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Relaciones de Pareja

Vida en pareja

Son diversas las causas que motivan a las personas para iniciar una relación de pareja, entre ellas las más importantes son la seguridad emocional, las relaciones sexuales y la descendencia. El amor, como fundamento único de una relación, es responsable del importante número de parejas que fracasan. El amor no puede compensar, a largo plazo, las diferencias irreconciliables que existan en la forma de ser entre ambos cónyuges, ni la falta de habilidad de éstos para afrontar convenientemente los problemas que siempre surgen en cualquier relación. Al principio se confía en que mágicamente éste resuelva todo, algo que desgraciadamente el tiempo se encarga de desmentir. La novedad, el deseo de agradar y mostrar lo mejor de cada uno, la elevada tolerancia ante cualquier desacuerdo, el predominio de la atracción física, el que la propia convivencia se vaya consolidando o la tendencia a idealizar al cónyuge son factores que convierten a esta etapa inicial en altamente gratificante y de ahí que sea difícil percibir posibles conflictos, a menos que sean muy evidentes. A medida que la convivencia progresa, las diferencias y desacuerdos pueden ir aflorando, enfrentándose a su vez la pareja a nuevas dificultades consecuencia de los cambios en los sentimientos y creencias que conlleva afrontar una vida en común. En esa fase ambos miembros deberán adaptar sus ideas preconcebidas sobre la relación a la realidad. Una relación de pareja no es estática. Todo ser humano evoluciona y tal evolución implica cambios en la relación. Las parejas 'felices' se caracterizan por asimilar adecuadamente estos cambios, tanto internos (tareas asignadas, cuidado y educación de hijos, etc.) como externos (trabajo, amigos, etc.), y modificar su relación en consonancia a ellos. Pero lo hacen gracias a conocer y utilizar, de forma natural, ciertas habilidades que no han adquirido las parejas con problemas. La pareja requiere de estas habilidades para superar las dificultades lógicas de toda convivencia.

Cuando somos niños, la autoridad paterna y materna reglamenta nuestras vidas, pero en la pareja ambos cónyuges deben acordar, tácita o explícitamente, unas reglas de juego que les permitan convivir en armonía. Es preciso acordar cómo se distribuirán las tareas domésticas, cuáles son las obligaciones y responsabilidades de cada uno, qué papel desempeñarán y qué esperan de la relación, qué consideran importante y qué prescindible, cómo compaginar vida familiar y vida profesional, qué papel desempeñarán otros familiares (padres, hermanos/as, tíos, etc.) y amigos, etc. En una pareja con conflictos, los hijos y la ansiedad de la separación mantienen en última instancia la cohesión. Cuando fuera de la pareja percibimos, sean reales o no, más dificultades y problemas que dentro, se suele llegar al convencimiento de que no merece la pena abandonar la relación. Para mejorar la relación se hace imprescindible adiestrar a ambos cónyuges en habilidades de convivencia, de forma que el clima familiar se torne tanto más gratificante como menos aversivo. Conviene igualmente diferenciar dos conceptos. Por un lado la estabilidad, es decir, el tiempo que perdura la relación y por otro, la satisfacción. Parecería lógico pensar que a mayor estabilidad debiera corresponder una mayor satisfacción, pero se ha constatado que una pareja puede mantener su relación durante largos períodos de tiempo con niveles mínimos de satisfacción, siempre que los costes o pérdidas percibidas por, al menos, uno de los miembros al plantearse la separación superen los perjuicios de continuar en ella, teniendo presente, así mismo, los particulares criterios que cada uno tiene sobre beneficios y costes. Recordemos ese dicho: mi manjar puede ser tu veneno, es decir, lo que una persona prefiere a otra le desagrada.

En gran medida, la satisfacción o insatisfacción que experimenta cada cónyuge depende de la ecuación beneficios-pérdidas. Los beneficios son las conductas gratificantes que se reciben (halagos, contacto íntimo, actividades preferidas, apoyo emocional, etc.), y las pérdidas las conductas aversivas (recriminaciones, obligaciones indeseadas, expectativas incumplidas, etc.). Es frecuente, en las parejas con problemas, que predominen los intercambios aversivos. Se emplea el denominado control coercitivo. Cada cónyuge, conscientemente o no, tiende a dar lo que recibe de la relación. Si recibe conflictos, tensiones, agrias discusiones, indiferencia, amenazas, críticas, etc., responde con la misma moneda. Al final, cada miembro de la pareja satisface las demandas del otro para escapar del conflicto, creándose un círculo vicioso del que cuesta mucho salir. Se empieza a pensar más en qué hacer para cambiar al otro y menos en cómo cambiar juntos. Para mejorar la convivencia es necesario:

La satisfacción en el matrimonio se sustenta en el predominio de intercambios gratificantes y en el logro de los objetivos que cada uno considera importantes, las razones por las que decidió emprender una vida en común. A este respecto, es muy importante analizar si las ideas que tengamos sobre la relación son más o menos saludables, es decir, si se corresponden en menor o mayor medida con la realidad. En tanto en cuanto actuemos en base a principios y criterios inapropiados, contribuiremos a perturbarnos emocionalmente al exigirnos o esperar cosas poco razonables de la relación. No olvidemos tampoco que lo importante, en casi todas las relaciones humanas, no es la conducta del otro en si misma, sino cómo interpretamos esa conducta. Baste pensar en una simple queja; está claro que no nos influirá igual si estamos alegres o tristes. Es por ello recomendable posponer cualquier discusión si empezamos a percibir que el ambiente emocional se enturbia; enfadados razonamos peor. Cada persona lleva a la relación su historia particular, sus vivencias acumuladas, los aprendizajes adquiridos, su manera de ser, y ello configura sus preferencias, temores, valores y principios. Conviene pensar en lo que pretendemos lograr de la relación ¿Qué espero de mi pareja y de mi mismo/a? ¿Cómo creo que debería desarrollarse la relación? ¿Qué necesidades y aspiraciones pretendo cubrir (compañía, intimidad, sexo, hijos, nivel de vida, etc.)? En las parejas con problemas es habitual que existan desacuerdos a la hora de identificar los sucesos que provocan su malestar, además de interpretar las desavenencias de una manera más negativa y no reconocer, en igual medida, las manifestaciones positivas existentes. También es frecuente que asuman como ciertas normas poco realistas o equivocadas sobre la relación o que éstas resulten incompatibles. Tales normas suelen referirse a los límites de la relación (lo que se considera competencia de ambos y de cada uno), cuestiones de poder/control y el grado de compromiso que deben asumir ante diversas circunstancias. La secuencia típica de un conflicto suele consistir en conductas de ataque-retirada o persecución-distanciamiento, pudiendo derivar en ataque-ataque o retirada-retirada. Es interesante diferenciar entre las emociones provocadas por la no satisfacción de las necesidades personales de aquellas otras que ejercen un control sobre los demás (instrumentales). Lo eficaz es buscar soluciones en vez de culpables, aceptando los sentimientos de desagrado y frustración para poder compartirlos y superarlos en un entorno carente de reproches. Siendo habituales ciertas formas equivocadas de valorar la relación, sería recomendable tener presente varias ideas saludables:

Dado que las expectativas poco razonables sobre la relación de pareja suponen un lastre para que ésta funcione mínimamente bien, es preciso enfrentarse a ellas, ponerlas en tela de juicio, tomar conciencia de que manteniéndolas no lograremos que las cosas cambien. Cuestionar nuestras conductas y creencias es positivo, es decir, preguntarnos si está resultando eficaz la forma en la que habitualmente nos comportamos con nuestra pareja. En vez de culpar al otro y esperar que cambie, pensar qué puedo hacer para que la relación mejore y si estoy dispuesto a ello. Hay que tener en cuenta ciertos principios:

Según Bowen, a partir de los vínculos emocionales que formamos durante la infancia configuramos nuestro grado de diferenciación personal, es decir, en qué medida actuamos de forma libre, autónoma e independiente en la relación con los demás, siendo capaces de organizar de manera flexible nuestras conductas y dominar nuestras emociones. En tanto que el grado de tal diferenciación sea limitado, presentaremos una excesiva necesidad de tener a nuestro lado a otros, seremos más vulnerables y las relaciones serán inestables. El conflicto nacería en la pareja, básicamente, al centrar la atención en lo que consideramos que el otro está haciendo mal. Puede producirse, igualmente, un reparto no equitativo de las responsabilidades de forma que la falta de esfuerzo y compromiso de uno lleve aparejado un exceso para el otro. No olvidemos que lo que puede resultar positivo para una persona es negativo para otra, lo que nos obliga a tomar en consideración sus valores y preferencias. Ante los conflictos interesa que la pareja aprenda a pensar sobre el problema más que limitarse a reaccionar ante él. Como ya hemos visto, hay que indagar qué creencias, temores, intereses, etc., subyacen a tal conflicto en vez de lamentar o recriminar su existencia. El paso del tiempo puede dar lugar a desafíos como posibles incompatibilidades que afloran o la aparición de situaciones nuevas que demandan un esfuerzo de adaptación conjunto. Si el conflicto es abordado como una oportunidad para desarrollar la convivencia, más que como un signo de fracaso, se favorecerá su resolución y el crecimiento de la relación. Es preciso que cada miembro de la pareja valore el grado de tensión existente, su nivel de compromiso, qué considera que les divide y qué les mantiene unidos. No basta con conocer las discrepancias existentes, es preciso exteriorizar la razón de éstas, así como los círculos viciosos que tienden a perpetuarlas. Es recomendable que recuerden aquellas cualidades que les atrajeron uno del otro y las dificultades superadas en común. Son, precisamente, los aspectos positivos y negativos asociados a la forma de ser de cada uno los que dan origen tanto a las desavenencias como a las fortalezas de la pareja, teniendo como propósito coordinarlos y reconciliarlos. Mejorar una relación supone establecer un nuevo punto de equilibrio, tomando en consideración las necesidades de ambos, al tiempo que se reconocen los intentos de solución insatisfactorios y la responsabilidad de cada uno en éstos. Hay que contar con el hecho de que incluso conductas razonables y bien intencionadas pueden provocar malestar. Observando la clase de vínculo emocional desarrollado con padres/cuidadores durante la infancia se pueden identificar una serie de estilos de respuesta o esquemas con los que la persona afronta sus relaciones afectivas adultas. Tales esquemas son:

