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Memoria. Esa gran olvidada

Cuando hablamos de la memoria debemos tener presente que hay básicamente dos clases, la memoria a corto y a largo plazo. La memoria a corto plazo representa el lugar en el que manipulamos la información, de tal forma que somos conscientes de lo que se encuentra en ella. La memoria a largo plazo representa el lugar de almacenamiento de todos nuestros conocimientos. Esta última suele dividirse en episódica, relativa a las experiencias cotidianas, y semántica, la correspondiente a los conceptos, ideas y demás hechos abstractos que vamos aprendiendo durante la vida. A su vez, es preciso diferenciar ciertos conceptos:

Los procesos mnésicos conllevan el registro de los acontecimientos vividos, su organización, almacenamiento y la posterior recuperación o recuerdo, se produzca éste de forma automática o voluntaria. Los procesos de memoria operan constantemente registrando tanto los hechos cotidianos como aquella información que deliberadamente deseamos adquirir. El cerebro almacena multitud de vivencias que pasan de manera automática a nuestra memoria a largo plazo. Registramos a la largo de la vida ingentes cantidades de datos que se acumulan conformando lo que denominamos experiencia. Los rostros de las personas conocidas, sus rasgos particulares, los lugares en los que hemos estado, las actividades efectuadas, aquello que hemos pensado y sentido, etc. Toda la información se organiza para poder ser almacenada y manipulada eficientemente. Cualquier recuerdo aislado, a menos que sea muy prominente, será difícilmente localizado, mientras que los recuerdos integrados y asociados se localizan con mayor sencillez. Una imagen o idea llama a otra con la que está relacionada de forma que el entramado, a medida que es más denso y bien estructurado, permite una mejor accesibilidad.

Todo aquel conocimiento que coincida con nuestros intereses más prioritarios se asimilará mejor. Atendemos con más intensidad, integrando posteriormente dichos datos con los anteriormente adquiridos. Nuestras preferencias, por tanto, juegan un papel importante en los procesos mnésicos ya que tienden a seleccionar ciertos acontecimientos frente a otros. Encontrar un sentido y propósito al trabajo que estemos efectuando convierte la tarea en más valiosa, favoreciendo su asimilación y almacenamiento.

Para registrar en nuestra memoria un acontecimiento será preciso, en primer lugar, prestarle atención. Esta puede estar dirigida y mantenida voluntariamente en virtud de nuestro deseo de aprender o puede también ser atraída por la relevancia del acontecimiento en cuestión, sea por tener un valor agradable o desagradable para nosotros. En cualquier caso, como es lógico, todo aquello que deteriore o fatigue nuestros analizadores sensoriales (vista y oído principalmente) contribuirá negativamente al funcionamiento de la memoria. Trabajar en condiciones de iluminación deficientes, con una postura corporal inapropiada, con ruidos perturbadores, con una temperatura ambiental demasiado elevada o baja, etc., empeorará nuestro rendimiento.

El estado anímico incide igualmente sobre la memoria. Un nivel moderado de activación mental es necesario para atender y procesar la información con agilidad. Tanto un exceso como un defecto de excitación, es decir, un estado de manifiesta ansiedad o de fatiga, deterioran el rendimiento. En ambos casos, es preferible tranquilizarnos o descansar antes de continuar con la tarea para afrontarla en mejores condiciones. Una actividad física y una dieta apropiadas favorecen el óptimo funcionamiento de nuestra memoria.

Cómo mejorar la memoria.

Vamos a indicar varios métodos para optimizar la memoria. No olvidemos, nunca mejor dicho, que la memoria es una función ejercitable. El esfuerzo por recordar los datos memorizados es el mejor camino para fortalecerlos. A modo de músculo mental, cuanto más se utiliza, dentro de unos límites razonables, mejor funciona. Memorizar un material requiere atenderlo, asociarlo con los ya adquiridos y fijarlo a través de su repetición mental. Ya que la motivación es fundamental para el aprendizaje, pensemos por qué deseamos aprender algo? En qué medida es importante o puede ser útil? Qué nos puede reportar? Buscar agrado y sentido a una tarea la convierte en menos árida.

El dominio de la memoria requiere, ante todo, dominar de manera apropiada los procesos mentales. Deberemos mantener la atención centrada en la tarea durante un tiempo suficiente y con un grado de concentración adecuado, apartando cualquier otro pensamiento o imagen distractora. Si queremos recordar algo, deberemos persistir durante el tiempo necesario en su búsqueda, evitando desviarnos del objetivo perseguido. Si nuestra atención se dispersa el almacenamiento queda debilitado o imposibilitado. Es como intentar mantener una conversación telefónica en el seno de una bulliciosa multitud. Tendremos que aislarnos para entender lo que nos dicen. En el caso que nos ocupa, supone aislar a nuestra mente tanto de distracciones internas como externas.

