeniosas argumentaciones, debates e intrigas con uno mismo o los demás para justificar el no habernos comprometido en algo difícil, pero potencialmente provechoso, suele ser mucho mayor que lo que nos hubiera costado el afrontarlo y, al menos, intentar lograrlo. La confianza en nosotros mismos nace de lo que hacemos, no de evitar cosas. Se ha observado que buena parte de la felicidad procede del compromiso y trabajo de la persona en proyectos difíciles y a largo plazo, de forma tranquila y regular. Hay que acostumbrarse a efectuar las cosas que necesitamos hacer sin quejas, aunque nos disgusten. No se gana nada añadiendo más malestar al que debamos afrontar. Si evitamos enfrentarnos a ciertas situaciones tendremos que analizar qué es en lo que pensábamos y qué creíamos para actuar de esa manera. Estaba la meta a nuestro alcance? Nos exigimos menos de lo que podríamos hacer? Queremos abandonar la situación precipitadamente?
  8. Debemos contar con los demás y necesitamos a alguien más fuerte que nosotros para confiar en él. Una cosa es depender hasta cierto punto de los demás y colaborar con ellos, otra bien distinta es convertirnos en sus siervos. Cuanto más dependemos de otros, menos independientes somos. Dejamos de hacer lo que queremos para hacer lo que los otros quieren que hagamos, en otras palabras, dejamos de ser nosotros mismos. El depender de los demás puede crear una falsa sensación de seguridad, ya que la persona dependiente cada vez es menos capaz de aprender a vivir por sí misma. La autoestima, la confianza y la seguridad en uno mismo se conquistan a través de la independencia, afrontando los temores, fracasos y errores para superarnos día a día. Depender de los demás es otorgarles el control sobre nuestras vidas. La decisión última debe estar en nuestras manos, aunque para alcanzarla nos hayamos asesorado y confiemos en otras personas. Debemos aceptar el hecho de que estamos y estaremos, sobre todo en ciertos aspectos esenciales, solos en este mundo, y no es terrible apoyarse en uno mismo y ser responsable de nuestras decisiones. Ya que las consecuencias de nuestras decisiones nos afectan principalmente a nosotros, aprendamos a tomarlas tras informarnos, asesorarnos y reflexionar. No dejemos en manos ajenas lo que nos corresponde exclusivamente a nosotros, vivir nuestra vida. El fracaso es una experiencia más de la vida, algo que en sí mismo no tiene relación con nuestra valía personal. Luchar por lo que queremos, aceptar la ayuda de los demás cuando es realmente necesaria, afrontar con entereza las dificultades y los fracasos, y admitir correr ciertos riesgos son principios que deben guiar una vida digna.
  9. El pasado tiene demasiada influencia en la determinación del presente, aquello que nos ocurrió nos afectará indefinidamente. El que un hecho haya ocurrido en el pasado no quiere decir que vuelva a ocurrir en el presente. Para que la historia se repita deben reproducirse exactamente las mismas circunstancias, tanto por parte de la situación como por parte del sujeto, es decir, volver a pensar, sentir y creer lo mismo. Somos nosotros, al decidir recurrir a los mismos viejos hábitos, los que una y otra vez volvemos al pasado. A veces utilizamos al pasado como excusa para evitar afrontar un cambio en el presente. Es un hecho que el pasado es importante y que las experiencias vividas nos influyen de forma significativa, pero no olvidemos que el presente es el pasado del mañana, lo que nos brinda la oportunidad de, al cambiar hoy, lograr que ese mañana sea distinto. Nos guste o no vivimos en un mundo de probabilidades y de azar. No podemos conocer la realidad totalmente, ni controlarla absolutamente, ni existen soluciones perfectas a todos los problemas.