Tengamos en cuenta que tales estilos no son categorías cerradas. Representan más bien tendencias que suelen ir cambiando en virtud de las experiencias que el sujeto va acumulando a lo largo de su vida. Es evidente que el estilo seguro es el más saludable y conviene crear las condiciones para implantarlo. Pensemos en que toda relación de pareja es una parte de nuestra vida, pero nuestra vida es mucho más que una relación de pareja. Es evidente que una relación conlleva diversos cambios, de mayor o menor alcance, en los hábitos de cada uno de sus miembros (trabajo, ocio, amistades, etc.), viéndose obligados, entre otras cosas, a reorganizar sus prioridades. Pero en este proceso cada uno preserva buena parte de su individualidad. Una relación fundada en el sometimiento o sumisión al otro, aunque pueda perdurar durante mucho tiempo por su misma naturaleza, no es en absoluto justa ni saludable. De ahí que cada pareja deba encontrar y mantener un equilibrio entre lo que cada uno hace en beneficio de la pareja, como totalidad, y aquello que hace en beneficio propio. Por otro lado, no olvidemos que una concreta relación de pareja no es un fin en si mismo. Es decir, cuando una persona decide entablar una relación pretende con ello satisfacer determinados objetivos (compañía, descendencia, seguridad, etc.) pero en modo alguno está predeterminado quién será, de manera específica, su posible pareja. Es evidente que toda elección en éste ámbito se circunscribe al conjunto de personas que cada uno de nosotros llegamos a conocer en un momento dado. A su vez, todos los posibles candidatos/as podrían distribuirse de manera continua, desde los menos a los más óptimos, en virtud de su adecuación para tal convivencia. Ello supone diferenciar el hecho de elegir a una persona concreta como pareja del hecho de satisfacer nuestra pretensión de tener pareja. En otras palabras, podemos realizar una elección inadecuada, pero ello no implica renunciar a nuestra intención final que es la de convivir en pareja. Cada persona resulta, por tanto, un medio para ese fin.

Habilidades para convivir

En una relación de pareja la convivencia vendrá determinada, en gran medida, por la calidad de la comunicación establecida. En tanto en cuanto cualquier diálogo derive en discusiones acaloradas se dificultará enormemente o impedirá la búsqueda y consecución de soluciones concretas a los problemas existentes. En el momento en el que nos vemos desbordados por la desesperación, la ira, el odio, la indignación, etc., no seremos capaces de pensar con la necesaria claridad, activándose actitudes defensivas que nos hacen o más beligerantes o evasivos. En esos momentos, en vez de centrar la atención sobre aquellos aspectos que específicamente nos molestan terminamos, fácilmente, atacando a la otra persona. Recurrimos a descalificaciones globales (‘eres imbécil’, ‘no vales para nada’, etc.), críticas hirientes, quejas reiteradas, en fin, todo aquello que en nada contribuye a que las cosas vayan a mejor.

Todas las parejas discuten, pasan por momentos de mayor o menor tensión, lo que marca la diferencia es la frecuencia con la que se presentan tales desavenencias, su intensidad y en cómo se desarrollan. El mayor riesgo para la supervivencia de la pareja es el fenómeno conocido como ‘escalada del conflicto’. Todos hemos experimentado, en algún que otro momento de nuestras vidas, la frustración y el enfado. Habremos observado que, una vez presentes tales emociones, requerimos un tiempo para que se disipen y recobremos la tranquilidad. La cuestión es que a medida que éstas se repiten durante la vida cotidiana, como consecuencia de aplicar estrategias poco apropiadas para afrontar la solución de las discrepancias existentes, termina instaurándose en cada uno de los miembros de la pareja un estado de ‘alerta’ en el que permanecen atentos ante cualquier signo de desaprobación, trato injusto o rechazo, desencadenándose de manera inmediata el correspondiente contraataque. Este ciclo de ‘búsqueda de agravios’ y reacción defensiva se va convirtiendo en más y más habitual generando un clima de desconfianza que va minando la relación. Lógicamente, con tales antecedentes, resulta cada vez más complicado dar marcha atrás y que las expresiones de afecto, cariño, aprobación, etc., estén presentes en el día a día. El resentimiento da paso al distanciamiento y éste a la indiferencia. La separación, en tales circunstancias, es ya cuestión de los medios de los que disponga cada uno para vivir de manera independiente y de su respectiva capacidad de soportar la tensión que toda convivencia degradada genera. Los factores que predicen un mayor riesgo de separación son: aparición brusca de desacuerdos, críticas continuadas y personales, muestras de desprecio, actitudes defensivas en situaciones que no las precisan, lenguaje corporal negativo y no ofrecer reconocimiento ante los mensajes recibidos.

Una vez descrito éste panorama, por otra parte bastante frecuente hoy día, queda por saber qué se puede hacer al respecto para mejorar la relación. El objetivo se centrará en suprimir aquellas pautas de interacción dañinas que estén presentes, sustituyéndolas por estrategias más adecuadas que fomenten la cohesión y permitan abordar los problemas de toda convivencia de manera constructiva. Hay que tener presente que tales cambios requieren, por parte de ambos miembros de la pareja, una decidida voluntad por mejorar. De nada sirve tener una solución a un problema si no existe una auténtica y manifiesta intención de aplicarla. Saber lo que hay que hacer y hacerlo son dos cosas diferentes. Por ello, el primer objetivo será conocer hasta qué punto se está dispuesto a comprometerse en beneficio de la vida en común que, en su día, la pareja decidió emprender. Hay que pensar, en este caso, no en cómo es la convivencia hoy ya que ésta se encuentra deteriorada, si no en cómo fue en el pasado y si nos merece la pena luchar por ello. Tengamos en cuenta, además, que el cambio será progresivo dado que las habilidades de la pareja para convivir pacíficamente se encuentran seriamente dañadas. No olvidemos, en ningún caso, que cambiar siempre, o casi siempre, es posible. Todos cambiamos, lo queramos o no, ya que el cambio es consustancial con la vida. De hecho, el propio deterioro de la convivencia responde a cambios en la pareja. Y si se puede cambiar en un sentido suele ser posible cambiar también en el contrario. Si antes hablábamos con un tono de voz calmado y ahora terminamos gritando resulta evidente que no existe impedimento material alguno que nos impida retornar al anterior tono de voz. Otra cuestión diferente es que nos hayamos acostumbrado a gritar, que es uno de los problemas, y qué razón hay ahora para decidir gritar.

Es conveniente detener el ciclo de agravamiento que toda discusión acalorada conlleva. Tan pronto percibamos que estamos perdiendo los nervios en una discusión (taquicardia, sudoración, tono de voz elevado, tensión muscular creciente, etc.) deberemos detenernos y posponerla hasta que hayamos recuperado la calma. Lo que se pretende es dialogar para resolver problemas, pero una discusión puede dar paso a una confrontación en la que los resentimientos acumulados tomen el control. Al implicarnos profundamente en una discusión solemos confundir y solapar las cuestiones tratadas con nuestro propio sentimiento de valía, lo que nos puede ocasionar serias consecuencias. Por otro lado, es frecuente que nuestro interlocutor recurra a expresiones poco acertadas que igualmente terminan por convertir un aparente diálogo en una disputa personal. Por ejemplo, si al llegar a casa del trabajo planteamos a nuestra pareja que deseamos salir a dar un paseo y ésta contesta: ‘siempre estás con lo mismo, es que no ves que estoy ocupado’, ni que decir tiene que tan insensible respuesta puede desencadenar una batalla de dimensiones bíblicas. Recordemos, por ello, que antes de continuar hablando valoremos si se dan las condiciones oportunas para que el diálogo sea constructivo o si, por el contrario, se ha traspasado ese límite y la situación ha derivado en una mera confrontación, caracterizada por reproches y recriminaciones que no suelen conducir a nada positivo. Aprendamos a reconocer dicha circunstancia y decidamos, de común acuerdo, no continuar una discusión que empiece a convertirse en un mutuo intercambio de descalificaciones o en la que uno de los dos opte por ignorar completamente al otro. Hasta que el sosiego y la calma no vuelvan a reinar en el seno de la pareja convendrá aplazar cualquier nuevo intento de diálogo. Durante ese tiempo reflexionaremos sobre cuáles son concretamente nuestras solicitudes de cambio y qué es lo que pretendemos conseguir. Recordemos que cada persona tiene su propia visión de las cosas y que el propósito final será alcanzar un acuerdo razonable y justo del que ambos participen por igual. En una relación de pareja no caben vencedores ni vencidos, ya que ambos deben contribuir para que dicha relación perdure en el tiempo. Como se suele decir: hay que persuadir con la fuerza de la razón, no con la razón de la fuerza.

Es necesario valorar hasta qué punto nuestras peticiones son adecuadas y oportunas. Tomémonos tiempo para contemplar los hechos desde diversas perspectivas con objeto de enriquecer nuestro punto de vista. Podemos sentirnos injustamente tratados por no haber considerado con el suficiente detenimiento las razones que nos ofrecen. Ello no quiere decir que debamos estar de acuerdo con la otra parte, pero es necesario, al menos, haber escuchado y comprendido sus argumentos. Es habitual que las parejas con problemas terminen llegando a la conclusión de que es inútil dialogar, con lo que abandonan cualquier intento por mejorar las cosas. La cuestión es que lo verdaderamente inútil no es el hecho de dialogar sino el hacerlo tal y como habitualmente lo hacen, ya que dialogar, conversar, discutir es imprescindible para lograr acuerdos. En toda pareja hay discrepancias y diferencias que requieren solución, el problema radica en cómo solventarlas sin que ello deteriore la relación. Recordemos emplear mensajes en primera persona, es decir, planteando aquello que nos disgusta o molesta concretamente y, si es posible, manifestando además los cambios conductuales que desearíamos observar. Si nos molesta, por ejemplo, que nuestra pareja no nos avise cuando se demora al llegar tarde a una cita sería inadecuado decir: ‘nunca piensas en mi, eres un desconsiderado’, siendo preferible indicar: ‘estaba preocupada al ver que no llegabas, te agradecería que si ves que vas a llegar tarde me llames para saberlo y así estar más tranquila’. Con ésta segunda frase hemos indicado lo que específicamente queremos, expresamos lo que sentimos y no ‘atacamos’ a nadie con ello. Aprendamos a utilizar expresiones conciliadoras y suprimamos las recriminaciones. Al principio nunca es fácil ya que nos hemos acostumbrado a emplear expresiones hirientes, irónicas, devaluativas, etc. Pero al igual que podemos mostrarnos amables con cualquier desconocido, esforcémonos por ser amables con nuestra pareja. Reconozcamos y seamos sensibles a sus sentimientos y preocupaciones. Alabemos más que critiquemos. Tengamos bien presente que de una pareja se espera comprensión y apoyo.