Si aparecen pensamientos o imágenes que nos interfieran, será preciso detener la tarea que estemos realizando. Determinemos si nos encontramos demasiado tensos o fatigados para seguir adelante, en cuyo caso todo esfuerzo añadido resultará muy poco eficiente. De no ser así, concentremos nuestra atención en algún recuerdo o acontecimiento presente hasta apartar cualquier otra idea o imagen. Podemos leer un texto cualquiera en voz alta, concentrarnos en percibir los sonidos ambientales, escuchar algo de música, realizar alguna tarea sencilla, dejar la mente en blanco, recurrir a un leve golpe de una goma de oficina en la muñeca, actuar como si estuviésemos explicando a otra persona lo que estamos leyendo, efectuar operaciones aritméticas mentalmente, etc. Una vez desterradas las ideas o imágenes perturbadoras, retomaremos la tarea pendiente. Hay que tener presente que el autocontrol mental es una habilidad que requiere práctica. En la cultura hinduista el yoga hace uso de éstas y otras técnicas para favorecer dicho autocontrol. Otro ejercicio que podemos hacer es, en distintos momentos del día, concentrar nuestra atención durante un máximo de cinco minutos en un tema elegido al azar (una cuestión de actualidad, algo que nos haya sucedido, un problema que nos interese, etc.). Durante ese tiempo evitaremos cualquier pensamiento o imagen que no tenga relación con el asunto en cuestión, centrándonos de forma constante y sistemática en aquellos otros que sí sean relevantes. Terminado el plazo de cinco minutos, abandonaremos el tema y continuaremos con las actividades cotidianas.

Como técnicas para mejorar el proceso de memorización podemos citar:

Como ya hemos indicado, organizar y ordenar nuestros conocimientos facilita tanto su almacenamiento como su posterior recuperación. A este respecto es útil, cuando leamos un texto, detenernos en el índice para adquirir una visión de cómo está dispuesto el material. Con ello configuramos un mapa mental orientativo sobre el que ir encajando las porciones de información que aprendamos. Es preciso comprender y analizar cada frase antes de aventurarnos con la siguiente. Ya que el contenido de un libro suele estar interrelacionado, leer una frase sin haberla comprendido deja una laguna que rompe la continuidad del recuerdo. El pretender recurrir al recuerdo literal de un texto consume un enorme esfuerzo que rara vez es necesario. Al comprender, al dotar de significado lo que estamos aprendiendo, registramos en la memoria con mayor profundidad tal conocimiento. Tras estudiar un capítulo, recordemos su esquema general. Hagamos un breve resumen del mismo, identifiquemos cada una de las secciones que lo componen, exploremos sección por sección para rememorar los contenidos allí estudiados. Si hemos olvidado algo, volvamos a leerlo y continuemos con esta auto-evaluación. Este trabajo irá afianzando los conocimientos que deseamos adquirir. Puede resultarnos de utilidad exponerlo en voz alta, como si tratásemos de dar una breve charla a un auditorio imaginario. Con ello probamos el recuerdo, favorecemos su retención y ordenamos las ideas.

Para mejorar la memoria visual debemos atender a un objeto cualquiera, luego cerrar los ojos y empezar a recordar todos y cada uno de los detalles del mismo. Al abrir los ojos, pasados unos instantes, comprobaremos la fidelidad de nuestro recuerdo. Repitamos esta operación hasta que el nivel de detalle retenido sea bastante elevado. Para comprobarlo podemos también dibujar de memoria dicho objeto, anotar una lista con sus características o hacer un esquema con la disposición de las partes observadas. Iremos buscando objetos más complejos, lugares concretos (una habitación, un escaparate, etc.), hasta paisajes. Lo que hacemos es entrenar a nuestra mente tanto para captar con claridad y precisión los detalles de cualquier escena que contemplemos como a recrear dicha escena con la mayor fiabilidad posible.

Para mejorar la memoria auditiva debemos emplear el mismo procedimiento. Escuchemos un pasaje musical y recordémoslo con el mayor detalle posible. Se puede recurrir al principio a sonidos más simples, como el canto de un pájaro, el ruido del agua, el rumor del viento, etc. Para la memoria táctil, toquemos distintos objetos (madera, metal, piedra, tela, papel, etc.) y, con los ojos cerrados, los manipularemos hasta formar una impresión táctil. Luego, los dejaremos y recordaremos dicha impresión. Se pueden colocar tales objetos en una caja cerrada para, sin verlos, identificarlos por el tacto. Podemos agudizar nuestra sensibilidad recurriendo a diversos tipos de tejidos (lana, poliester, algodón, etc.) para discriminarlos. Algunos ilusionistas son capaces de reconocer por el tacto el relieve de cada uno de los naipes de una baraja. Tanto con el olfato como con el gusto, entrenémonos para identificar y recordar distintos olores y sabores. Los enólogos son capaces de reconocer diversas clases de vinos gracias a que se entrenan para diferenciar sus aromas y sabores. Hay que tener presente que la impresión formada por la combinación de unos sentidos (vista, oído, olfato, tacto y gusto) bien entrenados es más fuerte, completa y vívida, con lo que se almacenará y recordará mejor.

