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Personalidad

Modelo de Jeffrey Young

A la hora de abordar la resolución de cada problema se precisa conocer bajo qué circunstancias externas e internas se produce, qué pensamientos, actitudes, esquemas y sentimientos están operativos, qué conductas concretas se aprecian y qué consecuencias, a corto y largo plazo, derivan de ellas, qué síntomas físicos le acompañan, qué puede mejorarlo y empeorarlo, de qué forma se intenta afrontar, tanto al presentarse éste como a la hora de pretender controlarlo, cómo incide sobre un estilo de vida más deseable, cómo interfiere en las actividades cotidianas, de qué forma se inició y desarrolló, cómo ha evolucionado, qué factores pueden estar contribuyendo a promoverlo y mantenerlo, qué tiene de común con otros problemas existentes, qué cambios se esperan lograr, qué resultaría más saludable y apropiado pensar y sentir, qué comportamientos resultarían más eficaces, etc. Para facilitar el cambio es preciso, en primer lugar, poder apreciar cómo se desarrollan las dificultades que experimentemos y para ello suele ser necesario ralentizar los sucesos adversos vividos, con el propósito de poder apreciar en detalle tanto los desencadenantes de nuestras reacciones, como los pensamientos y sentimientos concretos que entran en juego y las respuestas que damos. El proceso de concienciación (mindfullness) pretende precisamente que la persona adquiera una conciencia plena de lo que experimenta en los momentos de malestar con objeto de que al apreciar sus pensamientos y emociones con detalle pueda reflexionar saludablemente sobre ellos y cambiarlos o reasumirlos.

A partir de la teoría cognitiva formulada por Beck, diversos autores han ido desarrollando nuevos enfoques para lograr una mayor efectividad en el proceso de cambio, incorporando ideas y técnicas procedentes de campos como la terapia experiencial, de activación, dialéctica-conductual, etc. Una de esas nuevas formulaciones corresponde a la teoría de esquemas de Young que parte de una serie de patrones desadaptados que habrían sido adquiridos durante la infancia y adolescencia, conformando la manera de sentir, pensar y actuar de la persona, resultando ser persistentes en el tiempo, con un marcado carácter autodestructivo, ya que entorpecen el desarrollo saludable, y resistentes al cambio. Todo esquema sería el resultado de la interacción entre nuestras tendencias hereditarias o temperamento y las experiencias tempranas vividas. Un entorno de crianza saludable debiera ofrecer, tal y como manifestaba Winnicott, seguridad, autonomía gradual, autoestima, autoexpresión, límites realistas y oportunidades para formar relaciones con los demás. Los niños precisan que sus padres se encuentren disponibles de manera previsible para formar un vínculo apropiado con ellos y, a partir de él, poder empezar a explorar el mundo de manera confiada. Todo ello requiere que dichos padres sean capaces de ofrecer amor, atención, respeto, comprensión, cuidados y guía. Ser autónomo conlleva autosuficiencia, autodominio, responsabilidad y la capacidad de disponer de juicio propio. La autoestima supone una valoración positiva de uno mismo. La autoexpresión implica sentirnos capaces de exponer aquello que pensamos, sentimos o queremos. Implica reconocer nuestros derechos y saberlos defender de manera apropiada. Los límites realistas nos permiten coordinar nuestras necesidades y deseos con los requisitos que toda vida en común impone, así como desarrollar la autodisciplina para organizar nuestras metas de la manera más saludable y constructiva posible. Supone, igualmente, conocer y asumir las consecuencias de nuestros actos. Superar tales esquemas requiere enfrentarse a formas de ser fuertemente arraigadas que se manifiestan en diversos hábitos contraproducentes. Se parte de la idea de que en la vida adulta tendemos a recrear las condiciones experimentadas durante nuestra infancia (compulsión de repetición), lo que evidencia la presencia de las denominadas trampas vitales. Dichas trampas constituyen esquemas mentales con los que dar sentido y coherencia tanto al mundo que nos rodea como a nosotros mismos, siendo éstos familiares y constituyendo el marco de referencia para anticipar aquello que asumimos como posible. Ante dichas trampas es posible aceptarlas y mantenerlas, evitarlas (pretender evadirnos de la misma a través de alcohol, drogas, trabajo, etc., pero sin enfrentarnos a ella) o compensarlas (pensar, sentir y actuar de manera contraria a la trampa, negando su existencia). El proceso de cambio supone, por tal motivo, una ruptura con tales estilos de pensar, sentir y actuar, lo que genera un malestar inicial resultado de la natural resistencia a desvincularse de aquello conocido, aunque insatisfactorio, y adentrarse en nuevas formas de entender y comportarse. Tal proceso requiere identificar las trampas existentes, comprender el origen de las mismas, entrando en contacto con el dolor y sufrimiento experimentado, rebatiendo la trampa vital tanto intelectual como emocionalmente, desahogando el dolor experimentado y satisfaciendo las necesidades insatisfechas, modificando los patrones de conducta personal e interpersonal asociados a dicha trampa, en particular las relaciones de pareja inapropiadas y los hábitos autodestructivos, persistir en el cambio siendo paciente y perdonarse por los errores que se hayan cometido. Young diferencia una serie de trampas vitales:

Abandono. La persona siente que, por una razón u otra, aquellas personas a las que quiere terminarán por abandonarle quedando solo/a. Desarrolla un estilo inseguro, anticipando el fracaso, y se aferra a los demás, con lo que suele terminar provocando su rechazo paradójicamente. Asimila mal las separaciones. Se desarrolla en los primeros años de vida y se activa ante la amenaza cierta o presunta de abandono. Tiende a provocar primero miedo consecuencia de la ansiedad de separación, luego tristeza ante la desesperación por la ausencia y, por último, ira por el desapego experimentado. Pueden ser celosos y por temor a la pérdida se implican íntimamente de forma limitada.

Desconfianza/abuso. La persona teme que los demás abusarán o se aprovecharán de ella, por lo que tiende a aislarse y desconfiar. Se entremezclan sentimientos de dolor, miedo, rabia y pérdida. Puede manifestarse con intensos episodios de malestar emocional o se afrontan disociándose de éstos. Se relaciona con los demás superficialmente, siendo incapaz de llegar a intimar por temor. Se suele ser suspicaz, temiendo la existencia de intenciones ocultas. Su origen radica en experiencias de abuso, humillación, maltrato o traición en la infancia. Tales experiencias generan sentimientos de desamparo, vergüenza y culpabilidad. Tienden a ceder ante los demás para no sentirse solos y manifiestan una reducida seguridad en sí mismos, infravalorándose. Pueden aparecer reacciones de ira cuando se sienten desbordados ante la rabia acumulada.

Dependencia. La persona piensa que es incapaz, por sí misma, de enfrentarse al mundo, necesitando de otros para lograrlo. Recurre a figuras de autoridad para cederles el control de su vida, ya que se agobian ante la responsabilidad. Son indecisos y desconfían de sí mismos a la hora de tomar decisiones importantes. Los cambios les inquietan al poder enfrentarles a nuevas tareas y sentirse incapaces de hacerlo de manera eficaz. Al depender de otros puede que no aprendan a valerse por sí mismos, por lo que no defienden sus derechos, ni manifiestan sus necesidades por temor a quedarse solos. Suelen desarrollar una ira contenida, dadas las frustraciones que sufren. Temen morir, enloquecer, quedar en la miseria, etc. En ciertos casos, para contrarrestar dicha trampa la persona puede mostrarse demasiado independiente, no buscando ayuda ni consejo de nadie. Su origen puede ser un estilo de crianza sobreprotector, con lo que les impide aprender a ser autónomos, o infraprotector, con lo que se ven abocados a cuidar de ellos mismos.