Antes de hablar hay que escuchar. Aunque este principio parece obvio, es frecuente hablar sin haber comprendido adecuadamente los argumentos expuestos. En algunos casos, respondemos con demasiada celeridad lo que nos impide tomarnos el tiempo necesario para reflexionar. Con excepción de aquellas situaciones en las que se requiere una reacción urgente, lo habitual es que dispongamos de tiempo para abordar el problema. Por ello, carece de sentido plantear soluciones apresuradamente o querer zanjar un asunto cuanto antes. Para facilitar la comprensión del punto de vista que cada uno manifiesta se recomienda repetir, con nuestras propias palabras, el mensaje recibido del otro. Por ejemplo: ‘quieres decir, por tanto, que…’, ‘si te he entendido, lo que planteas es que…’, ‘de tus palabras interpreto que…’, etc. Pensemos que estuviéramos conversando con alguien que no conoce bien nuestro propia idioma. Además de hablarle de manera pausada, solicitaríamos confirmación para saber si está entendiendo lo que le decimos. Pues en una pareja con problemas hay que hacer exactamente lo mismo. En esos casos, cada uno suele estar más interesado en defender y mantener sus argumentos que en comprender las razones del otro. Seamos conscientes de que no es posible estar de acuerdo en todo, con todos y en todo instante. Es preciso escuchar, comprender y asumir los argumentos, preferencias, sentimientos y creencias que cada uno tenga. Si, por ejemplo, un miembro de la pareja rechaza un ofrecimiento para salir habrá que conocer cuáles son sus razones (cansancio, trabajo, ocio, etc.) y dar paso a una negociación que permita alcanzar una solución razonable y justa para ambos. Es evidente que vivir en pareja no supone hacer todo juntos, pero tampoco puede convertirse en meras vidas paralelas. Por su propia naturaleza, podemos considerar que la pareja es más que la suma de sus miembros y obliga a éstos a trabajar tanto en beneficio propio como en el de la pareja. Hay que dialogar para asignar tareas y responsabilidades, aceptar que están presentes intereses individuales y comunes que no siempre serán fácilmente reconciliables, que hay momentos de cooperación y otros de competencia, que el estado anímico de cada miembro es variable y deberemos contar con ello, etc. Dependiendo de cómo se aborden tan variados y complejos requerimientos tendremos parejas más o menos satisfechas de su relación. También hay que tener muy presente la necesidad de incrementar las expresiones de cariño dentro de la pareja. El amor y el respeto mutuo son los pilares fundamentales sobre los que se asienta cualquier relación. En la medida en la que el cariño desaparece se pierde un poderoso factor de cohesión. Al mismo tiempo, ya que al empeorar una relación se multiplican las expresiones de carácter negativo, éstas desplazan y dificultan las muestras de afecto, favoreciendo y acelerando la disgregación de la pareja. Por tal motivo, el hecho de incrementar deliberadamente las expresiones y conductas de cariño permite compensar el deterioro que las disputas y conflictos provocan. Hay que cambiar las formas inapropiadas de comunicación. Recordemos que ésta debe ser clara, orientada a objetivos concretos y no controladora. Toda verbalización global (siempre..., nunca..., etc.) y negativas deberán reducirse todo lo posible o eliminarse. El objetivo inmediato es aumentar las verbalizaciones mutuamente reforzantes.

Tipos de comunicación negativa:

Quejas Desvalorización
Críticas Interrumpir
Cambiar de tema Negar responsabilidades
Retorno al pasado Dar órdenes
Plantear una solución negativa Describir vagamente los problemas
Evadirse

Tipos de comunicación positiva:

Elogiar Presentar Compromisos
Mostrase afable Expresar halagos
Escuchar atentamente Aceptar responsabilidades
Exponaer cambios deseados Describir los problemas
Muestras de cariño

Se inicia el entrenamiento discutiendo sobre problemas neutros, grabándolos en magnetofón para escucharlos después y mejorar las habilidades de conversación. Siga las siguientes recomendaciones:

Convivir en armonía, además, exige de otras habilidades, entre ellas:

Hacer cumplidos. Hay que diferenciar entre dar y recibir cumplidos. El dar cumplidos favorece nuestra relación y sirve como refuerzo de las conductas emitidas por la pareja. Además, en base al principio de reciprocidad, cuando damos cumplidos es más probable que también los recibamos. Dar un cumplido supone decir algo agradable o positivo a otra persona. Debemos ser sinceros y darlos en el momento apropiado, es decir, no serían oportunos durante una discusión acalorada. Aceptar un cumplido supone expresar a la pareja que apreciamos y nos agrada lo que nos ha dicho. Si no manifestamos claramente tal aceptación podemos estar dando a entender que no nos importa o no confiamos en su opinión. Cuando hacemos un cumplido ayudamos a que los demás se sientan bien consigo mismos, dejamos que sepan lo que nos gusta de ellos y nos sentimos bien al ser capaces de decir algo agradable a otra persona. Cuando aceptamos cumplidos hacemos saber que apreciamos lo que nos dicen, sabemos lo que a los demás les gusta de nosotros y podemos sentirnos bien con nosotros mismos. Si no hacemos cumplidos no les permitiremos a los demás conocer qué es lo que nos gusta de ellos, podemos dar a entender que no nos caen bien, dejamos de manifestar aquellas cosas agradables que quisiéramos decir y se convierte en más difícil el que nos hagan cumplidos. Al dar un cumplido es conveniente mantener el contacto ocular, hablar con calma, que nuestro rostro refleje la satisfacción que sentimos y emplear pocas palabras. Una sincera y breve expresión como: 'gracias, eres muy amable al decir eso' o 'muchas gracias, te lo agradezco', son más eficaces que una lista interminable de halagos.

Exponer una negativa. A veces no resulta fácil decir que no. La cuestión es que en muchas ocasiones no queda otro remedio para defender nuestros derechos y evitar que ciertas personas se aprovechen de nosotros. El decir que no en el momento apropiado manifiesta únicamente cómo nos sentimos y qué pensamos frente a una petición o invitación recibida. Curiosamente, cuando una persona cede por temor a enfrentarse con otra, por no saber cómo salir de la situación o por considerar que tiene menos derecho a mantener sus preferencias que los demás termina sintiéndose mal, habitualmente peor que si hubiera dicho que no. Lo primero que debemos comprender es que el ser rechazado no es, en sí mismo, degradante ni hiriente. No constituye ninguna catástrofe para la existencia de nadie. Negarse a algo supone ser capaz de decir que no de forma adecuada cuando alguien nos dirige una petición que no compartimos. Al igual que aceptamos una propuesta cuando nos agrada, debemos rechazarla cuando nos disgusta, es una mera cuestión de ser coherentes con nosotros mismos. Si bien no es preciso explicar a los demás nuestros motivos, si es cierto que todos nosotros comprendemos con más claridad una negativa cuando está motivada. Enmarcar una negativa supone exponer alguno de los argumentos que nos han llevado a tomar esa decisión y demuestra, por nuestra parte, una intención de compartirlos abiertamente con nuestro interlocutor. Es razonable que a mayor familiaridad mayores sean nuestras aclaraciones, que no justificaciones. Justificar implica rendir cuentas ante otra persona, que se convierte de esta forma en juez de nuestros actos. Al no decir que no terminaremos haciendo cosas que no deseamos, dando a los demás la falsa impresión de que estamos conformes con tal proceder, lo que representa una falta de sinceridad tanto con nosotros mismos como con ellos. Podemos, incluso, comprometernos en actuaciones que vayan en contra de nuestros principios o intereses. A la hora de exponer una negativa conviene ser concretos, no dar explicaciones innecesarias, mantenernos firmes, usar frases cortas y evitar justificarnos. Como ejemplo, podemos utilizar: lo lamento sinceramente, pero ahora no me resulta posible; no, no puedo hacerlo, lo siento; no, mejor que no, no sería justo; no me es posible ahora, discúlpame; etc.

Pedir un favor. En nuestra vida cotidiana pedimos multitud de favores de forma más o menos explícita. La probabilidad de éxito de un favor está en parte condicionada por nuestra manera de solicitarlo. Resulta evidente, por ejemplo, que actuando violentamente podemos conseguir ciertas cosas de los demás, aunque es previsible que tal forma de comportarse termine creando serios problemas. Cuanto más eficaces seamos a la hora de plantear nuestras demandas, más fácil nos resultará lograr la ayuda que buscamos. Conviene, en primer lugar, tener una idea bastante clara de lo que específicamente deseamos conseguir y a quién vamos a dirigir dicha petición. No nos expresamos de igual manera al pedir un favor a un familiar, a un compañero/a o a un superior. Hay que tener claro ante todo si la persona a la que nos dirigimos puede verdaderamente satisfacer nuestra solicitud. De no ser así, todo el tiempo y esfuerzo invertidos serían inútiles.

En segundo lugar, además de ser amables y considerados, siempre tendremos que contar con la negativa de la otra persona ya que si nosotros tenemos derecho a pedir favores, también los demás tienen derecho a negarse a satisfacerlos. Ante una negativa, podemos explicar nuevamente nuestra petición con el propósito de descartar una posible mala interpretación, recalcando qué importancia tiene para nosotros dicha solicitud. De continuar la negativa, es preferible no insistir y abandonar la cuestión por un tiempo. Puede que no hayamos realizado la petición en el momento oportuno o a la persona apropiada. Es recomendable, antes de plantear una petición, comprobar el grado de receptividad de la otra persona. Si se halla enfadada, con muchos problemas o cansada, nuestras probabilidades de éxito disminuyen. En algunos casos, se puede empezar hablando de otro tema con esa persona para ver cómo reacciona ante esas cuestiones y así decidir si seguir adelante o no. Hablar de forma clara, concretar lo que esperamos lograr y agradecer, en todo caso, la ayuda que nos puedan prestar en previsión de futuros favores. Habrá ocasiones en las que una petición dé paso a una negociación, tratando ambas partes de llegar a un acuerdo sobre lo que cada uno está dispuesto a ofrecer. En cualquier caso, la promesa de una recompensa, ofrecer algo agradable, es preferible a la amenaza de una pérdida, presionar con algo desagradable. Sólo en situaciones extremas las amenazas pueden resultar necesarias. En el resto de las ocasiones resulta más útil motivar a los demás haciéndoles ver los beneficios que les reportará el ayudarnos. Caso de no lograr el favor, es conveniente recordar las objeciones o excusas que nos planteen con objeto de estudiarlas y preparar, en futuras ocasiones, estrategias eficaces para desmontarlas y superarlas.