  10. La felicidad supone carecer de obligaciones y permanecer ocioso. Tal creencia nace de considerar las dificultades como una fuente de infelicidad. Con demasiada frecuencia, en el empeño por lograr nuestros objetivos, relegamos al olvido aquello que ya hemos alcanzado sin ser plenamente conscientes de que la vida sólo existe en el presente y que tenemos, de hecho, muchas más cosas por las que sentirnos afortunados y agradecidos de las que reconocemos en un primer momento. Es como si cada escalón que superamos perdiera todo su valor por el simple hecho de haberlo dejado atrás. Pocas veces nos detenemos a contemplar plácidamente los éxitos y logros conseguidos y las múltiples dificultades superadas. Pero son precisamente esas experiencias positivas sobre las que debiéramos cimentar nuestro sentimiento de valía y, caso de tenerlas poco presentes, quedamos inmersos en un mundo en el que lo pendiente e inacabado parece lo único que merece atención. Sería como pretender juzgar una vida entera por los logros alcanzados en los últimos instantes. Pensemos cada día en aquello bueno y saludable que nos sucede. En la medida en la que potenciamos el recuerdo de experiencias positivas de nuestro pasado, al tiempo que perdonamos las ofensas de las que pudimos ser víctimas, así como los errores que consideramos que cometimos, aumentamos nuestra satisfacción. El propósito, en todo caso, no es distorsionar o intentar suprimir nuestros recuerdos negativos sino, más bien, evitar que los convirtamos, por nuestra lastimosa insistencia sobre ellos, en un lastre que nos dificulte aprovechar la oportunidad de disfrutar de la felicidad a la que tenemos derecho. Una cosa es mirar hacia el pasado para aprender de éste, pero otra bien distinta es permanecer recluidos por decisión propia en él. No añadamos más dolor al que pudimos sufrir dejando que éste se extienda más allá del momento en el que tuvimos que padecerlo. Localicemos nuestros pensamientos pesimistas y rebatámoslos como si se tratase de ideas que otra persona nos pretendiera imponer para amargar nuestra existencia. Nos suele costar más alejarnos de nuestros propios reproches como consecuencia de proceder de uno mismo, pero hay que distanciarse de ellos para poder valorar su veracidad. Busquemos pruebas de la falsedad de éstos. Cuáles son los verdaderos hechos que observamos? Qué otras explicaciones son verosímiles? Qué consecuencias podrían derivarse caso de ser ciertas nuestras suposiciones iniciales? Hasta qué punto lo ocurrido resulta verdaderamente adverso? Es útil, de alguna manera, pensar de forma pesimista? Tengamos presente que el pensamiento pesimista tiende a ofrecernos una interpretación distorsionada tanto de los sucesos favorables como negativos. Considera que todo suceso negativo es consecuencia de causas estables, generales y personales, al tiempo que los sucesos positivos son consecuencia de factores circunstanciales, particulares y externos. Se tiende a pensar, por ejemplo, que el éxito es más consecuencia de la fortuna que de la competencia. Mientras que el fracaso se interpreta más como resultado de carencias y limitaciones personales que contemplar la incidencia de circunstancias específicas ajenas a uno mismo. La felicidad no es algo que simplemente aparece en nuestras vidas, es preciso forjarla y preservarla.
  11. Debemos preocuparnos por los problemas de los demás. En la medida en que nos preocupamos por los demás dejamos de ocuparnos de nosotros mismos. Es reprobable actuar de manera insensible, permaneciendo ajenos ante el sufrimiento que experimenten éstos, pero debemos reconciliar nuestros intereses con los suyos siempre que sea posible. Al aprobar o desaprobar una conducta debemos diferenciar entre lo que tal conducta representa, desde un punto de vista objetivo e imparcial, y la valoración que personalmente la asignamos. Pensemos, por ejemplo, en el trato discriminatorio al que se ven sometidas las mujeres en ciertas culturas y cómo tales pautas reprobables han sido y son asumidas como razonables por aquellos que las ejercen. Debemos pensar si realmente merece la pena preocuparnos por la conducta de los demás. Hay que hacerles ver los errores que puedan haber cometido y ayudarles para afrontarlos y superarlos. Caso de que no podamos cambiar las cosas será preferible no disgustarnos por ello ya que, desde luego, nadie es omnipotente. Lo que esperamos de los demás es tanto recibir como ofrecer un trato justo y equitativo. Las amas de casa suelen considerar que deben sacrificarse incondicionalmente por la familia, algo que termina derivando en un profundo sentimiento de frustración cuando tan irreales y desproporcionadas expectativas se ven desconfirmadas con el paso del tiempo.