Para fortalecer el recuerdo de ciertos objetivos podemos enmarcarlos emocional e imaginativamente de forma que se refleje el intento de consecución de la meta y los efectos adversos caso de no lograrlo. Pensemos, por ejemplo, en recordar una cita. Podemos imaginarnos acudiendo a ella junto con el malestar que nos supondría el llegar tarde.

A la hora de recordar algo, tengamos en cuenta que el nerviosismo entorpece e incluso llega a impedir esta tarea. Respiremos tranquilamente, dejemos la mente en blanco unos segundos y volvamos a intentar localizar lo que buscamos en nuestra memoria. Recurramos a todos aquellos recuerdos asociados con el objetivo para favorecer su recuperación.

Las reglas mnemotécnicas pretenden facilitar la memorización y recuerdo transformando una información más compleja en otra más fácil de retener por mediación de diversos procedimientos. Conociendo perfectamente cómo se generó la clave de conversión, podemos descifrar el mensaje mental almacenado para restaurar la información originaria. En la Grecia clásica, para recordar un discurso, el orador tenía por costumbre imaginar que cada parte del mismo estaba depositada en una habitación de su residencia. En el momento de pronunciarlo se limitaba a recorrer habitación por habitación exponiendo dichas partes. Otras técnicas se basan en formar frases que rimen, en utilizar la primera letra o sílaba de ciertas palabras a recordar para formar otra palabra con ellas, el asociar cierta imagen a una frase o idea, etc.

Para crear un sistema de referencia que nos ayude a orientarnos en una ciudad sería preciso consultar un plano de la misma y, en base a una división geométrica de dicho espacio en sectores regulares, memorizar ciertos lugares que identifiquen cada zona concreta. Conozcamos su artería principal y ciertas ramificaciones, construyendo un mapa espacial simplificado a partir de dicha información. La clave es disponer de puntos de referencia a partir de los cuales localizar y trazar cualquier recorrido. En este sentido, las iglesias, monumentos, centros comerciales, etc., se convierten en marcas con relación a las cuales situarnos.

Nuestra mente está permanentemente activa. Por ello, no es rara la ocasión en la que recordamos algo o aparece alguna idea mucho tiempo después de haber estado pensando sobre cierto tema. Conviene, por tanto, disponer de una pequeña agenda en la que anotar esos pensamientos ya que, de otra forma, pueden desaparecer tan rápidamente como aparecieron.

Dos grandes enemigos de la memoria son la frustración y la fatiga. Al trabajar en una tarea y no lograr los resultados esperados, sea por la elevada dificultad de la misma o por un exceso de cansancio, podemos sentirnos frustrados, desalentados o derrotados, enturbiándose con ello nuestro estado emocional. La actividad intelectual es sensible a dichos estados emocionales, ya sea por defecto o por exceso. En esos casos, el primer objetivo será restablecer el equilibrio emocional recurriendo, entre otras, a la respiración profunda, al ejercicio físico moderado, al descanso, etc.

Como ya hemos dicho, factores como la dieta o el ejercicio físico apropiados son favorecedores de una memoria saludable. Una consideración práctica que conviene seguir es no acometer una tarea intelectual ni física exigente después de una comida copiosa, la digestión nos merma facultades. Cuando necesitemos descansar para disipar la fatiga dediquémonos a ello íntegramente. Descansar supone dejar que nuestro cuerpo y nuestra mente se relajen. Adoptemos una postura cómoda, empecemos a respirar profundamente y apartemos cualquier preocupación o tarea pendiente de nuestra atención. Hay que limitarse a contemplar pasivamente lo que sintamos y pensemos. Al cabo de unos 5 a 10 minutos habremos logrado un adecuado nivel de relax, tras lo cual estaremos en disposición de continuar con el trabajo en curso.

Como última recomendación, sometamos a nuestros pensamientos a una triple comprobación: esto que pienso es verdad?, esto que pienso es justo? y esto que pienso es saludable? Las ideas inapropiadas o irracionales son una fuente de sufrimiento y problemas para la persona. Muchas de ellas nos son inculcadas durante la infancia, procedentes de familia, maestros, amigos, etc. Otras tienen su origen en el seno de la sociedad en la que vivimos y llegan a nosotros a través de los medios de comunicación. En cualquier caso, las hemos aceptado sin cuestionarlas, sin someterlas al análisis anteriormente citado. La única forma de vencerlas es desafiarlas y rebatirlas, luchar contra ellas demostrándonos lo absurdo, irreal, desproporcionado o injusto de tales filosofías de vida, tanto de aquellas importadas como de las de propia creación. Con tenacidad y constancia podremos erradicarlas y sustituirlas por otras más saludables y racionales.