Al igual que en muchas situaciones, el éxito o fracaso que alcancemos dependerá de multitud de factores. La convivencia es, hasta cierto punto, una sucesión de batallas de ingenio, algo que conoce bien todo vendedor. Casi siempre suele haber algo que podamos decir o hacer para convencer a la otra persona, el auténtico problema radica en dar con ese resorte. Es ahí donde los conocimientos y experiencia nos ayudan para adquirir las mejores y más probadas estrategias con las que lograr nuestros propósitos.

Hacer preguntas. En diversas ocasiones, sea por timidez, por un orgullo excesivo u otras causas poco razonables tendemos a permanecer en silencio y no solicitar aclaraciones o explicaciones. Hay que tener presente que hacer una pregunta es el único medio del que disponemos para obtener información adicional con objeto de evitar malentendidos, equivocaciones o ambigüedades. El lenguaje humano no es una herramienta infalible y provoca numerosos problemas de interpretación. Una misma palabra puede transmitir diversos significados. Pensemos, por ejemplo, en la expresión: 'pero mira que listo es', con ella podemos tanto alabar el talento intelectual de una persona como manifestar nuestra repulsa ante su falta de consideración. Por tal motivo, el preguntar se convierte en una necesidad para que nuestras decisiones estén bien fundadas. Máxime cuando vivimos en un mundo enormemente complejo, en el que los motivos que subyacen tras los actos no siempre son evidentes. Preguntar, así mismo, resulta imprescindible para comprender a los demás y demostrarles que nos interesamos por ellos. Es recomendable no emplear expresiones como: 'lo entiendes', ya que con ellas estamos desafiando a la otra persona para comprobar si es capaz de situarse a nuestro mismo nivel intelectual. En su lugar empleemos: 'me explico'.

A la hora de efectuar una pregunta conviene, por un lado, agradecer de antemano la atención que vayamos a recibir y, por otro, mostrar nuestra sincera intención de conocer su opinión. Por ejemplo, podemos utilizar las siguientes frases: puedes escucharme ahora, te agradecería que me indiques...; te agradecería que me orientes sobre un problema, la cuestión es que...; no sé si lo he entendido bien, me has dicho entonces que...; concretando, lo que me estás diciendo es que quieres que haga...; disculpa, pero no acabo de entender lo que me planteas, puedes repetírmelo; no sé si me he explicado bien, lo que pretendo decir es que...; por qué piensas eso?

Solicitar un cambio de conducta. En nuestra vida cotidiana nos vemos en la necesidad de solicitar cambios en la conducta de los demás. No sólo porque su comportamiento pueda suponernos el padecer algún tipo de perjuicio, sino también para mejorar nuestra relación con ellos. La forma en la que solicitemos tales cambios puede favorecerlos o dificultarlos. El actuar, por ejemplo, de manera agresiva, tratando de imponer nuestros criterios, puede generar una reacción defensiva, haciendo que la otra persona se sienta enfadada o intimidada. En toda interacción entre dos personas hay un continuo intercambio de conductas, adaptando cada una de ellas su comportamiento a la forma de actuar del otro. Se puede observar fácilmente cómo cuando nosotros elevamos el tono de voz los demás también elevan el suyo. Si nos expresamos con irritación, las restantes personas también tenderán a sentirse irritadas. Resulta evidente que dialogar en un estado de excitación emocional, sintiéndonos enfadados o ansiosos, perjudica la capacidad de reflexionar y, con ello, abordar la situación de una manera constructiva. De ahí que la primera recomendación sea que todo intento de negociar un cambio de conducta debería afrontarse en un clima de tranquilidad que favorezca la consecución de un acuerdo. Si observamos que tal clima no es alcanzable, será preferible posponer cualquier diálogo, a menos que sea inevitable llegar a una solución. En tales casos hay que tener presente, sobre todo ante aquellas personas que actúen de forma agresiva, que hablar puede que no resuelva nada. No nos quedaría más remedio que mantenernos firmes y no ceder ante las peticiones injustas y poco o nada razonables de los demás. Utilizar expresiones como: 'lo lamento, pero no puedo estar de acuerdo', 'ya sabes lo que opino, piensa tranquilamente en ello y hablamos', 'al igual que tú defiendes tus argumentos, yo tengo derecho a defender los míos', 'bueno, es tu opinión y la respeto, respeta tú también la mía', etc.

Una vez que ambas partes están dispuestas a abordar el cambio conviene ser muy específicos a la hora de indicar qué es concretamente lo que esperamos de ellos, evitando cualquier clase de recriminación. Hay que centrarse prioritariamente en cómo deseo que se comporte la otra persona y menos en cómo no deseo que actúe. Es recomendable, incluso, que cada uno repita con sus propias palabras el mensaje recibido del otro, con objeto de evitar interpretaciones equivocadas y orientar todo diálogo hacia la solución, no hacia el problema. Podemos utilizar expresiones como: 'bien, exactamente qué es lo que quieres que haga?', 'concretamente qué es lo que te molesta?', 'nos estamos desviando del tema, volvamos a pensar en cómo resolver esto', etc. Además de ser amables, respetuosos y considerados al solicitar un cambio, es muy eficaz exponer nuestras peticiones en primera persona, es decir, indicando desde nuestro punto de vista aquellos motivos por los que consideramos que la otra persona debiera cambiar. No es lo mismo, por ejemplo, decirle a alguien que se calle que rogarle que nos deje escuchar. En el segundo caso, manifestamos nuestro legítimo derecho a escuchar y pedimos que sea respetado. Tampoco es lo mismo recriminar a alguien su falta de ayuda que decirle que no podemos seguir haciendo el trabajo nosotros solos. Al plantear la petición en base al efecto que la conducta de los demás está teniendo sobre nosotros les permitimos conocer cuáles son las verdaderas consecuencias de sus actos.

Conversaciones

Hay conversaciones formales e informales, pueden durar de unos pocos instantes a varias horas y podemos tratar temas intranscendentes o fundamentales. Representa el medio necesario para establecer y desarrollar relaciones duraderas, convirtiéndonos en agentes de refuerzo para los demás, es decir, en la medida en la que les resultemos agradables estarán más interesados por mantener dicha relación con nosotros. De ahí que conocer cómo conversar eficazmente resulte enormemente ventajoso. Toda conversación comprende tres etapas: iniciación, en la que nos presentamos a los demás, les saludamos y empezamos a dialogar; mantenimiento, constituye la conversación en sí misma, durante la cual tratamos de los temas que nos interesan; y finalización, es la despedida, sea de común acuerdo o concluyendo sólo por nuestra parte. En cuanto a los componentes que conforman una conversación eficaz se pueden citar:

Hay que tener bien presente, de una parte, que una adecuada conversación nace de escuchar atentamente a los demás. Las discusiones suelen tener su origen en malentendidos y en sacar conclusiones precipitadamente. Y, de otra, en preguntar y contestar de forma que el diálogo sea fluido. La amabilidad es un gran aliado para favorecer la consecución de nuestros propósitos. A la hora de acabar la conversación es preciso dejar claro a los demás que vamos a terminar de hablar. Por ejemplo: 'Bueno, pensaré en lo que me has comentado y seguimos hablando, de acuerdo?', 'me gustaría seguir hablando contigo, pero sabes que tengo que hacer...', etc. Para mejorar nuestra habilidad a la hora de conversar tengamos en cuenta las siguientes recomendaciones:

Lo que nos mantiene en una conversación, ante todo, es el interés por el tema del que se habla. Si queremos charlar con alguien deberemos conocer qué temas le interesan o hacerle comprender la importancia del asunto a tratar. Con el paso del tiempo ciertos temas de conversación irán evolucionando en la pareja. Una vez iniciada la relación, las necesidades impuestas por la convivencia diaria obligan a conversar con relativa frecuencia. El nacimiento de los hijos, posteriormente, suele acaparar buena parte del tiempo y de las preocupaciones. A medida que los hijos crecen y se independizan la pareja vuelve a disponer de más tiempo libre. Hay que ir adaptándose y buscando aquellos nuevos temas de interés consecuencia del natural desarrollo de la relación.

Tomar decisiones

El tomar decisiones constituye una actividad cotidiana, ya sean éstas de poca importancia o verdaderamente trascendentes. Decidimos qué ropa ponernos, qué alimentos comprar, qué camino seguir, a quién llamar, con quién salir, de qué deseamos hablar, qué estudios hacer, qué amistades intentar conservar, cómo educar a los hijos, etc. Resulta evidente que cuanto mejor sepamos tomar tales decisiones mayores beneficios obtendremos. No hay que olvidar, en ningún momento, que no tomar una decisión constituye una decisión en si misma, estaríamos omitiendo una acción, es decir, decidiendo no hacer algo. El principal problema a la hora de adoptar cualquier decisión es conocer cuáles son las opciones más relevantes que tenemos disponibles, para posteriormente clasificarlas en función de las ventajas e inconvenientes que cada una de ellas conlleva. Conocidas las opciones viables y las consecuencias probables asociadas a éstas, queda elegir aquella que mejor se adapte a nuestros propósitos. Aunque el riesgo de cometer un error estará siempre presente, el proceder de una manera sistemática y organizada aumenta las posibilidades de éxito y minimiza el fracaso. El tomar decisiones de forma impulsiva raramente resulta prudente ni ventajoso. Por otro lado, el esfuerzo dedicado a tomar una decisión deberá ser proporcional a la importancia de dicha decisión, es decir, sería absurdo dedicar varias horas a pensar qué vamos a comer o decidir en un instante en qué invertir todos nuestros ahorros.