Vulnerabilidad. La persona teme al futuro al anticipar en éste catástrofes de diversa naturaleza, sintiéndose incapaz de afrontarlas. Se sienten inseguros y perciben peligros en todo lo que les rodea. Los principales miedos se centran en la salud-enfermedad, daños físicos, miseria económica y pérdida de control. Es frecuente que se vean acosados por preguntas del tipo ‘.. y si..’. Buscan permanecer en sus lugares seguros, habitualmente su propio hogar, evitando todo lo demás. Su origen suele resultar de experiencias tempranas, directas o indirectas, de daño o pérdidas (enfermedades, catástrofes, muertes, víctimas de delitos, etc.). Son conservadores y aborrecen el riesgo, pudiendo desarrollar diversas supersticiones.

Privación emocional. La persona piensa que no será querida ni comprendida como necesita. Tiende a fluctuar entre el enfado e irritación al ver frustrados sus deseos y el miedo a la soledad. Manifiestan un profundo vacio emocional y desconocen lo que es sentir amor. Suele tener su origen en experiencias tempranas de privación, quedando desatendidas sus necesidades. Se sienten decepcionados con los demás y evitan las relaciones íntimas. Sus parejas suelen ser frías y distantes. Son reservados, no expresan lo que desean e intentan satisfacer sus necesidades de manera indirecta, enfadándose al no sentirse entendidos.

Exclusión social. La persona se siente diferente a los demás, se aísla de ellos. Se sienten inferiores y no aceptados, considerando que su apariencia externa o carencias en sus habilidades son causa de tal rechazo. Son reservados y buscan, a pesar de todo, ser aceptados. Suelen sentirse incómodos si piensan que son observados o juzgados. Dan una excesiva importancia a lo que los demás supuestamente piensen de ellos, evitando competir con los demás. Su origen puede radicar en experiencias de exclusión en la infancia de naturaleza física, mental y/o social, como sobrepeso o delgadez, rendimiento académico, escasa sociabilidad, entorno familiar, etc. Su soledad tiene por objeto evitar ser rechazados, refugiándose en la familia y/o amigos. Se pueden sentir atraídos por personas que manifiestan una personalidad dominante y segura, o por personas que también se sienten rechazados. Al evitar el contacto con los demás refuerzan su trampa vital. Se precisa conocer todo aquello que evitan, así como lo que les provoca malestar. Minimizan sus atributos positivos y maximizan los negativos.

Imperfección. La persona se siente internamente defectuosa. Piensan que de conocerles íntimamente los demás les rechazarían y nadie les querría, culpándose por ello. Se avergüenzan de sí mismos. Pueden sentirse inseguros, aparentar normalidad o considerarse especiales, pero en el fondo persiste su falta de autoestima. Se autocritican en exceso y pueden escapar de su malestar bebiendo, trabajando, etc. Su origen puede resultar de experiencias tempranas de desprecio y humillación, críticas continuadas, abusos, abandono, etc., no sintiéndose queridos ni respetados. Suelen preferir las relaciones superficiales, pudiendo elegir parejas ofensivas y críticas con ellos mismos. Se sienten inferiores y son muy sensibles ante las críticas que reciben, no admitiendo sus errores y defectos. Cada situación en la que fracasan reaviva su sentimiento de imperfección. Tienden a no apreciar sus cualidades positivas y centrarse en las negativas. Deben aprender a ser más genuinos, no ocultando aquello que consideran inaceptable en sí mismos.