  12. Existe una solución correcta y precisa para los problemas y el no encontrarla será catastrófico. No siempre existe una respuesta única y, en más de un caso, ni siquiera existe una solución satisfactoria. Pretender ser perfectos resulta ineficaz ya que cada pequeño logro adicional suele suponer invertir un esfuerzo o medios muy superiores. Es preciso determinar qué soluciones tenemos a nuestro alcance y centrarnos en la más práctica y rentable. Explorar todas las posibilidades, hasta sus últimas consecuencias, es inabordable, tanto por el tiempo que requeriría como por lo impredecible de muchas situaciones.
  13. No tenemos control sobre lo que sentimos y pensamos. La cuestión es que no saber cómo dominar nuestros pensamientos y emociones no supone que éstos no sean controlables, al menos hasta cierto punto. El pensar que nos hallamos desamparados y que carecemos de control sobre lo que pensamos o sentimos es debido, por una lado, a la inmediatez con la que aparecen tales pensamientos y emociones y, por otro, a que no hemos sido plenamente capaces hasta la fecha de dominarlos. La cuestión es que tenemos más control del que suponemos pero estamos poco convencidos de ello dadas las experiencias vividas. Lo único que debiéramos deducir de nuestra forma de actuar y pensar es que no resulta eficaz para el propósito que deseamos lograr. Recordemos que cambiar requiere conocer lo que en verdad podemos o no hacer, decidir qué hacer, actuar conforme a nuestra decisión y persistir en tal proceder, ajustando nuestra conducta, observando los resultados conseguidos en relación a los logros deseados, en función de los medios disponibles y aplicados.
  14. Somos frágiles y no deberíamos sufrir penalidades, nos merecemos una buena vida. Pensar que las personas somos frágiles y que deberíamos evitar provocar o sufrir algún daño da lugar a no comunicar abiertamente cuestiones importantes, con lo que nos vemos atrapados en un círculo de frustración al no plantear nuestras peticiones por temor a la supuesta repercusión negativa que pudieran tener éstas. Tengamos presente, de una parte, que al no expresar nuestros deseos los demás desconocen qué es lo que en verdad nos agrada y disgusta. De otra parte, no sería razonable esperar que sea únicamente el azar o la voluntad ajena el camino para ver satisfechos nuestros intereses. Además, cuando mantenemos la idea de que nada malo debiera ocurrirnos estamos negando la realidad del mundo en el que vivimos.
  15. Para ser aceptado y mantener unas buenas relaciones con los demás debemos sacrificarnos por ellos. El creer que debemos sacrificarnos por los demás con objeto de no ser supuestamente rechazados o abandonados nos obliga a plegarnos a demandas y exigencias con las que podemos estar en profundo desacuerdo. Además, la pretendida aceptación que recibiéramos estaría condicionada a no actuar conforme a nuestras preferencias y deseos, transmitiendo una imagen falsa de uno mismo. Recordemos que cualquier desaprobación recibida debe circunscribirse a la conducta concreta que la provocó y no hacerse extensiva a la persona como un todo. Cuando cometemos un error o actuamos de manera inapropiada es aquello que hacemos, por acción u omisión, lo que merece ser corregido. Rechazar o criticar un rasgo específico de una persona no debiera interpretarse como un desprecio global a ésta. Tampoco es razonable que pretendamos agradar y coincidir con todos en todo instante ya que los desacuerdos y discusiones son algo normal. Otra cosa es que éstos deban ser proporcionados, justos y razonables.