Parte de las dificultades con las que nos encontramos al adoptar decisiones provienen de una deficiente jerarquización de nuestras prioridades. Toda decisión requiere valorar alternativas, es decir, establecer en qué medida nos resulta más o menos preferible una opción de acuerdo a nuestros concretos intereses, creencias y deseos. Si entran en conflicto o no están suficientemente consolidados nuestros valores tendremos dificultades para ordenar de mejor a peor las opciones a tomar. Por ejemplo, qué es preferible: defender nuestros legítimos derechos o conservar una amistad; aceptar la opinión de un superior o demostrarle que está equivocado; reclamar en un comercio o dejar de comprar en él; decirle a nuestra pareja lo que sinceramente pensamos o callarnos y esperar; etc. En aquellos casos en los que la decisión sea importante es conveniente recurrir al papel para anotar las alternativas posibles, sus ventajas e inconvenientes, y estudiar la forma de resolver la cuestión. Cuanto mayor sea el tiempo y esfuerzo invertido en identificar y organizar las opciones disponibles, tanto mejores resultados podremos alcanzar. Si la decisión es intrascendente y las opciones son equiparables, sean agradables o desagradables, podemos recurrir a una simple moneda para que sea el azar quien decida por nosotros, si no tenemos una clara idea de lo que hacer.

No suele haber decisiones perfectas, cada una tendrá sus pros y sus contras, lo que nos interesa es elegir una entre aquellas soluciones que sean suficientemente aceptables para afrontar la situación con las mayores garantías de éxito y los mínimos perjuicios. La principal estrategia para abordar la búsqueda de la decisión óptima es la flexibilidad, es decir, estar dispuestos a replantearnos el problema sin suponer que hemos agotado todas las soluciones posibles. La inmediatez al dar una respuesta sólo resulta eficaz ante situaciones ya vividas y muy bien conocidas. La experiencia nos guía en esos casos para ahorrarnos el trabajo de tener que encontrar la solución. Aún así, conviene plantearse si pudieran existir otras alternativas mejores. Para aumentar nuestras posibilidades de supervivencia disponemos de una excelente cualidad, la capacidad de aprender de la experiencia de los demás. No tenemos que vivir por nosotros mismos las situaciones, viendo lo que otros hacen y qué consecuencias les reporta aprendemos de ellos. En tal sentido, obtendremos una muy útil información al observar cómo nuestros semejantes se enfrentan a problemas similares o idénticos a los nuestros.

Solución de problemas

Cuando aparecen dificultades en una relación es preciso determinar el alcance e importancia de éstas. Con tal propósito, puede recurrir al siguiente cuestionario para obtener una visión de las áreas conflictivas y saludables de su convivencia.

  1. Qué cambios concretos desearía que se produjeran en la conducta de mi pareja?
  2. Qué aspectos de la relación me resultan insatisfactorios durante el tiempo que pasamos juntos?
  3. Acerca de qué temas me resulta difícil o casi imposible hablar con mi pareja?
  4. Acerca de qué temas importantes he hablado demasiado poco con mi pareja?
  5. Acerca de qué temas solemos hablar sin dificultades?
  6. Cómo creo que puedo ayudar a mi pareja para mejorar nuestra relación?
  7. Qué cualidades positivas veo actualmente en mi pareja?
  8. Qué aspectos de mi propia conducta podría cambiar en beneficio de ambos?
  9. Cómo ha ido evolucionando nuestra relación y cómo creo que será ésta en un futuro?
  10. Cómo suelen desarrollarse y terminar las discusiones y con qué frecuencia se producen éstas?

Una vez definidos los ámbitos conflictivos será preciso buscar soluciones. Tengamos presente que cuando nos planteamos adoptar una decisión deberemos contemplar en qué medida es ésta importante para nosotros y hasta qué punto es urgente el ponerla en práctica. En muchas ocasiones el problema radica no sólo en la propia dificultad a resolver sino además en la forma más adecuada de abordarla. Resulta evidente que no sería razonable dedicar el mismo tiempo y esfuerzo para decidir que prendas ponernos para acudir a una importante reunión del requerido para salir a dar un simple paseo. Es, como es obvio, una cuestión de prioridades. Apliquemos, por tanto, esta norma básica en nuestras decisiones: que el tiempo y esfuerzo que nos suponga una decisión sea proporcional a su importancia y a su posible repercusión sobre nuestra vida. Por ello, dedicaremos un tiempo breve a decisiones poco trascendentes y más tiempo a las más importantes. Hay que valorar, a su vez, las circunstancias que rodean a una decisión ya que ésta puede depender únicamente de nosotros o implicar a otras personas. En este último caso, tendremos que adaptarnos a las condiciones imperantes y conocer con qué grado de libertad contamos. A la hora de tomarlas deberemos aprender ciertas habilidades necesarias para la resolución de problemas. Esta técnica nos hace proceder de forma estructurada hacia la solución.

1. Definición del problema.

a) Empezar hablando sobre algún aspecto positivo de la relación

b) Definición clara y específica del problema en cuestión

c) Indicar nuestros sentimientos respecto del problema

d) Responsabilizarse de los cambios necesarios; ambos deben poner algo de su parte

e) Plantear posibles soluciones y analizar, por separado, las ventajas e inconvenientes de cada una de ellas

f) Cada cónyuge ordenará las soluciones en función de sus preferencias

g) Se puede practicar con problemas ficticios para adquirir estas habilidades, ya que la tensión propia de los problemas reales puede interferir y dificultar tal adquisición

2. Negociación.

a) Trabajar sobre un problema cada vez

b) Verificar la comprensión de los mensajes emitidos (pedir confirmación). Recordemos las habilidades de comunicación

c) Centrarse en los aspectos observables del problema (operativos). Hay que poder comprobar que el otro cambia, y ello sólo es posible si se define claramente qué tiene que hacer

d) Evitar las interpretaciones. La justificación no tiene límite

e) Poner por escrito los acuerdos y guardar cada uno una copia

f) Efectuar experimentos conductuales. Estos consisten en llevar a la práctica un acuerdo tomado bajo la consigna de probar qué pasa

3. Ejecución de la solución acordada y evaluación de resultados.

a) Si existen dificultades para poner en práctica la solución acordada habrá que volver a la fase 2

Suele resultar eficaz para abordar un problema distanciarse del mismo con objeto de adquirir una nueva perspectiva para abordarlo. Prestemos atención a los desencadenantes, la secuencia de acción precisa, temas presentes, consecuencias habituales, etc., observando cómo se desarrollan los hechos sin juzgarlos de forma recriminativa. Supongamos que estuviéramos relatando lo ocurrido a una tercera persona. Es aconsejable aumentar nuestra tolerancia al malestar, no reaccionando defensivamente ante aquellos comportamientos que nos resulten inicialmente desagradables u ofensivos. Veamos el conflicto como una mera señal para la resolución de diferencias y desacuerdos, no asignando intencionalidades malévolas, y sabiendo que no siempre son evitables. En problemas difíciles, en los que ambos cónyuges tienen opiniones divergentes e irreconciliables, se puede aplicar la técnica de la moneda. Consiste simplemente en dejar que sea el azar quien tome una decisión. De esta forma, sea cual sea el resultado, ninguno se considerará perjudicado por el otro y, al mismo tiempo, sabrán que a la larga ambos serán igualmente beneficiados o perjudicados.

En las relaciones con los demás podemos actuar, básicamente, de forma pasiva, agresiva o asertiva. Siendo pasivos nos limitamos a soportar en silencio las situaciones en las que nuestros derechos e intereses se ven dañados de alguna forma. Siendo agresivos actuamos pensando principalmente en nosotros mismos, importándonos bien poco el daño que podamos ocasionar. Siendo asertivos defendemos con amabilidad y firmeza nuestros derechos legítimos, sin pretender perjudicar deliberadamente a los demás. Cuando deseemos mejorar nuestra conducta en ciertas situaciones, por considerar que no actuamos de forma asertiva en ellas, debemos seguir estas recomendaciones:

Las siguientes estrategias pueden ayudarnos a exponer asertivamente nuestros puntos de vista:

Reciprocidad

Se pretenden aumentar las conductas reforzantes. Como ya se ha indicado, en toda pareja cada cónyuge tiende a dar lo que recibe. A este principio de conducta se le denomina RECIPROCIDAD. Hay que tener presente que para mejorar la relación es imprescindible cambiar. Pero para cambiar de forma adecuada y permanente hay que guiarse por este principio. De nada sirve que uno de los miembros de la pareja se empeñe en cambiar si el otro no se esfuerza en igual medida. A la larga se sentirá frustrado y no volverá a intentarlo. Para instaurar esta forma de conducta se dan las siguientes recomendaciones:

Promover el cariño

El propósito es elogiar aquellas conductas que tengan un elevado valor reforzante para el otro miembro de la pareja y supongan un mínimo costo para uno mismo. Evitar todo aquello que pueda dar lugar a controversias o resulte reprobable, siendo preferible promover el incremento de una conducta favorable más que la reducción de otra desfavorable. Hay que valorar, en todo caso, el impacto real de nuestras acciones dado que pueden diferir los resultados esperados de los producidos. Se puede elaborar una lista con lo que cada uno considera que es reforzante para el otro, comparándolas a continuación. Hay que reconocer y agradecer los refuerzos recibidos, siendo crucial para que el compromiso asumido de ofrecerlos persista. Puede elaborar un listado de 5 actividades reforzantes para cada uno. Anote la emisión y recepción de las conductas definidas y los sentimientos hacia la relación. Aumente, sin previo aviso, la emisión de éstas conductas. Compare luego los registros al final del día y la relación entre sentimientos sobre la relación y conductas gratificantes emitidas.

Con objeto de mejorar la convivencia de la pareja, Gottman ofrece una serie de recomendaciones para realizarlas durante la semana:

Para facilitar el análisis de aquellos conflictos que estén presentes en la pareja podemos recurrir al presente guión. Al cumplimentarlo seamos lo más concretos posible.

Listado de derechos

Se exponen a continuación una serie de derechos aplicables al ámbito social, sin pretender ser exhaustivos y de forma resumida.

Algunas veces tenemos derecho a ser los primeros. El anteponer nuestras necesidades a las de los demás, en ciertas ocasiones, no supone ser egoísta. El egoísta lo es por su persistente actitud de no tomar en consideración a los otros. Tenemos derecho a cometer errores. Ni es vergonzoso cometerlos ni siempre podemos disponer de la respuesta adecuada. Somos humanos y aprendemos de la experiencia.

Tenemos derecho a actuar conforme a nuestros sentimientos, aunque éstos discrepen de los de los demás. No debemos juzgar su validez por el número de personas que concuerdan con ellos. Podemos caer en la trampa de pensar que lo que sentimos también lo sienten los demás. Tampoco tenemos que justificar lo que sentimos, sin que ello suponga el no reflexionar sobre la adecuación de los mismos. Recordemos: mi manjar puede ser tu veneno.