Fracaso. La persona se siente incapaz e inferior frente a los demás. Se exageran los fracasos y se minimizan los logros, considerando que éstos últimos se deben más a la casualidad que a su competencia. Se preocupan en exceso por cualquier pequeño error o fracaso y se apoyan en él para reafirmar su creencia. Por tales motivos no desarrollan todo su potencial, evitando asumir nuevas responsabilidades, adquirir nuevas destrezas, etc. Sienten que no merece la pena esforzarse ya que anticipan el fracaso, lo que se convierte en una profecía autocumplida. Su origen deriva de experiencias tempranas con padres muy críticos y exigentes, fracasos sufridos, imponerse normas muy estrictas de difícil cumplimiento, compararse severamente con los demás, etc. Evitan los retos y prefieren la seguridad. Tienden a aplazar las cosas, siendo indecisos. Pueden elegir parejas con éxito para compensar sus supuestas carencias. Es preciso que aprendan a valorar objetivamente sus cualidades positivas y a establecerse metas progresivamente más exigentes.

Subyugación. La persona tiende a sacrificarse por los demás para agradarles y satisfacerlos. Adoptan una posición subordinada. Dejan que sean los otros quienes controlen su vida para evitar sentirse culpables (sacrificio), relegando a un segundo plano sus propias necesidades y deseos frente a los de los demás, o por temor a ser rechazados o abandonados (sumisión). Tienden a relacionarse con personas dominantes o inferiores. No piensan en ellos mismos en primer lugar, si no en la reacción de los demás ante ellos. Les resulta difícil poner límites y defender sus derechos, siendo pasivos. Se pueden sentir responsables del bienestar de los demás, siendo sensibles a los sentimientos de éstos, ofreciendo más de lo que reciben, lo que puede terminar derivando en resentimiento. Si temen a los demás se someten a ellos y se defienden de manera pasivo-agresiva. En algunos casos actúan de manera rebelde. Pueden recurrir a conductas contraproducentes para ellos mismos (anorexia, etc.) como medio para sentir que poseen el control en algún sector de sus vidas. Suelen buscar parejas dominantes o necesitadas. Deben aprender a reconocer sus necesidades y deseos y defenderlos asertivamente.

Normas inalcanzables. La persona se exige demasiado y sobrevalora la posición social, el dinero, los logros, etc. Desdeñan el ser felices, cuidar de su salud, disfrutar, etc., al considerar que ello es un obstáculo para sus altas miras. Son críticos consigo mismos y con los demás. Están permanentemente bajo una elevada presión ejercida por ellos mismos. Su vida queda limitada a las metas que se proponen alcanzar. Se sienten ansiosos e irritados, preocupados por usar productivamente su tiempo. Pretenden alcanzar la perfección en cada tarea que realizan. Pueden ser compulsivos (perfeccionistas, ordenados, atienden a los detalles, se reprochan sus errores y se enfadan al no alcanzar sus metas), orientarse al éxito (trabajadores incansables y muy competitivos) u orientarse hacia el status (buscan el reconocimiento de los demás). No son capaces de disfrutar de la vida, están insatisfechos a pesar de sus logros. Sus relaciones familiares suelen resentirse. No aprecian con claridad todos los costes derivados de sus esfuerzos. Deben aprender a reconocer sus necesidades más íntimas y comprender lo que sacrifican por su estilo de vida.

Grandiosidad. La persona se siente especial, superior, y espera que sus deseos se satisfagan aquí y ahora. Son egocéntricos, con escasa autodisciplina y no asumen las reglas que les son impuestas por otros. Fueron niños/as mimados/as y se enfadan cuando no ven realizados sus deseos. Pueden aferrarse a los demás para que éstos satisfagan sus necesidades y actuar de manera impulsiva sin tener en cuenta las consecuencias de sus actos. Culpan a los demás de sus problemas y no se sienten responsables por lo que suceda. Puede tener su origen en la falta de límites durante la infancia, siendo sobreprotegidos y no enseñándoles a tolerar la frustración. Padres excesivamente permisivos pueden criar hijos mimados. Suelen elegir parejas que les cuiden. No aprenden a valerse por sí mismos, siendo irresponsables, desorganizados, conflictivos, engreídos, etc. No asumen los sentimientos y necesidades de los demás.