  16. Estar solo es horrible e insoportable. La soledad es un sentimiento de falta de afecto, comprensión, cuidados y/o compañía que puede activarse ya sea por la ausencia física de aquellos con quienes nos relacionamos o por considerarnos desvinculados emocionalmente de ellos. Dado que somos una especie gregaria es comprensible que el hecho de sentirnos separados de los demás lo podamos experimentar como algo potencialmente adverso, en cuanto a ser capaces de valernos por nosotros mismos sin su ayuda, pero resulta evidente que en las sociedades modernas existen múltiples sistemas de protección social, tanto estatales como privados, que ofrecen amparo y cuidado para satisfacer las necesidades más básicas. La soledad, en sí misma, la experimentamos todos durante la vida, ya sea con mayor o menor agrado. Desde luego, no representa una experiencia ni horrible ni insoportable ya que desde la infancia nos exponemos a ella e implica, en su vertiente saludable, reconocer y apreciar nuestra individualidad y autonomía. Se puede ser igual de feliz o infeliz estando solos que acompañados. En cualquier caso, no tenemos que olvidar nunca que podemos y debemos contar siempre con nosotros mismos. Asumir la soledad como un problema puede implicar carecer de las necesarias habilidades para entablar y preservar relaciones sociales satisfactorias, operar conforme a una serie de creencias disfuncionales relativas a nuestra propia competencia y valía, asumir estrategias dependientes como un medio de compensar reales o supuestas deficiencias, no reconocer una parte de nuestras más profundas necesidades, intereses y deseos relativos al autodesarrollo personal independiente, haber adquirido una autonomía y autoexpresión restringida, etc. En vez de considerarnos atrapados por la soledad será preciso contemplar qué necesidades esperamos ver satisfechas al buscar la compañía de los demás, en qué medida pueden éstos verdaderamente cubrirlas, qué clases de relaciones pretendemos tener, cómo localizarlas, iniciarlas y mantenerlas, qué grado de autonomía es saludable preservar en todo caso, cómo expresar lo que deseamos y negociar equitativamente para verlo cumplido, de qué forma podemos estar contribuyendo con nuestras actitudes y hábitos a favorecer y prolongar dicha soledad, valorar si somos constructivos al abordar cada relación, determinar lo que aprendemos de relaciones frustradas, establecer si perseveramos lo necesario, etc. Además, pretender contar con los demás para fundamentar sobre ellos nuestra felicidad constituiría una decisión nada saludable ya que con ello renegamos de nosotros mismos como medio y fin necesario para dar sentido a la propia vida. Vivimos con los demás, no para ellos, ni por ellos. Puede que bajo determinadas circunstancias, sobre todo cuando hemos carecido de todo el cariño, apoyo y respeto que hubiera sido apropiado, esperamos encontrar en los demás aquello que no tuvimos pero, en tales casos, el problema ya no radica estrictamente en una mera cuestión de soledad sino en un sentimiento subyacente de pérdida que intentamos compensar recurriendo a éstos.
  17. El amor ideal existe. Una fuente potencial de sufrimiento es la creencia en un amor perfecto y la suposición de que existe una pareja ideal. Ello conduce habitualmente a sucesivas rupturas en la medida en la que las elevadas exigencias impuestas a la pareja muy difícilmente pueden verse satisfechas. Asumir la perfección como criterio en éste ámbito, como en otros, supone negarse a reconocer la realidad de la naturaleza humana.
  18. Mi valía depende de aquello que logre en la vida. Tal forma de pensar no toma en consideración, ante todo, aquellos condicionantes que inciden sobre la consecución de nuestros objetivos. Además, y lo más importante, nos obliga a juzgarnos en base a una visión exclusivamente materialista de la vida. Se plantea, asimismo, el problema de qué es considerado 'valioso' en cada momento: la familia, el trabajo, el dinero, etc. Todos somos valiosos por nosotros mismos.
  19. Enfadarse es malo y destructivo. Seamos honestos con nosotros mismos y no menospreciemos nuestros objetivos por el hecho de que no nos resulte fácil convertirlos en realidad. La cuestión que en verdad importa es qué hacer para intentar cambiar las cosas y lograr lo que deseamos cuando ello es justo y saludable. Si algo nos incomoda tenemos derecho a expresar nuestro desagrado. Analicemos los problemas según su importancia, en particular aquellos que tengan una relevancia personal. Busquemos las mejores soluciones posibles, ideando y ensayando alternativas para comprobar su eficacia. Asumamos objetivos realistas, valorando qué podrían hacer otros en nuestro lugar. Consideremos los pros y los contras de cada alternativa y los medios con los que contamos. Aceptemos el fracaso y la frustración como lo que son, una parte integrante de la vida que tenemos que asumir, pero que no nos impiden seguir adelante. Reafirmemos nuestro empeño por afrontar aquello que nos perturba emocionalmente, diferenciando el problema de origen de cómo reaccionamos ante éste.
  20. No debemos ser egoístas. Pensar que ser egoísta es algo recriminable representa renunciar a nuestro legítimo derecho a decidir por nosotros mismos, debiendo asumir la responsabilidad de regir nuestra vida. Eso no supone que tal egoismo ampare un comportamiento abusivo sobre los demás ya que éstos, como nosotros, también tienen esos mismos derechos que pretendemos ver satisfechos.