Tenemos derecho a formar nuestra propia opinión. Ello no quiere decir, sin embargo, que rechacemos las ideas de personas expertas si éstas discrepan de lo que pensamos. Lo conveniente es escuchar y aprender de los que más saben, pero sus juicios debemos limitarlos a su parcela de conocimiento.

Tenemos derecho a cambiar de idea o de conducta. Tal acción no supone que seamos ilógicos. Aprender precisamente representa cambiar de conducta a través de la experiencia.

Tenemos derecho a criticar y a protestar si somos tratados injustamente. No tenemos porqué soportar estoicamente las acciones de los demás.

Tenemos derecho a interrumpir para pedir aclaraciones. Hacer preguntas permite aclarar lo que esperan de nosotros y conocer los motivos de los demás. Con nuestras preguntas deseamos satisfacer el deseo de saber. No somos meros espectadores, tenemos derecho a tomar parte en la vida.

Tenemos derecho a intentar cambiar las cosas. Las cosas son como son, pero no tenemos que resignarnos. Es equivocado pensar que no debemos tentar la suerte o que las cosas podrían ir peor. Son meras supersticiones.

Tenemos derecho a pedir ayuda o apoyo emocional. Nuestra vida, nuestros problemas y nuestro tiempo valen tanto como los de los demás.

Tenemos derecho a sentir y a expresar nuestro dolor y sufrimiento. Los demás no tienen porqué adivinar cómo nos sentimos, depende de nosotros el hacérselo saber. Si desconocen nuestros sufrimientos no tendrán la oportunidad de ayudarnos y compartirlos.

Tenemos derecho a ignorar los consejos que recibamos. Es recomendable, no obstante, seguir los consejos de los que más saben ya que ello nos evitará problemas, pero la decisión final depende exclusivamente de nosotros. Tengamos presente que rechazar o aceptar un consejo no supone aceptar o rechazar a la persona que lo da. El timón para gobernar nuestra vida debe estar en nuestras manos. Los que al final elegimos el rumbo somos nosotros e importa poco las razones que nos impulsaron a ello.

Tenemos derecho a que nos reconozcan un trabajo bien hecho. No sólo tenemos que conformarnos con saber que lo hemos hecho bien, podemos esperar que se reconozcan nuestros méritos. No esperamos un trato especial, esperamos un trato justo.

Tenemos derecho a decir NO. No es posible agradar a todo el mundo, ni a ciertas personas en todo momento. Ceder ante los demás nos convierte en sus esclavos. El no actuar por no herir los sentimientos de los demás nos obligaría a retirarnos a una isla desierta. No olvidemos que los demás no tienen forma de saber lo que pensamos y sentimos si nos callamos.

Tenemos derecho a estar solos, aunque los demás deseen nuestra compañía. Ello no supone despreciarlos, supone que respeten nuestros deseos.

Tenemos derecho a no justificarnos ante los demás. No tenemos porqué estar dando explicaciones de lo que hacemos y sentimos. Hay momentos en que tales razones las desconocemos nosotros mismos o pertenecen a una esfera íntima.

Tenemos derecho a no responsabilizarnos de los problemas de los demás. Si quiere ser amable, ofrezca su ayuda y deje que sea la otra persona quien decida aceptarla o no. No cargue con la responsabilidad de otros, bastante peso supone la suya. No tenemos la obligación de anticiparnos a las necesidades y deseos de los demás. Solicite de ellos que manifiesten sus pensamientos y sentimientos si realmente desean que les ayude.

Tenemos derecho a formar y expresar una mala opinión de los demás. Debemos reconocer el comportamiento deshonesto y evitar justificarlo o minimizarlo. No tenemos que estar pendientes de la buena voluntad de los demás.

Tenemos derecho a responder o a no hacerlo. Ni tenemos que justificarnos ni debemos responder a todo el mundo. No podemos evitar el ofender a los demás. Hay ocasiones en las que tendrá que quitarse a la gente de encima.

Recordamos que en el preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas, el 10 de Diciembre de 1948, puede leerse: considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana, considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias, considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión... la Asamblea General proclama la presente Declaración Universal de Derechos Humanos como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a éstos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivas, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción.

En tal declaración se manifiesta, entre otros, que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en la Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona. Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre; la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas. Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes. Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica. Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación. Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso el propio, y a regresar a su país. Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia; y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio. Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá contraerse el matrimonio. La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado. Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente. Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia. Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión. Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y de asociación pacíficas. Nadie podrá ser obligado a pertenecer a una asociación. Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social. Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses. Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez y otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad. La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social. Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. La instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos; y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz. Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos. Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad. En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática. Estos derechos y libertades no podrán en ningún caso ser ejercidos en oposición a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.

Tal y como recoge la Constitución, los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social (art. 14). Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto, no pudiéndose obligar a nadie a declarar su ideología, religión o creencias (art. 16). Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen (art. 18). Se reconoce y protege el derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción (art. 20). El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica (art. 32). Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que pueda, en ningún caso, hacerse discriminación por razón de sexo (art. 35). Los poderes públicos asegurarán la protección social, económica y jurídica de la familia, asimismo, la protección integral de los hijos y de las madres, cualquiera que sea su estado civil (art. 39). Se reconoce el derecho a la protección de la salud (art. 43). En el título IV del código civil se expone que la promesa de matrimonio no obliga a contraerlo. El incumplimiento sin causa de dicha promesa sólo producirá la obligación a resarcir a la otra parte de los gastos hechos en virtud de tal promesa. Queda establecido que no hay matrimonio sin consentimiento. Se indica que los cónyuges son iguales en derechos y deberes, debiendo respetarse y ayudarse mutuamente y actuar en interés de la familia. Están obligados a vivir juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente. Deberán, además, compartir las responsabilidades domésticas y el cuidado y atención de ascendientes y descendientes y de otras personas dependientes a su cargo. Están obligados, asimismo, a darse alimentos, entendiendo por éstos todo lo que es indispensable para el sustento, habitación, vestido y asistencia médica. La cuantía de los alimentos será proporcionada al caudal o medios de quien los da y a las necesidades de quien los recibe. Los hijos deben obedecer a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad, y respetarles siempre. Además, contribuirán equitativamente, según sus posibilidades, al levantamiento de las cargas de la familia mientras convivan con ella.

Expresión de quejas

La expresión de quejas ayuda a prevenir manifestaciones de frustración e ira. Nos permite exponer nuestras preocupaciones y modificar aquellas condiciones negativas del medio que nos rodea. Responder apropiadamente a las quejas también representa una ventaja. Permite analizar qué cosas hacemos y cómo les afectan a otros. Una queja es una manifestación sobre alguien o algo que nos disgusta o nos ha causado un perjuicio. Es nuestra única forma de hacer saber a los demás aquello que nos molesta para intentar alcanzar una solución adecuada. La queja es, por tanto, un mero instrumento en la defensa de nuestros derechos e intereses. Por esas mismas razones, debemos también atender las quejas que recibamos para determinar en qué medida son razonables y proporcionadas, y modificar nuestra forma de actuar consecuentemente con objeto de mejorar nuestras relaciones. Una queja no debiera emplearse para maltratar o hacerles sentir mal a los demás. A la hora de plantearla debemos centrarnos concretamente en aquellos hechos que motivan la misma. Exponer qué es lo que específicamente nos ha disgustado, qué hemos sentido y pensado, y qué cambio deseamos en la conducta de los que nos rodean. El propósito de una queja es, en primer lugar, manifestar nuestro descontento o disconformidad para que sea patente ante los demás y, en segundo lugar, requerir de ellos un trato más justo o una solución dialogada. Es conveniente hablar con tranquilidad, solicitar que nos permitan terminar nuestra exposición sin que nos interrumpan, mantenernos firmes en nuestra intención de defender nuestros argumentos y escuchar abiertamente lo que nos dicen. Caso de que la situación no se aclare o veamos que las emociones comienzan a perturbar la relación, es preferible excusarnos y posponerla para otro momento. Hay ciertas expresiones que podemos utilizar para ello: deja que lo piense y lo hablamos, ahora no tengo una idea clara al respecto; estamos poniéndonos todos algo tensos, mejor esperar a calmarnos y seguiremos hablando; puede que tengas razón, pero ahora no estoy para nada, hablemos más tarde; creo entender tus razones, pero no he tenido tiempo de considerar todas las posibilidades, deja que lo piense y te contestaré; creo que nos estamos desviando del tema, mejor seguir cuando estemos todos más tranquilos.

En toda discusión suele ser más eficiente plantear soluciones positivas, aquellas que definen la conducta que esperamos de los demás para resolver el problema, que mencionar una solución negativa, aquella que se limita a indicar qué es lo que no deseamos que hagan. Por ejemplo, pedir que un hijo sea menos revoltoso es menos útil que decirle que esté entretenido con sus juguetes, estudiando, etc. El recriminar a la pareja su falta de ayuda es menos eficaz que indicarle qué es lo que concretamente desearíamos que hiciese (lavar, tender, planchar, comprar, etc.). La queja, en definitiva, no debería convertirse en un instrumento para combatir a un adversario ya que por esa vía fomentaremos únicamente la confrontación. Es, eso sí, el recurso obligado para hacer ver a los demás que están incidiendo negativamente en nuestras vidas y requerirles, con amabilidad pero con firmeza, que nos respeten. Debemos ser conscientes de nuestros derechos para, de esta manera, comprender cuándo éstos pueden estar siendo violados por los demás y, en ese instante, proceder a comunicárselo. No esperamos un trato de favor, exigimos un trato justo. Y, sobre todo, aunque finalmente no logremos plenamente nuestros propósitos sí habremos puesto de manifiesto ante nosotros mismos la firme voluntad de oponernos y no soportar en silencio aquello que nos disgusta.

Elabore un listado con sus quejas. Tras leerlas debe reescribirlas con sus propias palabras. Puede ayudarse del listado de derechos y de las técnicas asertivas. El propósito es disponer de frases cortas que expresen lo más claramente posible sus ideas. Recuerde siempre expresarlas en primera persona, es decir, lo que para cada uno es desagradable o inaceptable del suceso. Imagine que expone las quejas a un amigo, un familiar o a un extraño. Cambie la escena para que sea progresivamente más 'amenazante' (por teléfono, cara a cara en la calle, etc.). Debe visualizarla como si estuviera ocurriendo en la realidad. Véase interactuando con los demás: hablando, gesticulando, sintiéndose tenso/a y luego tranquilizándose. Está desarrollando un modelo del comportamiento que desearía mostrar. Una vez haya visualizado con claridad cada escena, practíquela en su vida cotidiana siguiendo el modelo elaborado. Defina de antemano las quejas que va a expresar, a quién expresarlas, cuándo y cómo. El propósito de este ejercicio es facilitar la expresión de tales quejas al establecer una pauta que nos sirva de referencia de lo que deseamos hacer. Además, le permitirá afianzar su autoconfianza al adquirir las habilidades para exponer aquello que piensa y siente de manera asertiva.

A la hora de plantear una petición o transmitir una queja seamos conscientes de aquellas circunstancias que pueden ser más oportunas y cuáles menos para hacerlo. Si la otra persona está muy ocupada o fatigada, a menos que lo que tengamos que decir sea urgente y no admita demoras, estará en peor disposición para atendernos. Por el contrario, si se encuentra descansada y de buen humor podremos mantener su atención por más tiempo. Tengamos presente que, después de todo, seremos los más interesados en dejar bien claro qué situaciones nos resultan molestas. Si no lo hacemos, los demás pueden llegar a conclusiones equivocadas y difícilmente se sentirán motivados para cambiar. La cuestión es solicitar de los demás el mismo grado de respeto que nosotros les debemos ofrecer. No permitamos que el resentimiento crezca en nuestro interior, ello se debería a no haber expuesto a su debido tiempo aquellas quejas por un trato recibido considerado injusto. Recordemos que si ‘enfrentarnos’ a otra persona nos incomoda también nos disgusta, probablemente en mucha mayor medida y durante más tiempo, el no hacer lo que hubiéramos considerado correcto. Si sabemos lo que queremos, y lo habitual es que lo sepamos aunque no queramos reconocerlo abiertamente, dejémonos de dilaciones y pongámonos en marcha. Y sobre todo, desterremos de nuestra mente cualquier recriminación por no haber actuado como esperábamos. Somos humanos y no somos perfectos, si en algo nos equivocamos preparémonos para la próxima oportunidad ya que la anterior será historia. La autocrítica es útil si se centra exclusivamente en cómo mejorar nuestro comportamiento. Es decir, planifiquemos la manera de hablar, la expresión facial, la mímica corporal, las frases a emplear, las condiciones para el encuentro, etc., pero no pretendamos retornar al pasado una y otra vez para revivir la supuesta humillación o vergüenza sufridas. Cuando las cosas se enturbian y la relación entra en una ‘escalada del conflicto’, conviene aplicar las siguientes recomendaciones.

Evitar, ante todo, las discusiones ya que el hecho de enfrentarnos no ayuda en nada a resolver los problemas y sólo contribuye a prolongar y empeorar el malestar sufrido. Acaso amargándonos y dañándonos mutuamente conseguimos algo beneficioso para ambos? Seamos amables en el trato diario; si lo podemos ser con cualquier desconocido, de igual manera podemos ser amables con la pareja. Pedir las cosas ‘por favor’ o dar las ‘gracias’ no restan razón a nuestros argumentos. Hay que negociar y convencer, no imponer. Bastantes imposiciones, ultimátums u órdenes hay ya en este mundo para extenderlas incluso al seno de la pareja. Una pareja es un proyecto en común y tanto los beneficios como los perjuicios inciden, de manera directa o indirecta, en ambos. Hay que evitar perder la paciencia; ningún problema suele resolverse de manera inmediata. Al igual que una relación de pareja puede ir deteriorándose con el paso del tiempo también lleva un tiempo que dicha relación mejore. No nos precipitemos a la hora de adoptar una decisión sobre el futuro de la relación. La precipitación es bastante mala consejera y el propósito, en cualquier caso, es que ambos tengan la oportunidad de ser lo más felices posible. Hay momentos en los que es preciso establecer un período de ‘tregua’ para poder contemplar las cosas con un recomendable sosiego. Cuando la pareja entra en una espiral de conflictos resulta más difícil mantener el rumbo adecuado. Somos humanos y, por ello, tenemos que aprender a afrontar las tensiones emocionales. Será preferible permanecer callados a emprender una discusión destructiva. Hablar con fines constructivos es algo positivo y necesario, pero si al dialogar brotan los resentimientos y perjuicios acumulados no lograremos alcanzar ningún resultado satisfactorio. La calma es un requisito imprescindible para que cualquier diálogo pueda fructificar en algo útil. Reflexionemos sobre cuál es nuestro verdadero propósito, asumamos el compromiso y no nos traicionemos a nosotros mismos. Una relación de pareja es eso, de pareja, y ello conlleva respeto, amor, esfuerzo, sacrificio, comprensión mutua, diálogo, etc. Debemos tener la convicción de que estamos haciendo lo que deseamos hacer. No juzguemos sólo por los momentos presentes lo que la relación puede llegar a ser. Recordemos lo que fue y cómo hemos llegado hasta aquí. Cuando una relación se deteriora es consecuencia de las cosas que hayamos hecho o dejado de hacer. Ya que todos podemos cambiar, lo creamos o no, las cosas también pueden cambiar. La decisión es enteramente nuestra, pero habrá que ser pacientes y perseverantes. Nadie es imprescindible, la vida sigue con o sin nosotros. Los principales interesados en nuestra propia felicidad, sino tal vez los únicos, somos nosotros mismos. Acaso hemos hecho todo lo necesario para intentar cambiar las cosas o nos limitamos a lamentarnos por lo que nos está ocurriendo? Si pretendemos que algo cambie habrá que proponerse hacer algo al respecto.

Recordemos que somos nosotros mismos, en buena parte, quienes nos entristecemos, asustamos o enfadamos al interpretar las experiencias que vivimos de manera catastrófica y absoluta. Al sentirnos frustrados tendemos a sobrevalorar las dificultades e infravalorar nuestras posibilidades de superar la situación. La realidad suele ser mucho más favorable de lo que pensamos, siendo la frustración la que nos distorsiona en mayor medida que los hechos que vivimos. Seamos conscientes de ello, dejemos que ésta frustración se disipe y veamos con más calma a qué nos enfrentamos y hasta qué punto es verdaderamente molesto. A veces llegamos a amargarnos por situaciones que, vistas con detenimiento y distanciamiento, no representan un perjuicio importante para nosotros, sólo suponen, a lo sumo, una incomodidad perfectamente soportable. No permitamos que la insatisfacción contamine nuestras vidas. Una experiencia molesta no debiera hacernos olvidar aquellas cosas positivas con las que contamos.

Tengamos en cuenta que según las últimas investigaciones un matrimonio exitoso debe sustentarse en una serie de estrategias. Tal y como indica J. S. Wallerstein, las más relevantes serían las siguientes:

Los celos

Podemos definir los celos como una emoción consecuencia del deseo de poseer de forma exclusiva a la persona amada y bajo la presunción de que ésta puede llegar o ha sido de hecho infiel, con lo que podríamos perderla. En el momento de su aparición se entremezclan el miedo a perder la pareja, la vergüenza ante dicha pérdida, la incertidumbre frente al futuro, el miedo a la soledad y el malestar ante la supuesta infidelidad. Los celos suelen conllevar la puesta en marcha de diversas conductas tendentes a comprobar que tales expectativas indeseadas no son ciertas, lo que cierra el círculo vicioso negativo ya que cualquier evidencia desconfirmadora de la presunta infidelidad se suele disipar pasado tal episodio, reactivándose la duda y los celos poco después. Los celos no tienen porqué ser patológicos. De hecho, el celo es el interés y el cuidado que se pone al realizar una tarea o al cuidar de una persona. En ese sentido son funcionales y positivos al promover conductas que favorecen la compenetración en la pareja, el interés mutuo, etc. Los celos se convierten en inapropiados o patológicos cuando se confunde el amor con la posesión, temiendo la persona celosa perder al ser querido y emprendiendo una serie de actuaciones para controlarle y retenerle a toda costa, actuaciones que suelen terminar resultando contraproducentes. Las personas inseguras de sí mismas, desconfiadas, con baja autoestima y dependientes emocionalmente de los demás son más vulnerables ante los celos. También resulta evidente que haber experimentado directa o indirectamente situaciones de infidelidad puede favorecer su aparición.

Como ya hemos comentado, una relación de pareja debe sustentarse en el mutuo respeto y en el fiel compromiso de compartir una vida en común. En el momento en el que los celos entran en acción el respeto se pierde y el compromiso se ve sometido a unas tensiones destructivas. El celoso está excesivamente preocupado por confirmar la veracidad de sus sospechas, generándole éstas una elevada angustia que enturbia la relación. A su vez, su pareja se ve sometida a un acoso y persecución que va socavando su confianza y suele terminar por irritarla. En algunos casos, aunque relativamente pocos, la pareja puede actuar de manera infiel y mantener una relación con otra persona como consecuencia, sobre todo, de la pérdida de afecto y del injusto trato que recibe. La persona celosa puede manifestar sus celos ante una gran diversidad de conductas de su pareja. Si ésta muestra interés por otra persona, hace un comentario positivo sobre alguien, llega más tarde de lo previsto, no está localizable, etc., se disparan las preocupaciones, saltando todas las alarmas, y se inicia un protocolo de comprobación para asegurarse de que su pareja no ha cometido ninguna infidelidad. Son habituales, a este respecto, los interrogatorios para conocer qué había hecho y dónde había estado, también suelen registrar sus pertenencias personales en busca de cualquier indicio que pudiese corroborar sus temores. Son frecuentes las llamadas telefónicas, algo que facilita la telefonía móvil, para constatar qué está haciendo y aliviar, de esta forma, sus inquietudes. Todas estas acciones, además de no apacigüar definitivamente las sospechas, conllevan una considerable interferencia tanto en la vida de la persona celosa como en la de su pareja. Lo celos deben preocuparnos cuando se vuelven incontrolables, cuando se experimentan de forma intensa y persistente y, ante todo, si la persona es incapaz de aceptar las evidencias en contra de sus sospechas infundadas. No hay que olvidar que los celos pueden provocar conductas violentas al sentirse la persona celosa humillada y traicionada, dando paso a reacciones de odio y venganza contra su pareja.

A la hora de afrontar un problema de celos será preciso determinar bajo qué circunstancias se desencadenan, cuáles son los pensamientos que perturban a la persona, qué grado de malestar experimenta y cómo repercute todo ello en su vida cotidiana. Los celos se desencadenan principalmente a raíz de una serie de interpretaciones distorsionadas que convierten situaciones y conductas neutrales de la pareja en indicios de su presunta infidelidad. La persona celosa puede llegar a buscar de forma desesperada pruebas de la falta de fidelidad de su pareja dándose cuenta, en diversos momentos, de lo absurdo y excesivo de su comportamiento. A medida que el problema se cronifica resultará más difícil tratarlo. Como primer objetivo es conveniente que la persona celosa sea plenamente consciente de las repercusiones negativas que su manera de pensar y actuar le suponen a nivel personal, familiar y laboral. Así mismo, es necesario que se identifiquen cada uno de los pensamientos poco razonables y nada saludables que tantos perjuicios le causan y aquellas conductas a las que suele recurrir para comprobar sus sospechas, conductas tendentes a aliviar el malestar que los celos le provocan. Determinados factores como el alcoholismo, las deficientes habilidades de comunicación y negociación, conflictos previos en la pareja, etc. deberán ser tenidos en consideración ya que complican la resolución del problema.

Las dos técnicas más empleadas son la exposición y la prevención de respuesta. Con la exposición se pretende que la persona permanezca en contacto con la situación temida hasta que se produzca una reducción significativa del malestar experimentado. Si un pensamiento resulta desagradable deberemos concentrarnos en él, sin distraernos, hasta que tal desagrado haya disminuido de forma sustancial. De esta manera se produce un fenómeno denominado habituación que consiste en que el organismo deja de responder ante una estimulación interna o externa que se repite. Por ejemplo, cuando estamos sometidos a un ruido continuado llegará un momento en el que dejamos de prestarle atención, habiéndonos habituado al mismo. La prevención de respuesta conlleva la no ejecución de aquellos rituales que se ponen en marcha con objeto de aliviar el malestar que los celos han provocado. Si la persona pretende comprobar si su pareja está o no en su puesto de trabajo llamándola, deberá abstenerse de hacerlo. Si tuviera el impulso de registrar sus pertenencias personales en busca de pruebas, también debería refrenarse. Aunque se incremente temporalmente el malestar experimentado al no llevar a cabo los comportamientos de comprobación deseados, a medio y largo plazo tales rituales se irán desvaneciendo y con ellos también se reducirá la frecuencia e intensidad de los pensamientos de celos.

Suele incluirse, además, la reestructuración cognitiva cuyo propósito es enseñar a cuestionar los pensamientos celosos mostrando su carácter irracional para sustituirlos posteriormente por ideas más razonables y saludables. Ya que los sentimientos de celos derivan de las interpretaciones distorsionadas que la persona realiza sobre hechos que habitualmente son neutrales, al pensar de manera adaptativa se experimentarán emociones más adecuadas. Qué hechos objetivos tenemos ante nosotros, qué explicaciones alternativas realistas pueden dar cuenta de los acontecimientos que observamos, cómo interpretaría lo que sucede cualquier otra persona. El objetivo no es perpetuar las creencias que tengamos sino demostrar hasta qué punto son veraces o no. Es conveniente no olvidar que una relación de pareja no lo es todo, es decir, tenemos nuestras propias metas y aficiones, familia y amistades con las que convivir, etc. Incluso ante una ruptura, a pesar del malestar temporal que genere, ésta supone el inicio de una nueva vida teniendo presente que lo importante no es la vida que hayamos vivido, sino la que todavía nos resta por vivir. Aceptemos que somos seres humanos y, como tal, imperfectos. Los errores y las equivocaciones del pasado nos deben servir para mejorar en el presente. Recordemos nuestros éxitos en mayor medida que nuestros fracasos, ya que éstos últimos son inalterables. Busquemos logros concretos que estén a nuestro alcance. Cualquier obra, por monumental que sea, empieza siendo un mero proyecto. Aprendamos a ponernos en el lugar de los demás cuando sea preciso, con objeto de comprender mejor sus argumentos y opiniones. Y disfrutemos de manera razonable de la vida, buscando diversas fuentes de satisfacción (trabajo, familia, ocio, etc.).

Distribución de las tareas domésticas

La distribución de las tareas domésticas suele ser motivo de discusión en el ámbito familiar. Por tal causa, si alguien no participa en la medida que consideremos razonable en las mismas tendremos que comentárselo para mostrarle cómo, por ello, nos vemos obligados a efectuar un trabajo extra y lo beneficioso que resultaría para todos el que dichas tareas fueran compartidas. En algunos casos, es preciso solicitar claramente tal ayuda y no esperar a que nazca de los demás. Si no exponemos aquello que estimamos justo nadie conocerá nuestras demandas. Podemos decir, por ejemplo: ‘me puedes ayudar a poner la mesa’; ‘no me da tiempo a terminarlo todo, me haces el favor de recoger la ropa cuando puedas’; ‘puedes bajar a comprar… para terminar de preparar la cena’; ‘ayúdame a planchar esto que me queda, así terminaremos antes’; ‘un voluntario para bajar la basura, estoy bastante cansada para hacerlo’; ‘cuando termines te agradecería que ordenes… para que pueda seguir con esto’. Siendo amables tendremos más oportunidades de conseguir nuestros propósitos, pero debemos mantenernos firmes a la hora de pedir ayuda. Si no quieren colaborar con nosotros será conveniente empezar a dejar tareas inacabadas y a no responder a las peticiones que nos hagan con objeto de que tomen conciencia de la necesidad de compartir las obligaciones domésticas, así como que tales tareas no se resuelven por si mismas ni tienen porque ser realizadas siempre por la misma persona. En la medida en la que terminemos cediendo estaremos fomentando la falta de cooperación, ya que los demás concluirán que el hecho de desatender nuestras peticiones no repercute en modo alguno sobre ellos, con lo que su actitud evasiva termina por resultarles beneficiosa. Es razonable que al no recibir ayuda por parte de alguien en el ámbito doméstico ello suponga ciertas consecuencias ‘adversas’, proporcionales a la falta de interés mostrado. Tenemos derecho a que nuestro trabajo sea valorado justamente. Fregar, planchar, lavar, limpiar o hacer la compra no son actividades recreativas, suponen esfuerzo y tiempo. Pensemos simplemente en el coste económico que supondría contratar a alguien para efectuarlas. Y tengamos presente que los electrodomésticos no son sexistas. A una lavadora le da lo mismo quien la maneje, lo único que importa es saber para qué sirve y cómo utilizarla. Ningún electrodoméstico viene con el nombre de su usuario escrito en él, todos debemos aprender a emplearlos. Aquel que se enorgullezca de no haber tenido que utilizar determinados aparatos domésticos está demostrando su incapacidad e ingratitud, ya que otros habrán tenido que hacer ese trabajo por él. En el ámbito familiar, el trabajo que uno deja de hacer termina recayendo sobre otro. Si dejamos un vaso en el fregadero sin lavar, si no ordenamos la ropa, si no limpiamos algo que hayamos ensuciado, estaremos generando un trabajo extra para alguien.

Si desplazamos la ejecución de ciertas tareas a esos momentos en los que sea más probable obtener la ayuda de los demás, ésta se conseguirá con mayor facilidad. Si deseo hablar de un tema delicado, me convendría elegir el momento más adecuado para ello, aquel en el que tengamos pocas interrupciones, estemos calmados y dispongamos de lo necesario para abordarlo. Observando los hábitos de la otra persona aprenderemos a programar nuestras actuaciones para incrementar nuestras posibilidades de éxito. Un procedimiento útil suele consistir en lanzar un ‘globo sonda’ antes de abordar el tema que nos interese tratar para comprobar la receptividad al mismo por parte de los demás. Se inicia una conversación sobre un tema paralelo con objeto de indagar sutilmente hasta qué punto serían bien o mal recibidos nuestros posteriores planteamientos. No es prudente lanzarse a una piscina o entrar en el baño sin haber comprobado antes la temperatura del agua. Eso es lo que precisamente hacemos al recurrir al ‘globo sonda’. Por ejemplo, antes de discutir sobre el plan de gastos familiares podemos hablar del elevado precio de algún producto, esperando a ver cómo discurre el diálogo. Si pasados unos instantes vemos que la otra persona participa activamente en la conversación, centramos la atención sobre las cuestiones que verdaderamente nos interesan (‘ahora que hablamos de esto, qué te parece si…’; ‘por cierto, no crees que podríamos ahorrar algo si…’; ‘desde luego, viendo el precio de las cosas creo que tendríamos que dedicar más tiempo a planificar los gastos, cuándo te parece que hablemos de ello?’). Si percibimos que la discusión se enturbia o se desvía del tema principal será preferible posponerla esperando al siguiente momento propicio para continuar. De igual manera, podemos aplazar un problema no urgente que alguien nos presente si no estamos en disposición de afrontarlo en ese instante. Podemos decir, por ejemplo: ‘ahora tengo muy poco tiempo, si te parece lo hablamos más tarde’; ‘no creo que sea éste el mejor momento y lugar para hablar de ello’; ‘deja que lo piense y te contesto’; ‘no sé que decirte en este instante, tendré que pensarlo’; ‘puede que tengas razón, pero quisiera ver las cosas con más calma’; ‘no depende sólo de mí, tendré que consultarlo’.

No permitamos que ciertos problemas se agraven. Si observamos que una situación no discurre como desearíamos, hagamos algo al respecto de manera inmediata. Cuanto más tiempo pase más difícil suele resultar reencauzar las cosas. Podemos decir, por ejemplo: ‘mira, quisiera comentarte un tema que me preocupa’; ‘sobre este asunto tengo por costumbre… así que te agradecería que…’; ‘no veo razonable que hagas…, así que te pido por favor que…’; ‘hay una cuestión que quiero comentar contigo y creo que podremos llegar a un acuerdo útil para ambos’; ‘entiendo tu punto de vista, pero quisiera que también tuvieras en cuenta que…’; ‘hay ciertas cosas que a mi juicio podrían mejorar y deseo que las hablemos’; ‘claro que tienes cosas que hacer, pero la cuestión es cómo lograr que dispongamos de más tiempo libre para los dos’; ‘te pido que te pongas por un momento en mi lugar y me digas qué harías en mi situación’.